El arzobispo Zygmunt Zimowski, presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, denunció en el Congreso mundial de la Federación Internacional de Farmacéuticos Católicos, celebrado en septiembre último en la ciudad polaca de Poznan, sobre “La seguridad del medicamento: ética y conciencia para el farmacéutico”, que el 50 por ciento de las medicinas vendidas en África están falsificadas.Sobre la base de datos de la Organización Mundial de la Salud, afirmó que en el sudeste asiático y en América latina se da el mismo fenómeno en torno al 30 por ciento.
“Los fármacos con bajos niveles de componentes activos son más peligrosos que los que no tienen ninguno, ya que incluso pueden contribuir a incrementar la resistencia de los virus a los medicamentos y generar los llamados ‘súper microbios’, que se pueden expandir, según fuentes de la OMS”, afirmó. Y agregó que los traficantes, que suelen reproducir con exactitud las marcas y las cajas de los medicamentos, introducen pocas cantidades de componentes activos por cada unidad, que suelen proceder del robo o del mercado negro.
“Los consumidores carecen de toda garantía respecto de su elaboración. Por lo general nunca figuran las fechas de vencimiento, a fin de incrementar la vida de los medicamentos. Las rutas y métodos del tráfico de fármacos falsificados suelen ser los mismos que para otros productos piratas”, señaló. Y además, observó que la manipulación y falsificación de las medicinas afecta ante todo a los niños, a quienes los falsos antibióticos y vacunas producen graves daños.
En nuestro caso, hasta donde se sabe, los elegidos han sido los enfermos de cáncer e infectados con HIV. El arzobispo polaco hizo referencia a los documentos pontificios en relación con valores fundamentales y citó la encíclica Caritas in veritate, de Benedicto XVI, al considerar que la seguridad en los medicamentos es una de las “emergencias sanitarias y éticas en los países en vías de desarrollo”.
Citando a Juan Pablo II, expresó que “la ganancia, legítima y necesaria debe siempre estar subordinada al respeto de la ley moral y a la adhesión al magisterio de la Iglesia”.
Por último, recuperó las palabras de Benedicto XVI haciendo particular referencia a la situación de los niños que “elevan un silencioso grito de dolor que interpela nuestra conciencia”. Invitó a todos, en particular a los farmacéuticos católicos, a “denunciar con valentía todas las formas de adulteración y falsificación de las medicinas y a oponerse a su distribución”.
Nuestra realidad
Pensemos ahora en nosotros, en nuestra responsabilidad, en nuestra propuesta y posibilidad de acción. Es oportuno visualizar cuáles son los elementos destacados de la denuncia y analizar los aspectos que por diversas circunstancias resultan más cercanos a nuestra realidad sanitaria y nos interpelan para una reflexión necesaria y urgente sobre el sistema de salud argentino, no sólo para emitir un juicio sino para aportar a su indispensable reformulación.
Creer que la venta de medicamentos falsos o robados es solamente un episodio vinculado a las conductas de circunstanciales protagonistas o de obras sociales sindicales, como en el escándalo actual, es minimizar el problema, vinculándolo a episodios delictivos individuales o grupales que esperemos la Justicia identifique y castigue ejemplarmente.
En 2002, en medio de la crisis, afirmamos que lo peor que le podía pasar al sistema era volver a la situación del 2001. Allí llegamos. No fue suficiente la inspirada gestión de Ginés González García, ni la “emergencia sanitaria”, que fue más financiera que sanitaria, ni la cruzada moralizadora de Graciela Ocaña, ni la prioridad en Atención Primaria, con más de 7 mil profesionales capacitados y un esfuerzo conjunto del Estado, en sus versiones nacional, provincial y municipal, y 17 universidades, u otros programas como Remediar o Municipios Saludables.
En su momento, el Diálogo Argentino salvó la etapa aguda de la crisis cuando los protagonistas postergaron sus intereses particulares y pusieron el hombro. Luego, el sistema, poco a poco, con una homeostasis digna de mejor causa, volvió a la conocida normalidad: fragmentación, orientación asistencialista, desconocimiento de costos, alto porcentaje de muertes evitables, marcos de control insuficientes, corrupción estructural, no limitada al ámbito sindical sino ubicada en el centro del sistema. El valor de una agenda de amigos es muy alto en un sistema que contrata, vende y compra con total impunidad y muy poca transparencia.
No es casual que se contraten buenos generalistas para armar las historias clínicas a presentar a las auditorías. No es casual que esto se sepa y la conducta habitual sea el silencio y su aceptación. En el limitado campo sanitario suelen repetirse los personajes y, aun ante fracasos, como en su momento fueron las gerenciadoras de servicios, se los ve reaparecer con otra razón social, otra consultoría u otro puesto clave de gestión. Participan de eventos, son recibidos por las instituciones y sus dirigentes, se los toma como mal necesario, hacen declaraciones, publican notas. Todo ello posibilitado por el descenso en los niveles de tolerancia a la corrupción, como fenómeno personal y social; la no aplicación de técnicas clásicas de la salud pública, perdidas en la burocratización de la respuesta sanitaria; y la carencia de información confiable en un sector fragmentado y muy sensible a condicionantes financieros, económicos y políticos.
De hecho, las últimas epidemias publicitadas permiten revalorizar medidas básicas de salud pública que debemos jerarquizar: unidad de conducción y articulación institucional; generar, sobre una base de evidencia, mensajes simples, concretos y consensuados; promover y facilitar la participación comunitaria de individuos, familias e instituciones y medios de comunicación masivos para la prevención del problema; asistencia oportuna y accesibilidad plena para la atención de los enfermos;
articulación intersectorial, donde Salud, Educación, Desarrollo Social y Gobierno coordinen un accionar común. En definitiva: Salud Pública, básica en la currícula académica. El dengue se fue con el invierno, la gripe con la respuesta de la población y el ordenamiento de las comunicaciones, luego de una crucial etapa de anarquía y desprotección.
La propuesta
Es en este contexto que la denuncia del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud nos interpela. Se hace necesario visualizar el sistema desde una perspectiva que permita identificar responsables y hacer efectivamente exigibles los derechos, en este caso a la vida y a la salud y generar políticas de Estado a partir de la revitalización del Diálogo Argentino con los protagonistas sectoriales.
En la construcción de ese camino aparecen prioridades éticas, estratégicas y operativas. Las primeras tienen que ver con reinstalar de la dignidad de la persona y la defensa de la vida; subordinar los componentes económicos y los intereses sectoriales y personales al bien común; visualizar al sistema desde una perspectiva de derechos que suponga la exigibilidad de su cumplimiento y la responsabilidad de su satisfacción; promover y asegurar la equidad, solidaridad y satisfactoriedad del sistema.
Las prioridades estratégicas son avanzar sobre los componentes del sistema que se visualizan como principales deficiencias, en función del marco ético establecido y del conocimiento técnico disponible. En este marco aparecen como urgentes: la modificación de factores determinantes de la salud y la enfermedad, especialmente el saneamiento básico y la alimentación segura y oportuna; la disminución de la morbimortalidad por enfermedades evitables; la mejora de la calidad y de la disponibilidad de la información necesaria para su correcta administración; la determinación de costos operativos, según protocolos, discutidos y aceptados, y que deberán ser base de presupuestos, cuotas y aranceles; la consolidación de la implementación de técnicas y propuestas aceptadas en lo académico y operativo y no aplicadas en la realidad: referencia y contrarreferencia, articulación intersectorial.
En cuanto a las operativas: restablecer el Diálogo Argentino en Salud, para lograr un Acuerdo Federal de Salud, con la participación de los principales protagonistas y sobre los temas más urgentes y que permita acuerdos básicos que apoyen políticas de Estado; fortalecer el Consejo Federal de Salud y otros organismos de integración como COFELESA y la relación de las autoridades sectoriales con instituciones académicas y gremiales; determinar y difundir un sistema de comunicación de salud que abarque desde acciones de educación popular a información de servicios, costos y calidad; identificar y promover formas de desarrollo de acciones y programas intersectoriales, en especial en el nivel local; promover la investigación en sistemas y servicios de salud, que abarque temas tales como costos, articulación público/privado; calidad y oportunidad de atención; enfermedades y muertes evitables; determinantes de la salud, etc. Estos son algunos de los caminos posibles y recursos técnicos para conocer lo que pasa, para emitir un juicio transparente y para construir un futuro común que incluya conductas institucionales y personales que posibiliten una propuesta desde donde reconstruir un sistema solidario, eficaz y accesible para todos, pleno de transparencia y honestidad.
Queremos concluir esta reflexión con el pedido del cardenal Jorge Bergoglio: “No nos acostumbremos a la injusticia. Que de nuestro obrar surja la esperanza”.
El autor es director del Posgrado en Salud Social y Comunitaria de la Universidad Maimónides.