En qué medida y de qué forma la religión puede participar de los debates públicos.El tema del matrimonio entre personas del mismo sexo, más allá del debate en torno a si se trata de un derecho o de una aberración, nos ofrece una nueva oportunidad para pensar una cuestión crucial para las religiones: la de las formas que adquieren, o deberían adquirir, sus intervenciones en la esfera pública. Más específicamente, en relación con el catolicismo argentino, podría ser útil para reflexionar sobre los complejos vínculos entre la Iglesia católica, el Estado y la sociedad. Porque lo que hoy se discute en última instancia, aunque tácitamente, es el tipo de laicidad que queremos los argentinos, un tema que sería oportuno plantear de manera explícita y con serenidad.
Pueden pensarse dos polos opuestos en la disputa: de un lado, el que concibe como dado e indiscutible el derecho y el deber de la Iglesia católica de intervenir decisivamente en la definición del marco legal que ha de regir la comunidad nacional; de otro, el que afirma que ese marco debe ser diseñado con independencia de la Iglesia y de los valores religiosos, que no todos los argentinos comparten. En medio de esos dos polos extremos se extiende una amplia gama de posibilidades que sería necesario debatir para definir el tipo de presencia que los argentinos queremos concederle a la religión en nuestros asuntos públicos.
Contra lo que muchos pensaron entre fines del siglo XIX y mediados del XX, la modernidad no ha eliminado la religión, ni siquiera la ha herido gravemente. Tampoco ha desaparecido del espacio público para refugiarse en lo que los liberales decimonónicos llamaban “el santuario de la conciencia”. La persistencia de las religiones en sociedades plurales dibuja un escenario mucho más complicado que el que esa utopía vaticinaba. En la actualidad argentina, las religiones existen y pesan. Sobre todo, por obvios motivos, la católica. Aunque hipotéticamente se lo propusieran, el Estado y la ciudadanía no podrían ignorar la existencia de las religiones y las contribuciones que cotidianamente realizan a la vida colectiva en muy diversos campos. El Estado delega en ellas funciones que en un esquema de laicidad “ideal” debería cumplir por sí mismo. Todo sugiere que las religiones no pueden –ni quieren– prescindir del Estado, ni el Estado de ellas. Además, por varias razones, en general los argentinos confían más en sus referentes religiosos que en su clase política, lo que contribuye a fortalecer a la Iglesia como fuente de legitimidad.
Pero los debates públicos en los que se encuentra involucrada de alguna manera la religión se transforman fácilmente en combates de connotaciones civilizatorias, casi cósmicas. Sucedió en la década de 1880 con la discusión de las llamadas “leyes laicas”, ocurrió durante el conflicto entre Iglesia y peronismo en 1954-1955 y también con el de “laica o libre” de 1958. En buena medida, ello se debe a la manera en que los argentinos concebimos los debates públicos en general. El que se dio sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo, como suele ocurrir en este país, definió dos campos inconciliables entre los cuales no podía sino entablarse una suerte de guerra por la civilización. Unos se proclamaron defensores de la vida y acusaron a sus adversarios de estar por la muerte. De un lado y otro se enarbolaron las más altas banderas: la familia contra la disolución social, la libertad del hombre contra el oscurantismo, la naturaleza contra la aberración… Rápidamente los argentinos transformamos los temas de debate en combates entre el Bien y el Mal. Los instrumentos discursivos son la descalificación del oponente, la absolutización de las propias ideas sobre la base de esencialismos y afirmaciones metafísicas, la negación de la legitimidad de los intereses de parte. Me recuerda aquella fábula de Esopo en que la zorra y la cigüeña se invitaban mutuamente a comer, pero en piezas de vajilla en las que sólo el anfitrión podía hacerlo. Me recuerda también los cómics y las series televisivas de mi infancia: Batman y el Guasón, Control y Kaos, Cipol y Trosh. Si el debate en torno a las retenciones al agro se convirtió en una suerte de batalla intergaláctica, cuánto más debemos esperar que ello ocurra cuando se trata de discutir el lugar de la religión y la laicidad de las instituciones públicas.
En una sociedad plural y democrática, como la que quisiera para mi hijo y para mis nietos cuando lleguen, los intereses de parte fundados en creencias o en meras ventajas materiales deberían ser vistos como legítimos. Defenderlos no tiene por qué ser objeto de descalificación en nombre de utopías unanimistas que se autoproclaman defensoras de la Naturaleza, la Civilización, el Individuo, la Vida, la Sociedad, la Patria o la Familia (todo con mayúsculas).
Es legítimo que los productores rurales reclamen el fin de las retenciones, que los homosexuales que quieren casarse exijan el matrimonio y que los que se oponen a la ley se expresen con libertad. No hay futuro si no es sobre la base de la negociación, que implica ante todo ver en el otro un interlocutor legítimo y digno de ser escuchado.
Por lo que hace a la intervención de las religiones en el espacio público, valdría la pena distinguir, como lo hizo el sociólogo José Casanova en un libro que ya tiene sus años, entre sociedad política y sociedad civil.1 Las religiones pueden contribuir al debate público de multitud de temas con la sola condición de que admitan las reglas del juego, entre las que se cuenta la aceptación de la autonomía y del carácter plural de la sociedad. El problema es cómo intervenir y dónde poner las fichas, si en la sociedad civil o en la sociedad política. Una cosa es movilizarse para manifestar las propias convicciones y otra es hacer lobby para que los gobernantes, que representan a toda la ciudadanía, obren de acuerdo a las aspiraciones y valores religiosos.
La Iglesia Católica argentina, en cambio, está acostumbrada a actuar en el plano de la sociedad política. Es revelador, en este sentido, que haya instituido una “Comisión de seguimiento parlamentario”. La Conferencia Episcopal parece concebirse a sí misma como una suerte de “parlamento moral” con derecho a juzgar acerca de la legitimidad de las decisiones que toma el poder político. Los obispos anteponen la custodia de los que consideran los “verdaderos valores” de la nación a su condición de pastores de una comunidad creyente. Además, confunden a su grey con la sociedad en su conjunto. Estarían en su pleno derecho, por ejemplo, si se dirigiesen a los homosexuales católicos –que son muchos– para que se abstengan de ampararse la ley que les permite el matrimonio. ¿Por qué tratar de modelar el marco jurídico que rige la vida de todos los argentinos de acuerdo con los valores católicos? Uno de los fundamentos de la modernidad es la autonomía del individuo, su libertad para someterse o no a las normas religiosas, que pueden coincidir o no con las que la sociedad se da a sí misma a través de sus representantes. Por otro lado, las preocupaciones de los obispos están más focalizadas en la normatividad de los comportamientos que en otros temas relativos a la fe. La modernidad, que ha desalojado a la religión del lugar fundamental que ocupaba en las sociedades antiguas, suscita permanentemente cuestiones que hacen a la trascendencia y a la vida espiritual.
La vida colectiva también crea grandes problemas que las religiones pueden contribuir a resolver, de la pobreza a las drogas, de la necesidad de generar responsabilidad ciudadana a los ataques a los derechos humanos fundamentales. La transmisión y la defensa de los valores religiosos no tienen por qué desplegarse en el escenario del parlamento, de los partidos o de los ministerios.
Con la actitud que una y otra parte en liza han asumido en el debate sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo se entabló una especie de guerra, a más de ficticia, contraproducente e inútil, entre “religiosos” por un lado y “homosexuales” por otro, con lo que han quedado al desnudo, una vez más, las dificultades de los argentinos para aceptar la legitimidad de otros valores y puntos de vista. Ha quedado en evidencia también nuestra falta de madurez para encarar con serenidad los grandes temas que hacen a nuestra vida democrática y al papel que las religiones pueden y deben jugar en su reconstrucción. Ha quedado claro, por último, que el episcopado está dispuesto a invertir ingentes energías en la tarea de moldear a la sociedad argentina a través de las leyes que la rigen, en lugar de volcarlas en la promoción de los valores cristianos por medio de otros canales.
1. J. Casanova, Public Religions in the Modern World, Chicago: University of Chicago Press, 1994.
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Join discussionDIÁLOGOS CON HOMOSEXUALES, con motivo del llamado matrimonio igualitario
Hay distintos argumentos para demostrar que esa clase de uniones es inviable. Vemos algunos:
1) -El llamado matrimonio entre homosexuales es contra “natura”
-Ellos responden: ¿Qué entiende usted por naturaleza? Los homosexuales tienen por “naturaleza” una inclinación que no debe por qué ser como la de los heterosexuales.
-Nosotros reeplicamos: pero eso no se llama naturaleza, sino una particular inclinación en determinadas personas como la suya. Por naturaleza debemos entender el conjunto de cualidades propias con las que un ser humano viene a la existencia, entre las que se encuentra un instinto de conservación y otro de reproducción. La inclinación homosexual no condice con ninguno de los dos instintos.
-Ellos responden: ustedes están haciendo generalizaciones que no nos alcanzan.
2) –El llamado matrimonio entre homosexuales es dar al término un significado que no posee, dado que matris munium es el oficio de la madre, que supone necesariamente el concurso de un hombre que engendra hijos, al que ella se encuentra unida con ese fin.
-Ellos responden: ese concepto es anacrónico. Ustedes deben admitir que el concepto de matrimonio es evolutivo. No puede estancarse ni en lo que pensaban los romanos, ni en lo que sostienen ustedes que se han quedado en el tiempo y más allá del medioevo.
3) –El llamado matrimonio entre homosexuales no se compadece con la educación que se debe dar a los niños y a los jóvenes
-Ellos responden: lo que necesitan los niños y los jóvenes es amor y nosotros se lo podemos dar igual o mejor que los heterosexuales. ¿O es que es de ellos privativo?
4) –El llamado matrimonio entre homosexuales supone que ser hombre o mujer es lo mismo, mientras que la diferencia sexual es la que fundamente la recíproca atracción y la unión entre ellos.
-Ustedes lo que hacen con esa teoría es discriminarnos y negarnos la igualdad de derechos frente a los heterosexuales. Además eso de “género” es un concepto que ha evolucionado: no es algo con lo que nacemos, sino algo que podemos elegir de acuerdo a nuestras actitudes y aptitudes.
CONCLUSIÓN: Después de argumentar y argumentar, caemos en la cuenta de que los homosexuales son nominalistas y relativistas. Con ellos no se puede hablar ni de naturaleza, ni de igualdad, ni de género, ni de especie, ni de diferencia específica. ¿Qué se puede hacer entonces frente a lo que no es más que una consecuencia de principios que han dado lugar a nueva generación que niega lo objetivo, desprecia lo genérico, y ha privado de sentido a los términos naturaleza, sexo, igualdad, libertad y derecho. Sólo cabe luchar contra esos errores predicando el realismo y los valores objetivos. Y eso no es tarea de un día, será la lucha del cristiano desde que viene a este mundo hasta el último momento de su vida.
ÁNGEL HUGO GUERRIERO
Ciertamente la religión institucionalizada es parte de nuestra vida social y debe contribuir desde el Evangelio a construir el Reino de Dios en la tierra, pero para ser creíble debería renunciar a sus privilegios materiales como los salarios de los obispos o los subsidios a las escuelas y universidades de los sectores sociales urbanos con ingresos medios y altos, correspondiendo al Estado sólo financiar aquellos institutos educativos donde la carencia y la falta de presencia pública así lo justifique. De igual modo debería renunciar a los excepciones en impuestos y en los servicios. Entonces los creyentes contribuirían realmente a solventar la vida de la Iglesia. Recién con una Iglesia que viva según la prédica evangélica, podrá alzar su voz y convertirla en faro para nuestra civilización, hasta entonces es preferible el silencio…..
Hola Roberto
Me pregunto, te pregunto, qué pasaría si no existiera el artículo 2 de la Constitución Nacional. ¿Existiría esa cantidad de «ingentes energías» que enuncias? ¿O quedaría todo librado a la conciencia del ciudadano que profesara el catolicismo? Gracias por el artículo.
Saludos
Una pregunta: ¿se tiene derecho a la homsexualidad? O de otro modo: ¿la homosexualidad puede convertirse en valor y en derecho humano? Pienso que se trata de una desviación. Otra cosa es el respeto o la tolerancia (hasta qué límite) a la homosexualidad.
En estos debates hay más hipocresía que sinceridad porque se tomó el tema para estar en contra de…, se tomó como motivo, no se tomó como «problema» o «cuestión». Esto nos pasa con en todos los temas y es una muestra de la superficialidad cultural del momento.
Me pareció excelente quizá porque comparto totalmente lo que dice.
Ojalá el Cardenal Bergoglio, entre otros, hubiera reflexionado en estos términos antes de lanzarse a una “cruzada” que aportó más intolerancia que verdad. En este sentido fue mucho mas medido el documento de los Obispos patagónicos.
Una sana sociedad «laica» es respetuosa de los pluralismos de todo tipo. Ello implica tanto aceptar en su seno el diálogo y las posturas de todas las filosofías, de todas las formas de vida y de todas las religiones, como también «prescindir» de las mismas, cuando los principios de algunas de ellas atenten contra los derechos civiles establecidos para toda la sociedad.
No está bien que una sociedad civil y «civilizada» responda a «una» religión en particular. La autonomía de un pueblo nos dice que es «la razón» la que marca las reglas y las leyes sociales. Por ello, ningún postulado religioso debe querer imponerse sobre otros, mucho menos sobre leyes civiles que miran al bien «de todos», independientemente de las creencias de cada uno.
En este debate, la Iglesia llevó su postura a los extremos, cometiendo el error, no sólo de pretender absolutizar sus ideas, arrogándose la posesión de «la» verdad sobre el hombre y el mundo, sino que tampoco aceptó la autonomía de las cosas temporales, tal como el Concilio Vaticano II en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes nos invita a respetar.
La intervención de la Iglesia en la definición del marco legal que va a regir una comunidad no implica crear «parlamentos morales» constituidos por una jerarquía eclesiástica masculina que quiere imponer sus principios, sino que sólo podrá darse «desde dentro», a modo de «fermento», por medio de ciudadanos cristianos (¡y no sólo de sacerdotes!) que con su testimonio de vida y compromiso ciudadano generen comunidades respetuosas del otro, y capacitadas para resolver sus problemas y sus diferencias mediante el diálogo y las escucha atenta de las necesidades de las minorías, y de ningún modo dirimiendo las cuestiones mediante esa especie de «combates a vida o muerte entre el Bien y el Mal». Estas posturas son antievangélicas y se ven como poco «serias», incluso por los cristianos más comprometidos. Esperemos que el tiempo permita a nuestra jerarquía eclesiástica reflexionar más calmadamente sobre el tema, y le permita acceder a una posición más bíblica y menos rígida, que facilite una mejor convivencia entre todos, sin olvidar que muchos homosexuales son hermanos nuestros en la fe, y que a veces se habla de ellos sin tener en cuenta este aspecto espiritual.
Saludos cordiales,
Graciela Moranchel
Yo creo que para ser abierto en una sociedad plural primero hay que tener las raíces bien plantadas…de lo contrario corremos el riesgo de las semillas que caen al borde del camino o entre las piedras y no daremos frutos….Por eso después de leer los comentarios aquí expuestos parecería que muchos de mis hermanos confunden cristianismo con sentimentalismo y eso no es así…Sin faltar a la caridad el artículo sobre el matrigay, homomio o como se le quiera llamar, es bastante incoherente pues el autor pide una Sociedad plural para sus hijos,nietos,etc. con un lenguaje muy alambicado,un poquitillo pedante…Piense Sr que sus hijos hay que ver si le van a dar nietos (Dios no lo permita) si optan por ese tipo de unión…a no ser que quieran el famoso millón de libras de la Reina de Inglaterra para el primer hombre que engendre un bebé… Discúlpeme pero pienso en mis criaturas y me acuerdo de un póster de paulinas de los 70s con un niñito y la frase «¿Qué mundo me estás preparando…? Creo que algunos le quieren dejar el mundo de Regreso al Futuro 2 multiplicado por 1000. Seguramente porque creen en utopías perimidas, pero como decía mi abuela, «sólo duele lo que escuece…».Gracias por dejarme opinar en democracia!
pensar que en algún momento Criterio fue una revista Católica. bueno, así estamos, así nos va y estos son los frutos que cosechamos.
Gracias por su sentido liberal de la democracia…no me quedan ya dudas sobre su linea de pensamiento totalmente sectaria y heterodoxa…vuelvan a la Fe de Cristo y salvan sus almas hermanitos!!! Dios y la Virgen de Lujan los iluminen.
Juan Manuel Figueroa Reyes
Felicito a Roberto Di Stéfano por el artículo, que tiene el valor de presentar un tema importante para los argentinos católicos y adhiero a las reflexiones de Victor Bravo y Graciela Moranchel.
Es cierto que la Iglesia católica, o al menos su jerarquía, se piensa y ubica en un lugar que no corresponde de superioridad moral sobre la sociedad civil.
Esto no ayuda en su misión de llevar la palabra de Cristo a los hombres porque es difícil para el común de los mortales diálogar con quienes se colocan en tal posición.
Nuevamente me dirán que quienes hacen esto son personas, no la institución creada por Cristo, pero resulta que estas personas lo hacen desde su investidura y órganos eclesiales, muchas veces sin el más mínimo respeto por las opiniones de sus hermanos en la fé, en especial las de los laicos.
Coincido con el autor de la nota en algunos aspectos, como que la Iglesia desempeña una cierta tutela de las conductas de los gobiernos, de la sociedad, de las personas, que me parece excesiva y no corresponde. También en que se desató una especie de guerra pero aclaremos que de ambos lados.
No obstante, me parece que su análisis en esta nota apunta a desarticular todo lo que no corresponde en o de parte de la Iglesia. Pero no veo el mismo empeño en analizar las posturas de quienes avalan el matrimonio igualitario.
Yo no hablaría de absolutización de las ideas sobre la base de esencialismos y afirmaciones metafísicas, como hace el autor de la nota. No necesariamente hay que absolutizar las ideas para establecer ciertos fundamentos por ejemplo de las leyes, teniendo en cuenta la naturaleza humana.
En el caso del matrimonio igualitario seguí el debate y escuché a un legislador argumentar a favor porque su hijo era gay. ¿Qué tan consistente le parece ese argumento?
Además, las palabras significan algo que tiene un fundamento real. En el caso del matrimonio igualitario el fundamento es la capacidad para alcanzar una unión, con determinados fines, que las personas homosexuales no pueden lograr. ¿Esa unión entre personas homosexuales es un matrimonio? ¿Reconoce el autor al hombre como persona humana? En fin, hay muchas respuestas que dar, que se dejan de lado. En este momento que escribo, se ha dado el caso de la sra. Florencia de la V., que ha tenido dos lindos bebés, por las técnicas de reproducción que son de público conocimiento. El autor, que rechaza las argumentaciones esencialistas y las razones metafísicas, que en casos pudieran ser excesivas, ¿qué fundamentación da a estas conductas? No digo en términos de bien y mal morales; sino solamente racionales, de modo que nos podamos entender en una sociedad pluricultural.
Personalmente no ignoro la necesidad de legislar para asegurar ciertos derechos a las personas, que, siendo del mismo sexo, de hecho conviven como pareja, en lo atinente a la seguridad social, sistema previsional, herencias, etc. Todo lo cual es función del Estado. ¿No estaría más cerca de la realidad haber designado a esas formas de convivencia con el nombre de uniones civiles?
Me parece correcto que no impongamos a todos las normas propias de una confesión religiosa. Pero los bautizados en la Iglesia Católica deberían entender que no pueden pretender el reconocimiento de esas uniones en el interior de la comunidad eclesial. Sabemos de sacerdotes que se han empeñado en la defensa de las mismas. E incluso dicen haberlas bendecido.
Personalmente pienso que la Iglesia debería invertir más energías en procurar que los bautizados vivan de acuerdo al evangelio. Pero sin llegar a la beligerancia de lo actuado en el tema del matrimonio igualitario, ¿por qué negarle el derecho a pronunciarses sobre el mismo, no digo a imponer valores que le son propios, sino a anunciar los valores cristianos para todo el que quiera escuchar? ¿O es que el pluralismo cultural significa espacios para todos, menos para los cristianos? ¿Y a tal punto que no se pueda hablar en espacios públicos?
Personalmente pienso que desde la parte católica se debe aprender a considerarse parte de la sociedad. Y sin aspiraciones de conformar todo a su medida. Pero me parece exagerada la expresión del autor con relación a utopías manifiestas que se autoproclaman defensoras de la Naturaleza, … la Vida…la Patria, la familia…etc. Trato de abreviar la frase que le pertenece. ¿Todo esto ya nada significa? ¿A tal precariedad hemos llegado? ¿No habrá siquiera un mínimo de coincidencias? Una conocida filósofa española, Adela Cortina, habla de una ética de mínimos, que todos nos comprometamos a respetar, pero también sobre los cuales todos hayamos sido escuchados. ¿Tampoco nos permitiremos los mínimos? Sería interesante que, además de desarticular lo que está, que posiblemente requiere algunos cambios, el autor nos hiciera conocer sus propuestas. ¿O por ser historiador el rol que le propongo no le corresponde? Lo propongo para que tengamos siquiera algún punto de apoyo sobre el cual hacer pie. De lo contrario, no sólo nosotros, sino las generaciones que nos sucedan, hijos, nietos, etc. no tendrán en qué hacerlo. Gracias. Atte.
Prof. María Teresa Rearte
Una observación. No me parece que hubiera necesidad de esa enumeración Naturaleza, Civilización, Individuo, Vida, Sociedad, Patria, Familia, así con mayúscula como lo resalta el autor. ¿No le parece un poco exagerado?
Prof. María Teresa Rearte
¿De verdad piensa el autor que la defensa del matrimonio heterosexual se corresponde sólo con la defensa de los valores religiosos? Conozco personas sin ninguna creencia religiosa que se oponían al matrimonio homosexual. Y exponían sus razones.
Coincido en que no hay que transformar el tratamiento de estas cuestiones en una «guerra». Pero también quisiera decir que no todo lo que parece virtud es tal. Y algunos laicos tendrían que entender que no pueden ser tan dependientes y pasivos, con respecto a lo que dicen, y en casos indican, los sacerdotes, como se dio con motivo del año electoral. Algunos reivindicaron su derecho a elegir con libertad, frente a una homilía en la que se señaló a quien votar y a quien no. Pero no faltó quien adhiriera a lo indicado por el sacerdote, argumentando que la fe se expresa en las urnas, como si hubiera un partido oficialmente cristiano. O lo argumentado en la homilía fueran las únicas razones a tener en cuenta.
No obstante, también quiero expresar, que sin recurrir a la línea argumentativa del Sr. Roberto Di Stéfano, con quien coincido en algunos puntos y en otros no, a veces en el mismo Magisterio de la Iglesia, sobre todo en los documentos del Concilio Vaticano II, pero no sólo en ellos, también en algunas encíclicas, uno encuentra fundamentos para actuar con más independencia. E incluso distinguiendo los distintos ámbitos de poder y acción. Pero sucede que a veces algunos aportes de esos documentos no han sido lo suficientemente estudiados. O están muy silenciados. Lo afirmo a partir de mi propia experiencia, en la que he disentido más que con «la Iglesia» con algunos hombres de la Iglesia, y públicamente a través de notas periodísticas, sin salirme para nada de la fe. Y por cierto que hacerlo desde una revista, aunque sean notas firmadas, es distinto a hacerlo en soledad, como ha sido mi experiencia. Gracias.
Prof. María Teresa Rearte
¿Realiza la ley del matrimonio igualitario la razón de ley? ¿Con qué definición o paradigma se maneja esta formulación legal? El autor dice que si hipotéticamente hubiera sido consultado por los legisladores, le hubiera sugerido otras formas de encontrar un reconocimiento legal para estas uniones. Pienso que en eso está el núcleo de la cuestión. En que se haya reconocido como matrimonio lo que no es tal. Si se quería reconocer lo diferente, hubiera habido que legislar en consecuencia.
¿Sigue siendo el bien común la preocupación y responsabilidad de la comunidad jurídicamente organizada? ¿O esto también cambió? Porque alguna responsabilidad tienen los poderes del Estado con relación a las personas. Por ejemplo los niños. Volviendo al caso de la sra. Florencia de la V., dicho con el mayor respeto y sin ánimo de herir a nadie. Pero hay que tener valor para plantear las conscuencias con claridad. No me voy a referir al matrimonio igualitario de ambos contrayentes. Pero sí a los niños, que tal como se dio a conocer públicamente, han sido concebidos con aportación masculina por parte de ella, por lo cual sería biológicamente el padre de esos bebés. Pero ella tiene una orientación sexual culturalmente elegida que es la femenina. En tal caso, ella sería la madre desde la perspectiva cultural. ¿Cómo se define esto para los niños, que supongo alguna vez, cuando crezcan, se enterarán? ¿No tiene el Estado alguna responsabilidad en el sentido de trazar perfiles claros en orden a la estructuración de la personalidad de esos niños?
Poniendo otro caso de actualidad para la fecha en la que estoy escribiendo este comentario, algunas universidades nacionales, o facultades en algunos casos, están reconociendo la identidad de género, después de que por lo menos en el caso que tomó estado público donde vivo, una persona inició estudios en otra facultad y se vio o se vivió como segregada. Hizo cambio de facultad y en la nueva elección se le reconoce y está en trámite legal el reconocimiento de su identidad de género. Es todo un gesto de buena disposición de las autoridades, incluso de los consejeros estudiantiles que promovieron el trámite. Pero la situación es diferente. Es una decisión individual, que no involucra a otras personas, y no tiene consecuencias para nadie. Excepto que se sienta bien la persona involucrada. Pregunto: ¿no tendrían que haber tenido más criterio los legisladores para evaluar lo que quedaba expresado por la ley? ¿No tendrían que haber tenido más mesura los defensores de esta constucción legal? ¿No tienen derecho a ser respetados quienes no están de acuerdo con el matrimonio igualitario? Porque la realidad es que parece un pecado, o peor un delito, o síntoma de confusión, ignorancia, etc. etc, sostener que el matrimonio igualitario no es realmente matrimonio. Y resultar descalificado incluso por personas que dicen ser católicas. ¿No reconoce alguna responsabilidad la revista -lo manifiesto con todo respeto- en la adopción de estas actitudes por parte de personas católicas con poca y en caso la debida formación, pero que por querer aferrarse a lo nuevo, al «progresismo», adhieren a esta posición? Porque quiérase o no las personas no piensan tanto en la independencia intelectual, cuanto en que es una revista católica de prestigio la que está no sólo tratando, sino convalidando el tema. ¿O se trata de un riesgo que hay que correr en tributo a la libertad de pensamiento? Comprendo muy bien lo de la pluralidad de miradas, que personalmente las considero necesarias. E incluso pienso que los límites de la Iglesia no coinciden con los de la sociedad, que debe reconocerse como parte de ésta.
Pero vuelvo al comienzo: hay demasiado fervor para desarticular lo que en la Iglesia parece equivocado. ¿Lo hay también para dejar en claro por qué no se comparte lo del matrimonio igualitario, porque eso es me parece la posición del Sr.Roberto Di Stéfano? Y lo digo sin animosidad, porque es saludable pensar. Y porque pienso que la sociedad debe ser inclusiva. Pero debe quedar claro cómo es esa inclusión. Y serlo también para quienes no avalamos el matrimonio igualitario, es decir, no estamos de acuerdo con el status legal que se le ha conferido. Y estamos, como es mi caso, muy molestos con la actitud de los legisladores, que nada dijeron que nos permitiera inferir que iban a tratar una ley de esta naturaleza. Otro tanto va a pasar con los proyectos de interrupción voluntaria del embarazo, aborto directo para ser más clara, que están en el Congreso. Y sobre lo cual muy pocos se han pronunciado antes de las elecciones. Si bien, como ha sido mi caso, fundamentándome en razones científicas, y en que la evidencia científica es contundente acerca de que se trata de vida humana, he planteado el tema por un medio periodístico. Y expresé la necesidad de que los candidatos a legisladores se pronunciaran al respecto. Ni uno sólo lo hizo donde vivo..
Este espacio es saludable para todo el que quiera expresarse, sin descalificar a quien piensa diferente, sea cual fuere su posición. (*) Gracias., Respetuosamente.
(*) Aclaro que por imposibilidad práctica, o de hecho, no pude expresarme en su momento, por lo que mis comentarios resultan extemporáneos. Pero lo mismo me interesa hacerlo.
Prof.María Teresa Rearte