por Eduardo María Taussig. Ágape libros, 2009, 159 págs.

El 25 de mayo de 2007 el Gobierno Nacional trasladó la celebración del Te Deum a la ciudad de Mendoza. Dejemos de lado las motivaciones por las que desde 2005 la Catedral de Buenos Aires pasó al ostracismo. En la Basílica de San Francisco de Asís, por ausencia del arzobispo presidió la celebración quien desde 2004 es el obispo de San Rafael, autor de esta obra. Era año electoral y allí estaban, sin que pudiera imaginarse lo que ocurriría un año después, el entonces presidente Néstor Kirchner, la futura

presidenta Cristina F. de Kirchner y el gobernador de Mendoza, luego vicepresidente, Julio César Cobos, seguramente el factor decisivo de la elección de esa ciudad. Monseñor Taussig preparó con profundidad su homilía a partir del sentido e historia del Himno Ambrosiano, el Te Deum.

Tal es el eje del libro de cuidada edición. En efecto, muchas personas se preguntan: ¿qué es un Te Deum?, ¿qué significan esas dos palabras latinas a veces convertidas en una, Tedeum, como sinónimo de un acto religioso? A doble columna, los textos latino y español del Himno, que “hunde sus raíces en una añeja tradición de la Iglesia” acercan al lector, y ojalá que a todo el Pueblo de Dios, a este canto de alabanza trinitario, que la liturgia elige para la solemne acción de gracias; por ejemplo en Roma el Santo

Padre se une a este canto con el final de cada año civil.

Tras profundizar en el sentido de la oración, monseñor Taussig la entronca con nuestra historia: los Te Deum que rubricaron la derrota del invasor inglés y, el del 30 de mayo de 1810, que tuvo como orador a Diego Estanislao de Zavaleta, con el Obispo Lué y la Primera Junta en sus respectivas sedes episcopal y civil. Créase o no.

Siguieron momentos tan trascendentes como la instalación de los Congresos de Tucumán (1816) y Santa Fe (1852), el que dio origen al admirable Sermón de la Constitución, y el que, en la Catedral de Buenos Aires, ante el presidente Figueroa Alcorta, la infanta Isabel y el presidente chileno Montt, realzó el primer Centenario.

Hasta nuestros días, con pocas excepciones, el Te Deum ha jalonado las fiestas patrias desde la capital de la República a ciudades y pueblos del país. Esta homilía es enriquecedora en todo sentido, y nos pone en contacto, podría decirse, con la mejor tradición de su género, que tiene por cierto ilustres precedentes. Siguen otras predicaciones retomando en la ciudad rafaelina de 25 de Mayo o en la Catedral de diócesis, la temática de la primera para fiestas patrias (y la idea misma de patria, para lo que se vale de una de las cartas de Vincent van Gogh a su hermano Théo) así como las que se originan en acontecimientos locales en los que autoridades y pueblo han querido dar un sentido religioso además del de fiesta cívica, a contrario de las tendencias de un laicismo agresivo que quisiera relegar a Dios del espacio público, como bien señala el obispo. Entre las homilías, además de la de mayo de 2007, se destaca la titulada “La plaza, la fe y el compromiso ciudadano”, para la inauguración de la remodelada plaza San Martín de la ciudad de San Rafael.

Como el Arcángel fue quien guió a Tobías, es desde un pasaje de dicho libro de la Biblia que el obispo parte en su predicación, que apunta a asumir las responsabilidades políticas y ciudadanas y lo entronca con textos del Apocalipsis y del Evangelio. Allí relaciona con singular justeza al concepto de plaza como lugar de reunión de la comunidad, en la que debe brillar luz, la artificial y la sobrenatural. Y cuando de la Fiesta de la Vendimia se trata, los racimos y el agua son inmejorables imágenes de la comunión de la Iglesia. Con razón el cardenal Bergoglio en su prólogo felicita a monseñor Taussig, un prelado proveniente del clero porteño, “por adentrarnos en el significado del Te Deum en las fiestas de la patria. Sus reflexiones harán mucho bien a nuestra fidelidad a las raíces recibidas de los padres que la fundaron, unida a nuestro compromiso de trabajar en el presente y a nuestras utopías para hacer real el crecimiento del futuro”.

Dos apuntes finales. Nos gustaría que los ministros de otros credos a los que seguramente se invita tuvieran en las homilías una expresa palabra de bienvenida y cordial estima. Monseñor Taussig aprecia que la belleza musical ayuda a orar; así Mozart, Palestrina, Domenico Zipoli y hasta el menos previsible Anton Diabelli son convocados a través de conjuntos locales, lo que no ocurre con la frecuencia deseable

en nuestra Iglesia argentina. Hermes Quintana, artista cordobés, residente en Chilecito, ilustró  adecuadamente cada una de las homilías yendo a su sentido más profundo. Para terminar, la invocación del Te Deum que leemos en sendos medallones en el frente de la Catedral de Buenos Aires: “Salvum fac populum tuum et benedic hereditati tuae – Salva a tu pueblo y bendice su heredad”.

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