Un debate siempre abierto es el silencio del papa Eugenio Pacelli ante los crímenes nazis. ¿Fue más prudente callar que denunciar?
De Pío XII se dijo que guardó silencio durante la Shoá, el Holocausto. Creo que hubo, sí, un silencio de la Iglesia, que nos duele a todos. El tema ha resurgido desde que Benedicto XVI declaró “venerable” a Pío XII, a fines de 2009, paso previo a la consideración de “beato”, y después de “santo”. Esta veneración por la persona de Pío XII ha despertado resquemores en la comunidad judía
mundial porque considera que no se “jugó” por el pueblo hebreo y que no denunció públicamente el genocidio. En la Iglesia católica, en general, hay otra imagen de Pío XII, por lo cual el diálogo no resulta fácil. Además, aún no es posible acceder a toda la documentación vaticana del tiempo de su pontificado (1939- 1958) porque no ha concluido el trabajo de catalogación de millones de folios.
El silencio político
No cabe duda de que Pío XII guardó un cierto silencio diplomático. Lo hacen todos los gobiernos para evitar que los conflictos se incrementen. Cuando China protesta porque un gobernante recibe al Dalai Lama, se suele responder con el silencio. Los últimos papas han guardado un discreto silencio sobre la falta de libertad religiosa en algunos países, para no agravar allí la situación de los creyentes. Quien tuvo escondido a algún judío durante la persecución, debió guardar un silencio absoluto y hacer “buena letra”. Una inspección por cualquier motivo habría revelado la existencia del escondite.
En el Vaticano y en algunos conventos católicos se escondían judíos, vistiendo el hábito de monjes o monjas y portando documentos falsos. Hubo algunas inspecciones, pero todo parecía estar en regla. Esos judíos, después, agradecieron de corazón a la Iglesia por su salvación. En síntesis, el silencio político puede ser la mejor opción, si ello no implica un silencio ético.
Por el contrario, callar en algunos casos equivale a convalidar una injusticia. En España, al comienzo, algunos obispos callaron ante el accionar de la ETA. Parecía una cuestión política en la que la Iglesia no debía intervenir habiendo tantos católicos vascos partidarios de esa causa. Pero en un momento dado, consideraron que callar equivalía a aprobar la realización de crímenes horribles. Ya no se trataba de un silencio político, sino ético.
Pío XII no calló enteramente sobre la Shoá. Habló con gran energía, pero en forma indirecta, condenando los totalitarismos y las discriminaciones de todo tipo. Como secretario de Estado fue uno de los redactores de la encíclica Mit brennender Sorge (1937) de Pío XI, que significó la ruptura con Hitler, ya que se condenó el comportamiento inhumano del nacional–socialismo. Pero la encíclica no modificó en nada la política de Hitler. Quizás ese hecho lo llevó después a no hablar en forma directa sobre la Shoá, viendo que los nazis eran inmunes a toda acusación.
El silencio ético
Pío XII se encontraba ante un dilema de hierro. Además de los escondites en conventos, las nunciaturas concedieron pasaportes a judíos y se otorgaron certificados de bautismo ficticios, como lo hizo el delegando pontificio Angelo Giuseppe Roncalli, futuro papa Juan XXIII. Pero no pocos de nuestros hermanos judíos consideran que todas esas ayudas las hacían personas de buen corazón, y no cumpliendo órdenes de Pío XII. Quizás no haya habido ninguna orden, por otra parte innecesaria, pero este Papa, que se caracterizaba por el conocimiento detallado de cada diócesis, no podía ignorar las iniciativas de ayuda.
Una denuncia pública de la Shoá hubiera podido ocasionar el cierre de las nunciaturas y un control riguroso de los conventos, sin detener la marcha del genocidio. Por otra parte, los nazis estaban tan obsesionados con el “problema judío” que siguieron utilizando trenes para transportar judíos a Auschwitz aunque necesitaban de transporte en forma urgente ante el colapso de Stalingrado. Además, la imagen de El Papa de Hitler es insostenible. En los archivos de Alemania Oriental se encontraron documentos de la embajada alemana en Roma, dirigidos a Berlín, donde calificaban a Pío XII como gran enemigo. Hubo incluso un plan para secuestrarlo, que no llegó a concretarse.
Guardara silencio o hablara, el genocidio no se detendría. Pío XII optó entonces por un cierto silencio para actuar veladamente. En Italia se salvó el 80 por ciento de la colectividad judía, pero en Polonia casi nadie. Según algunos expertos, se llegó a salvar a más de medio millón de judíos. No se puede afirmar entonces que Pío XII haya caído en un silencio ético reprobable, pero comprendo la posición de quienes piensan que era más importante reafirmar públicamente los principios, aunque el precio fuera no poder salvar muchas vidas. En una ocasión le pregunté a un rabino amigo qué podría haber hecho el Papa concretamente. Me respondió: “Juan Pablo II se hubiera ido caminando hasta Auschwitz”. Me impresionó la idea, pero añadí: “No hubiera llegado nunca”. En el camino le hubiera ocurrido un “accidente” o el ataque de un avión “aliado”, truco ya utilizado por los nazis. Creo que dentro de cien años continuará esta discusión, porque la cuestión no puede ser resuelta en forma teórica. Las conciencias angustiadas de entonces se arriesgaban y arriesgaban a otros con cada decisión.
El silencio religioso
En la tragedia de la Shoá pareció que nos encontrábamos ante el silencio de Dios, como Job, quien finalmente recuperó sus bienes. Pero aquí Dios golpeaba cada día con mayor crueldad, sin restituir nada. La Providencia parecía estar ausente. Sobre este silencio de Dios y de los hombres hay una bibliografía impresionante. Hemos alcanzado una primera interpretación, es decir, cómo se inserta la Shoá en la ideología nazi. Pero se nos escapa, en parte, una segunda: la inserción de la Shoá en la historia universal. ¿Cómo pudo darse ese salvaje genocidio en Alemania, uno de los países más cultos de la tierra? ¿Cómo pudo ocurrir en Europa, un continente tradicionalmente cristiano, que profesa el amor al prójimo? ¿Cómo se compagina la Shoá con el mito del progreso moderno? La Iglesia ha pedido perdón al pueblo judío por la eventual participación de católicos en la Shoá.
Pero encontramos siempre la misma respuesta: “Nosotros no podemos perdonar por otros. Son las víctimas las que podrían perdonar”. Nos vemos así ante el silencio de los vivos y el silencio de los muertos. Algunos católicos interpretan mal esta respuesta, como si la religión judía no predicara el perdón, actitud que en realidad tiene su fundamento. Que los judíos de hoy nos perdonen podría sonar a un indulto otorgado por crímenes de lesa humanidad, que no prescriben. Podría parecer que los judíos dan por cerrada la cuestión y dejan de manifestar su dolor, algo así como hacemos los argentinos al no realizar actos de desagravio ni seguir llorando por las víctimas de unitarios y federales. Podría dejar la impresión de que el antisemitismo es cosa del pasado, cuando aún actúan grupos antisemitas. Podría interpretarse también como que la Iglesia queda libre de seguir examinando su responsabilidad en el pasado por la formación de los prejuicios antisemitas.
Cuando Mussolini conquistó Abisinia (1935), violando el derecho de gentes, Pío XI guardó un silencio total, difícil de justificar. El ser Papa no exculpa a nadie de silencios éticos reprobables. A Pío XII no debemos defenderlo para proteger a la Iglesia. Buscamos la verdad, atentos siempre a los replanteos que presentan los historiadores. En esta búsqueda, y abierto a lo que pueda surgir de los archivos vaticanos, considero que Pío XII no incurrió en un silencio ético reprobable. Pero sí cargó con la herencia del silencio religioso, que continúa pesando en la Iglesia de hoy. Un silencio que ensombrece a casi todos los papas, prácticamente al conjunto de la Iglesia. Si papas y obispos hubieran visitado sinagogas, e invitado a rabinos a nuestros templos, como lo hacemos hoy, los nazis no hubieran podido aislar el “problema judío” del resto de la sociedad, como lo hicieron también con los gitanos.
Es verdad que hubo papas y reyes que protegieron a los judíos a cambio de exigirles un tributo e imponerles cantidad de prohibiciones, como el poseer tierras. Todavía en 1555 Paulo IV confirmó los ghettos y les impuso el gorro amarillo. Pero el silencio ético de quienes no denunciaban tantos atropellos, provenía del silencio religioso sobre la razón de ser del pueblo judío. Los Padres de la Iglesia antigua, con san Agustín, forjaron el concepto de la esclavitud de los judíos. Por rechazar a Cristo quedaron sometidos a los cristianos. Los teólogos medievales, con santo Tomás, retomaron esa concepción en un sentido más simbólico que realista. Para ellos, los judíos eran nuestros “bibliotecarios”, ya que guardaban los libros de las profecías, pero sin entenderlas. Y permanecerían en su ceguera hasta el fin de los tiempos, en cuanto testigos de la muerte de Cristo.
Recién con el surgimiento de los Derechos del Hombre, los judíos comenzaron a ser respetados como todas las personas. Pero continuaba el silencio de la Iglesia sobre el valor de su religión, que carecería de sentido ya que los judíos se habían quedado en el Antiguo Testamento. Había que tratarlos con bondad y ayudarlos a que se convirtieran. Se salvarían indudablemente por la buena fe con que actúan, pero están en el error. El Concilio Vaticano II, que se enriqueció con una notable herencia de Pío XII, comenzó a modificar ese paradigma, abriendo la puerta para que los teólogos se preguntaran por el valor de la religión judía actual. Se oyen algunas voces proféticas, como en la reciente visita de Benedicto XVI a la sinagoga de Roma. Pero durante la Shoá pesó el silencio religioso de la Iglesia sobre el pueblo judío, que ensombreció también al pontificado de Pío XII. Con todo, más que del silencio del papa deberíamos hablar del silencio de toda la Iglesia. En ese sentido, hay que reconocer que Pío XII estableció algunos fundamentos para salir de ese silencio, como el apoyo a los estudios bíblicos y su acción en favor de la paz. Pero recién con el Concilio comenzamos a despertar del silencio religioso.
Hoy reconocemos que el pueblo judío tiene la misión, como todo pueblo, de enriquecer el patrimonio espiritual y cultural de la humanidad, con sus tradiciones milenarias. Pero además de esa misión general, considero que poseen una particular, en relación con el cristianismo. En primer lugar, tienen la misión de ser custodios del monoteísmo de Abraham, padre de los creyentes. Los cristianos creemos en el mismo Dios de los judíos, pero profesado como Uno y Trino. Ahora bien, a veces nos referimos a las tres “Personas” divinas ante oyentes que poseen el significado moderno de persona, como si en Dios hubiera tres inteligencias y tres voluntades. El pueblo judío nos recuerda que debemos esforzarnos siempre por no hablar incorrectamente del Innombrable. Es también el garante de los Diez Mandamientos, no como un código impuesto sino como fruto de encuentros históricos entre las aspiraciones humanas y las promesas divinas. Nos enseña a entrar en Alianza con Dios, como Moisés, que hablaba cara a cara con Él. Y los judíos piadosos de hoy, incluyendo almas místicas, continúan hablando cara a cara con Yahvé.
El autor, jesuita, es profesor de Doctrina Social de la Iglesia.
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Join discussionImpecable. Es la palabra que puedo usar para definir su artículo. Comparto su pensamiento y me gusta leer sus artículos. Con Adela Pérez del Viso estamos haciendo el diálogo con la comunidad judía de San Luis. Sería un gusto enorme contar con su presencia en nuestra ciudad. Queda formalmente invitado y haremos los esfuerzos para lograrlo. Sería tan amable de aclararme lo de «silencio ético». Gracias. Que Dios lo bendiga.
Gloria B. Ojeda
Pero aquí el silencio no es lo importante sino lo que hizo al visar a miles de judíos, al esconder a miles de judíos. Si hubiera hablado contra Hitler no hubiera cambiado nada sino tal vez ataques a iglesias, conventos, etc. El silencio no es lo importante, no te centres en eso; lo importante es lo que hizo al ayudar a los judíos.
Su artículo me parece más peligroso que la conducta de Pío XII. ¿Tal vez fue esa misma necesidad de silencio diplomático lo que hizo a la Iglesia cómplice de la dictadura en Argentina? Su respuesta sobre el eventual «accidente» de tránsito que hubiera sufrido el papa si hubiera decidido ir a pie hasta Auschwitz es grotesco. Usted, que es profesor, debería saber que una de las condiciones de validez de un argumento es que sea «exportable», o sea que pueda aplicarse a todas las situaciones semejantes. Y ninguno de los que usted menciona lo es. Es más. Desde el momento en que la Iglesia salvó a millones de judíos en los conventos, alguno habrá quedado para dar testimonio de ello. Alguien habrá escrito un libro con al menos, digamos, 10000 testimonios… Pero nada.
Estimado Padre, si usted tiene una gran fe en la legitimidad de la Iglesia, no debería tener miedo de que se acuse a un papa. Si no, ¿qué haría para salvar al papa Borgia? ¿Encontrará apólogos y comparaciones para justificar sus crímenes? ¿Y la actuación de Pío IX, con armas, durante la unificación italiana?
Si yo fuera creyente, lo que le diría es «Hombre de poca fe, quién te ha dicho que tienes que demostrar que cada papa fue santo para que reine la Palabra de Dios?
¿nadie se acuerda de la carta que dió condenando el nazismo antes de que lo hiciera incluso la Sociedad de Naciones y de que estallara la Guerra?
Que no me vengan con cuentos. Lo que hay es que beatificarlo pronto por lo que sufrió éste gran Papa, por todo lo que hizo para salvar vidas de judios y gitanos (grandes olvidados), y por lo que se le ha calumniado.
Se hubiesen salvado más organizando una labor valiente y organizada. El Vaticano tuvo y tiene poder para ser escuchado y mover gente. Fué compliece como lo ha sido en las violaciones y abusos de centenares de miles de niños y jóvenes. Tema que salió a luz no por la iglesia católica sino por denuncias de los afectados. Miles de nazis fueron ayudados por el Vaticano y gobiernos de turno para huir a otros países, transportándoles y dándoles documentos falsos, etc. Los papas nunca han mirado con buenos ojos a los judíos. Quizá por las riquezas, envidia, etc.
Para juzgar debe valorarse toda la situación, Italia era fascista, así que podían aplastar al Papa si se hubiera dado la ocasión, poniendo en peligro la supervivencia del estado vaticano, provocando una crisis en la Iglesia católica y además anulando la posibilidad de ocultar más judíos y finalmente con las manos atadas de un modo u otro para evitar el holocausto. Juzgar d acuerdo a contexto histórico primero me ayudó a mí mismo para poder ayudar a otros, eso creo yo, es mi humilde opinión.
Del extenso y bien informado artículo me gustaría resaltar una frase cuyo estudio histórico puede traer luz al problema: «Con todo, más que del silencio del papa deberíamos hablar del silencio de toda la Iglesia». Sin duda hubo voces muy valientes de parte de laicos, sacerdotes y obispos, sobre todo en la Europa ocupada por los nazis, pero ¿se dio así en la Iglesia universal? ¿cuántas voces se levantaron en nuestro país?
No soy historiadora. Pero tampoco pienso que, si lo fuera, tendría una respuesta teórica para este tema, que se hunde dolorosamente en la conciencia cristiana. De todo ser humano por el hecho de ser tal.
Pienso que la cuestión es delicada, respetuosamente tratada, por el autor de la nota. Y con relación al Papa Pío XII, es mi humilde criterio que no se puede cargar sobre la conciencia de un hombre, un Papa, la responsabilidad por el silencio político o diplomático y ético. Frente al aparato nazi: ¿qué fueron las naciones? ¿cuánto pudieron? ¿Hasta qué punto era «respetable» para el nazismo su persona, y qué peso podían tener sus declaraciones?
Si no estoy en un error, y si lo estuviera acepto ser corregida, en Holanda los obispos emitieron una declaración a propósito de lo que estaba pasando con los judíos. E inmediatamente se sacó de los conventos a los miembros de origen judío. Así, entiendo, fueron sacadas Edith Stein y su hermana Rosa del carmelo, y llevadas al campo de exterminio de Auschwitz, donde fueron asesinadas en la cámara de gas.
La respuesta que, según el autor, le dio el rabino de que “Juan Pablo II se hubiera ido caminando hasta Auschwitz”, puede ser sugestiva de que sí hubiera hecho algo. ¿Pero hasta dónde es realista? Las decisiones humanas se toman en un contexto que busque el bien; pero donde entran a pesar no sólo la accion en si y el fin que se proponen, sino también las posibilidades concretas, propias de ese momento.
Un Papa no es un superhombre. Por lo tanto, tampoco lo era Pío XII. Sé que se lo asocia al tema de la Shoá. Pero me inclino por comprender su comportamiento. Y adhiero a la decisión de Benedicto XVI, conforme a las disposiciones de la Iglesia, de declararlo “venerable”. Incluso pienso que, ante determinados parámetros situacionales, a veces caben distintas opciones, buenas cada una de ellas. Ahora si resultarían exitosas, es otra cuestión.
Con Pío XII, personalmente me pasa como con Pablo VI, que me nace una natural inclinación a considerarlos dignos de veneración. Esa es una actitud personal. Mía y por consiguiente subjetiva.
Por los carriles institucionales, están las decisiones de la Iglesia.
Gracias.
Prof. María Teresa Rearte
Segun mi opinion el Papa Pío XII simpatizaba con el fascismo.
Además declaró la insurrección de Franco contra el gobierno elegido por el pueblo español, como una CRUZADA.
No tiene perdón el sr. Pacelli.
Cuestión de criterio, Sr. Horacio Parenti. No soy historiadora. Tampoco infalible. Felizmente gozamos de libertad ambos, para sostener usted su opinión. Y yo la mía.
Atentamente.
Prof. María Teresa Rearte
Con relación a mi comentario sobre la conducta de Pío XII frente al nazismo, quiero aclarar que se limitaba a esa situación en particular, dado que la nota se refiere a su silencio frente a la Shoá.
Por lo tanto, no entró en mi consideración el comportamiento del Papa Pacelli con relación a la situación española, que el Sr. Horacio Parenti menciona.
Gracias.
Prof. María Teresa Rearte