Cuando regresamos al país, en los inicios de la democracia, después de más de quince años en los Estados Unidos, nuestro amigo Fernando Storni, nos convocó para organizar, desde el CIAS, las visitas de Jean-Yves. El recuerdo de las tapas rojas y blancas de la edición de Taurus de El Pensamiento de Carlos Marx, que habíamos leído muchos tiempo antes en los primeros años de la universidad, nos hacía anticipar el encuentro con un “anciano” sacerdote y no con el jovial y dinámico Calvez que nos acompañaría, desde entonces, todos los agostos en Buenos Aires y con
el cual estableceríamos una entrañable amistad.
Las reuniones con Calvez en nuestra casa todos los años se fueron convirtiendo en “un ritual” esperado por muchos amigos de diversos ámbitos y con distintas inquietudes. Jean-Yves se comunicaba al llegar y ajustábamos agendas, con una buena comida china mientras él manejaba los palitos con envidiable destreza y nos ponía al día de sus viajes y de sus siempre renovadas inquietudes acerca del presente y el futuro de la Iglesia, de la sociedad, de la política. Todo lo analizaba con el detalle y la racionalidad de un francés y la esperanza comprometida de un cristiano. Nunca planteaba respuestas definitivas ni simples a los problemas, pero siempre señalaba y alentaba un rumbo de acciones posibles para mejorar la realidad.
Las comidas con los más amigos: los Botana, los Miguens, los Bruno, los López, los Mendiola, siempre se iniciaban con la pregunta del recordado Oscar Puiggrós, que no nos dejaba dispersarnos y charlar entre nosotros, “¿Padre, cómo ve este año a la Argentina?”. La pregunta desataba un intercambio riquísimo, que Calvez matizaba con sus experiencias desde otras latitudes, la comparación con la Argentina del año anterior y una sonrisa prudente ante nuestras apasionadas posiciones.
A los más cercanos al CIAS y al mundo católico, habitualmente nos sorprendía con anécdotas de los tiempos del Vaticano II y sus intercambios con teólogos y líderes religiosos del mundo entero; anécdotas contadas con gracia, sencillez y mucha libertad. En otras reuniones también nos impresionaba su facilidad para dialogar y encontrar coincidencias con personas ajenas al catolicismo y la capacidad para mantener esas relaciones.
Recordamos, por ejemplo, un encuentro con universitarios, entre los que estaban Guillermo Jaim Etcheverry, Ernesto Villanueva, Roberto Marafioti y Pedro Krotsch en la que se acordó una charla de Calvez en el Centro de Estudios Coreanos de la UBA sobre las tendencias políticas de China en la actualidad.
En varias ocasiones, nos reunimos con Fernando Storni, Nieves Tapia, Juan Esteban Belderrain para pensar con Calvez cómo impulsar una formación cristiana de jóvenes para actuar en política. Él siempre insistía en que era conveniente que estos grupos combinaran la teoría y la acción, y que fuesen plurales, en diálogo con otras visiones e ideologías y que se ejercitaran en el discernimiento evangélico con amplitud, realismo y libertad.
En septiembre de 2001, dos días después de la destrucción de las Torres Gemelas, nos encontramos con Jean-Yves en la cafetería del Banco Mundial en Washington, DC. Con mucha emoción compartimos un homenaje a las víctimas, escuchando el coro final de la Novena Sinfonía de Beethoven con las manos unidas entre todos los presentes.
Al mismo tiempo que pudimos observar su profunda compasión y dolor por lo ocurrido, nos comentó su preocupación por las posibles represalias contra los alumnos musulmanes de la Universidad de Georgetown, donde él estaba en ese momento, y la necesidad de prevenir conductas de odio racial tanto en los barrios como en los campus universitarios.
Siempre, afloraban en su pensamiento la comprensión serena del presente y la mirada atenta hacia consecuencias no deseadas, para actuar con prudencia y justicia y no dejarse llevar por reacciones inmediatas.
Su última visita, en julio de 2009, fue más breve e intensa; parecía casi una despedida. Estuvimos con él y algunos amigos en la embajada de Francia; nos reunimos en casa con el grupo del Instituto para la Integración del Saber de la UCA, donde se dio la oportunidad de comentar la encíclica Caritas in veritate que acababa de salir en esos días. Antes de que nosotros termináramos de leerla, ya Calvez reflexionaba sobre sus estilos e influencias en lo económico social, la posición ecológica, la autoridad política mundial, la economía de comunión y otros temas que se irían desplegando en poco tiempo. En la reunión con los amigos de siempre, estuvo presente la crisis de Honduras, la lenta y difícil maduración de las democracias latinoamericanas, y el papel de la Iglesia en estos procesos.
Todos sentimos que si bien Calvez tenía una mirada europea era también muy universal, y el diálogo con él siempre ampliaba la visión del presente y del futuro, y nos ayudaba a comprendernos mejor como país y como región. El día antes de irse para Santiago de Chile presidió la misa, concelebrada con Ignacio Pérez del Viso y Pichi Meisegeier, al cumplirse un año de la muerte de Fernando Storni, quien lo había acompañado siempre en sus visitas al país. Esa tarde del 9 de julio de 2009 en Regina Martyrum, lo oímos decir con emoción y humildad: “Quiero dar este testimonio: todo lo que yo sé de la Argentina lo aprendí de Fernando”. De su último día en Buenos Aires nos queda el recuerdo de esa misa que sintetizó para muchos no sólo el Calvez filósofo y teólogo, sino sobre todo el Calvez jesuita, sacerdote y amigo. Lo vamos a extrañar.
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Join discussionMuchas gracias por compartir estas vivencias, soy laica jesuita, trabajo en Mérida, Yuc., México con el P. Joaquín Gallo, sacerdote jesuita. Isabel.