Ante la visible declinación de la Argentina en los últimos decenios, una mínima reversión inicial podría bastar para insuflarnos un soplo de esperanza en nuestro futuro.Basta bordear los Andes, desde Salta hasta Río Gallegos por la mítica ruta 40 para advertir que la República Argentina es un país maravilloso y con enorme potencial. Carga empero sobre sus hombros un pesado lastre: una ineficaz administración pública nacional, provincial y municipal, y en los tres poderes. Una y otra vez me pregunto por qué los argentinos no nos manifestamos ocupados por el presente y aún menos por el futuro del país. Hemos estado entretenidos con discusiones acerca de nuestro pasado, reescribiendo regularmente nuestra historia, distraídos de una tarea fundamental: incrementar nuestra producción, desde lo económico hasta lo cultural, desafío que hoy como nunca antes parece estar al alcance de nuestras manos. Somos 40 millones de habitantes, escasos en comparación con países mucho más extensos y densamente poblados y donde sus habitantes conviven relativamente integrados y hasta orgullosos, como sucede en China, India, Rusia, Brasil y los Estados Unidos.
¿Por qué no encaramos de una vez por todas, con seriedad y responsabilidad, nuestro porvenir? No existe país que avance si no aumenta su producción ni mejora su calidad educativa y cultural. Lo contrario es limitarse a redistribuir la producción existente en un tira y afloje que no hace más que agitar el tejido social.
Bloqueo a la unión y ambición nacional
La política argentina ha padecido siempre un sesgo violento que ha bloqueado su unión y su estar en el mundo. La ciudadanía, desde la más encumbrada hasta la más humilde, no llega a reaccionar ante esta permanente laceración estatal: una diaria ineptitud de gestión que venimos sufriendo desde la independencia. Y en particular la sociedad política pareciera no encontrar las fuerzas y la ambición para revertir la creciente decadencia. A menos que se piense –y sería aún más grave– que las sucesivas administraciones públicas no son otra cosa que el reflejo, en el último medio siglo, de una sociedad declinante con respecto a los valores básicos: la moral, la dedicación al trabajo y al estudio, y el respeto a las instituciones públicas, que son las únicas que vigorizan una sociedad adulta.
Volver a estas nociones de convivencia demandará tiempo y esfuerzo. Será una tarea ciclópea, pero al mismo tiempo imprescindible. Una mirada alentadora debe invitarnos a ser más optimistas: ante la visible declinación de la Argentina en los últimos decenios, una mínima reversión inicial bastaría para insuflarnos un soplo de esperanza en nuestro futuro. Será suficiente abocarnos desde el primer día a resolver unas pocas carencias básicas para percibir la estrella que nos guiará hacia una progresiva recuperación.
Las carencias fundamentales
La falta de respeto por las instituciones, los vergonzosos bolsones de pobreza en el país del trigo y la carne, la inflación galopante en diversos momentos, un proceso educativo en franca declinación y la deshonestidad que nos ha corroído por años y años son algunas de nuestras debilidades. Lejos está de nosotros creer que con anterioridad no existieron penurias. Pero es dable señalar que en los últimos decenios algunos países exitosos han diseñado e implementado políticas encaminadas a resolver esas carencias que antes citamos, que les han significado verdaderos saltos cualitativos. Basta inspirarnos en ellas.
Pertenezco a una generación bien entrada en años que siempre ha mirado a la Argentina con preocupación, diría que hasta con dolor. Los atropellos institucionales de 1930 y 1943 y los acosos posteriores al estado de derecho evidenciaron hacia adentro y hacia fuera nuestra endeblez institucional, lo cual mucho nos ha afectado y a todas luces corresponde fortificar.
Los años 30
En la adolescencia y junto a tantos otros me encolumné a favor de una Argentina más madura y previsible, más confiable en el tiempo y menos descorazonada. Conviví entonces con las preocupadas visiones del país de Ezequiel Martínez Estrada, Leopoldo Marechal, Raúl Scalabrini Ortiz, Eduardo Mallea y Julio Cortázar (en pleno desaliento abandonó la Argentina en 1951), y el propio José Ortega y Gasset hablando de los argentinos y sus desencuentros, en medio de un país influenciado por la crisis de 1929, de las “ollas populares”, castigadas nuestras materias primas de exportación por precios en baja, la falta de trabajo y los pobres golpeando a las puertas de las casas pidiendo un pedazo de pan. Sin embargo, eran años en los que la Argentina poseía alto nivel educativo, voluntad de trabajo, estilo de vida austero, más honestidad y responsabilidad, características en franca disminución en las últimas décadas.
Sin olvidar la progresiva declinación del país, el actual interés internacional por nuestra producción invita al optimismo, siempre y cuando dejemos atrás nuestras carencias y brindemos a propios y extraños alguna evidencia duradera de nuestros propósitos de cambio. El gran salto demandaría un par de años, no más. Sería suficiente acordar con el sector agropecuario una progresiva o total eliminación de las retenciones en proporción a un aumento vigoroso de la producción (existen algunas provincias con infinitas extensiones de tierras sin cultivar); eliminar decenas y decenas de cláusulas que hoy atentan fuertemente contra nuestra competitividad industrial (más allá del crecimiento del sector automotriz); y brindar mayores estímulos al sector de servicios. Estas
y otras medidas a adoptar estimularían el crecimiento de la producción nacional tanto para consumo local como para las exportaciones, que son pieza clave del crecimiento de los países exitosos.
En ese sentido, es necesario contar con un tipo de cambio fluctuante, estable y previsible. A mayor producción, mayores ingresos fiscales, lo cual compensará con creces la no existencia de retenciones. Se demandaría más mano de obra, que sería mejor remunerada y, por ende, se promovería un mayor poder adquisitivo. Si a la vez se hace carne en los inversores un tipo de cambio confiable, el lento pero progresivo regreso de los capitales argentinos que actualmente se encuentran en el exterior, particularmente en estos tiempos de mercados bursátiles mundiales deprimidos, iría compensando progresivamente la salida de capitales a lo largo de las últimas
décadas. La declinación productiva ha sido tan fuerte que un cambio de rumbo no es un objetivo tan difícil de alcanzar.
Dos países, una sola región
Una propuesta entre otras posibles es concretar la integración de la Argentina con Chile, decisión favorable a ambos. De esta manera los dos países tendrían acceso a dos océanos, el Pacífico y el Atlántico, lo cual les facilitaría ampliar notablemente sus exportaciones. Esta posibilidad requeriría la eliminación de las tarifas aduaneras, una coordinación macroeconómica confiable y durable en el tiempo, cruces montañosos libres y de tránsito ágil, un documento único similar al existente en la Unión Europea, cuyo origen fue el acuerdo de Schengen de 1985, que abolió todo control aduanero.
El propuesto túnel argentino-chileno, si bien demandará su tiempo, esuna decisión en la buena dirección. Si a ello se le suma la exportación de productos primarios previamente industrializados por mano de obra especializada, como la producción agropecuaria argentina y el cobre chileno desintegrado, los costos de los fletes y viajes disminuirían.
El arte del buen gobernar
Para implementar estos propósitos y resolver las carencias se necesitan gobernantes confiables, alejados de intereses sectoriales, que posean a su vez firmeza y capacidad de conducción. Gobernar es poseer carácter y a la vez saber delegar, estar dispuesto a escuchar a los que más saben y son transparentes en su actuar. Gobernar es saber trazar las políticas adecuadas; la gestión e implementación eficaz estará en manos de los especialistas que conocen sus oficios y que el gobernante debe saber elegir.
La Argentina cuenta con hombres públicos. Bastará acertar en su elección y hacer respetar las instituciones republicanas, forjadas a lo largo de nuestra historia, si bien el respeto hacia ellas está en retirada. Vivir mejor, sin grandes sobresaltos, pareciera ser un objetivo al alcance de la mano. Para ello, debemos tener una profunda fe y la voluntad de avanzar. Construir la Argentina que soñamos y por la que nos esforzamos a diario no es tarea para pusilánimes. Debemos caminar juntos, en unión y libertad.
2 Readers Commented
Join discussionLamantablemente no saco nada en limpio de toda su retórica, nada sustancial, nada que morder en el caracú del hueso, como diría el Sr. Marechal, a quien Ud. dice haber leído. Su descripción del arte del buen gobernar parece una receta de cocina. ¡Como si a esta política sucia y rastrera la pudieran corregir sus buenas palabras!. Ud. se me figura la imagen de un profesor de educación democrática que está discutiendo las bondades del régimen representativo en las puertas de la Bastilla.
Imagino que por error desapareció mi comentario a este artículo.