Las elecciones presidenciales en Brasil tuvieron como escenario un país que luce orgulloso un firme repunte económico y agroalimentario, y que se consolida como actor de la política mundial, aunque con deudas sociales que continuarán marcando su agenda en los próximos años.Un político sabe que triunfó cuando sus adversarios se acercan a él para compartir su popularidad. Le ha ocurrido al presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva. El socialdemócrata José Serra, en su contienda contra Dilma Roussef, delfín de Lula, desplegó un aviso que mostraba imágenes de ambos políticos con el siguiente texto: “Serra y Lula, dos hombres con historia, dos líderes con experiencia”. El avezado Serra sabía que atacar al mandatario, con más del 70% de aceptación tras ocho años de Gobierno, sólo rebotaría en su contra. No en vano se dice que la imitación es la forma más sincera de adulación.
Lula ha cambiado el rostro de Brasil, un país de dimensiones continentales y poseedor de más superficie agrícola disponible que cualquier otro, a tal punto que supera a los que le siguen: Rusia y Estados Unidos juntos. En estos cálculos no está considerada la región amazónica. Pero la tierra por sí sola no basta. Se necesita agua, un bien que se torna cada día más escaso a nivel planetario. Brasil es el país que tiene la mayor cantidad de agua renovable cada año. Con una población de 193 millones de habitantes, posee tanta como el conjunto de Asia, que alberga a cuatro mil millones de personas. Para cerrar la ecuación, la tierra y el agua deben coincidir allí donde se las requiere. Algo que no ocurre en vastas zonas de África. En territorio brasileño hay más tierras con más de 975 milímetros de precipitaciones anuales que en el conjunto del continente africano.
Estos datos del gigantismo brasileño –“os maiores do mundo”, como suelen decir sus nativos– hace tiempo que dejaron de ser una promesa referida a una potencia agroalimentaria emergente. Apenas tres décadas atrás el país era un importador de alimentos y hoy es el mayor exportador mundial de pollos, café, carne vacuna, azúcar y jugo de naranja, y ocupa el segundo lugar en cuanto a la soja y el maíz. Los saltos en la producción ganadera se decuplicaron en una década, superando a Australia, que ostentaba el liderazgo. El éxito del modelo agroexportador descansa además en bajos niveles de subsidios estatales. Entre 2005 y 2007 promedió un 5,7%, de acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Es un fuerte contraste con los subsidios existentes en Estados Unidos (12%) y en la Unión Europea (29%).
El agro brasileño, sin embargo, tiene una cara menos feliz. Ronaldo Pagotto, vocero del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin tierra (MST), señala: “Hasta hoy existe una súper concentración histórica de tierras, desde el origen: el 50% de las tierras de producción están en manos del 1% de propietarios”. Es un asunto vigente, señala Pagotto: “En este momento, 150 mil familias acampadas están viviendo en una tienda plástica negra, caliente en verano y fría en invierno”. Incluso millares de trabajadores viven como esclavos y son liberados cada tanto por la acción del Estado. Las liberaciones en 2010 ya pasan de las ocho mil, detalla Pagotto. Además, Brasil ocupa el primer lugar entre los consumidores de sustancias agrotóxicas. En 2009, batió el récord con el consumo de más de un billón de litros de elementos nocivos a la salud. Según el sindicalista Frei Sérgio Gorjeen, “la aparición de personas con cáncer en estas áreas (de las grandes monoculturas) ya alcanza proporciones epidémicas”.
“Dios es brasileño”
El énfasis en el vertiginoso desarrollo agrícola brasileño está dictado, en parte, por las limitaciones para abrirse paso en el campo manufacturero industrial. Si bien el país dispone de una poderosa industria metalmecánica, esta permanece confinada al mercado interno y regional. La competencia China, a precios imbatibles, ha redundado en la baja de los costos de productos de manufactura masiva en las últimas décadas. En cambio, los precios agrícolas y de materias primas están en alza.
Hace tres años Lula proclamó que el país había “recibido un regalo de Dios”. Aludía a los yacimientos de gas y petróleo descubiertos, entre los que destaca el de Tupi, hallado en 2007 a unos 340 kilómetros frente a las costas de Rio de Janeiro. Tupi forma parte de una franja de más de 800 kilómetros llamada “presal”, situada a gran profundidad, que podría contener hasta 150 billones de barriles de petróleo. Tal fue el entusiasmo del Presidente, que proclamó que “Dios es brasileño”. Luego, en una vena más sobria y secular, declaró que el crudo anunciaba “la segunda independencia del Brasil”.
En todo caso, no será una tarea fácil operar a dos mil metros bajo la superficie del agua para luego perforar kilómetros de sales, rocas y otros sedimentos. Los costos se anticipan formidables. La Unión de Bancos Suizos estima que en las dos décadas venideras serán necesarias inversiones por 600 mil millones de dólares en plataformas, buques, oleoductos, equipos e infraestructura. Para evitar que el petróleo –merced a su alta rentabilidad– inhiba a otros sectores, el Gobierno anunció que la extracción avanzará al ritmo de las empresas abastecedoras. El principio es que buques, plataformas y el resto de los materiales sean producidos en Brasil. De hecho, los astilleros ya tienen sus primeras órdenes.
Hasta aquí las cuentas alegres. El lado ominoso son las condiciones operativas en la zona. Al respecto, el ingeniero naval brasileño Claudio Sampaio explica: “Hablamos de un ambiente agresivo y complejo: hay sal, hay corrosión, presiones extremas, un tiempo cambiante y olas de diez metros que pueden aparecer de la nada”. Para llegar a los yacimientos de presal, habrá que sumergir equipos a profundidades donde las presiones trituran a un buque como a una lata de gaseosa. Petrobras –como corresponde a una gran empresa brasileña– tiene planes faraónicos. Hay, sin embargo, un elemento que es independiente de toda actividad petrolera y del cual depende la viabilidad de sus planes: el precio del petróleo. Este es el factor clave que permite las exploraciones en varios océanos del planeta. Sólo cuando el barril supera los 70 dólares se hace rentable la explotación en aguas profundas.
Las riquezas provenientes del crudo permitirían un ataque frontal contra la pobreza que afecta a un cuarto de los 193 millones de brasileños; nos referimos a pobres que ganan menos de tres dólares diarios.
Diversificación energética
Brasil tiene una de las matrices energéticas más diversificadas del mundo. No sólo eso: 47% de sus energías son verdes o limpias, lo cual es todo un récord y una contribución a la lucha contra el calentamiento internacional global. El país obtiene 80% de su electricidad desde represas. Produce otro 13% a partir de desechos agrícolas. Pero el programa que lo destaca del resto de los países es la producción del etanol elaborado a partir de azúcar o de almidón proveniente de la caña de azúcar. El bioalcohol, como se llamó originalmente al combustible, alimenta el 90% del parque automotor que emplea, en diversas combinaciones, etanol y gasolina.
La producción de Brasil asciende a 16,5 billones de litros de etanol. La abundancia energética brasileña podría convertirse en un factor decisivo en su liderazgo regional. Así como el acero y el carbón fueron las bases de la integración europea, la energía requerida por todos podría convertirse en la viga maestra de una unificación de intereses sudamericanos.
¿Hambre en retirada?
Al llegar a la presidencia, Lula prometió que ninguno de sus compatriotas pasaría hambre. Las estadísticas avalan la promesa. Durante su primer mandato, el hambre en el sector más crítico, los niños, bajó en 46%. Hay un indicador de desarrollo que dice mucho sobre lo que ocurre, en verdad, en un país: el índice de mortalidad infantil. Según la agencia de salud Funasa, en las comunidades indígenas –las más vulnerables– se observa una baja de 10%, en tanto que en las favelas de Rio de Janeiro la caída es de 50%. La mejoría es el resultado de proyectos como Hambre Cero, que garantiza la adquisición de productos alimenticios básicos para las familias indigentes, y del exitoso programa Bolsa Familia que beneficia a 12,4 millones de hogares a cambio de la concurrencia de los niños a la escuela, cumplimiento de vacunaciones y otras medidas sanitarias, como la asistencia a cursos prenatales.
Un resultado de ello es el aumento significativo de las madres que amamantan a sus hijos. Pese a todo, la tasa de mortalidad infantil brasileña es alta aún: 22,8 muertes por mil nacidos. Entre los menores de cinco años de edad, las autoridades esperan alcanzar una tasa de fallecimientos de 20 por mil para el año 2014.
Inequidad social
Una de las tareas más complejas es cambiar la estructura social de un país. Lula consiguió avances: entre 2003 y 2010, el ingreso del decil más pobre aumentó 8%. En tanto, el decil más rico lo hizo en 1,5%. La clase media baja, un 37% de la población, pasó a constituir más de la mitad de ésta. Pese a ello, el abismo entre ricos y pobres es de los mayores del mundo: el decil más pobre tiene 1,1% de la riqueza, en tanto el más rico posee 43%.
La inequidad social tiene su correlato en la educación. Un informe del Banco Mundial, elaborado en 2008, fue tajante: “Desgraciadamente, en la era de la competición global, el estado actual de la educación en Brasil significa que es probable que quede postergado ante otras economías emergentes que compiten por inversiones y oportunidades de crecimiento económico”.
Es un punto que fue subrayado, en su reciente visita a Chile, por Fernando Henrique Cardoso, quien precedió a Lula en la Presidencia. Cardoso destacó el enorme atraso de su país y la región en investigación. Dijo en Santiago, ante una audiencia en la Biblioteca Nacional, que las universidades se han convertido en lucrativos negocios que atraen estudiantes pero que poco aportan al conocimiento que permite el desarrollo de los países. Al respecto, marcó la diferencia con un Estados Unidos que, merced a sus excelentes centros académicos, ha podido mantener la delantera en muchos campos.
En el nordeste brasileño, de donde proviene Lula, 30% de la población es analfabeta. La educación, a diferencia de China y otros países asiáticos, no es parte del ethos nacional. Muchos padres de sectores desposeídos envían a sus hijos a la escuela para obtener los 115 dólares mensuales otorgados por Bolsa Familia. Pero internamente dudan de que los niños obtengan un beneficio efectivo del aprendizaje. En Brasil la educación es una de la mayores limitantes para el desarrollo. Según un informe de marzo del Gobierno brasileño, más del 22% de los 25 millones de jóvenes que entrarán al mercado laboral no cumple con los requisitos educacionales. Pese a todo, hay progresos: el Estado ha otorgado 700 mil becas para jóvenes de bajos recursos. Durante el mandato de Lula, se inauguraron 160 colegios vocacionales, un contraste con los 140 abiertos en todo el siglo anterior.
Actor en el grupo de los 20
Uno de los campos en que Brasil cosecha laureles es el internacional. Brasilia es hoy aceptada como protagonista en la arena mundial desde el Grupo de los 20, pasando por los BASIC (Brasil, Sudáfrica, India y China) a los BRIC (Brasil, Rusia, India y China), y su cancillería busca coronar el reconocimiento con un sillón permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Lula, con su patente carisma, ha conseguido mantener las puertas abiertas en Washington, mientras sostiene un diálogo fraterno con Hugo Chávez, Evo Morales y Raúl Castro. Incluso ha buscado mediar, junto a Turquía, en la pugna que opone a Irán con las potencias occidentales que lo acusan de desarrollar una bomba atómica. El despegue económico e internacional de Brasil consolida su condición de liderazgo regional. La interrogante es cuáles serán las prioridades del país ahora que es invitado a sentarse ante tantas mesas.
El autor es analista internacional y ensayista.
Texto de Mensaje, octubre 2010.