di-paolaLa periodista que firma esta nota participó de un encuentro donde su colega italiano Alver Metalli, de la RAI, le propuso algunas preguntas al sacerdote José María Di Paola, que preside la Vicaría para la Pastoral de las Villas de Emergencia, a propósito de la encíclica Caritas in veritate.

“Antes que nada quiero decir que las respuestas que vaya a dar tienen que ver con la experiencia de sacerdote de la villa; inclusive los ejemplos que pueda poner tienen que ver con esa realidad que me toca vivir desde hace varios años en Buenos Aires. Digo esto porque es el límite que uno tiene; uno puede hablar de lo que vive y de donde vive”. Éstas fueron las primeras palabras del sacerdote José María Di Paola, en un diálogo público sobre la encíclica social de Benedicto XVI, Caritas in veritate, desde la experiencia como párroco desde hace trece años en una de las villas porteñas más grandes, la 21-24-Zavaleta, en Barracas. Di Paola es también titular de la Vicaría para la Pastoral de las Villas de Emergencia con la que el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Bergoglio, jerarquizó en agosto pasado al equipo de sacerdotes para esa pastoral, creado hace 40 años por el cardenal Juan Carlos Aramburu, y que hoy asiste a una población de cerca de 300 mil fieles. La advertencia del sacerdote, que cobró notoriedad en abril al ser amenazado de muerte luego de la difusión de un documento sobre las drogas en las villas, describe la actitud con la que los “curas villeros” se relacionan con otros sectores de la Iglesia y de la sociedad en general. Comparten la vida, dolores y alegrías, con los fieles de los lugares donde están sin intentar manipular esa realidad en función de esquemas teóricos o intelectuales ni buscar intencionalmente confrontación con nadie. Tampoco proponen el suyo como un modelo excluyente de vida cristiana. Lo he comprobado en una investigación que estoy haciendo en estos meses para un libro sobre la presencia de los curas en las villas porteñas –que será publicado el año próximo– por la que he visitado en sus parroquias y capillas a 17 de los sacerdotes que integran ese equipo pastoral. Hacen el cristianismo con lo que tienen al alcance de su mano y según las necesidades que perciben. Por caso, de la parroquia Virgen de Caacupé, de Barracas, donde vive Di Paola con otros tres sacerdotes, dependen entre otros emprendimientos, ocho comedores, una escuela secundaria única en su género en la ciudad de Buenos Aires (de gestión social), una escuela de oficios, una granja de recuperación de adictos que está en General Rodríguez, un hogar de adolescentes y otro de ancianos y un centro de día para adictos. En otras villas no hay tantas iniciativas pero las agendas de los sacerdotes están igualmente llenas. Caminan los pasillos de sus barrios visitando a las familias, celebrando misas o dando bendiciones a quienes se lo piden, que son muchos, todos los días y a cualquier hora. Difícilmente pueda acusar de ideológicos a estos sacerdotes quien haya compartido con ellos al menos un día entero. En el diálogo que se publica a continuación surge con claridad esta postura realista, lejana a cualquier alienación teórica o espiritualista sobre la situación de la sociedad de hoy. Di Paola fue entrevistado por Alver Metalli, periodista y escritor italiano, uno de los fundadores de la revista internacional 30 Giorni y actual corresponsal de la RAI en Buenos Aires. Metalli vivió en México y Uruguay y es autor de algunos ensayos sobre América Latina y varias novelas. Este encuentro tuvo lugar el 30 de julio en la sede de la Pastoral Universitaria, convocado en torno a la última encíclica del Papa por el centro cultural Charles Péguy (centroculturalcharlespeguy.org) cercano al Movimiento Comunión y Liberación.

–En la encíclica se habla de la fuerza de la caridad. A simple vista parece una contradicción. ¿Cuál es el poder de la caridad?

–El poder de la caridad está muy bien descripto en la encíclica. Es el de transformar lo que no pudieron las ideologías. Por el contrario, muchas veces las ideologías nos llevaron a estar peor. La caridad es la verdadera fuerza transformadora de la sociedad y no solamente en las palabras de Benedicto XVI o Paulo VI; también se ve en testimonios de la Iglesia como los de la madre Teresa o Juan Pablo II. Más allá de las encíclicas que haya escrito Juan Pablo o de lo que sepamos de la madre Teresa, son vidas que han transformado la realidad que tocaron. Estando en los barrios más humildes se detecta que la caridad va transformando la realidad con un poder mucho más fuerte del que nosotros creemos. A veces pensamos que la caridad, por ser una palabra generalmente malusada, no puede cambiar nada y que es una especie de barniz. Y sucede todo lo contrario; es la fuerza transformadora de la que hablaba Jesús cuando decía que lo más importante es el mandamiento del amor: amar a Dios con todo el corazón, con todo el espíritu, y al prójimo como a uno mismo. En los barrios más humildes esto está encarnado en hombres y mujeres que son capaces de transformar situaciones de grandes carencias. Pienso, por ejemplo, en momentos en los que han faltado alimentos y dos o tres personas armaron un comedor. No me refiero a un comedor clientelista, que da cosas a cambio de otras, sino de personas que se han juntado y en torno al amor fueron capaces de transformar una realidad. La caridad tiene un poder ilimitado, como las armas nucleares, mucho más grande de lo que podemos pensar aun nosotros, los cristianos.

 

–¿Cómo impactan en la experiencia que usted vive las distintas afirmaciones que hace el Papa, por ejemplo, que “la caridad en la verdad es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad”? ¿La incluyen, la valoran o la corrigen de algún modo?

–Estas palabras son la espiritualidad que nos moviliza y que da sentido a lo que hacemos. A través de la caridad uno busca la transformación de la realidad que le toca vivir. Muchas veces no logra todos los objetivos que se plantea o logra sólo algunos. Sin embargo, al estar motivado o movilizado por la caridad, que para Jesús es la fuerza de la vida religiosa y del ser humano, ésta se convierte en la espiritualidad más profunda, y no es sentimentalismo. Muchas veces se ha visto el compromiso como una especie de sentimentalismo que puede tener, diría, una fecha de vencimiento. Por el contrario, cuando uno tiene una convicción basada en esta palabra tan profunda y tan seria que es la caridad, los logros no pasan solamente por los números. No importa si llegaste a recuperar a los cien chicos que querías; es decir, buscaste la recuperación de los cien pero quizás lograste que veinte dejaran la droga y que diez empezaran un camino mucho más serio de recuperación en sus vidas. En ese sentido, la caridad se transforma en un estilo o en una espiritualidad más profunda. El Papa dice que incluso es superadora de la justicia humana. La encíclica habla de la justicia y de la caridad como un manto mucho más grande, que abarca más allá de lo que le corresponde al otro.

 

–¿Qué significa para usted vivir la caridad en la verdad?

–Tengo presente a personas de nuestro barrio que se levantan temprano y van a cocinar o a cuidar a los abuelos y lo hacen todos los días en forma voluntaria. Es la caridad que no se expresa en lo que una persona sintió en un momento determinado sino que significa un compromiso cotidiano, exigente, serio; como dice la Madre Teresa, “dar hasta que duela”. En el planteo que nos hace el Papa la verdad implica, me parece, todo esto: la verdad que significa Jesús, que significa esfuerzo, que significa sacrificio. No se puede hablar de caridad sin un sacrificio serio, constante. Si no, lo que se señala es la otra cara, la cara falsa de la caridad, que es el sentimentalismo: hace que la palabra caridad se disuelva, que no tenga la seriedad ni la fuerza que le corresponde. Entonces no llega a ser realmente transformadora. La verdad y la caridad, como bien lo señala el Papa en esta encíclica, son como dos caras de la misma moneda que te llevan a ser muy realista. La verdad es que, llevándolo a la vida cotidiana, es muy fácil encender la cocina y poner agua una vez y volver dentro de seis meses, lo difícil es hacerlo todos los días, y por gente que no es de tu propia familia. Es ir más allá. La encíclica nos propone ir más allá de lo que nos corresponde y de lo que le corresponde al otro, ir más allá de los límites que los seres humanos ponemos en las relaciones para que una sociedad marche más o menos bien.

 

–¿La caridad supera la división entre público y privado?

–Sí. En las villas de Buenos Aires hay una historia de ausencia del Estado de décadas y, a la vez, de una transformación. El origen de nuestros barrios se da a través de gente que viene a la ciudad desde provincias con economías quebradas o de países como Paraguay, donde los pobres tienen que pagar la asistencia sanitaria. Llegan acá y encuentran una ausencia del Estado, y no hablamos de uno, dos o tres años, sino de décadas, por eso no es un tema que corresponda a uno u otro color político; estamos hablando del Estado en general. Frente a eso hay una historia de transformación social

muy importante. La Iglesia siempre estuvo presente en las villas de Buenos Aires; desde la época de Carlos Mugica hasta hoy las villas nunca fueron abandonadas por la Iglesia. Podemos ser testigos presenciales de este fenómeno en el que no hubo solamente una preocupación por un bien individual sino que trascendió lo particular por la fuerza transformadora de la caridad. Esto va muy unido a la oración, porque las villas están conformadas por personas muy religiosas y por eso muchas cosas se hicieron desde la fe. El ejemplo de las villas cabe a la luz de la encíclica. Allí, la realidad se transforma de manera comunitaria porque además de hacer la propia casa, una familia se junta con otra y construye la del vecino; o se conserva un lugar de recreación, una placita para los chicos, pero no solamente los propios sino también los de los otros; y siempre se pide construir una capilla.

 

–Toda la encíclica se mueve en torno a la Populorum progressio, de Paulo VI. ¿Esta encíclica ha tenido alguna relevancia en su experiencia personal, en su vocación como sacerdote y en su decisión de estar en la villa?

–Sí. Paulo VI fue un profeta para la Iglesia, un adelantado, porque en esa y en otras encíclicas de distinto tenor dijo cosas muy importantes, muy fuertes y muy claras en momentos difíciles para el mundo y para la Iglesia. Su magisterio tiene que ver con mi vocación. Nosotros hicimos el seminario en Buenos Aires en épocas de Juan Pablo II, con su ejemplo del apostolado, de hombre que enfrentó las ideologías. En nuestro compromiso como sacerdotes y en nuestra formación se dio una combinación muy interesante entre ambos papas. Paulo VI y Juan Pablo II fueron un profeta y un apóstol que nos han ayudado mucho.

 

–Hay experiencias colectivas que son parte de esta historia de transformación social ante la ausencia del Estado. ¿Cuáles son las fuentes inspiradoras de lo que usted hace?En su despacho tiene fotos del padre Carlos Mugica y de la Madre Teresa; sé también que es un admirador de Don Bosco.

–Hay figuras de la Iglesia que acompañaron en distintos momentos: en el caso de las villas, el padre Carlos Mugica, que es el más conocido pero lo acompañaba un equipo de sacerdotes; en nuestro barrio estaba el padre Daniel de la Sierra. Ante la erradicación de las villas dispuestas por el gobierno (N. de R.: A fines de los ‘70) este equipo de curas hizo cooperativas de viviendas. Cuando hay amor, cuando no se busca el bien personal sino el bien comunitario, se es capaz de transformar esa realidad, incluso en un momento como ese, sin mucho apoyo. Por otro lado, Don Bosco y la figura de otros que trabajaron con la niñez y la adolescencia: momentos importantes en los que se puede hacer mucho por la persona, y cuánto más en los barrios marginales. Es importante

el trabajo que hacemos desde la parroquia, hay figuras que nos ayudan y que me ayudan a mí en forma personal pero también hay una expresión de la fe en la gente que es transformadora en sí misma. Caminando por el barrio se encuentran ermitas o capillas que hizo la gente para juntarse a rezar o recibir el bautismo y la comunión más cerca. Es la fe del pueblo que se expresa de muchas formas: en la ermita puesta cerca de su casa, en la caminata a Luján, y el 8 de diciembre para la gran fiesta de la virgen de Caacupé. Discúlpenme por los límites en las respuestas que doy, que tienen que ver con mi experiencia; si estuviera acá un capellán de un hospital lo diría de otra manera.

 

–¿Qué le diría a un joven que va a misionar al interior en sus vacaciones para persuadirlo de misionar durante todo el año? ¿Qué tipo de apostolado le propondría?

–Creo que es mucho mejor, aunque no siempre se puede, la experiencia de misionar todas las semanas en un lugar, por lo que decía antes de mantener el sacrificio en el tiempo. Por ejemplo, hay chicos del Colegio del Salvador que van a la villa 21. El sábado quizás van a bailar, pero el domingo a la mañana están ahí, dan catecismo y reúnen a los chicos en una capilla. Esto tiene que ver con la caridad como sacrificio y esfuerzo continuo y permanente. Digo esto sin quitar mérito a los que van una vez al año, que también es bueno y necesario. Transformar la realidad pasa por el compromiso. Creo que un joven católico tiene que darse cuenta de que hay mucho por hacer y que encontrará más sentido a su fe en la medida en que se comprometa con la realidad. Es también lo que proponemos a los jóvenes de la villa que participan en un programa de liderazgo positivo en el que aprenden oficios. Ellos también se levantan temprano todos los domingos y están con los más chicos, en el grupo de exploradores, hasta el mediodía. Y van a misionar a Gualeguaychú y al Cottolengo de Claypole porque es importante mostrarles que tienen mucho para dar y que la villa no es solamente un lugar donde otros van a ayudar. Muchos jóvenes que van a ayudar desde afuera se conocen con los que viven en la villa y a veces salen juntos o van caminando a Luján. Es bueno para unos y para otros.

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  1. Nuncio PIccione on 31 diciembre, 2009

    Porque un sacerdote que se dedica a la pastoral de alma es decir la pobreza espiritual se rotulan como curas villeros con un titulo degradando a personas que lo que les falta es amor , y si nos remontamos a la historia este tipo de urbanización es frutos de los señores políticos , donde uno de sus grandes generadores es el doctor Cafiero que cuando fue candidato a gobernador regalo espacios públicos ,por votos y hoy se escuchas que se rajan las vestiduras por estas pobres personas.
    por lo tanto creo que no que no deben existir curas villeros sino sacerdotes que predique el evangelio a todas las personas .Y por supuesto es lógico que no deberían existir villas miserias como se dice ,les aseguro que con la tecnología que existe se podrían fabricar viviendas confortables y a precios bastante razonables .Nosotros en la provincia de La Pampa hace años lo transformamos en realidad ;pero ya no existirían rehenes de la esclavitud de un pan dulce.

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