Diálogo con el director de la película italiana La bocca del lupo, premiada en la 12° edición del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici). Dos historias marginales que acompañan las sombras de Génova.

1vincenzo-motta1Su última cinta, La bocca del lupo, conmueve por su talento para recuperar la memoria de una ciudad y sus historias mínimas, con un profundo respeto por las personas más marginales. El encuentro entre los dos conmovedores personajes, que se produce gracias a la aceptación mutua, da lugar a continuos actos de solidaridad y generosidad que no dejan de sorprender al espectador.

 

Cuando presentaste el film en el Bafici, tus palabras referidas al trabajo de los jesuitas en Génova suscitó muchas preguntas del público. ¿Cómo llegaste a ellos?

– Los jesuitas vieron mi film anterior, que trata sobre los trenes nocturnos en Italia, en el Festival de Venecia. Se trata del mismo trabajo que presenté en Buenos Aires el año pasado con otros documentales de mi país. Aparecen los viejos trenes que llevan inmigrantes todo el tiempo de un lugar a otro; y son también los trenes del milagro económico. Los jesuitas quedaron impresionados

por cómo se planteaba la condición humana, la vida de personas que no tienen voz en la sociedad.

Después me invitaron a presentarla en Génova y luego me propusieron filmar esta segunda película, La bocca del lupo. Me pidieron que contara la vida de las personas con las que trabajan cotidianamente y desde hace muchos años. La Fundación San Marcellino está presente en Génova desde la posguerra, cuando la ciudad había quedado completamente dañada por las bombas y muchas personas sin techo y sin recursos. Crearon un centro para ayudar a los indigentes y desde hace sesenta años trabajan allí. Hoy cuenta con alrededor de 500 voluntarios. Son personas muy serias y su presencia en la ciudad cuenta.

 

¿Querían que presentaras la Fundación y su trabajo?

– No, y tampoco querían que se crearan conflictos. Sólo me pidieron que mostrara el sufrimiento de esas personas, cómo es el mundo con el que interactúan todos los días.

 

¿Por qué elegiste una pareja italiana y no de extranjeros extracomunitarios?

– Génova es un territorio que sufrió muchas modificaciones. Después de la guerra, los pobres eran genoveses que trabajaban en el puerto y que habían quedado en la indigencia. Con el paso del tiempo ganaron protagonismo los italianos del sur; y en la década del ochenta ese lugar fue ocupado por los extracomunitarios. De alguna manera el territorio fue perdiendo su tejido social y se lo advierte en la calle, donde ya no hay niños ni pueden establecerse familias. En cuanto a los personajes del film, elegí a Enzo porque es representativo de un sub proletariado ya desaparecido: los meridionales que

iban a buscar trabajo al norte. No prioricé la situación de los extracomunitarios porque creo que es más importante ayudarlos a ellos a realizar sus propias películas en lugar de ser yo quien los filme. Como italiano, nunca podré contar realmente su vida; serán ellos los que tendrán que contarse a sí mismos.

 

¿Cómo te sumergiste en el ambiente genovés siendo napolitano?

– Quise contar como forastero una pequeña historia del presente. El pasado aparece en el material

de archivo que refleja la identidad y la historia de Génova. A través de filmaciones y fotos familiares  se ve la nostalgia por el siglo XX, esa profunda melancolía que acompaña las transformaciones de las ciudades italianas. Elegí la historia de una pareja, elección que fue muy apreciada por los jesuitas, pero el aspecto sexual para mí es secundario. Se trata de la historia de dos personas que sufrieron muchísimo y que se unieron buscando protección para defenderse de las maldades de la vida. Mary viene de una muy rica familia romana y tiene que escapar de ese ambiente conformista, burgués y moralista. Así llega a Génova, donde existían las primeras comunidades transexuales. Enzo, en cambio, pertenece al sub proletariado meridional que desde chico se sumó a la micro criminalidad de los bajos fondos. Su padre era un conocido contrabandista. Su destino fue la vida en la calle, no ejerció el libre albedrío porque nunca pudo elegir. Se trata de dos figuras que se  encontraron en el sufrimiento y allí surgió una relación. Los jesuitas de la Fundación, que están presentes también en América latina, son personas reconocidas e inteligentes: ellos también se enamoraron del guión.

 

¿Te señalaron ellos esta historia?

– No, la elegí yo.

 

¿Cómo fue?

– Me encontré con Enzo por la calle, en la puerta de una panadería. Me impresionó mucho porque tiene un rostro para el cine.

 

¿Típico del neorrealismo italiano?

– Sí, en parte. Yo todo lo observo como hombre de cine, es mi trabajo. Una cosa es narrar con imágenes y otra, filmar. Y lo mío es cine. No soy un trabajador social ni un sociólogo ni un adherente de la Fundación.

 

¿Cómo fue la financiación?

– Se hizo con muy poco dinero: 100 mil euros. Al principio recibí sólo 20 mil y los padres jesuitas me prestaron un departamento donde vivir en el centro histórico de la ciudad y un estudio cinematográfico, y me dieron plena libertad. Me dijeron que hiciera todo lo que considerara correcto y justo. No me preguntaron si yo era creyente.

 

¿Tenías una relación previa con alguna institución de la Iglesia?

– No, ninguna. Soy agnóstico, pero los jesuitas me convocaron y creyeron en mí. Me di cuenta de

que son muy respetados en Génova: hasta los políticos del municipio les temen por su seriedad. Con ellos aprendí el valor del compromiso, son personas de pensamiento noble. Y están muy felices con la repercusión del film.

 

¿El título del film remite al temor infantil del lobo?

– En realidad se debe a varios motivos. En primer lugar, es un homenaje a la novela de Remigio Zena, de finales del siglo XIX, que narra las penurias de una pequeña familia en la calle Pre, justamente donde filmé mi película. En segundo lugar, así se lo llama al puerto de Génova, que tiene la forma de una boca de lobo. Y boca del lobo también se denominan las rejas de la cárcel. Para

mí, el título es una suerte de homenaje a la ciudad.

 

¿Cómo fue recibida tu película en Italia?

– Fue un gran éxito, un caso excepcional, por no decir único. Elogiada por la crítica, tuvo mucho

público en las salas del circuito comercial. Ganó el primer premio en el Festival del Turín, el de la crítica, y obtuvo premiaciones en Berlín y en París.

 

¿Querrías continuar filmando este tipo de historias?

– Quiero seguir haciendo cine. Esta película no nació de una exigencia personal: fue un trabajo por

encargo. Soy consciente de que la gente pobre ofrece mejores historias; es más difícil contar historias de ricos, porque en general los ricos son muy aburridos, aunque me gustaría aprender a hacerlo.

 

¿Te interesa más el documental o la ficción?

– Para mí es lo mismo. Creo que el documental es un instrumento del cine y lo que cuenta es la forma cinematográfica. Si hasta ahora sólo hice documentales es porque se trata de la manera más accesible para filmar, la más económica, la más fácil. Tuve que hacer muchos sacrificios para realizar mis películas.

 

¿Cómo fue tu formación en este campo?

– No estudié cine, soy autodidacta. Mi formación es de cinéfilo: aprendí viendo cine. Me gusta mucho Roberto Rossellini, Vittorio De Sica, pero también el cine francés y el ruso, a los que siempre he seguido con particular atención. Sé poco del cine norteamericano.

 

Sin embargo, al ver el film, uno piensa en un director maduro y con mucha seguridad.

– En realidad hubiera querido dedicarme a la pintura pero advertí que era un mediocre pintor. Entonces decidí refugiarme en el cine. Esa es mi historia. Leí y estudié mucho por mi cuenta; es fundamental la relación con la literatura y con la historia porque uno necesita una visión clara del pasado para poder mirar hacia el futuro.

 

Se advierte en el film libertad creativa y una mirada muy respetuosa de los personajes.

– Si bien el cine siempre modifica la realidad, cuando uno cuenta la vida de los otros es muy importante la mirada ética. Contar historias reales exige respeto. Muchas veces cuando se filma se realizan actos de violencia. En mi película, hacia el final, los personajes se confiesan ante la cámara. Tuve que esperar ocho meses para alcanzar ese momento. Finalmente Enzo y Mary deciden contarse uno al otro; habían alcanzado la posibilidad de abrirse. Ese final hubiera sido imposible sin su plena confianza.

 

¿Qué reacción tuvieron al ver el film?

– Me esforcé por cuidar el respeto por lo que me contaban y ellos quedaron agradecidos. Su vida ahora es mejor que antes. Entraron a formar parte de la gran historia de esa ciudad y ganaron dignidad porque no se diluyeron en la nada, no cayeron en el olvido. Se sienten siempre muy acompañados por los jesuitas de Génova y por toda la gente de la Fundación. Son casi un emblema del trabajo de muchos años.

 

¿Por qué trabajar con actores no profesionales?

– Si bien Enzo y Mary no son actores, tienen una historia importante que ha quedado registrada en

sus rostros. Muchos profesionales, en cambio, no tienen una historia en sus vidas, son rostros de plástico. ¿Qué puedo hacer con un actor que ha estudiando pero cuyo rostro no refleja ninguna historia?

 

¿Hay un sentimiento que perdura en las personas más allá de los cambios que sufren las ciudades?

– Creo que la historia lo permite siempre y cuando haya sido preservada y transmitida de una generación a otra. La cultura tendría que servir para salvar el tejido social. Creo que vivimos en un momento histórico de perversión, todo cambia velozmente y no conocemos el pasado. Se escucha

hablar de apocalipsis, de gran tragedia, pero no es un fenómeno nuevo. Los grandes cambios sociales, las guerras, el holocausto fueron el Apocalipsis del último siglo. En ese sentido reconozco que mi película es profundamente nostálgica: se sufre por la ciudad que fue.

 

¿Esa mirada fue parte de tu propuesta o surgió de la historia elegida?

– Yo me sentí inmediatamente fascinado por la ciudad de Génova. Provengo de otra ciudad-puerto,

Nápoles; además, mi padre era marino y a menudo debía partir en sus viajes desde Génova. Cuando yo era chico me contaba las bellezas de esa ciudad, la vida en sus calles, llenas de gente… A mi padre le tocó ser uno de los últimos marinos que embarcaban emigrantes en Génova que partían para Buenos Aires. Génova fue el mayor puerto de Italia. Ya no: poco a poco los grandes puertos  desaparecen, como sucede como Marsella, por ejemplo. Génova pertenecía al gran triángulo industrial del norte de Italia, con Turín y Milán. Ahora no es ni siquiera una ciudad industrial importante y el proletariado obrero es sólo un recuerdo. Y cuando desaparece el mundo obrero,

muere la vida de una ciudad.

 

¿Cómo es la situación del cine en Italia y en Europa?

– Muy difícil. En Italia tenemos raíces profundas, el neorrealismo influyó en muchos directores. También yo parto de allí. Pero el neorrealismo italiano se dio porque estábamos en medio de la guerra. Algo similar sucede ahora en Rumania: después de la dictadura y del horror, surgió un nuevo cine nacional. En Europa se habla mucho del cine argentino, de un gran fermento creativo; las

crisis económicas les permitieron a ustedes esa sensibilidad. Idas y vueltas de la historia. En Europa se da una decadencia. Cuando escucho a la gente mayor me doy cuenta de que los italianos éramos diferentes: un pueblo humilde y trabajador, de campesinos y artesanos. Ya no es así. Los cambios sociales no fueron progresivos y la rápida desaparición del campesinado alteró nuestras raíces. No vemos una salida y tenemos la impresión de estar cada vez peor. Nos hemos ido acostumbrando a

una cultura televisiva espantosa. Berlusconi es el propietario de todos los canales. La televisión, que había nacido como un instrumento positivo de enseñanza y de sociología, se ha convertido en la aberración de la realidad, una depravación.

 

¿Cómo recibió tu película el Bafici y el público argentino?

– Buenos Aires es una ciudad impresionante, profundamente atenta a los fenómenos culturales; algo que en Italia ya casi no existe. Creo que el film fue muy bien aceptado, a salas llenas, y los comentarios publicados en los medios, muy favorables.

 

Estuviste como voluntario en África. ¿Cómo fue esa experiencia?

– Un amigo escritor me invitó a ir a Costa de Marfil para filmar la vida en los leprosarios donde hay niños en situación terminal. La idea era proyectar el material en la ciudad de Bolonia para reunir fondos; y luego de las primeras proyecciones ya se habían recolectado 300 mil euros. Acepté esa propuesta como una exigencia. También tuve ocasión de trabajar en cárceles y en barrios populares muy pobres en Nápoles. Siempre filmé estas situaciones con precariedad económica. Me gustaría seguir trabajando con documentales y también incursionar en la ficción y en el cine de animación. Espero además poder enseñar a otros lo que voy aprendiendo en mi experiencia. Me atrae trabajar con gente joven.

2 Readers Commented

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  1. María Inés Dardan on 29 junio, 2010

    Excelente el artículo, muero por ver algún film de Marcello, especialmente La Boca del Lupo, que seguramente la han dado y me la perdí!!

  2. Luisa Einav on 11 junio, 2012

    12 de junio de 2012
    Ayer por la tarde vi «La bocca del lupo» en la Cinemateca de Tel Aviv, en el marco del Festival de Cine Gay-Lesbico. Es una película conmovedora y poética; solicitaré la proyección de más películas de Pietro Marcello, quien encara situaciones sociales universales con un lenguaje cinematográfico singular.
    Luisa Einav

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