“¿Ves algo?”. El ciego, que comenzaba a ver, le respondió: “Veo hombres, como si fueran árboles que caminan”. Jesús le puso nuevamente las manos sobre los ojos, y el hombre recuperó la vista. (Marcos 8, 24-25)
Me encontraba leyendo un libro en el bar de la facultad, cuando de pronto la voz fuerte de un joven me distrajo. Estaba hablando por celular con un amigo y muy enojado decía: “¡No sabés lo que me pasó! Estaba parado para cruzar la calle y pasó de largo sin ayudarme. Le dije: ‘¿Me puede ayudar?’. Me contestó: ‘No tengo monedas, pibe’. Le dije: ‘No quiero monedas. ¡Quiero cruzar! ¿No se da cuenta que soy ciego? ¿Desde cuándo alguien que viene a la facultad está pidiendo monedas?’.
Esta escena me acompañó durante todo el día. Debo reconocer que me dejó inquieta; me generó múltiples preguntas acerca de la sensibilidad y de cómo recuperar la mirada sobre los otros.
Todos sabemos que son necesarias algunas condiciones para ver: tener el sentido de la vista completo, sano y desarrollado. Pero, ¿cuáles son las condiciones básicas para mirar? Obviamente no me refiero a la educación de la mirada en sentido estético, propia de las artes, sino al desarrollo del sentido social de la mirada, que remite al ámbito de la conciencia, la convivencia, la solidaridad y me atrevería a decir de la responsabilidad social: ¿qué miramos cuando miramos?
La situación de Juan (llamaremos así a nuestro amigo) no puede dejar de provocarnos una reacción de asombro, de estremecimiento, de cuestionamiento. No podemos acostumbrarnos a ver chicos pidiendo, jóvenes revolviendo la basura, viejos durmiendo en las calles, embarazadas vagabundeando y pidiendo algo que comer, niños durmiendo sobre las rejillas de los tragaluces de los subtes en el centro de Buenos Aires, discapacitados que son maltratados, enfermos que mueren en la mugre, aborígenes que no tienen identidad ni derechos, niñas y niños que son explotados en trabajos denigrantes cuando deberían ir a la escuela y tener acceso a un mundo más digno. Brechas que se abren a nuestro lado. Nos estamos acostumbrando a un paisaje aterrador. Nos encontramos inmersos en una trama apocalíptica y hasta surrealista. La oscuridad colectiva en la que aparentemente nos encontramos inmersos me recuerda el Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago. La trama de la novela nos conduce por los laberintos de un hombre que de repente pierde la vista; esa ceguera no es normal, en su intento desesperado por acudir a otras personas para que lo ayuden, reconoce su tragedia: todo el que entra en contacto con él deja de ver; la ceguera se transforma en una epidemia exponencial. Los protagonistas, sin nombre por cierto, malviven en esa condición. La novela intenta mostrar un modo de entender la condición humana.
Me resisto a que la ceguera en la que vivimos tendrá la última palabra. Creo que es necesario recuperar la mirada, educar el mirar y reivindicar nuestra condición humana cimentada en la bondad. El sentido que expresamos en la mirada puede ayudarnos a salir de la insensibilidad y la indiferencia. Estamos invitados a descubrir la grandeza que hay en cada Juan, en cada hombre, mujer, niño, adolescente o viejo, independientemente de su condición, porque somos hermanos y tenemos la misma dignidad dado que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios.