El autor afirma que la escuela es una creación social cuyo fin específico es la trasmisión crítica de la herencia cultural de manera sistemática. Sin embargo, no puede ni debe reemplazar a la sociedad en el resto de sus funciones educadoras.
La escuela es fruto de la sociedad en la que está inserta y, de algún modo, las personas que la conforman están hechas a imagen y semejanza de esa sociedad. Por lo tanto, un cambio en la escuela secundaria –para que sea real y efectivo– supone un cambio en la misma sociedad. Los educadores somos parte de ella y, al atravesar la puerta de entrada de la escuela, no nos transformamos en seres superiores al resto de los habitantes por el solo hecho de ser docentes. Compartimos las mismas características con el resto de los argentinos, con rasgos más o menos arraigados, con sus mismas virtudes y defectos.
En el documento sobre “Los lineamientos políticos y estratégicos de la educación secundaria obligatoria” se reconoce que “esta iniciativa debe constituirse en una convocatoria al conjunto de la sociedad para que (…) sea ella el motor, garante y el supremo contralor de los cambios que aquí se proponen”. Pero no debemos olvidar que es la misma sociedad la que tiene que cambiar. No es la escuela la que cambia la sociedad, sino la sociedad la que puede llegar a generar una nueva escuela. O, si se quiere, se deben producir cambios en la sociedad que incluyan cambios en la escuela secundaria, pero no se le puede pedir a una de las partes que haga por sí sola la tarea que corresponde a todo el conjunto de la sociedad.
Pongamos un ejemplo. Si los padres no saben, no pueden o no quieren poner límites protectores a sus hijos, o si no existe un pacto entre los padres y la escuela, entonces la tarea educativa se encuentra verdaderamente obstaculizada. En todo caso, lo que algunos temen es que la inclusión legítima se vea ampliamente sobrepasada por la tarea de contención social. Es decir, que la escuela se transforme u ocupe el lugar de la familia o el de un club de barrio –ya casi en extinción–, donde los chicos puedan estar “fuera de las calles” y “lejos del peligro”. Aclaro que esto no se desprende de forma directa y explícita de los lineamientos en su aspecto teórico, pero, en la práctica, es un desvío concreto al que se puede llegar, sobre todo si esta “inclusión” está impulsada por la búsqueda de resultados estadísticos inmediatos.
La pregunta que surge es qué podemos hacer para que una escuela no inclusiva, en el sentido que se le da a esta palabra en los lineamientos, es decir una escuela que no ha permitido el “efectivo acceso, la continuidad escolar y el egreso” de un gran número de adolescentes se transforme en una escuela inclusiva y exigente. ¿Qué podemos hacer para que “una escuela que no fue pensada para todos” se convierta en una escuela en la que todos puedan pensar y capacitarse?
Es cierto que hay muchos adolescentes fuera del sistema. El ministro de Educación, Alberto Sileoni, mencionó que existen “unos 900.000 pibes afuera de la escuela” y el director general de Educación bonaerense, Mario Oporto, admitió que “unos 400.000 chicos mayores de 16 años no estudian ni trabajan en el territorio de la provincia”. Sin embargo, con la tendencia de la escuela a abarcar más de lo que le corresponde y a dejar de hacer bien lo que es propiamente su tarea y con la urgencia del gobierno de turno por “bajar la fiebre de los números”, es muy fácil que la escuela secundaria deje de realizar bien su misión específica. Dicho de otro modo, para no excluir a nadie existe el riesgo de que todos terminen aprobando aunque no sepan. Es claro que nosotros como sociedad no podemos cerrar los ojos ante este número enorme de adolescentes sin escolarización ni trabajo, pues ¿cuáles serán las consecuencias para ellos y para toda la sociedad en veinte años? Los fantasmas del aumento de las adicciones y de la inseguridad crecen a la sombra de situaciones sociales como ésta. La escuela secundaria es parte de esta sociedad y por lo tanto es parte de la solución, en lo que a ella específicamente le corresponde.
En este sentido, pienso que se trata de una de las razones por la cual se han pronunciado algunas voces escépticas con respecto a estos lineamientos. Cito sólo dos ejemplos: según una nota del diario Clarín del 18 de octubre, Horacio Sanguinetti, ex rector del Colegio Nacional de Buenos Aires, ex secretario de Educación de la Ciudad de Buenos Aires y presidente de la Academia Nacional de Educación, afirmó que él “aplaudía los esfuerzos, pero que si empezamos a aprobar a todos sin arreglar la formación docente, estadísticamente habrá más chicos que terminen la secundaria, lo que no quiere decir que sepan más”. En la misma nota se recogía también la opinión de Silvina Gvirtz, de la Universidad de San Andrés, quien opinó que la reforma es “un parche porque el planteo debe ser qué es lo que debe saber un alumno cuando termina la secundaria y no cuántos la terminan”, y en entrevistas anteriores había afirmado que “hay que mejorar la formación de los formadores, de quienes capacitan y enseñan a los docentes”. Estos cambios no se llevan a cabo inmediatamente, sino que requieren todo un proceso y, en algunos casos, hasta un cambio generacional.
Es excelente la idea de mejorar nuestra secundaria, y esto es posible y necesario. Se pueden hacer muchas cosas más por nuestros alumnos y alumnas. Sin embargo, si bien advierto aspectos positivos en estos lineamientos, también veo el peligro de una política educativa centrada en la promulgación de leyes que por sí mismas nada cambian, y que dedique pocas energías a su viabilidad práctica, al día a día de la gestión. Para provocar cambios realmente efectivos es necesario insertarlos en un proyecto de país con la mirada puesta muchos años por delante. Se requiere un verdadero pacto social, donde nos pongamos de acuerdo en cómo vamos a hacer para crecer y mejorar como nación y qué escuela secundaria es la que necesitamos más allá de quién gane las próximas elecciones, y las siguientes. El problema de la educación secundaria es sólo el emergente de un conflicto social y político mucho más amplio: ¿tendré trabajo al salir del secundario?, ¿cuál es la diferencia que hace en mi vida el ir a la escuela secundaria?, ¿vale la pena? Ese millón de adolescentes que no va a la escuela, si hoy estuviesen egresando, ¿tendría un futuro laboral más atractivo? Se necesita un cambio y, en este proceso, los dirigentes de todos los sectores y en todos los niveles de responsabilidad tenemos un papel insustituible. Trabajo a largo plazo y con un proyecto social común, formación seria de las nuevas generaciones de docentes, recursos, inteligencia y energías centrados en la bajada concreta, en la gestión diaria. De lo contrario pienso que “todo cambiará para que nada cambie”.
El autor es profesor en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino, rector del Colegio Los Robles y presidente del Comité de Ética del Centro de Investigaciones en Enfermedades Metabólicas.
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Join discussionSon palabras acertadas para la realidad que vivimos. La escuela secundaria está a la derivada porque el país está a la derivada. Los gobiernos solucionan los problemas urgentes pero no conforman un plan de acción para los próximos 100 años con etapas cada cuatro años. No sabemos adonde vamos, no tenemos proyecto de país, estamos al garete. Los gobiernos trabajan en el día a día. Los políticos también. Nunca se sientan para proyectar un país. Siempre la lucha por el poder y lo urgente tapa lo importante. Necesitamos un plan, y luego los partidos políticos que ganen lo tienen que llevar a cabo con las variantes necesarias de acuerdo a sus creencias políticas, pero debemos respetar el plan trazado. Yo no se , como ciudadano argentino que soy, que se espera de cada uno de nosotros para cumplir el plan nacional ¿ cual es ese plan? ¿ los estamos cumpliendo? ¿ quien se equivoca? ¿ porque?…….. Somos un barco que no sabe adonde va y por eso nunca sabemos si estamos en el camino correcto.