El presidente del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata reflexiona acerca de los alcances de la última edición. La charla permite reconocer en el realizador de Los muchachos de antes no usaban arsénico, una concepción humanista puesta al servicio de la función pública.

¿Cuál es su balance de la 24º edición?

-Muy positivo porque veníamos de un festival que había sido opaco y con muchos problemas internos, con personal con el que teníamos muy diferentes puntos de vista. Incluso viví situaciones casi delictivas, como la falsificación de mi firma. De doce programadores se fueron nueve, quedaron tres y sumé otros tres para tener seis en total, que es la cantidad que tiene el Festival de Cine de Cannes. Este festival fue prolijo, palabra que parece disminuyente pero que no lo es; también logré reponer la cantidad de becados que había inventado hace más de una década en épocas de Julio Maharbiz. Visité los hoteles para ver si estaban atendidos y si comían bien. Entre los errores, puedo decir que la publicidad no fue suficientemente amplia para que ayudara al festival, y la entrega de premios demasiado extensa. Nos arriesgamos con José Campusano programándolo por segundo año consecutivo con su película Vikingo.

 

-Sí, básicamente porque ya había formado parte de la Competencia Oficial.

-Alguien me lo reprochó y yo le respondí que mientras tengamos gente que vive en calles mugrientas, sin asfalto, sin cloacas, con zanjones, y chicos que están sentados fumando contra un paredón, tratando de robar al incauto que pasa, mal nos va a ir. Creo que el Gobierno tiene que tomar cartas en el asunto en forma definitiva y acondicionar un presupuesto que esté al servicio de todo eso. Junto con los ancianos y la salud pública, la seguridad es una de las condiciones que deben primar en un país. Por eso me gustan las películas de Campusano, porque denuncian eso y nos enseñan cosas que nosotros desconocemos y que están ocurriendo a 15 o 20 minutos del Obelisco. Un universo del cual no hemos escuchado ni hablar y del que sólo tenemos referencia cuando hay un crimen. Eso me preocupa por una razón muy simple, estoy absolutamente seguro de que les dejo a mis nietos un mundo muy inferior en cuanto a calidad de vida con respecto al que yo recibí; y me siento responsable de eso. Es necesario hacer algo para que la sociedad mejore; nuestro cine refleja la realidad.

 

-Una de las críticas históricas fue la falta de identidad del Festival de Mar del Plata. Este año la programación fue más compacta ¿Cuáles son los lineamientos que va a seguir?

-Tengo 80 años de espectador de cine y 70 de cinematografísta, así que llevo diez años de ventaja viendo cine. Quise hacer un festival ecuménico donde estuvieran la mayor cantidad de sensaciones emotivas que puede tener un espectador, y que se sintiera satisfecho. Cuando terminábamos de ver La diligencia o Lo que el viento se llevó íbamos corriendo a contársela a un amigo; y quiero recuperar esa mística. La cinematografía es un medio de comunicación, de contacto, de cultura y tiene que estar al servicio de un pueblo y brindar conocimiento sobre los demás pueblos. El cine es un vehículo que nos ayuda a denunciar problemas y tenemos que animarnos a hablar de lo que está ocurriendo. Yo no soy un hombre oficialista, lo cual no ha obstado para que pueda decir lo que pienso, y en ningún momento en los 22 meses en el cargo ha sonado una sola vez el teléfono para darme alguna indicación sobre lo que debiera hacer. La relación con la presidenta del INCAA ha sido de lo mejor que uno puede esperar. Estamos haciendo un festival itinerante que es una selección del de Mar del Plata, donde la gobernación de la provincia o la intendencia esté a cargo de los costos, con lo cual es un evento sin erogación para el INCAA. De esa forma hemos estado, entre otros lugares, en Ushuaia, Córdoba, La Rioja, General Pico y Villa Cañás, desde luego.

 

-¿Cómo es la dinámica de esas funciones?

-Una de mis preocupaciones principales es que los chicos vean cine, así que hacemos funciones para ellos. Cuando estuvimos en Villa Cañás, pregunté a una platea de 350 chicos qué película habían visto últimamente y nadie respondía; cuando pregunté si alguien había ido al cine alguna vez en su vida sólo dos levantaron las manitos y mi conclusión es que estamos perdiendo al espectador cinematográfico y debemos ganar al espectador televisivo. Explicándoles que iban a ver una película en una forma distinta de la manera en que la ven en la casa, sin levantarse para atender el teléfono o para ir a la cocina. Cuando terminó la proyección se quedaron pasmados, hubo un aplauso muy extenso y empezaron a gritar: “¡Otra! ¡Otra!”. Hay que hacerles ver que el cine es un valor que no podemos dejar reducido a la simple expresión de un recuerdo histórico. En este último festival hemos realizado seis charlas con maestros y vamos a hacer copias para enviar a cada una de las escuelas de donde provinieron los alumnos becados, sumando a los buenos cineclubes.

 

-En la ceremonia de cierre se notaron algunas resoluciones muy antojadizas, sobre todo con la altisonante conducción de Lalo Mir. ¿Cuál es su opinión al respecto?

-Usted entra en un terreno delicado que yo no voy a dejar de transitar porque mi obligación es dar respuesta a todo. Cuando me hice cargo de este festival me explicaron que el canal que realizaba la ceremonia de cierre recibía 350 mil pesos en concepto de televisación. Yo no estaba dispuesto a pagar esa cifra y acudimos a Canal 7 que puso muy buena voluntad. Lo cual no significa que no hayamos tenido algunos problemas con ellos. A Lalo Mir y a mí se nos entregó el guión de la programación una hora y media antes de empezar el espectáculo pero yo no quise aceptarlo porque significaba mi compromiso y ante algún cambio me iban a señalar que no había tiempo. Es mi culpa no haber pedido con el tiempo suficiente el guión a Tristán Bauer, que es una persona excelente.

 

– ¿Le molestó que en la ceremonia se dijera que Orson Welles tenía que haber sido Perón? Parece una provocación.

-Sí, me molestó. Yo estaba al lado de una importante figura del Instituto que me dijo: “No hay ninguna duda de que para estas cosas hay que poner gente de cine”. En virtud de la intención ahorrativa acudimos a Canal 7 y nos encontramos con resoluciones de último momento. Es un beneficio para el Festival ahorrar costos pero es un perjuicio que la presentación no sea todo lo brillante que debiera ser. Lo positivo es que todo el esfuerzo simboliza que la gente le tiene cariño al festival y eso es responsabilidad de todo un equipo, por eso los hice subir a todos en el cierre. Una de las cosas que me enorgullecen es haber sido el presidente del Festival que editó el libro sobre Homero Alsina Thevenet, que costó 38 pesos y vendemos a 40. Compré 3 porque hay que dar

el ejemplo.

 

– ¿Está de acuerdo con la definición “festival de festivales” para esta última edición?

-¿En razón de qué no podemos proyectar una película premiada en Hong Kong? Es una confusión de sus colegas que creyeron que elegimos películas premiadas. Los programadores son personas muy sagaces y cuando veían un buen film en algún festival se acercaban y contactaban a los responsables. Luego terminaba el festival y la película era aprobada. No elegimos a las premiadas, aunque después la frase me empezó a gustar porque hacer un “festival de festivales” es como hacer un campeonato con los mejores del mundo. Creo en todo tipo de cine; y con la alternancia de géneros el espectador quedó agradecido.

 

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