Gran Bretaña-Irlanda, 2009, Dirección: Oliver Hirschbiegel.
El arrepentimiento y la venganza son las fuerzas que mueven a los personajes de esta sencilla obra maestra, que muchos han criticado pretextando razones curiosas algo discutibles: nivel televisivo, cambios de tono, escaso nivel crítico, superficialidad, supuesto final apresurado falto de clímax y catarsis, etc. La verdad, la película termina donde y cuando debe terminar, simplemente aprieta un par de epílogos cuando ya está todo dicho. Y lo que dice no es nada superficial.
“Para saber quién soy deben conocer al hombre que fui”, dice en tres ocasiones uno de los protagonistas. Primero en off, para introducirnos en la historia. Luego, de cuerpo presente, bien aplomado, como un texto que sabe y repite de memoria. Tanto, que por ahí sobrevuela una sospecha de falso sentimiento. Pero la expresión de su rostro después de decirlo nos sugiere que, realmente, siente de veras lo que dice. Pasa en muchos casos, cuando una persona debe testimoniar algo el resto de su vida y se arma un discurso que sabe concreto, convincente, y capaz de resguardarlo de conversaciones dispersas o emociones difíciles de manejar.
“Para saber quién soy deben conocer al hombre que fui”, dice, y cuenta lo que pasaba en Irlanda del Norte cuando su adolescencia, su adhesión a un grupo específico, sus ganas de “recibirse de hombre” matando a un enemigo, y ser aplaudido en el bar por haber matado a un enemigo. Su historia nos introduce en esa época con fragmentos de noticieros, y reproduce la acción clave. Y la mirada del chico que lo mira paralizado en ese momento. El hermanito de la víctima.
En la cárcel, el adolescente ha podido madurar. Ahora participa en programas para ayudar a la gente a vivir con el recuerdo de alguna experiencia violenta. Viaja por el mundo, es un tipo centrado, tiene cierto prestigio. Y es también un solitario que vive con el recuerdo de aquella mirada. Ahora, un programa televisivo dedicado a la verdad y reconciliación va a juntarlos. Pero él conoce a la gente, y prevé que aquel chico, devenido un hombre grande y amargado, no llegará dispuesto a escuchar un pedido de perdón, ni a perdonar. Sus cinco minutos de gloria serán los de la venganza.
Buena parte de la película se centra en este otro personaje. En sus nervios, su odio, sus peores recuerdos de infancia, su perplejidad cuando empieza a saber realmente algo de aquel que tanto tiempo fue para él sólo el asesino de su hermano. Crece la tensión, pero el programa televisivo no lo es todo. La trama sigue en escenarios más reales que la tele, sin más intermediarios que la posibilidad de reflexionar, o de soportar la descarga. Y la tensión vuelve a crecer. Al asesino le enseñaron cómo matar. No, el drama familiar que viene después. También le dijeron que el tiempo lo cura todo, “pero sólo hace más pesados los años. ¿Por qué no te cuentan eso?”. Él cuenta su experiencia dentro de un grupo extremista, y la aplica al presente. “Los niños necesitan que su propia gente les diga ‘no’. Una vez que te unes a un grupo, tu mente se cierra. Tu historia es relevante, no la de los otros. Sólo percibes el dolor de los tuyos, no el de los otros”. Pero el hermano de la víctima todavía debe hacer su propia experiencia, y su propia reflexión. El asunto es que está enceguecido. Hasta aquí nuestro relato. Interesará saber que los intérpretes son Liam Neeson y James Nesbitt, excelentes actores, con personajes de esos que a veces no necesitan hablar para que uno deduzca lo que están pensando, que el director es el alemán Oliver Hirschbiegel, el de La caída, sobre los últimos días de Hitler, y que también aquí la historia se basa en un hecho real.
Fue bueno conocer a Hirschbiegel el año pasado en el Festival de San Sebastián, justo en el País Vasco, donde abundan los conflictos de esta clase. “Irlanda del Norte y el País Vasco son hermosísimos, y parece increíble que haya en ellos tanto odio”, comentó el director durante la presentación de su film. Y explicó algunos detalles. “El comienzo reconstruye un hecho real. Lo demás, es fruto de cuatro años de charlas con cada uno de los sujetos de la historia (un ex miembro del Ulster Volunteers Force, protestante, y el hermano de un joven obrero católico).
Cada uno aprobó cada palabra que ahí se dice, y cuando cada uno vio el film aprobó también su verdad emocional. Pero eso no significa que se hayan reconciliado entre ellos. Lo importante es que cada uno se reconcilió consigo mismo, dejó de alimentar un poco tanto dolor y tanto odio. Y el hermano de la víctima dejó de levantarse cada día con ganas de matar al asesino. Es lo que pudimos hacer”. Y es bastante.
Quedan para el espectador, o para el lector, las reflexiones sobre nuestra propia experiencia y la de tantas familias víctimas de la violencia política de otros tiempos y la violencia común que nos envuelve en estos tiempos.
Nosotros recordamos, con pena y admiración, la historia de un vecino al que vimos crecer, y en un arranque de furia golpeó malamente a un rival en un partido de rugby. Desde la cárcel escribió a los padres del desafortunado rival. Le contestaron bien. Fue a visitarlos, cuando cumplió su pena. Y éstos lo recibieron casi como a un hijo pródigo. Hoy es un buen padre de familia.