Celebrar un cumpleaños no es lo mismo que celebrar el aniversario de una institución privada o pública. Las personas viven un número limitado de años en esta tierra: nacemos, crecemos, envejecemos y morimos. Las comunidades políticas tienen un destino incierto porque son artificios culturales. Nacen, pero no siempre crecen y maduran. Tienen una duración imprevisible, y muchas veces fracasan en alcanzar el objetivo que se propusieron sus padres fundadores.
Todos quieren ahora celebrar el “Bicentenario”. Pero hace años que no se celebran las fiestas patrias, que sólo han quedado reducidas a feriados para el turismo de los pudientes. Parece que se quiere evocar un proceso que se extendió entre 1810 y 1816. Se quiere hacer memoria, mirar el pasado, pero ¿con qué propósito? ¿Para honrar a los que construyeron a su manera nuestra realidad, o para juzgar anacrónicamente un pasado que ni siquiera han estudiado? Todo historiador serio realiza una interpretación de la realidad que, al hacerla, sabe que no es la única posible. Es lo propio de la vida académica. Pero cuando se recuerda un pasado compartido se lo hace tanto desde la mente como desde el corazón, pero no desde la pasión ideológica. Podemos, y debemos, amar a nuestra patria desde la verdad.
Miremos, entonces, al futuro. ¿Para qué somos una comunidad política? El preámbulo de la Constitución Nacional, redactado cuarenta años más tarde de lo que celebramos, señala un conjunto de objetivos que nos ofrece una visión de futuro que todavía puede seguir sirviéndonos como guía para nuestra conducta ciudadana: “Constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”. Siendo la nuestra una sociedad pluralista, el desafío es construir el futuro desde la creatividad de un pensamiento libre, desde la escucha recíproca, desde el respeto y aprecio de las diferencias, y así lograr pacientemente consensos encaminados a aproximarnos al horizonte deseado. Tenemos que construir desde la amistad social.
Es hora de invocar “la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia”. De dejar de lado la soberbia de la inteligencia, que nos hace pensar que somos omniscientes, y de la soberbia de la voluntad, que nos hace creer que somos omnipotentes. Avivemos el deseo de construir el tercer siglo de nuestra vida independiente con humildad, alegría y amor, sin bajar los brazos.