¿Será Néstor Kirchner en el futuro un avatar colectivo de quien pueda esperarse la concreción de un mito liberador?La reciente y sorpresiva desaparición de la escena de Néstor Kirchner inauguró un nuevo itinerario o estadio histórico en la política local, evidentemente abierto a un futuro rico en incertidumbres. La muerte está asociada casi inevitablemente con la idea de un fin y un consecuente eclipse, y la capacidad de pervivencia puede quedar previsiblemente reducida, en el mejor de los casos, a un dulce y admirativo recuerdo; sin embargo esto puede no ser tan así.La creencia popular que vincula la santidad con una sobrenaturalidad extraordinaria no es totalmente errónea, en tanto parece estar fundada en que si los santos están o han vivido cerca de Dios, participan de algún modo de su poder, es decir, del portento, de ese carácter de misteryum tremendum et fascinans que tan bien describiera Rudolf Otto, pero se vincula sobre todo con lo que podría denominarse un cierto maravillosismo que destaca los costados más llamativos o espectaculares de la experiencia religiosa.
El hombre que volvió de la muerte
De esta suerte, cabe conjeturar que una parte sustancial de lo que suceda en el escenario público podría estar vinculado a ciertos rasgos que de modo incipiente han comenzado a perfilarse en la propia figura del protagonista y que apuntarían a mantenerlo de alguna manera políticamente vivo, al menos en un cierto imaginario social. Esta supervivencia, más allá de una voluntad de construcción oficial o popular, podría impactar en una resignificación de la praxis política, y en ese sentido ha suscitado una explicable expectativa.
No importa si hay en el caso una operación política ejecutada desde la propia constelación gobernante o un fenómeno social más o menos espontáneo, pero desde luego el poder político en su sentido más formal –queriéndolo de un modo expreso, siendo indiferente o bien acompañándolo, simplemente– puede participar de él de un modo en cierto sentido connatural, y cabe también conjeturar que ese mismo poder tampoco estaría dispuesto a desdeñar tan sugestiva posibilidad, como sucedió en su momento con Eva Perón.
Debe recordarse que en el caso de la Jefa Espiritual de la Nación (para no mentar sino una de sus advocaciones más representativas) el proceso de canonización fue incoado socialmente, pero también promovido desde las entrañas del régimen, e incluso según noticias de la época, hasta pretendió alcanzar instancias de legitimación canónica en la propia Santa Sede. Por lo demás, Evita vive! es un grito clamoroso que actualiza y pervive a través del tiempo la original y fecunda vitalidad política de una mujer singular de la historia argentina. El mito identifica al hombre que volvió de la muerte. Los héroes se diferencian de los humanos corrientes en que con ella su figura adquiere un valor simbólico, extendiéndose ilimitadamente en el tiempo.
En su monumental Historia de las ideas y las creencias religiosas, Mircea Eliade muestra cómo ellos continúan actuando después de muertos, con una carismática capacidad de sugestión. A nadie escapa que el Cid Campeador ganó una batalla siendo ya un cadáver.
Las canonizaciones populares
La obligada referencia a Evita se vincula con que representa (junto a Carlos Gardel) el caso no sólo más importante sino también más clásico de canonización popular en la Argentina. Las canonizaciones populares locales, igual que en el resto de Latinoamérica (y del mundo) son abundantes y una pléyade de investigadores han estudiado el fenómeno, comenzando por Bruno Jacovella, Augusto Raúl Cortázar, Bernardo Canal Feijoo y sobre todo Félix Coluccio, más cercanamente continuados por Susana Chertudi, Eloísa Martín, Rubén Dri, Sara Newbery, Hugo Chumbita, Aldo Ameigeiras, y últimamente Juan Pablo Bubello.
De todos modos, no debe obviarse que el héroe no sólo no es un santo, sino que muchas veces es todo lo contrario, como en el caso de los bandoleros canonizados, que lo son precisamente por enfrentarse al monstruo del poder político o económico. Moreira fue un gaucho asesino y ello no impidió su consagración.
La canonización política
Un caso particular de este libro de las santificaciones populares, escrito fuera de una estricta ortodoxia de la fe, lo constituye el capítulo de las canonizaciones políticas, al que pertenece precisamente Evita. Algunas de estas canonizaciones, en efecto, se hallan vinculadas a la escena de la res publica, por ejemplo, Gandhi, Kennedy, Lincoln o Luther King en la geografía universal, así como en el medio local aparecen personajes como Perón y Olegario Alvarez, conocido popularmente como “el gaucho Lega”, identificado con el colorado del autonomismo correntino.
La canonización política reconoce como titular a una figura que encarna una vocación pública, en un sentido de intensa sensibilidad social, al estilo de una opción preferencial por los pobres. No importa si ella es real, pero así debe ser percibida para la construcción del mito. Después de la muerte de Lenín, su figura fue canonizada por el régimen: como Evita sigue viviendo en el alma de su pueblo, Lenín sigue viviendo en el corazón de cada buen obrero, fue el saludo de despedida del soviet supremo, al introducirlo en el santuario mortuorio de la Plaza roja de Moscú. El líder africano Kwame Nkrumah fue portador de un mesianismo liberacionista que proclamó Nkrumah no ha muerto, pues no puede morir, otorgándole la nota de inmortalidad. Tras la muerte del presidente electo Tancredo Neves, en Brasil, se desató en el país una incontenible ola de fervor cívico revestido de valores religiosos. Un pastor protestante resumió entonces: “Tancredo surgió como un salvador: un Moisés de la Biblia que saca al pueblo de su cautiverio para llevarlo a la tierra prometida, a la nueva República”.
El héroe –cuyo destino queda “injustamente” obturado por la muerte trágica–, es, precisamente, el salvador. No nos salvamos, pues, por una operación de nuestra propia responsabilidad y esfuerzo, sino en virtud de algo o alguien que nos trasciende, brindándonos las mieles de su gracia divina. Néstor Kirchner logró articular esa exacta y sugerente visión (que es propia del mesianismo) en un apreciable número de sus seguidores.
Los pliegues de un estilo
Nuestro destino lo construye el otro, pero nos identificamos con esa salvación, y al asumirla nos sentimos protagonistas, aun sin serlo. Es la naturaleza mágica de todo populismo, que expresa así representaciones identitarias. Como hicieran desde el
poder Perón y Evita en los cuarenta y cincuenta, no importa si Kirchner redistribuyó el ingreso, pero dio a una apreciable multitud –que algunos prevén en algún momento acaso mayoritaria– una nueva valoración de su propia identidad.
Un rasgo muy acentuado en las canonizaciones políticas es la identificación con Robin Hood, el paradigma universal del transgresor al que una misión de salvación justifica existencialmente. Esta es la del restablecimiento del orden originario en un mundo signado por el pecado mediante la violenta expropiación de un dinero supuestamente mal habido a los ricos para distribuirlo a los pobres, porque está claro que ellos representan en el imaginario las víctimas del despojo injusto.
A Evita le parecía bien escarnecer a poderosos satanizados, como una compensación debida por lo que ellos habían hecho sufrir a los pobres, pero no con un sentido ascético o purificador, sino punitivo, para hacerles probar en su propia carne el amargo acíbar de una humillación inmerecida. No es un tema menor: allí residía la frutilla de la torta de su justicia, que como tal era degustada con fruición por los humildes humillados. Cuando el rico villano es sometido hasta la humillación al final de la película por la espada del juvenil justiciero, el impiadoso público aplaude, no sólo los niños.
Los contenidos ideológicos
Es verdad que se ha puesto muy en duda si el kirchnerismo es verdaderamente representativo de un ideal social o si él constituye un mero juego de poder, e incluso sus críticos más severos le adjudican la calidad de una nuda caja. Pero esto es irrelevante en el imaginario popular.
Sea de una u otra forma, en Kirchner se evidencian sedimentaciones residuales del setentismo muy claras, tanto en contenidos como en estilos, ahora resemantizados o reinterpretados al trasluz de la sensibilidad posmoderna. En esos sedimentos se deja ver una fuerte nota de romanticismo revolucionario, incluso de nostalgia, que no puede sino impactar promisoriamente en una cultura cuajada de sentimentalismo, como es la argentina, mucho más la ideologizada subcultura juvenil.
Uno de estos contenidos ideológicos de la concepción romántico/mesiánica de la historia que encarna el populismo hegemónico es la revolución como promesa perennemente incumplida, o sea la utopía. La nutriente debe buscarse en el sesentayochismo, incluida su saga latinoamericana, donde como sabemos se cocinó todo el guiso de la violencia de la década posterior. La utopía no pudo realizarse pero ello no importa, ya que su realización sería imposible por su propia naturaleza, dado que, en realidad, lo que de ella interesa es que siempre se mantenga adelante en el futuro, como estrella polar.
El astronauta eterno
Hace ya algunos años que investigadores como Gillo Dorfles y entre nosotros Pablo Capanna han indagado en la ciencia ficción como elemento mitopoyético de nuestro tiempo. Algunos de estos estudios han mostrado cómo este género literario eleva a la ciencia a una categoría mística donde se encuentra presente muchas veces un mensaje social.
La construcción del nuevo mito que se inscribe en la cultura folk aparece gráficamente asociada a la figura del Eternauta, legendario protagonista de una historieta convertida hoy en un clásico debido al acierto de haber presentado su trama épica en un escenario local.
Este diseño, en el que se reconoce una inconfundible factura pop art, apunta a la transfiguración en un personaje heroico que simboliza una argentinización de las luchas intergalácticas hasta entonces situadas en lugares imaginarios o lejanos, otorgándole una nueva perspectiva al género.
Aparece aquí la militancia montonera de su creador Héctor Oesterheld, en el mensaje político de su invención literaria como la construcción de un cuerpo de ciudadanos militarizados en defensa del patrimonio argentino. Se ha querido interpretar como una resistencia heroica de la identidad autóctona frente a una invasión extraterrestre supuestamente asimilada al imperio del mal. La incursión alienígena es un recurso utilizado en la ciencia ficción para metaforizar una amenaza a la humanidad por parte de regímenes e ideologías o movimientos políticos como el nacionalsocialismo, el comunismo, e incluso el terrorismo, que en la interpretación montonera se centraría ideológicamente en el capitalismo o en el imperialismo.
No importa si las premisas conceptuales y las realidades transformadoras quedan disueltas en una fraseología revolucionaria o en corrupciones burguesas. No importa si su activismo responde a una sed insaciable de poder o a una actitud de verdadera donación. No importan los errores o la confusión entre el fin y los medios porque la sublimidad de la revolución enmienda cualquier malignidad en sus instrumentos. El fin santifica los medios.
Como Evita, como Camilo, como el Che, para una considerable porción de los argentinos, él “entregó su vida por la revolución” y el martirio de la muerte trágica, que es una nota constitutiva de la canonización, le purifica de cualquier mal moral proveniente de su pasado existencial, otorgándole la nota definitiva de la santidad política.
¿Será acaso Kirchner en el futuro un avatar colectivo de quien pueda esperarse la concreción de un mito liberador? No parece probable que eso suceda, aunque algunos indicios así podrían certificarlo, pero se trata de algo que todavía está muy en ciernes. Puede concluirse que los resistentes de la historieta representan el ethos colectivo, la colectivización del mito, y hasta la categorización del pueblo como vanguardia de la revolución. Según esta interpretación, el héroe individualista se ha hipostasiado en el pueblo. El Eternauta es un viajero de la eternidad; como el héroe, un ser perennemente vivo. En ese sentido, y si Néstor Kirchner resulta ser el nuevo e inopinado protagonista del comienzo de una incipiente canonización política, su figura se multiplicará en los próximos años mientras la nieve que cae del cielo se derrite entre las flores.
*El sintagma “Que florezcan mil (en el original, cien) flores” es atribuido a Mao Zedong que Kirchner gustaba repetir como un deseo de multiplicar, a la manera del Che que ansiaba uno, dos, tres, cien Vietnam, el ethos revolucionario.
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Join discussionInteresante el esquema que propone, pero se olvida de algo, existen «santos populares», sincréticos, ejemplo: la difunta Correa, el Gauchito Gil, San la Muerte, Gilda, Rodrigo, y otros tantos a lo largo y ancho de nuestra América mestiza. Esas santidades, no piden permiso, ni certificación, son digamos naturales, no evengélicas.
El fenómeno Nestor, es eso, un emergente natural, como lo fue su candidatura, su triunfo, el factor inesperado dentro del sistema «stablishment».
Y para mal de pocos y bien de muchos, rompió el molde se salió de lo esperado, no fue nada de lo que se predecía, navego en el mar de las inmundicias, que es lo que forma el Poder Terrenal, y eligió como respaldo al Pueblo, un ente dialéctico sin nombre propio, y ese Pueblo le respondió con la Juventud, que masivamente lo toma como uno de «nosotros».
Claro que desde la mirada del status quo, es un irrevente ejemplo del mal, si es cierto; es el mal de los ricachones insensibles, de las corporaciones de la insidia permanente y de las muertes bajo la alfombra, de las «picanas» bendecidas?. No es el Che, no es Peron, no es Evita, no es el «demonio de los dos, demonios», es un compañero que entendió el Poder y en vez de hacer de eso un arma secreta, la difundió, la compartió en la Plaza, no de espaldas al Pueblo, ni en latín.
Tan bueno como corto es el análisis del Dr. Roberto Bosca. Pide a gritos su ampliación. Dudo sobre la posible hierofanía del Furia, pero no hesito en advertir que intención y medios abundan en tal sentido.
Cordialmente
Alberto Sarramone
Hagamos un mínimo de historia. En el 2003 estaba vivo el “que se vayan todos”, la sociedad, los argentinos, carecíamos de proyectos y de esperanzas.
Aquellos que más habían sufrido el impacto de la destrucción y saqueo del país, habían visto desaparecer sus expectativas de progreso, vivían en la miseria, excluidos de la sociedad y el trabajo. Llevados a una profunda desvalorización personal, el mensaje social los culpaba ¡a ellos! de no haberse “salvado”.
Por añadidura, la policía reprimía y mataba a quienes pedían trabajo en una situación de desesperación. Un retroceso a lo peor de nuestra historia.
No se podría pensar en un escenario peor, ni en lo económico, ni en lo político, ni en lo social, ni en lo institucional. No quedaba nada sano.
Es ahí donde Néstor Kirchner asume con solo el 22% de los votos, porque el infame le niega hasta la posibilidad de construir una base de poder mayor.
Nadie puede negar que en Argentina tenemos, todos, muchos problemas que encarar y resolver, antiguos y modernos.
Pero ningún análisis serio y ecuánime puede ignorar el punto de partida de este gobierno. Recién a partir de recordarlo y comprenderlo cabalmente podrá estarse de acuerdo o no con sus acciones desde ese momento. Hay que ver la película, no un fotograma.
Hoy es difícil negar que a la mayoría de los argentinos el país les permite pensar en un horizonte de mejor calidad de vida, tener proyectos y sueños. La inseguridad del desempleo y el futuro incierto han disminuido. Son muy pocos los que mencionan la falta de trabajo y la pobreza como los problemas centrales del país.
Los excluidos también sienten que son tratados con más dignidad, que pueden reclamar sus derechos y ser escuchados. A pesar de no pocas fallas, errores, expresiones y actitudes condenables de muchos sectores.
Por primera vez en la historia argentina se discute abiertamente la distribución de la riqueza, un reclamo evangélico llevado a la realidad del país, reconociendo la deuda social contraída con los más necesitados.
Este camino recorrido es lo que explica, muy sencillamente, que Néstor Kirchner sea visto como un símbolo positivo, asociado a una vida mejor y más esperanzada. La clave de su valoración no pasa por su muerte sino por sus logros en una etapa muy difícil de nuestro país.
En la plaza, el día del velorio, la frase que más se escuchaba, por mucho, era “Fuerza Cristina”. Quienes imaginan que esto es producto de una manipulación mediática de individuos no pensantes, de “la masa”, se equivocan mucho.
Parece que en la fácil estructura mental que nos han impuesto, los hombres mueren y se van directos a una nube, desde donde contemplan nuestro andar cotidiano y hacen comentarios y hasta guiños favorables a los que aún marchamos por aquí. Como por un tubo, el que se muere va al cielo. Sufrimos tanto el despojo de lo sobrenatural, estamos tan inmersos en las escenas mágicas y frívolas de Hollywood y de las variopintas literaturas que consumimos, que nos olvidamos de la teología paulina del combate, de las enseñanzas de la puerta estrecha, de los zaherimientos de nuestro Señor a los escribas y fariseos, del juicio de Cristo sobre los cordero y cabritos. Ya ni siquiera , cuando alguien muere, se invita a los deudos, en aras de la caridad, a rezar por él. Damos por hecho que todo el que se muere se va al Paraíso del otro mundo, al cielo. El pasaje obligatorio del hombre es mudarse al cielo. Esa fácil banalización del destino del hombre, ese abajamiento de la esperanza, esa gratuita y fácil senda hacia un destino inevitable que se ha instalado en el «colectivo ( o micro o ómnibus ) imaginario» , hace posible que se intente canonizar a cualquier bípedo que muere y vestirlo con la bonhomía de un miembro de la familia Ingalls, aún a éste señor antipatico, torpe, desmañado y despreciativo que fue Kirchner. Pareciera que la muerte hiciera olvidar sus atropellos y ruindades, y lo hiciera entrar en un vuelo de ángel, y de hada madrina que con un varita mágica dispensara bondades y flores. Rezo y rezaré por Kirchner, pues aunque en esta tierra poco y nada tengo que ver con él y su obra , sin embargo comparto con él un mismo llamado de Redención y espero que la haya alcanzado.
Uds. se dicen pluralistas y no soportan un comentario que disienta o exprese ideas contrarias a las que aquí se exponen. Habré sido uno de los pocos tontos que caí en esta revista y me animé a leerla. No se preocupen, me voy vacío. Y pensar que aquí escribió Franceschi, Chesterton, Belloc, Castellani y Borges, entre otros grandes, se animaron a publicar notas. Sigan con Sarlo y Dongi, y bailen al ritmo del Sarlongi. No pierdo más el tiempo.
me gusta leer de politica,pero construir la politica santificando a un profesional de la politica y mas aun , manoseando ,
el sentido de la santidad ,ya es demasiado para un creyente con mas dudas que certezas
la posibilidd cierta de que estos relatos construidos por los asesores de publicidad ,que van «prendiendo»en muchos jovenes,nos revela que la crisis de la educacion ya ha producido que el espiritu critico desaparesca de vastos sectores medos y «educados»
la perdida nacional no ha sido solo de los bienes del estado ,sino del producto bruto intelectual
sea medido desde el ciudadano(palabra grande considerando valores medios) o de las «profesionales elites»aspirantes y detentadoras del poder.
la regresion nacional producida por la perdida republicana de 60 años ,tapada hoy a base de probenda y dominacion ejercidad a personas carecientes es digna del recuerdo de las «escandalosas» paginas que producian nuestros honestos intelectuales,de otras epocas
desde los del pensamiento POSITIVISTA hasta los del inovidable jesuita CASTELLANI,,el adormecimiento que va produciendo el exceso relativista en las elites del pensamiento ,hoy se cosecha en la espiga vana de las organizaciones que no saben hermanar un conjunto de ideas que representen un ideal coherente con las realidaes nacionales.todavia nos falta transitar que la columna vertebral del movimiento sea gobierno ,tal vez posterior a ese peligroso y azaroso rumbo se consolide el pantano nacional , y la brujula vuelva a tener su suave y amortiguada oscilacion propia de la existencia de reales campos de fuerzas producto de un pasado correctamente leido y vivo o muerto segun que hicimos de nuestra vida.-
Me parece que quienes se han ofuscado con la nota, no han comprendido que se habla de la santificación colectiva del personaje, no de su beatificación papal ni de nada parecido.
Comparado con Evita y el Che, a Kirchner le va bastante holgado el término. El reconocimiento de ambos es general en el pueblo argentino. Incluso allí donde no se comulga con sus ideas, son respetados y valorados en lo esencial de sus pensamientos y acciones _sobre todo el Che_. Pero este no es el caso de Néstor Kirchner, sólo «santificado» por una minoría dentro de sus seguidores. Claro, con el apoyo de su viuda y de los genuflexos de siempre, se ha formado el árbol que oculta el bosque.
La nota del Señor Roberto Bosca, solo puede hacerse desde un escritorio a ventanas cerradas y conectado únicamente a medios oficiales . Se puede tener buena prosa y mejor vocabulario , pero hacerse eco de una construcción política partidaria , como lo es el Kirchnerismo , y llevar al análisis y proyectarlo como una suerte de Avatar argentino al ex presidente , es carecer del menor análisis objetivo de las realidades pasadas , actuales y futuras de la Argentina en la era K .
La nota del Señor Bosca es un juego literario , una propaganda política o una burla de mal gusto al argentino medio de era Kirchnerista .