Fue un acierto de la directora del museo de Arte Tigre, Diana Saiegh, haber presentado a dos artistas como Alfredo Hlito (1923-1993) y Miguel Ocampo (1922), e incluir un emotivo prólogo de Rodolfo Alonso en el catálogo. Los dos plásticos son muy conocidos y largamente ponderados. Pertenecen a latitudes distantes entre sí. Hlito es argentino, hijo de inmigrantes llegados de Medio Oriente.
Bien se diría que hijo de su propio esfuerzo, de un constante trabajo de adaptación a una nueva cosmovisión, a una nueva circunstancia y a un nuevo mundo de encuentros y elecciones ajeno al de sus padres. Se cultivó con ahínco y esmero triunfando en la plástica como en la literatura. Contó con la ayuda de su mujer y de su suegro, quienes le abrieron el mundo profundo de nuestro pueblo americano.
Conoció Centroamérica y residió en Méjico unos años, donde se conmovió y abrevó en la belleza de la cultura precolombina que luego se reflejó en su obra de manera constante, casi obsesiva. Pinta una y otra vez sus efigies con austeridad simbólica, haciendo una síntesis de lo hiperbólico. En Europa conoció la École de Paris y a los personajes egregios de los años 50. Pero nada ni nadie le hizo torcer su destino. Fue siempre fiel a sí mismo, al dictado de la conciencia que le exigió desechar lo caduco al analizar la historia del arte para quedarse con la percepción que su arcano creativo le dictaba como imperativo categórico.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la pintura ventana, hija de la perspectiva renacentista planteada por Paollo Ucello, descubrió que el Renacimiento había cumplido su ciclo. Hlito, ferviente y lúcido crítico de la historia del arte, sintió la necesidad de dejar en paz aquel tiempo entonces proscripto para asociarse a Maldonado, Bayley, Pratti. Y otros vanguardistas que crearon el arte concreto-invención. Un mundo esencialmente racional de figuras geométricas coloreadas que, pegadas sobre un fondo, se proyectan en juegos de color, formas y sombras. Miguel Ocampo, descendiente de la generación patriarcal argentina, es decir, de los que arribaron con las naos conquistadoras. Conoció un mundo cultural y social diferente al de Hlito, en el que gozó de la égloga pampeana, de la vastedad del cielo y la tierra de infinitos horizontes, disfrutó de la arena y del mar en campos propios que antes pertenecieron al cacique Macedo y que se extendían hasta lo que hoy es el Tuyu. Conoció cielos estrellados con lunas diversas. La cruz del sur y cascos de estancias soñados. Participó de raudas cabalgatas a campo traviesa, convivió con los paisanos, mateó y compartió fogones de jugosos asados, pero también recibió una esmerada educación familiar vitoriana y una vasta cultura que lo convirtió en un medular caballero inglés de nuestra elite nacional. Arquitecto, le fascinó la Bauhaus, que marcó la estructuración de su obra. Diplomático, conoció el mundo más allá de los límites convencionales. Alternó con personas de distintas latitudes.
Manejó el lenguaje diplomático, cargado siempre de supuestos y de sobreentendidos por lo que se dice sin decirlo y se complementa con sonrisas o risas y gestos de mesurada amistad. Pero desde joven necesitó expresarse a través de la plástica y por ese andarivel descubrió que era artista. Supo revelar lo esencial de su mundo y, en gesto de reducción fenomenológica, lo dejó vibrando en sus lienzos. Estética y fuerza plástica conjugan, como en Hlito, el valor de su obra. Pintó su mundo captando el color de las mieses, los vientos que arrebatan el horizonte, el profundo gris de las copiosas lluvias, el color de los rayos que surcan el cielo, la luz del arrebol que despierta a los pájaros y la que deja el sol que se agosta mientras se eleva pálidamente la luna. Todo ese misterio aparece manifestado en su pintura maestra, donde palpitan sus antiguos recuerdos, en un lenguaje de abstracción que no conoce igual. En otros refleja los tiempos de amor; las curvas juegan resumiendo un fino erotismo. Son cuerpos que se sugieren, que a través de veladuras trasmiten sensualidad. En su otoño recuerda en su plástica el tiempo añorado a la manera victoriana de Antoine Watteau o de Dominique Ingres. Toda la obra, a través del refinamiento de sus veladuras y sugerencias, se esconde y aparece develando lo esencial de su visión del mundo (Weltanschau).
Otra vez se conjuga su arte con el de Hlito, que vivió vitalmente otra realidad. Ambos tienen en común el uso de las veladuras que dan transparencia y despiertan la musicalidad que vibra en sus obras. Podría decirse que la musicalidad en Hlito es como en Brahms: un mundo abstracto que respeta estructuras formales, casi siempre rígidas columnas musicales, que se elevan armónicamente como catedrales sonoras. Ritmos como si tensara cuerdas de distintos registros, graves a veces y otras agudas. Nuevamente en Brahms el clasicismo da equilibrio, lo orquestal, denso por momentos,
degrada en bravísimos tríos para retomar la densidad primera. Hlito como Brahms usa construcciones y fondos en un Tutti. Ambos llegan epifánicamente a su genuina verdad.
Dice Hlito: “No tengo otra expectativa que la de hacer creíble con los medios de la pintura las ideas que concibo. Tanto los medios como las ideas forman parte de una tradición heredada. La asimilación y elaboración caprichosa de esta herencia son tal vez lo único que me pertenece”. Su modestia queda reflejada en su prosa como en su pintura. Similar sentimiento define a Ocampo. En Ocampo el tratamiento de timbres está dispuesto en la orquesta, donde aparecen melodías y riquezas sonoras, sorpresas, golpes y silencios como en Ravel (Alborada del gracioso).
La melodía se repite sumando distintos instrumentos. Ocampo tiene una paleta tímbrica, como el compositor francés. Todo claro, perfección temática. Juegan en los timbres las características de los instrumentos que dan movimientos brumosos. Como en la pavana, todo va y viene, busca sonoridades y colores. Suplanta las notas por redobles, oboes, clarinete y trompeta. A veces parece Debussy, no hay desarrollo temático. Por eso ciertos cuadros eglógicos de Ocampo son descripciones de un impresionismo abstracto. Se trata de motivos que se repiten porque son partes de la estructura o de la forma, el simbolismo parece adentrarse en el cuadro. Otras veces recuerda a Mussorgsky porque Ravel trasladó al piano su obra Cuadros de una exposición. La melodía se repite en distintos instrumentos. Ocampo nos remite en su paleta a las mismas variaciones.
El observador de los dos autores recibe la belleza plástica de las obras y la sonoridad musical que encerraron en ellas. George Steiner sostiene que en toda obra artística la comunicación del arcano es recibida por el observador como el mensaje místico que une a ambos poseedores del soplo divino. El arte se manifiesta como epifanía en el espacio sagrado del acto de creación artística.
Efigies en equilibrio, de Alfredo Hlito El principio del sueño, de Miguel Ocampo El autor es psiquiatra y crítico de arte, miembro de las Sociedades Argentina e Internacional de críticos de arte.
3 Readers Commented
Join discussionExcelente artículo.
No obstante, deseo hacer un par de acotaciones. El autor hace referencia a la palabra de origen alemán que esxpresa el concepto «concepción del muno y de la vida o cosmovisión) diciendo «Weltanschau». Supongo que se trata de una errata tipográfica, el término correcto es «Weltanschaung» que es un calco de la palabra original alemana «Weltanschauung» (Welt =mundo y anschauung=visión). El segundo comentario se refiere a la frase «Otras veces recuerda a Mussorgsky porque Ravel trasladó al piano su obra Cuadros de una exposición.». Hasta donde yo conozco, Ravel hizo lo contrario, orquestó (y magníficamente) la obra original para piano de Mussorgsky.
Le agradezco muchísimo al señor Juan Manuel Boggio Videla su calificación de excelente al artículo, como también las observaciones sobre las dos erratas y le aclaro que concuerdo con él en ambos casos. Le comento que el artículo fue transcripto telefónicamente por mí ya que no manejo la computación y lamentablemente ocurrieron estos errores.
Estimado Dr. Neuman, no veo otro medio de hacerle llegar una consulta, con lejana esperanza de éxito. Estoy buscando información sobre el artículo ‘El Decálogo Nazi» de Alberto Gerchunoff. Me interesa porque tengo la impresión que ese articulo produjo con el tiempo la creencia en un tal decálogo oficial de aquel regimen, específicamente en el ámbito de la propaganda. Gracias.