El Centro Checo, o Ceské Centrum, de la Argentina, tiene una serie documental fuera de lo común. Su propio autor, el historiador Lukás Pribyl, la mostró en agosto en el Centro Cultural Rojas y la Casa Polaca, y es un material tan interesante, que vale la pena destacarlo. ¿De qué trata? En apariencia, de algo ya visto: el Holocausto contado por sus sobrevivientes. Pero hay algo distinto, y de eso hablamos con Pribyl.

 

director– Su serie de cuatro films “Transportes olvidados” es una sorprendente mezcla de espanto, romance, aventuras, acción y picardía. Nunca vimos eso en ningún otro film del mismo tema. ¿Cómo lo logró?

– Por eso quise hacerla. En los sobrevivientes que conocí desde niño nunca vi lágrimas, sino humor, optimismo. De los 40.000 judíos checos, eslovacos y moravos que fueron llevados a los campos, sobrevivieron 270. Digamos la verdad, sobrevivieron de pura suerte. Pero hace unos diez años encontré sus direcciones, y todos seguían con vida, diseminados por el mundo. Logré hablar con cada uno de ellos, y todos eran gente de buen humor.

 

– ¿Con todo lo que les pasó?

– Por eso seguían vivos. Ellos habían visto cosas horribles, habían sufrido la muerte de sus padres y demás familiares, pero entonces siguieron adelante, y después de la guerra también siguieron adelante. Quienes se quedaron llorando por los rincones, murieron. Pero además, yo lo comprobé, si nunca vi lágrimas es porque nunca contaron lo que les había pasado. Recién frente a la cámara (y en algunos casos me llevó años lograrlo) lo hicieron por primera vez. Y a quien lo cuenta por primera vez, le cuesta tanto romper la barrera que casi nunca alcanza a llorar. En cambio, quien lo contó varias veces ya tiene el relato armado, y le da pena su propia historia. Además el testigo es como un espejo. Si ve que usted se pone triste, adopta una postura triste, trágica. Por eso lo mejor es poner una cara neutral. E insisto, llorar es de gente que repite mucho la historia. Aparte el olvido fue una ventaja.

 

¿Cómo es eso?

– Los míos estuvieron en campos pequeños, en ghettos de pueblo. No por ello eran menos terribles, al contrario. En algunos casos apenas quedó vivo uno solo. Entonces, como no tuvieron con quién recordar sus experiencias, se les olvidó mucho, pero lo que recordaban era genuino. En cambio los de Auschwitz, por ejemplo, inconscientemente integraron a su memoria los conocimientos de posguerra. Para otro trabajo les pregunté a los que llegaron en 1942 cómo bajaron del tren y dijeron: “por una rampa”. No había rampa. La que muestran los documentales se hizo en 1944, y ellos la incorporaron a su recuerdo. Otros evocaban: “cuando llegamos, estaba Mengele seleccionando la gente”. Pero había una decena de nazis seleccionando gente, y ninguno se les acercó para darles la mano y decirles: “Mucho gusto, soy Mengele, tenga la bondad de ponerse en esa fila”. Ni siquiera sabían su nombre, ése es un conocimiento de posguerra, lo toman como símbolo, pero no sé si lo vieron ese día (eso de “tenga la bondad” lo decía, cínicamente, el jefe de otro campo). Otro tema. Me molesta mucho ver films de la guerra con judíos de ropa ortodoxa en Praga. Entonces había un solo ortodoxo en toda Praga. Buena parte estaba tan integrada que muchos ni siquiera sabían rezar, habían dejado las tradiciones y algunos ni siquiera circuncidaban a sus hijos.

 

– ¿Como el que aparece en el capítulo “A Polonia”, que estuvo tres veces en la misma cárcel con identidades diferentes y siempre se salvaba por no estar circuncidado? Esa historia realmente da para una comedia de aventuras, sobre todo por el modo en que él mismo la cuenta.

– Me interesó mucho entremezclar con el horror ese tipo de historias, cómo la gente puede sobrevivir en situaciones extremas. Un condenado a la horca se salvó porque estaba tan piojoso que ningún alemán  quería acercarse, otro se convirtió en héroe sólo por rescatar sus botas a los tiros (era pleno invierno), una mujer se mantuvo porque al comandante le gustaba el modo en que cocinaba el pollo (lo hacía igual que la madre del jerarca), unas chicas adolescentes medio estúpidas se salvaron formando una especie de burbuja, tentadas de risa en medio de un castigo, o cambiando de fila delante de los propios SS, como si tal cosa. También estaban los que hacían túneles no hacia la salida sino hasta el pabellón de las mujeres, y allí bailaban con discos de Zarah Leander, una cantante amada por los nazis pero también por los judíos checos y alemanes, ya que los envolvía la misma cultura de moda. La vida encuentra su sitio en los lugares más imposibles.

 

– ¿Y usted cómo encontró las imágenes que acompañan sus relatos?

– Me llevó años encontrar algunas, como la foto de Inge, una jovencita que con su belleza y determinación amansó al comandante de un campo, quitándole la costumbre de tratar a la gente a latigazos. Del relato de las chicas que ayudaban a los buzos a limpiar el puerto de Lublin, busqué los nombres de todos los buzos alemanes que estuvieron allí, y visité a sus familias hasta encontrar las fotos donde estaban con ellas. Otras las saqué como a escondidas de la KGB, y muchas las conseguí en Polonia a cambio de vodka que llevaba en mi auto. Bebíamos, y cuando el dueño de casa estaba borracho sacaba el álbum de fotos de la esposa y me regalaba una foto de ella con algún novio antiguo, generalmente ucraniano, y unos cuantos judíos alrededor. Porque quienes sabían sacar fotos eran los presos judíos. Y aprovechaban para sacarse fotos grupales. Salen sonriendo, por lo general la gente siempre sonríe cuando le toman una foto.

 

– Ahora sonríe el público, y se emociona.

– Pasan cosas raras. En una escuela secundaria una chica me dijo que mis películas eran como La guerra de los mundos: gente metida en un Apocalipsis sin saber porqué, y debe luchar por sí misma y por su  familia, hasta que un día el mal desaparece, queda el paisaje desierto, y hay que empezar de nuevo. El mal siempre es muy difícil de definir, venga del espacio o de la misma tierra que uno. En otra escuela, las estudiantes se pusieron a discutir sobre el cambio de costumbres, cuando supieron que entonces fusilaban a las chicas que quedaban embarazadas.

 

– Claro, ahora no les pega ni el padre. Última pregunta: ¿cómo logró hacer estas cuatro películas?

– No soy del cine, soy historiador. Fui a los centros de financiación, y expliqué que nunca había tomado una cámara pero quería hacer una serie de cuatro películas. ¿Sobre qué tema? El Holocausto. ¡Se me reían en la cara! Pero conseguí la plata, logré hacerlas. A Bielorrusia, sobre el modo en que los habitantes de ghettos trataban de mantener las costumbres pese a todo, y los chicos iban a la escuela aunque el camino estuviera sembrado de vecinos muertos. A Letonia, donde sobrevivieron sólo 22 hombres, pero

con las armas en la mano, pasándose a la guerrilla. Es gracioso cuando uno cuenta que los alemanes los obligaban a cantar mientras trabajaban, y ellos entonces cantaban una marcha de los partisanos, que los otros festejaban sin entender la letra. O cuando estaban robando armas para escapar, los sorprende un soldado alemán, y en vez de fusilarlos ahí mismo los abraza. “Hace rato que espero este momento, soy un alemán comunista”. Luego, A Polonia, sobre la forma en que muchos disimularon su identidad, como ése que escapó a Hungría haciéndose el sordomudo, y los propios soldados nazis lo ayudaron a cruzar la frontera. Y la última, A Estonia, con la historia de las jovencitas que transitaron varias prisiones siempre en su burbuja, y terminaron recuperándose en Suecia, cada una al cuidado de una familia. Nunca habían creído lo que otras mujeres les contaban sobre las cámaras de gas. Ellas ingenuamente esperaban reencontrarse con sus padres después de la guerra. Hasta que un cura tuvo que darles a entender lo que varios soldados le habían confesado, presas de espanto y remordimiento. Esta película recibió todos los premios posibles que hay en la República Checa. La gente tardó para ir a verla, pero fue un éxito de boca a boca. Hoy la muestro en las escuelas, y las chicas la ven como “una de aventuras”. En parte lo es.

 

3 Readers Commented

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  1. Hernán Pagés on 6 septiembre, 2010

    Sumamente interesante esta nota. Lamentablemente, no me enteré de la exhibición de estas películas. ¿Podrían informarme si existe alguna manera de obtenerlas en formato DVD? O si van a ser exhibidas, indicarme cuándo y dónde. Desde ya, muchas gracias.

  2. Luis A. F. Wetzler JD on 6 septiembre, 2010

    Quizás el autor al referirse al nivel de integración de la sociedad checa, debería haber remarcado que eso se debe a la enorme apertura que existió en toda la monarquía austro húngara, que permitía mantener las raíces culturales propias de cada pueblo, y al mismo tiempo tener una cultura común en todo el imperio. Es lo que hace tan parecidas a Cracovia, Praga, Budapest y Viena sólo tomando en cuenta las mas grandes ciudades. Luego de su coronación como Rey Apostólico de Hugria el Beato Emperador Carlos I de Austria y IV de Hugría y Bohemia va a Pressburg, la hoy Bratislava. Al llegar es esperado por el Gran Rabino entre otras personalidades, y acepta saludar a la comunidad judía de esta ciudad en su sinagoga, más de sesenta años antes que el Papa Juan Pablo II visitara la Gran Sinagoga de Roma. La destrucción de esta monarquía como los errores de los aliados en 1919, llevaron a Europa central en particular a un exacerbamiento de los nacionalismos que antes estaban dormidos. Y empezó el odio racial o contra las minorías étnicas en la antigua monarquía danubiana y no sólo en el Reich Alemán sino en toda Europa. Bolchevismo y Nazismo son hijos dilectos del terror de la revolución francesa, con sus raíces ateas y paganas, su negación de nuestras raíces judeo cristianas. Todo ello condujo a Europa a la eliminación de millones de seres humanos por el totalitarismo rojo o el pardo, mucha veces con el silencio cómplice de las potencias occidentales.

  3. D. Sendrós on 9 septiembre, 2010

    El Centro Checo queda en Junín 1461, cod. 1113, tel: +54 11 4807 3107.
    No sé si la serie ahora está allí o en gira, pero se puede intentar.

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