La relación de Japón con Occidente nos confunde. Por su alto desarrollo tecnológico lo creemos una forma asiática del orbe moderno. Sin embargo, se mantiene ajeno a dimensiones decisivas de la modernidad occidental: la democracia participativa, las psicoterapias del yo, la religión monoteísta.
Tomemos el caso del catolicismo, desembarcado en el siglo XVI. Cien años después del arribo de San Francisco Javier a las islas, el clero misionero y sus comunidades eran proscritos por complicidad con nobles separatistas. El cristianismo nunca constituyó un movimiento masivo (en contraste con las vecinas Filipinas, Corea o Taiwán). Y a pesar de casos de discreta adherencia al dogma (el extinto escritor Shusaku Endo; la actual emperatriz Michiko), el cristianismo sigue siendo, a juicio de Keiji Nishitani, “una planta de invernadero”.
En Japón, donde no distinguen al catolicismo de otras denominaciones cristianas, el cristianismo se aclimató siguiendo reglas culturales propias de “una nación marcadamente politeísta y tolerante en materia de religión”. Lo afirma el padre James Heisig director del Instituto de Investigaciones Religiosas de Nagoya. Hace poco me explicaba que los japoneses “buscadores de espíritu” (reducida minoría, como en otros países) consideran a las religiones instituidas como ocasiones para desarrollar una nueva dimensión en sus vidas, exigida por circunstancias personales.
Mi colega de Kioto, Kishiro Ohgaki, lo ilustra de forma contundente: hijo de obispo budista, heredó un altar familiar que en ocasiones le acompañé a venerar; también es sintoísta, como toca a un nativo japonés; y suplementa las religiones anteriores con una activa práctica cristiana. Ohgaki no se considera politeísta, palabra que en Japón hace sonreír. Razona (sin que su padre obispo lo desmienta): “cada religión brinda parte de lo que necesito para desarrollar una experiencia conforme a mi discernimiento: el sintoísmo me arraiga al sentimiento de comunidad; el budismo me introduce en el misterio de la fuerza que crea vida; el cristianismo me infunde amor solidario, cooperación social, derechos humanos”. Ohgaki no muestra dudas, no parece tironeado.
Hiroko Nakamura, madre de Makoto, nuestro amigo y médico en Osaka, ilustra la relación discernidora y creativa que desde hace generaciones unas cuantas familias japonesas establecen con el hecho espiritual. Provenientes del rinzai zen, se fueron desligando del sintoísmo como parte de una deriva religiosa que los acercó a Shinran (profeta de orientación pietista) y a una forma de cristianismo atenta a sus raíces judías. El padre Sato, párroco de la comunidad que frecuentan los Nakamura, obra en todo de acuerdo con sus superiores. No obsta para que su templo mantenga similitudes sorprendentes con una sinagoga: una gran Estrella de David recibe en el frontis a los fieles; textos de la Tôrâh engalanan los muros del recinto. ¿Son paganos Nakamura o Sato? El mote los dejaría estupefactos.
Se dan otros casos: occidentales entregados a la práctica del zen, como en su momento el alemán Hugo Lassalle (maestro Enomiya), famoso en Occidente; cristianos entreverados con el budismo o con jôdô shinshû; psicoanalistas lacanianos en ruta hacia el zen. Amén de japoneses involucrados en encuentros con el cristianismo. Kotarô Suzuki es directivo de la asociación laica budista Risshô Kôseikai, que agrupa numerosas comunidades, incluyendo la suya de Nerima en Tokio. Desde hace años publica al alimón con el jesuita Juan Masiá, en un acuerdo doctrinal que los lleva a repensar a fondo el ámbito espiritual que a ambos envuelve.
Y está el caso de los encuentros interreligiosos que desde 2001 tienen lugar en Tokio. Rememoran el ataque a las Torres Gemelas de New York desde una óptica sin exclusivismos. Sus celebraciones tienen lugar en templos, pagodas o santuarios bajo autorización ad casum (la Constitución de 1947 prohíbe el proselitismo). Consisten en el encuentro antistrófico de tres coros que suben al escenario entonando: los budistas shomyo; los sintoístas gagaku; los cristianos, gregoriano. Uno se remonta de inmediato a las Odas de Píndaro, o a aquellos ríos sagrados cuyo encuentro en Allahabad grafica la espiritualidad hindú: Ganges, Yamuna y el subterráneo e hipotético Saráswati, fundidos en su camino hacia un océano insondable. Mientras se escucha la mezcla de armonía y disonancia de tres torrentes conjuntados, la asamblea medita en las transacciones, renuncias y mutaciones necesarias para que toda esa riqueza espiritual logre hacerse más fértil. Aunque cada grupo entona su música, todos entienden que el resultado produce (conduce a) un concierto mayor, que vive de/por la coexistencia entre voces disímiles. La audiencia escucha en silencio, engalanando la ceremonia con símbolos comunes a las tres creencias: campanillas, incienso, reverencias y otros gestos corporales.
En esta crónica urgente de nuevas búsquedas espirituales en Japón, echo a faltar un aspecto crucial. Por motivos de espacio, sólo podré plantearlo. Un 10% de la población nipona concreta su experiencia espiritual de forma independiente a marcos disciplinarios, como ilustran los casos anteriores. Otro 20% vive sumido en la rutina de prácticas religiosas consuetudinarias:
– el cristianismo se encierra en el invernadero, repitiendo formas occidentales de difícil difusión en una cultura totalmente diferente;
– el budismo funeral –según certera expresión de Shirô Sugimoto– sólo aparece para paliar incertidumbres en el momento de un deceso;
– el sintoísmo funciona como religión oficial del Estado desde 1891; y desde entonces se muestra ajeno a cualquier reforma.
¿Qué sucede entonces con el restante 70% de población japonesa? Da cuerpo a un fenómeno decisivo para comprender la evolución de este país: la irreligión (mushûkyô). Un best-seller reciente recoge la problemática. Su autor, Toshimaro Ama, es un investigador irremplazable de las religiones modernas y contemporáneas en Japón. “¿Por qué los japoneses son no-religiosos?”, titula su obra. En prolija respuesta, llena de ejemplos, invita a releer la cultura japonesa en una clave que amplifique el hecho religioso institucional. Sostiene que así se entenderán varias cosas:
– que muchas manifestaciones culturales niponas lindan con lo espiritual, sin por eso buscar un marco dogmático preciso;
– que los japoneses no son fríos en materia de experiencia interior;
– que la institución a menudo funciona como pliegue o discurso adosado a una experiencia que no desea mentores ni guardianes.
Ama no acepta que lo traten de ateo, ni siquiera de indiferente: los considera apelativos provenientes de quienes no pueden o no quieren concebir el hecho espiritual fuera del cauce de una autoridad que, de tan instituida, acaba tornándose poder.
El autor es doctor en Letras por la Universidad de París, en Ciencias Políticas por la de Madrid. Entre 1996 y 2009 fue catedrático de la Universidad de Estudios Extranjeros de Kioto. www.traducirjapon.blogspot.com
7 Readers Commented
Join discussionCreo que el camino que está recorriendo interiormente la espiritualidad humana, más allá de las diferentes religiones en las que se manifieste, puede ser concebido desde esta descripción referida específicamente a la cultura japonesa.
La religiosidad del futuro podría pensarse desde las necesidades humanas más urgentes: la solidaridad, la universalidad, el respeto por el otro y por las diferentes formas de culto y costumbres sin pretender arrogarse la posesión de ninguna Verdad que se considere absoluta y excluyente de las otras, la aceptación y apertura hacia lo distinto, el compartir celebraciones diferentes, el aceptar gozoso de las riquezas espirituales de todas las tradiciones, etc.
Y todo ello, obviamente, acompañado de un deslizamiento de los órdenes jerárquicos, de poder, que han gobernado las instituciones religiosas hasta el presente, hacia un lugar secundario que tendería a desaparecer, para dar más relevancia, tanto al sujeto individual como a formas más comunitarias de vivir la fe.
Estoy convencida de que, aunque lentamente, hacia allá caminamos todos, con la seguridad de que el único Dios nos acompaña a todos en este camino de encuentro y comunión universales.
Saludos cordiales,
Graciela Moranchel
¿Cristianos hacia la apostasía?:
se pueden recorrer caminos de falsa espiritualidad alejándose del Evangelio. Observando como se imponen la anticoncepción abortiva, el aborto, la aplicación y la educación para la anticoncepción y la profilaxis sexual desde la minoridad, la manipulación de embriones humanos, la homosexualidad como ideología, el matrimonio y la adopción gay, los cuestionamientos injustos a los católicos de ‘clase media’ y la aceptación de agravios infligidos a buenos sacerdotes. Eso sí, todo dentro de un delirante sincretismo religioso.
Me pregunto muchas veces (y una vez más al leer el comentario del señor Horacio Castro) cómo ha sido posible desfigurar tanto el mensaje de Cristo, la imagen de Dios que nos muestra el Evangelio del amor y de la misericordia incondicionales, en pos de una «pseudo espiritualidad» que pone en su centro toda una serie de cuestiones morales y sexuales que, de modo «obsesivo», fueron calando tan hondo en las conciencias de los creyentes, que les han hecho creer que es en estos temas donde se juega el contenido de nuestra fe y nuestra respuesta de conversión a la invitación de Jesús.
Reducir el Evangelio a una serie de mandatos o normas a cumplir, y que tienen que ver con temas de moral y sexualidad, es una fragmentación inadmisible.
Es hora de cambiar de rumbo en la mentalidad creyente, y «volver a las fuentes» para alimentar nuestra vida espiritual. Nada mejor que una lectura contemplativa y silenciosa de la Palara de Vida para darnos cuenta que la sexualidad humana no es un tema central en los Evangelios. Sí lo es en cambio la proclamación del Reino, y la denuncia constante del Señor a la hipocresía de los que cumplen la «letra de la ley» pero que se olvidan del perdón y de la misericordia.
Extraigo los siguientes conceptos y párrafos de un texto de Javier Garralda Alonso, porque corresponden exactamente a lo que necesito expresar en este mensaje. (De ‘Forum Libertas’ enviado por Catholic Net).
Algunos teólogos afirman que el cristianismo no sería seguir una moral, especialmente en la sexualidad, sino seguir a Cristo.
¿Seguir a Cristo sin cumplir, deliberadamente, sus mandamientos?
La Escritura nos contesta cuando Jesús dice al joven rico: «Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos» [no matarás, no cometerás adulterio… (Mt. 19, 17)]. Y a la muchedumbre y a sus discípulos en el Discurso Evangélico: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pasen una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda.» (Mateo 5:17, 18).
Los innovadores de la moral pretenden elaborar una ética de la responsabilidad, sin formalismos, superando la Ley que Cristo enseña.
Dicen que lo importante para salvarse es haber tomado una decisión profunda en favor de Dios, elegirlo a Él, exclusivamente con la llamada opción fundamental, que supondría un compromiso de fe-amor a los demás hombres y ‘no’ cumplir un código.
De modo que una vez asegurada esta opción fundamental (normas trascendentales), podríamos orillar un precepto moral particular (normas categoriales) si impidiera nuestra felicidad inmediata y su incumplimiento no produjera daño a nadie. Algunos mandamientos podrían ser incumplidos sin que uno perdiera la amistad con Dios asegurada por la «opción fundamental».
Sin embargo, nadie puede decir que ama a Dios si lo desobedece. El que asesina, o comete adulterio, de modo deliberado, se aparta de la amistad de Dios:
La influencia negativa de esas teorías- arbitrariamente permisivas- radica en que apartan de la misericordia de Dios, ya que supuesto que todo hombre o mujer es débil, su tragedia espiritual no es pecar sino no reconocer que ha pecado, cerrando la puerta al arrepentimiento y negándose al perdón de Dios que, como buen Padre, siempre está dispuesto a usar con nosotros su infinita misericordia cuando somos humildes y nos apena haberlo ofendido.
Revista Criterio
Estimados señores:
Hoy queda sin señalar en ‘Comentarios recientes’ que hay al menos uno sobre el artículo “Japón: creencia, experiencia, institución, irreligión”.
Para mí es importante, porque un anterior comentario me menciona.
Debo aclarar que lo que denomino un mensaje no es una versión literal del excelente texto que me inspira, sino que lo adecuo según necesito- con matices, términos y citas- como surge de una lectura comparativa. Atentamente.
Concuerdo con los que afirman que ser cristiano no significa, en principio, seguir una «moral», sino «seguir a Cristo». Pero ello de ningún modo implica un incumplimiento deliberado de los mandamientos. Muy por el contrario, la conducta que deriva de un seguimiento auténtico del Señor, es la más exigente de todas, porque está basada en los dos mandamientos que Jesús nos dejó: amor a Dios y al prójimo como a nosotros mismos. Todo el resto de los mandamientos se deriva de estos dos, y no hay nada más grande para cumplir. Por ello, una «ética de la responsabilidad», jamás pretende «superar» el mandato de Cristo, sino que más bien, se ajusta absolutamente a él.
Justamente este camino de respeto por la conciencia y libertad de cada uno en la búsqueda del bien, es lo que nos permite vislumbrar que es posible una espiritualidad más pura y universal, que pueda ser practicada desde una ética que vaya más allá de las creencias culturas. Creo firmemente que hacia allá vamos, como señala el artículo de Alberto Silva.
Saludos cordiales,
Graciela Moranchel
Buenos días: Me dirijo a los lectores Graciela Moranchel y Horacio Castro, a quienes mi breve nota de diciembre 2009 motivó a intervenir y discutir. Lo hago sólo un año después (21/12/10) ya que nunca obtuve confirmación de la publicación del texto por parte de la revista Criterio, ni me fue remitido un ejemplar acreditativo (Desde hace 40 años escribo en prensa y nunca había recibido un trato así). Una persona acaba de informarme que vio el texto colgado en Internet y aquí estoy dándoles a estos lectores explicación por mi silencio. Me despido con una breve reflexión: suelo prestar atención al comportamiento de las personas tanto o más que a las ideas que defienden. Con estas premisas, ya me voy haciendo una idea sobre el funcionamiento de la revista Criterio. Que pasen felices fiestas, les desea Alberto Silva