En el marco de las celebraciones por el Bicentenario, se reabrió la sala más
emblemática del país. Luces y sombras en la mirada de un experto.
Impecable y fastuosa son los adjetivos que mejor convienen para calificar la ceremonia de reapertura del Colón, el pasado 24 de mayo. Para la crónica objetiva se puede afirmar que las fachadas iluminadas, el acceso, el foyer y la gran sala desde la platea al paraíso se vieron radiantes, limpios, integralmente recuperados; que los cuerpos estables del teatro –ballet, coros y escenotecnia– se mostraron como en sus mejores tiempos, que la azarosa acústica está felizmente intacta, que la Filarmónica sonó bastante aparatosa en el fragmento de De Rogatis que abrió el programa, que algunos solistas importados no se escucharon bien (¡causa de ellos, no de la acústica!), que el tercer acto de “El lago de los cisnes” no pasó de convencional y que la parafernalia escénica del segundo de “Bohème” (responsable Hugo de Ana) fue apabullante en sí misma al punto de oscurecer la música de Puccini.
Lo importante es que esta renovación integral del edificio y sus instalaciones que llevó siete años, incluyendo tres y medio de terapia intensiva, ha concluido felizmente, aunque queden todavía áreas por intervenir y varios ajustes por realizar.
Muchas otras cosas podrían decirse objetivamente de lo que sucedió en esta deseada reapertura: la eficiencia en los sistemas de control y el diseño de accesos para los 2.500 invitados, la organización y generosidad del refrigerio que se ofreció en cada piso durante el intervalo (éste sí, inusualmente prolongado), la emoción con que se cantó y aplaudió el Himno Nacional, el inocultable tufillo antioficialista (creo que la decisión de no asistir de la Presidenta fue finalmente un alivio para todos, incluida ella misma) y el previsible apoyo a la gestión del Gobierno de la Ciudad que se palpaba en el ambiente. Es verdad que el público congregado se veía sumamente heterogéneo y en general poco afín con la ópera o la música académica –lo que se evidenció en la insistencia de aplausos a destiempo–, pero no puede exigirse que una celebración enmarcada en tan fuerte contexto urbano, político, histórico y social se midiera tan sólo por la exquisitez musical (lo que sí debiera ser un objetivo de aquí en más). Por el contrario, creo que para un público no especialista y para un edificio recién terminado y de tanta complejidad funcional se justificó la levedad de un programa que, además de su “agradabilidad”, permitió exhibir en una misma velada las fuerzas de la Filarmónica y de los cuerpos estables del Teatro, que finalmente han vuelto al hogar para quedarse.
Me preocupan, en cambio, las posibles derivaciones del carácter simbólico que el Colón se ha ganado a lo largo de sus cien años de excelencia lírica, de refinamiento musical y de importancia indiscutible como monumento histórico y cultural de Buenos Aires y de la nación toda. El Colón es un símbolo que connota calidad e implica superación continua: una cumbre, un cenit de arte. Mi preocupación radica en la morbosa facilidad con que es posible subvertir hoy por hoy el signo de los signos, convirtiendo lo positivo en negativo, lo blanco en negro, lo exquisito en prescindible, la blasfemia en arte. Y justamente como el Colón es un símbolo cenital, resulta fácil intentar revertirlo al nadir con un mero giro de 180 grados, como se hace con un reloj de arena para que siga marcando el tiempo. En todo caso los cristianos conocemos desde antiguo la implicancia de ser “signo de contradicción” y también recordamos lo fácil que resultó dinamitar el colosal Buda de Bamiyán, patrimonio de la humanidad que se creía intocable.
El mismo día de la reapertura un despistado periodista televisivo pontificaba sobre la necesidad de que el Colón volviera a ser “el teatro popular que albergara el tango y el folklore” y eliminando “los alquileres a empresas y familias que lo usan en su beneficio”. Tamaña barbaridad no tiene asidero y una golondrina no hace verano, es cierto, pero una bandada de ellas es capaz de tapar el sol. Por lo demás habrá que insistir para que el Colón retome y conduzca espacios televisivos propios, de alcance nacional, como sucedía hace años. Será bueno estar prevenidos y tener las ideas claras. Los que llevamos muchos años adictos al Colón hemos vivido intentos de desprestigio en diferentes tapas, lejanas y cercanas, actualmente potenciadas por las secuelas de la crisis propia de un teatro cerrado y trashumante desde fines de 2006. Pero ahora que este abuelo centenario ha vuelto al ruedo con su vitalidad recobrada merece que sus nietos le dediquen los cuidados y el cariño necesarios para que pueda seguir encabezando la vida cultural porteña con la calidad de sus mejores días.
Cuidado que se traduce en una gestión capaz de atenderlos desafíos de programación de un teatro lírico de primer nivel, en el esfuerzo constante por mantener los cuerpos estables en las mejores condiciones posibles y en asegurar la formación musical de los jóvenes que serán nuestros artistas de mañana. Y con el compromiso de la sociedad –es decir, nuestro compromiso– en acercar la colaboración y los recursos que hagan posible seguir disfrutándolo.
El autor es arquitecto y director del Museo Nacional de Arte Decorativo.
4 Readers Commented
Join discussion18 / 6 / 10
Un comentario excelente, autorizado y como siempre equilibrado de mi querido profesor
Alfredo Bellucci.Ojalá lo escuchen quienes tienen poder de decisión sobre
nuestro querido Teatro Colón
Estimado Arquitecto Belucci …
Impecable si … fastuosa no!!! – Pero bueno; todo va con el cristal que se mire.
Evidentemente, no es lo mismo la opinión de un decorador, la de un artista plástico, un ebanista y, por qué no, la de un crítico de teatro, aunque me inclino por pensar que todos juntos bien pueden hacer un lindo relato con presentación solemne, sin incluir en dicho comentario todo lo que no salió bien, pues para eso hay otros espacios públicos.
La re-inauguracion del Teatro Colón a mi modesto entender ha sido un éxito que traspasó todos los hilos de conexión mundial a través de los medios de difusión tradicionales y de Internet, sólo que la noticia no se repite a cada rato porque no hay dinero oficial para esponsorear al empobrecido Teatro Colón.
Un abrazo
Sásha Da Silva
Excelente comentario del Arq. Belllucci, cuya preocupación por las más altas manifestacíones del arte es palpable en el magnífico Museo Nacional de Arte Decorativo, que él conduce con mano maestra desde hace años.
Tal como acontece al autor de la nota, me cabe el honor de considerar al Colón mi segunda casa, a la cual mis padres me condujeron desde los tres años de edad inaugurando una empatía que no ha decaido a través de los largos años transcurridos.
Comparto la idea de que la tarea de preservar este ámbito de excepción nos cabe a todos, luego de la larguísima terapia intensiva a la cual fue sometido; y que me hacía pensar, pasando por el Teatro:
«…y cual lloran bañados en sangre
Tamburini, Meano y Dormal.»
Excelente el comentario del Arq. Bellucci.
Coincido con su opinión. Yo sólo lo escuché y vi por TV, pero evidentemente si el problema no radicó en la acústica tan temida, sin duda fue no bien elegido el Segundo acto de la Bohème o D´Anna no tuvo una idea muy féliz en poner tanta y ruidosa gente en escena que tapó la débil interpretación musical de algunos instrumentos (en el ensayo general, debió manifestarse la falla y tendrían que haberlo disimulado).
Me pareció maravilloso lo que se vio del edificio y sus salas y ruego a Dios Bendiga las obras y permita que por muchos años disfrutemos sin inconvenientes de nuestro «Gran Teatro» , con facilidad de ingreso para quienes no pueden abonar por él. Popular (para el pueblo) no vulgar, que para ello ya tenemos bastante con las 24 hs. de televisión y está comprobado que la música ficta, gusta a los coyas del altiplano y a los onas del fin del mundo, a los tehuelches del oeste y a los charruas de la banda oriental, sólo hay que acercársela.