Llevo casi treinta años dialogando sobre ética con jóvenes y graduados de Ciencias Políticas, Relaciones Internacionales y Administración. Todos ellos con vocación de dirigencia política, social o económica. Durante estos años la actitud de los alumnos frente a las cuestiones morales y su enseñanza ha variado considerablemente.
De la década del ‘70 a la del ‘80 cambió el interés de los alumnos: los valores sociales y familiares perdieron relevancia frente a los valores económicos. Ya a fines de la década del ‘80 teníamos que explicar que la ética era una disciplina académica, común a muchas escuelas de negocios; y días antes de comenzar el curso solíamos remitir a los alumnos el programa y una secuencia de fotocopias del Financial Times, Wall Street Journal, etc. donde se hablaba sobre la importancia de la ética en el mundo de los negocios, para que nos prestaran atención.
Entrados los ‘90, los alumnos demostraban mayor sensibilidad y discutían divididos entre quienes defendían que “en el mundo de los negocios estamos para hacer negocios”, sin importar cómo (Business are business), y los que proclamaban que preferían abandonar un mercado antes que pagar una coima.
Con el advenimiento del presente siglo la cuestión ha dado un nuevo giro: la discusión se torna por momentos angustiosa y no dudo que, en poco tiempo, pueda ser agresiva.
Por ahora nos encontramos, por una parte, con los defensores de la continuidad de las empresas sin importar el costo moral, y con los defensores de un orden moral que se considera dañado, por la otra. Cada vez se ve más cercano el momento en que los alumnos vuelvan a introducir en las aulas, desde un planteo ideológico, la tensión individuo-comunidad.
La ideología
Pero la ideología es un invento moderno, funcional a una civilización racionalista y simplificadora. Toda representación de la realidad es una simplificación. Tomando el ejemplo de la geografía, no hay carta topográfica que pueda suplir la experiencia de estar en el paisaje. La ideología que supo tener características de carta topográfica en el siglo XX es hoy sólo un croquis esquemático.
De alguna manera, la ideología facilitó evitar la pregunta moral: no formularnos siquiera opiniones morales y mucho menos conocimientos. Fue un “enlatado moral” listo para el consumo, comida chatarra para nuestra inteligencia. Desde la ideología es imposible el diálogo moral y por lo tanto la solución a los problemas siempre costará vidas humanas. Los muertos del régimen bolchevique, los de la Segunda Guerra Mundial, los de la Guerra Fría y el número todavía desconocido de los de la Revolución Cultural China fueron víctimas de las ideologías. En cambio, la auténtica función social de la moral es cuidar la vida humana, ayudando a los hombres a ser felices.
Entre tanto, la visión de Max Weber sobre la existencia en nuestra cultura de dos morales (una del hombre práctico y otra de los de contemplación) no es una recomendación, sino un registro de cómo se planteaba el problema “moral-ideologizado” para las elites. La iluminación es que, si continuamos con una moral de los resultados y una moral de los deberes, el que se escurre entre medio es el hombre concreto, objeto y sujeto único de la moral.
La oligarquía
Si perdemos de vista al hombre concreto nuestro acierto se torna inmoral; si perdemos de vista al hombre concreto la moral se enfría hasta convertirse en deberes abstractos. Yendo al caso de algunos de nuestros políticos, podría afirmarse que son inmorales porque han perdido el objeto: constituyen una oligarquía (término griego que designa el gobierno de unos pocos en provecho propio) donde el ciudadano no es el objetivo de su eficacia. Pero también han perdido el sujeto: dentro de un sistema que multiplica los cargos casi al infinito, muchos están en lugares para los que no se han preparado. Y por perder de vista al hombre que hace política, no prevén la formación específica ni el financiamiento legítimo y legal de la vida del político… Así se llega a las coimas que, siendo siempre malas, no se consideran tan graves.
Nuestra sociedad es rehén de un Estado inmoral, no sólo porque roba sino porque cree que la economía debe ser eficaz y el discurso, moral. Ha mirado impávido el deterioro de los sistemas educativo y de salud del pueblo, ha aplaudido la desaparición de nuestras empresas y soslayado el robo del patrimonio de nuestras familias, sin eficacia ni moral.
Sumidos en la crisis, seguimos encontrándonos con los defensores de la eficacia que proponen que el solo motor de la inversión creadora de las empresas (olvidando que a su vez es destructora) puede superar la pobreza (el derrame, o mejor dicho “goteo” de la riqueza); y, por otra parte, los que desde los cargos públicos olvidan, o nunca supieron, que es imposible distribuir el valor sin crearlo previamente y que la retención de valor lo único que hace es “enfermar a la vaca”.
La conciencia del bien
En todas estas afirmaciones tengo muy presente las definiciones de Leo Strauss, para quien toda acción política está encaminada a la conservación o al cambio. Cuando deseamos conservar tratamos de evitar el cambio hacia lo peor; cuando deseamos cambiar, tratamos de actualizar algo mejor.
Toda acción política, pues, está dirigida por nuestro pensamiento sobre lo mejor y lo peor. Un pensamiento sobre lo mejor y lo peor implica, no obstante, el pensamiento sobre el bien. Cuando no media la ideologización –que como vimos bloquea el proceso–, la conciencia del bien que dirige todas nuestras acciones tiene el carácter de opinión: de ordinario no nos la planteamos como problema, pero reflexivamente se nos presenta como problemática.
Naturalmente el pueblo asume sus perspectivas como valor y tiende a una normalización que en el tiempo pide normatividad.
Es la función más propia de la dirigencia democrática plantear la cuestión del bien y de lo bueno como problema, para que el pueblo pueda llegar a un pensamiento del bien que deje entonces de ser problemático. Se encamina hacia un pensamiento que no es opinión para convertirse en conocimiento popular y se transforme en un orden estable. No puede haber acción política eficaz sin un conocimiento del bien, de la vida buena o de la buena sociedad, porque la sociedad buena es la expresión completa del bien político.
El pensamiento clásico hacía de la prudencia la principal virtud de la vida social, de gobernados y de gobernantes. La prudencia exigía tanto el conocimiento de los principios como el conocimiento de las circunstancias, porque su acto propio era gobernar la obra, acertar en la decisión.
La idea de las dos morales se funda en el relativismo de los valores. Ambas son mutilaciones de una única moral, aquella para la cual no puede haber contradicción sobre el bien del hombre. Para ponerlo en palabras de Ernesto Sabato en la nota “La corrupción, riesgo de la democracia”, publicada en el diario La Nación el 29 de noviembre de 1992, “La sacralidad del hombre, el ser humano, no consiste simplemente en la palabra, consiste en que sus hijos no mueran de hambre, en que no sean torturados por tener ideas parecidas a las de Cristo, casi idénticas a las de Cristo. ¿Qué ideales? Iba a decirlos: siempre será bueno que el hombre sea libre, siempre será bueno que no haya esclavos, siempre será bueno que no haya pueblos oprimidos, siempre será bueno que no haya persecuciones raciales, siempre será bueno que un chiquito no muera de hambre”.
El autor es licenciado en Ciencias Políticas (UCA), doctor en Ciencia Política (USAL), abogado (UCA), Master en Dirección de Empresas (IAE–U. Austral). Junto a su esposa, María Virginia Magnasco, fundó el Colegio Santo Domingo en la Sierra, el Instituto Superior Santo Domingo de Guzmán, el Grupo de Misioneros Santo Domingo y el espacio de Vida en Gracia, en Tandil.
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Join discussionEdgar Morin escribió que la «…economía, por ejemplo, es la ciencia social matemáticamente mas avanzada, es la ciencia social y humanmente mas atrasada, puesto que se ha abstraído de las condiciones sociales, históricas, políticas, sicológicas,ecológicas, inseparables de las actividades económicas…» por ello, concluye, diciendo que los expertos son cada vez mas incapaces de interpretar las causas y consecuencias de las perturbaciones monetarias, bursátiles, de prever y predecir el curso económico. Personalmente pienso que en ese análisis falta la cuestión moral, hoy las universidades mas prestigiosas del mundo son las que han educado y formado a las «elites» que nos gobiernan o que gobiernan la «globalización» y han hecho de la calculadora el arma más temible y peligrosa que podemos imaginar. Todo se mide por resultados económicos. También hemos creado esta cultura líquida que hace que no nos interese ser dueños de nuestro destino. Debemos rescatar los valores clásicos sobre todo el «valor del bien» . Simultánemante nos tenemos que educar para dejar de ser «anti» o dejar de participar en las llamadas coaliciones negativas, lo que implica aceptar la cultura del esfuerzo y de lo dificil. Finalmente debemos aprender a pensar, ejercer el juicio crítico, como medio para encotnrar la oportunidad que nos está ofreciendo el momento que nos toca vivir.