de Eurípides. Teatro General San Martín.

A pesar de su numerosa producción y de su fama posterior, Eurípides fue en la Atenas del siglo V una figura controversial. Ya en el siglo XX Roland Barthes llegó a afirmar que la introducción de la psicología es una “potencia antitrágica” en el teatro de este autor. teatro-medea1Lo cierto es que su ruptura con la tradición se manifestó mediante una visión del mundo centrada, ya no en el plano trascendente sino en el hombre mismo en lucha con sus pasiones y debilidades. Lo trágico, entendido como disyuntiva extrema e inevitable, permanece, pero el conflicto se humaniza, y en este proceso la palabra y la razón cumplen una función primordial frente al designio de los dioses.

La Medea creada por Eurípides, quien recrea libremente el final de una leyenda que siempre le interesó, es un personaje contradictorio y alejado de los modelos de mujer que proporciona el imaginario mítico y épico. No sólo es una extranjera y hechicera implantada por Jasón en tierra griega, sino además una mujer rebelde frente a las limitaciones que la sociedad le impone.

Tanto la violencia física y la magia como el discurso son sus armas de ataque frente al abandono de Jasón, “traidor a sus juramentos y a sus huéspedes”. Pero al tiempo que contiende con él, Medea se debate entre la furia vengadora que la posee y la razón que le permite ver que la ofensa que planea es, paradójicamente, “terrible y sin embargo necesaria”.

La versión del texto original, a cargo de la propia protagonista y de Lucila Pagliai, logró acertadamente lo que se propuso: sin adaptar el texto a la actualidad, instaura, lo que Pompeyo Audivert –director de esta versión– califica de “atemporalidad poética”. Este mismo concepto rige la puesta en escena. Sobre el escenario semicircular de la Sala Casacuberta, el diseño escenográfico apela a escasos recursos: básicamente, la iluminación –que sugiere la columnata del frente de la casa de Medea–, una enorme red que se retira no bien comenzada la función –sugiriendo, quizás, que los personajes no estarán sometidos a un destino predeterminado– y un cuenco de agua, sugestivamente usado a lo largo de la representación. El vestuario combina con mesura marcas de distintas épocas y apela a un cromatismo simbólico. Además de la música en off, un acompañamiento de guitarra en vivo marca los momentos climáticos de la acción. Cristina Banegas despliega todo su talento y oficio actoral para lograr una composición prodigiosa de la ambivalente Medea. Daniel Fanego, en el rol de Jasón, logra una composición sólida, apenas opacada por ocasionales dificultades en la emisión de la voz. Los secundan de manera destacable Tina Serrano, encarnando a la Nodriza, y Héctor Bidonde, al rey de Corinto. Llamativamente deslucidos resultan los trabajos de Martín Kahan como Egeo y Sandro Nunziata como el Pedagogo. Mayor presencia impone el Coro de mujeres corintias, mientras que Analía Couceyro asume con un deliberado hieratismo el rol de un asexuado Corifeo que, con un visible efecto distanciador pero de cuestionable efecto, suma a su función tradicional –voz singular del grupo– la de ser una suerte de invisible figura directriz de los acontecimientos que interactúa gestualmente con los protagonistas. En síntesis: una propuesta que redescubre la vitalidad y belleza de un texto de dos mil cuatrocientos años.

 

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