Selección y prólogo de Jorge Monteleone, Buenos Aires, Alfaguara, 2010, 970 páginas.

Se sabe: el de las antologías es un terreno propicio para la polémica. Una que ostente el nombre de 200 años de poesía argentina no podrá dejar de suscitar simpatías y diferencias entre sus lectores. Jorge Monteleone lo sabe, pero descarta las consabidas referencias a la arbitrariedad de toda selección. Prefiere definir su antología como un “acto crítico”, una verdadera intervención en el campo cultural. El bicentenario ha propiciado numerosas ediciones que revisan la historia política, social y económica de  nuestra patria. Este libro quiere hacer lo mismo con la poética. Examinar estos dos siglos es proponer una lectura de la poesía argentina: construir tradiciones, trazar linajes, redefinir el canon. En cuanto a los criterios de edición, 200 años de poesía argentina busca favorecer, entendemos, una lectura hedónica. El aparato crítico está restringido al mínimo: las biografías son más bien sintéticas, el texto carece de notas y los poetas no están agrupados de acuerdo a ningún criterio regional o estético, sino ordenados por fechas de nacimiento. Se omiten datos básicos, como el origen bibliográfico y la datación de los poemas seleccionados. En esto vemos una de las apuestas más interesantes de esta edición: propiciar el contacto directo con los versos. Probablemente el lector medio encontrará nombres que no le resultarán familiares.

Esta antología no los incluye en movimientos ni busca realzar sus méritos en biografías o notas laudatorias. La propuesta es encontrarse cara a cara con el poeta, que debe conmover sin ayuda del antólogo.

El interesante prólogo de Monteleone apunta en la misma dirección. No presenta un estudio erudito sino una serie de propuestas de lectura. Diversos recorridos, recortes, comparaciones y asociaciones entre autores que son modos de leer el libro (y, por lo tanto, modos de leer la poesía argentina). Así, es posible una lectura “política”, centrada en las formas en que se han ido articulando poesía, historia y sociedad, desde el siglo XIX, marcado por la guerra de la independencia y los enfrentamientos entre unitarios y

federales, hasta los textos que intentan poner en palabras el horror de la última dictadura militar (“Cadáveres”, de Nestor Perlongher se considera, con justa razón, como “el gran poema de la época”). Otra opción consiste en detenerse en la “antología de la(s) mujer(es)”, compuesta por unas 50 autoras seleccionadas, que configuran y reconfiguran el imaginario femenino desde los distintos vínculos que establecen con la palabra, el silencio, el cuerpo, el deseo y la sexualidad.

Otro recorrido es el de los espacios, paisajes y lugares, lo que podríamos llamar con José Isaacson las “geografías líricas” de nuestra poesía: el “desierto” de Echeverría, espacio fundacional de nuestras letras; el río de Juanele Ortiz, Mastronardi y Barbieri; los diversos paisajes del interior en Castilla, Pedroni o Yupanqui; y, por supuesto, Buenos Aires, uno de los objetos privilegiados de nuestra literatura. La ciudad de los arrabales en Carriego y Borges, la de los cafés en Baldomero Fernández Moreno y Discépolo, la del puerto en Blomberg y Tuñón, y un larguísimo etcétera que no excluye el “Odio a Buenos Aires” de Kamenszain. El libro permite también trazar una “historia del yo”, recorriendo las distintas posiciones que han adoptado los sujetos líricos: intimistas, declamatorios, perseguidos, enamorados, exiliados, comprometidos, místicos, locos: el espectro es muy amplio y las variaciones pueden encontrarse incluso

dentro de un mismo autor. Por último, Monteleone propone leer las “artes poéticas” explícitas e implícitas, aquellos textos autorreflexivos o que toman a la poesía como objeto. A estos acercamientos cabría agregar el que proponen los poetas a través de sus obras, insertándose en tradiciones previas, deformándolas, rechazándolas, “creando” a sus pro- pios precursores. Pensemos en Saer y Lamborghini jugando con la poesía gauchesca, en Borges reinventando a Carriego o en Cortázar reescribiendo el tango. Desde luego, todos estos caminos no son más que sugerencias que no agotan los modos de abordar la voluminosa antología.

Unas últimas palabras con respecto a la selección de autores y textos. En el siglo XIX no encontramos demasiadas sorpresas. Al menos en cuanto a los nombres elegidos, Monteleone no se aleja de los antologuistas que lo precedieron. Los puntos fuertes de este libro están sin dudas en lo que respecta al siglo XX y lo que va del XXI. Allí no sólo se perciben algunas operaciones críticas más osadas (sorprende, por ejemplo, la ausencia prácticamente total de poemas y poetas ultraístas) sino que, junto a los autores

consagrados, aparece una importante cantidad de poetas de ya larga trayectoria pero que no tenían hasta ahora sitio en los panoramas globales de la poesía argentina. En este sentido lamentamos la deliberada exclusión de la mayoría de los protagonistas de lo que se suele llamar “poesía de los noventa”.

Si bien Monteleone justifica su ausencia señalando que existen suficientes antologías dedicadas con exclusividad a estos autores, la inclusión hubiera permitido reflexionar acerca de su lugar en nuestra literatura desde una visión de conjunto. Más allá de las afinidades y rechazos que provoque esta selección, la publicación nos parece un gesto oportuno. Su aparición propone una lectura de nuestro canon, abriendo un necesario espacio de discusión y reflexión acerca de los modos en que la poesía ha contribuido a constituir nuestro imaginario nacional. Además, como ha señalado Harold Bloom, los poetas no crean desde la nada sino desde “lecturas desviadas” de los grandes autores que los precedieron. Quizás la relectura del pasado que propone este libro contribuya a suscitar la creatividad de los poetas del futuro.

1 Readers Commented

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  1. Martin Sosa Cameron on 19 mayo, 2012

    Esta antología está incompleta, figuran varios autores menores, y no algunos mayores. Señalemos que en España, a Borges se le preguntó: “¿Los autores importantes de Argentina sólo están en Buenos Aires?”, a lo que él respondió: “No todos; por ejemplo, en Córdoba, vive el gran poeta …”, y recitó un poema de este autor; ¿a quién se refería? A Emilio Sosa López, y de él no hay nada en este libro, hecho más con intención política que con sabiduría poética… es la censura del silencio… Es una total bajeza…

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