A lo largo de su historia, nuestra revista ha procurado ejercitar y promover el pensamiento crítico en la Iglesia, alentada por la confianza en el valor de la razón. En esta empresa, Criterio se siente en profunda sintonía con Benedicto XVI quien, desde el discurso de Ratisbona hasta la reciente encíclica Caritas in veritate, ha insistido incansablemente en el estrecho vínculo que existe entre la fe y la razón, y su función de “purificación” recíproca. Es por ello que entendemos como parte de nuestra misión indicar aspectos de la actualidad pastoral que reclaman especial atención en orden a preservar el rol central de la razón creyente y su capacidad de verdad. Uno de ellos, no el único pero sí de innegable importancia, es el de la piedad popular.
Como sabemos, la pastoral popular experimentó un fuerte impulso en nuestro continente a partir del documento de Puebla (1979), que recoge la consigna de “evangelización de la cultura”, formulada años antes en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo VI (1975). Toma así expresión nueva una convicción con sólidas bases en la historia de la Iglesia: la idea de que los hombres están insertos en un contexto de valores vividos, una cultura que forma parte constitutiva de su identidad, razón por la cual la evangelización no sólo debe alcanzar a las personas individualmente consideradas, sino también a sus respectivas culturas.
La ampliación de horizontes que introdujo esta nueva perspectiva, tanto para la reflexión teológica como para la praxis pastoral, es innegable. Su fruto más evidente ha sido una mejor comprensión, por parte de los pastores, de la vida y la religiosidad concreta de sus fieles, con el consiguiente paso de una actitud de paternalismo condescendiente a una auténtica cercanía cordial a ellos. Pero la valorización de la cultura no es tarea fácil. Puebla es consciente de ello cuando define la cultura de un pueblo como “el conjunto de valores que lo animan y de desvalores que lo debilitan”. Por ello, afirma que la Iglesia debe ejercitar “una crítica de las culturas”, con “una profunda actitud de amor” pero, a la vez, de discernimiento racional. Pese a ello, el mismo documento define la piedad popular, que se sitúa en el núcleo de nuestra cultura latinoamericana, como “un acervo de valores que responden con sabiduría cristiana a los grandes interrogantes de la existencia”. No cabe duda de que la piedad popular contiene una profunda y riquísima sabiduría evangélica. Aun así, se debe observar que el citado documento, de un modo no del todo consistente con su propia definición de cultura en términos de valores y desvalores, caracteriza aquí la piedad popular sólo como un conjunto de valores.
Es cierto que enumera luego una serie de peligros que la amenazan. Pero básicamente es aquel concepto idealizado el que prevaleció. Como consecuencia, el esfuerzo sincero y generoso de la Iglesia por asumir el “catolicismo popular” y llegar por él “al corazón de las masas”, no siempre ha guardado suficiente capacidad de discernimiento.
En efecto, este concepto idealizado de piedad popular puede aplicarse sin grandes objeciones a numerosas manifestaciones religiosas, generalmente muy tradicionales e íntimamente vinculadas a la liturgia de la Iglesia y al contenido de la fe, relativas al culto de la Virgen, los santos y beatos, los sufragios por los difuntos, las visitas a los santuarios, las peregrinaciones… Otros casos, sin embargo, reclaman un especial ejercicio intelectual.
Un problema que afecta hoy no sólo a la piedad popular sino a la Iglesia en su conjunto, proviene de las crecientes dificultades en la transmisión de la fe, tanto en las familias como en la catequesis y en la educación religiosa en general.
Cuando la adhesión a verdades de fe como la divinidad de Cristo se debilita, las mismas palabras, gestos y símbolos que antes expresaban una determinada religiosidad cristiana se vacían hasta adquirir un significado distinto. El santo que es objeto de devoción podría dejar de ser un intercesor que conduce a Dios para convertirse en el destinatario último de los ruegos, con la consiguiente regresión a una forma de religiosidad distinta, no privada de todo valor pero ya no evangélica. Ello pone de manifiesto la necesidad de buscar modos de integrar de manera más clara y explícita el mensaje de consolación y aliento (que es siempre necesario, y hoy más aún) con las verdades centrales de la fe.
Si este problema puede afectar el culto a los santos reconocidos por la Iglesia, ¿qué decir de otras devociones cuyo contenido de fe es más ambiguo y difícil de desentrañar? ¿Con qué criterios deben discernirse hoy los límites entre la piedad popular (cristiana) y la religiosidad popular (natural, no necesariamente cristiana)?
Además, considerando que amplios sectores del Pueblo fiel se rigen más por el calendario religioso de sus devociones que por el calendario litúrgico, centrado en la persona de Cristo, ¿cómo colmar esa brecha? ¿Cómo evitar que la peregrinación a Luján, por ejemplo, sea para algunas personas más importante que la Pascua?
Por otra parte, esta piedad popular está compuesta de expresiones muy diversas, que se vinculan también diversamente con la vida moral, que no es otra cosa que la razón (en este caso, la razón creyente) aplicada al obrar. Como afirma Puebla, aquella constituye un verdadero “humanismo cristiano”, fuente de profundas actitudes teologales y de una fraternidad fundamental entre las personas. Pero también es preciso constatar que suele tener menor influencia en otros aspectos también importantes de la existencia cristiana. Es necesaria, por lo tanto, una profunda renovación de la dimensión moral de la catequesis y de la predicación para llevar esta forma espontánea de sabiduría evangélica a todos los órdenes de la vida.
Es paradójico que frente al enrarecimiento de algunas expresiones de la piedad popular verificado en las últimas décadas, las referencias a la necesidad de su “purificación” sean cada vez más esporádicas y pudorosas. La preservación de la verdad de la fe requiere una vigilancia constante. Las devociones no deben ser solamente acompañadas, sino orientadas explícitamente hacia Cristo y la integralidad del mensaje evangélico. En este sentido, las correcciones del Concilio a ciertos desbordes de la piedad mariana tienen gran actualidad. Habría que preguntarse también sobre la conveniencia pastoral de introducir devociones donde no las había, e incluso de generar devociones nuevas. Del hecho de que tales fenómenos se den espontáneamente no se sigue que esté justificado reproducirlos deliberadamente. ¿Cuáles son los fundamentos y la finalidad de estas prácticas? ¿Qué criterios de verificación deben aplicarse más allá del éxito en términos numéricos? Discernir adecuadamente estos aspectos de la actividad pastoral contribuirá a conjurar el peligro de reducir la fe a una apertura afectiva y genérica a la trascendencia, para la cual símbolos y verdades cumplen un rol instrumental.
Por supuesto que nada de lo dicho pretende relativizar el valor extraordinario de la piedad popular, que está incorporada a la religiosidad de la mayoría de nosotros y de las personas que nos rodean. Tampoco desconocemos la obra admirable que realizan tantos sacerdotes y agentes pastorales, que se consagran cotidianamente con sencillez y humildad al servicio de sus comunidades, valorando y alentando la fe en los modos concretos en que se manifiesta.
La labor de muchos santuarios es ejemplar por su creatividad y lucidez. Simplemente queremos señalar que la evangelización de la cultura, y en especial de su núcleo religioso, debe ser siempre expresión de la “caridad en la verdad”. En virtud de ello, la piedad popular debe ser, como toda otra forma de piedad en la Iglesia, permanentemente discernida por la razón creyente y desafiada por el anuncio explícito de la verdad de Cristo.
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Join discussionCreo que la «evangelización de la cultura» segun Puebla, implica necesariamente diferenciar lo «popular» (y por tanto «localizado») de lo «católico» (por tanto, lo «universal»). Es pues una frase incorrecta decir «catolicismo popular» y si, además, se encuentra en la realidad, esta debe ser evangelizada con lo perenne y universal, o sea: la «inculturizacion del Evangelio» como es la frase que conozco (o asi se tradujo…). Asi pues, pienso, se purifica la «piedad popular»………….. , Ahora bien, hay dos Dones del Espíritu Santo que distinguen «eternidad» y «temporalidad», y son Discernimiento y Ciencia respectivamente………..A su vez, el Don de Ciencia distingue en la temporalidad, lo «vano e inestable» de las obras humanas solas (lo confuso de «costumbres» como «tradicion»), de las obras que Dios permite permanezcan y sean crecimiento en la Historia humana……….Tal permanencia y estabilidad refieren a su Autor, y donde el hombre coopera, creyente o no, actuando en su epoca historica……………Si es creyente, cuidara «racionalmente» la Creacion y le sera motivo de alabar a Dios,…..si no es creyente, tal «cuidado» lo intuira como un tipo de religiosidad que podriamos identificarla en una Cultura. (o como cultura misma)……..De cualquier forma, la evangelización debe penetrar a la cultura para009@hotmail.com hacer reconocer al Autor que atrae al hombre a Si………..Así , la Fe emplea consigo a la Razón y revalora su cultura, y la Razón, desde formas culturales, es conducida a la Fe….. (aprecio de antemano la paciencia de quien lea este comentario mio tan largo….Gracias). ….