En el marco de la serie “Archivos O’Donnell”, el canal Encuentro emitió una entrevista realizada por el escritor y periodista Mario “Pacho” O’Donnell a la recordada cantante en 1996. Fragmentos de una hora de conversación en la que se pudieron apreciar distintas facetas de la artista tucumana, sus convicciones y su gran compromiso con la música y el público.
Pacho O’Donnell: Le he oído decir que a usted no le gusta escucharse cantar.
Mercedes Sosa: A ninguno le gusta escucharse cantar. Es una cosa tan íntima… Cuando se vuelve a escuchar, la emisión de la voz es desagradable. Me pasó con la grabación del segundo concierto en el teatro Opera: en “Arenosa, arenosita…” estuve desafinada. La voz estaba indudablemente cansada y no llegaba a la nota exacta. Hay artistas que niegan que desafinan, se niegan al fracaso, como si corriéramos una carrera de caballos. Nosotros no corremos carreras contra nadie, la música es lo más importante que tiene un ser humano que se dedica a ella. El canto, cuando se lo escucha, ya no es el mismo; ha cambiado con el tiempo.
– Sé que valora mucho lo que sucede en el escenario con el público.
–Tengo un respeto muy grande para con el público, un enorme respeto, en el país que esté. En Alemania, aunque ellos no comprendan la letra, sé que tengo que respetarla. El hecho de leer la letra me significa menos problemas, solamente escucho la música. La letra de los compositores, de los poetas, debe ser respetada. Y aunque los alemanes no comprenden el idioma, saben que estoy cantando un texto interesante. El texto de Víctor Heredia “Ventanita de laurel”, que aparentemente para nosotros es muy sencillo, es muy difícil de traducir al alemán. Todas nuestras palabras de amor, como chiquitita, queridita, negrita…no existen para ellos. Siempre es mi amor, nada más. Lo más difícil es traducir la poesía, cuesta en todos los idiomas. Yo canto cosas de los brasileños que traducidas al castellano pierden muchísimo; hay que traducir lo más parecido a lo que los poetas dicen.
–Usted habla de Alemania y sé que tiene mucha gente que la sigue en el exterior, también en Italia…De alguna manera, el exilio la ayudó en su carrera internacional, ¿no?
–No.
–¿No?
–Los que me ayudaron fueron los franceses, los españoles, los colombianos y los brasileños. También los desgraciados como yo, los exiliados chilenos y uruguyos. Los que menos me ayudaron fueron los argentinos en México. Durante siete años yo no canté allí. Volví recién en 1987; México no tuvo hacia mí una actitud de protección sino todo lo contrario. Nunca fui a la Unión Soviética durante el exilio ni a ningún otro país que tuviera que ver con el comunismo. A Israel, en cambio, llegué en el año 1980 y sentí el amor muy grande de los argentinos que estaban allí, fue una locura, un amor a primera vista. Empecé a cantar “Pollerita, pollerita, color rosita, qué bien lo baila, qué bien lo canta…” Y entonces, andaba bailando y cantando y decían “La Negra ahora baila, no sólo canta”. Cuando yo cantaba en Tel Aviv “Campesino, campesino, cuando tenga la tierra…” me besaban las manos. Siento una agradecimiento muy grande. En Colonia, Alemania, me recibieron por primera vez unos seres que me adoraban, tuve algunos contratos en la televisión. Eran unos jóvenes directores que tenían barcos, iban a Mallorca, y sus mujeres decían que querían conocer a esa mujer que les invadía las casas…Me llevó un chileno que se llamaba Alfredo Troncoso, que creyó en mí, y juntos hicimos este largo camino de llegar a ser amados por el pueblo alemán. Entré por Frankfurt y mucha gente se movilizó como debe ser, con un frente cultural organizado: cineastas, escritores y periodistas…
–Hace varios años que estamos en democracia, perfecta o imperfecta, pero democracia al fin. Hay una generación que no conoció esto del exilio, de las listas negras, de la censura. Y usted es, de alguna manera, un personaje prototípico de aquella persecusión. ¿Por qué no cuenta cómo fue esa etapa?
–Mi marido, Francisco, murió el 22 de enero de 1978. Yo estaba amenazada de muerte desde 1975 pero decidí quedarme en la Argentina. Pero una cosa es decidir quedarse y otra es no tener miedo. Afortunadamente tenía todavía a mi compañero y a mi hijo; y trabajaba en todo el mundo. Viene la mala suerte y en 1978 se muere mi marido Pocho de un tumor en la cabeza. Entonces salí solamente para cantar con Serrat en Venezuela, Puerto Rico, Costa Rica y México. Después, en 1979, nuevamente para hacer otras actuaciones con Serrat. Pensé en componerme, estar con mi gente, pero no se aguantaron que estuviera acá. En 1978, en La Plata y con 350 personas, fuimos llevados presos. Ellos no sabían que entre mis admiradores había hijos de militares, hijos de bancarios, si bien los estudiantes son una parte del pueblo a la que no pude llegar. Estábamos en el Almacén San José y me llevaron con mi hijo, con una amiga mía y con Colacho Brizuela durante 18 horas. Le pagamos mil dólares al abogado, que dijo “Yo cobro porque esto es una mancha roja en mi foja de servicio”. Lo concreto es que gracias a él y a esos mil dólares quedé libre. Ya habíamos hablado con Alberto Domingo, uno de los hombres más premiados por Echeverría y por mucha gente, y mandamos a todas las agencias del mundo este alerta. Venían los hombres y estaban asustados y ahí me di cuenta de que las mujeres son mucho más fuertes; es muy profundo lo que sienten las mujeres. Venían los chicos, ¡pobrecitos! Cada vez que venían los jóvenes yo quedaba hecha un mar del lágrimas porque los veía asustados; pero cuando venían las chicas me decían “Fuerza, Negra”. Me dejaron en libertad y volví a presentarme acá, en el teatro Lasalle, en la calle Sarmiento. Se aguantaron. Pero después vino Bradoni para que yo cantara en el Premier, frente al teatro San Martín, con Mederos; iba a ser 21, 22 y 23 de diciembre. Me levantaron la actuación a las cinco de la tarde. Era muy duro lo que nos pasaba. Pusieron la película Mi vida en el arte. Fue un golpe muy fuerte para mí. El 5 de enero de 1979, Rotemberg, que junto con Tinayre era productor del programa de Mirtha Legrand, me contrató para el teatro en Pinamar. Estaba lleno. Pero vino un policía y dijo “Este ladrillo está mal puesto y no se hace la actuación”. Ese día dije “Yo no quiero más humillaciones, me voy”.
–No quiero más humillaciones…
–Ya era una persecusión muy cercana, había alguien que ya se ponía a leer el diario y a buscar donde iba a estar para prohibirme. Me fui para Europa el 2 de febrero de 1979. Llevaba las valijas y mi bombo. Recuerdo que el avión desde Ezeiza iba a Córdoba y volvía a pasar sobre Buenos Aires, con un gran dolor pasé otra vez. Llegué a Madrid. Quiero aclararle muy bien a la gente que yo no tenía problemas económicos; fue un exilio de trabajo, de necesidad de cantar. Ya era una figura, me aplaudían de pie, iba como invitada de honor con Gal Costa, Les Luthiers, con todos. Quería tomarme un tiempo de descanso, ver qué iba a pasar. Me compré un auto y con mi hijo Fabián me fui a París y alquilé un departamento en Sebastopol, en un edificio en el que también había vivido Paco Ibañez. Eran tantas las cosas que se decían de mí…A la gente que iba en los tours al norte les señalaban un rancho y les hablaban de mi palacete en París. El enemigo está en todos lados y muy bien organizado. Recuerdo a José Pons con unas maestras en Jujuy que hablaban en mi contra. Eso no significa que yo no voy a seguir cantando para y por las maestras, pero había gente que realmente creía esas cosas. Nunca viví tres meses seguidos en París o en España, toda mi vida he estado volando de un lado para otro, lo cual me creó una condición de inestabilidad muy fuerte.
–De inestabilidad…
–El médico me dijo: “Su cable a tierra es la Argentina. No viaje más sola a Europa porque ha sido muy duro para usted”. Yo agarraba mi valija, mi bombo y mi walkman… y así viajaba.
–Para usted no es placentero irse sino quedarse, llegar.
–Lo más placentero es volver. Como vivo de hotel en hotel, cuando me levanto en mi casa de Madrid o en la de Buenos Aires me golpeo contra una pared o contra un armario. Parece que acá descanso porque no tengo que memorizar dónde están las cosas. Me gusta la tierra, estar en mi lugar, pero no puedo esperar que vengan los norteamericanos o los alemanes a Buenos Aires para oirme cantar, tengo que ir a buscar el aplauso, mi trabajo, en lugares lejanos.
–¿Cuándo se dio cuenta de que era cantora?
–Yo soy cantora de toda la vida. Uno es cantor porque tiene buena voz, lo difícil después es saber qué es lo que uno quiere con el canto. Me di cuenta que cantar no era solamente abrir la boca o largar hermosas notas. No sabe la gente que los que cantan tienen cuerdas bellas…El canto es una cosa mucho más profunda pero a esas cuerdas hay que entrarle buena literatura, buenos cuadros, buenas esculturas. La vida de un cantante no es solamente cantar, es un frente cultural muy importante y yo lo tuve en Mendoza, no en Tucumán.
–En Mendoza…
–Yo no soy un producto solamente de Tucumán sino de Mendoza y de Uruguay. Uruguay es otra tierra que me marcó con su generosidad, con la belleza de su gente. La sensibilidad, la cultura y la solidaridad del pueblo uruguayo. Cuando llegué no tenía ni para hablar por teléfono a la radio El Espectador y un changarín me dio una monedita para que pudiera hacerlo. Ahí me cambió la vida. Matus, el papá de Fabián, tuvo dos guitarras que le regalaron los uruguayos, de manera que tengo adoración por Uruguay.
–De esa época es Nuevo Cancionero.
–En 1962 dimos a conocer el manifiesto Nuevo Cancionero en el Círculo de Periodistas de Mendoza. Fue un lleno total, como si la gente hubiera sabido que se estaba gestando algo muy importante desde Mendoza, con Tejada Gómez. Ese movimiento lo escribí donde ahora está la Biblioteca Nacional; ahí había un parque con hamacas y Fabián era chiquito. Matus me había dicho que era necesario armar un nuevo movimiento para que nos conozcamos toda la gente del interior. Por ejemplo, la gente de Misiones, Chaco, Corrientes tenía por supuesto otro paisaje, con otros problemas.
–¿Tenía un objetivo de sensibilidad social?
–De conocernos, sí, compositores, poetas. ¡Conocernos la Argentina! Porque ahora está la televisión que le hace conocer a la gente de Ushuaia lo que pasa en Tucumán. Mi mamá en Tucumán tiene dos canales de España y uno de Chile; sabe todo lo que está pasando en el mundo, pero en ese momento estabamos todos como separados… Rodolfo Kuhn hace el Manifiesto del nuevo cine y después estuvo en Alemania. Luego de cantar en la Argentina, Kuhn me fue a visitar a mi casa en Madrid con el periodista Jorge Marrone y le conté lo que pasó: en 1981 todos los periodistas argentinos me hicieron notas. Yo les pedí que me hicieran volver a la Argentina porque realmente estaba perdiendo energía en Europa, hacía mucho tiempo que estaba. ¿Qué es la pérdida de la energía? La pérdida de los recuerdos, de los caminos, de las comidas norteñas, de nuestra manera de hablar. Tuve miedo de quedarme a vivir en Europa, de acostumbrarme a las facilidades. No es que yo quisiera sufrir las contras de acá, veníamos al Far West …
–Además cuando usted empezó a volver estaba todavía el gobierno de la dictadura.
–No, yo volví definitivamente en 1984, con Alfonsín.
–Claro, pero estamos hablando del ’80…
–De 1982, sí.
–Me acuerdo que fue apoteósico el regreso. Ricardo Wullicher hizo una película, Mercedes Sosa, como un pájaro libre, con guión de Miguel Briante y que mostraba el fervor y el entusiasmo de ese momento. La significación que tenía Mercedes Sosa cantanto otra vez en la Argentina.
–Wullicher lo hizo en 1983 en la cancha de Ferro. Cuando volví, hice 13 funciones en el teatro Opera. La gente, más que amarme a mí, estaba amándose a sí misma. Había gente que venía de Punta del Este, de Mar del Plata y no podían entrar porque estaba el teatro lleno. Para mí eso fue muy importante. Después empecé una gira de tres meses y canté en Managua; y eso me abrió las puertas de Holanda.
–Usted hablaba de que no se trata de cantar solamente sino de qué es lo que uno quiere hacer con su canto, ¿no? Creo que es claro que usted siempre ha tenido una muy fina sensibilidad ante la injusticia y la arbitrariedad social. ¿Proviene de una familia humilde, no es cierto?
–Muy humilde, y con muchos problemas de carencia. Pero hace muchos años el embajador de Francia me condecoró porque yo había dicho que tuvimos muchas carencias pero la suerte, tanto mis hermanos como yo, de tener unos padres de gran calidad humana. Mi mamá salía a lavar para darnos de comer y mi hermana mayor nos cuidaba. Hemos sufrido pobreza, pero hemos tenido mucho amor en mi casa.
–Mucho amor.
–Eso me salvó porque veo mucha gente con tremendos problemas de resentimiento, de amarguras. Mi mamá a veces hacía un locro con agua y trigo, y pan, nada más, y se reía y nos decía que esa noche íbamos a comer pavo. Y compraba el librillo, sabe la gente del norte lo que es, e iban los achureros que compraban la panza, y nos hacía unos guisos…y ella siempre tenía ese sentido del humor que hacía que nosotros no tuviéramos problemas. De jovencita igual empecé a sentir las carencias. Por ejemplo, se me rompía una media y tenía que coserla. Yo era maestra en la escuela de danza pero tenía que salir así, con esa media rotita; lo mismo le pasaba a otras chicas. Esas carencias me amargaron más que la falta de comida; esas cosas duelen en la juventud. Por eso creo que la peor edad es la del adolescente, del joven; a veces se necesitan pocas cosas para tener tranquilidad, sobre todo cuando se es tímida como yo. Yo tengo una timidez muy grande. No podía entrar a los bares si antes no miraba en la cartera si tenía plata para pagar un café, porque me hubiera muerto de vergüenza de no tenerla. Hoy no me pasa eso, pero no vaya a creer, hasta no hace muchos años…
–Usted sigue siendo leal a eso, con su canto, con sus actitudes.
–Dentro de mis posibilidades, sí. Mercedes Sosa, esta mujer que soy yo también, necesita algunas cosas para estar tranquila, sobre todo un entorno que esté a la par: los técnicos de luces, sonido y mis músicos, en primer lugar.
–Su papá era también un gran trabajador, ¿no?
–Un gran hombre. Se fue durante 23 días a pie desde donde nosotros vivíamos, frente al parque 9 de Julio, para conseguir trabajo en el ingenio Guzmán. Y consiguió, a los 24 días, un trabajo en el peor lugar: las zabaleras, que es donde se alimenta la chimenea del ingenio. En invierno puede ser un lugar accesible, pero en el verano de Tucumán era desastroso.
–Un infierno.
–Mi padre sufrió ese infierno: tenía que mantener a su familia. Hasta que un tío mío que era de la FOTIA (Nota: Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera) le consiguió un puesto en el Ministerio de Trabajo y Previsión. Mi padre se jubiló ahí como un empleado de muy baja categoría, pero se levantaba a las 6 de la mañana, si no había colectivo se iba caminando al centro… Es decir, una vida consagrada al trabajo, sabiéndose útil en lo que hace. Después de jubilarse no vivió mucho tiempo.
–¿Cuáles son algunas de las personas que más le impactaron, por lo bueno y por lo malo?
–Me impacta mucha gente, sobre todo por la bondad, y me asombran los simuladores.
–Los simuladores.
–Hace poco he tenido la mala suerte de conocer a un gran simulador y estafador de la gente. Me quedé mirando y no lo podía creer. En general los grandes estafadores morales son gente enferma. En cambio, los grandes seres humanos no son conocidos por títulos sino a lo mejor los encontramos en un bar, en trabajos muy simples y cotidianos: es importante conocerlos. Nadie sabe por ejemplo que yo conocí a Mitterrand cuando todavía no se sabía que iba a ser Presidente de la República. Me lo presentó Jacques Land (Nota: quien sería después Ministro de Educación en Francia) dos veces, pobre Mitterrand, ya parecía una figura de cera. Era una locura, estaba la señora de Allende, Michelle Piccoli en la Unesco y de repente me dicen: “¿Quéres conocer a Pérez Esquivel?”. No, dije yo, debe ser un hombre muy vanidoso, acaba de recibir el Premio Nobel de la Paz…Me abraza y me agarraron unas ganas de llorar, una emoción…Y me invitó a cenar con un Premio Nobel de Física y con un arzobispo de México en Hipopotamus en París. La humildad de esta gente me asombró. Me asombra la humildad de la gente que es culta, de los seres profundos, de los que saben cuál es el camino a seguir. Y también me asombran esos locos a los que levantan como figuras artísticas y después de un año sólo les quedan los aplausos efímeros. A esa gente también la miro asombrada.
–Una mirada de asombro.
–A veces los caminos son tan grandes y la gente se da vuelta. La que es de izquierda de repente se hace de derecha, la que es de derecha se pone en progresista y cambia… esas cosas también me asombran. Sigo admirando la inteligencia y la cultura. Creo que es lo único en lo que hay que quemarse las pestañas. El que quiere conocer de libros, tiene que leer; el que quiere conocer de escultura, debe recorrer exposiciones y aprender sobre escultores.
–Usted decía que cantar bien, con todo lo que significa, es parte de un proceso mucho más integral.
–Una vez leí un libro de Upton Sinclair sobre lo que había pasado en el mundo en la Primera y Segunda Guerra Mundial. Después estuve en todos esos lugares que aparecen en la novela. Era como estar signada, marcada, había algo allí. Estuve en Brauschweig, la primera vez que se hacía La misa criolla y con Ceballos, Amaya y Jaime íbamos como soporte. Fue un éxito. Entré en la Filarmónica de Berlín con un vestidito corto y mi ponchito y dijeron “Es como Edith Piaf o Bessie Smith”. En Alemania me habían descubierto en el año 1967.
–Todo un elogio, ¿verdad?
–“Sale al escenario como Bessie Smith”, decían. Delgadita era, y sin casi nada de adornos.
–Una vez dijo que el poncho es importante en el escenario.
–Sí, pero sobre todo en el escenario es importante elegir canciones buenas, tener respeto por uno y por los demás. Es importante el escenario porque estoy yo, con todo esto que le estoy contando de experiencias y de cosas que no me olvidé nunca. Una vez estábamos con Lucho González en Montero y yo dije “¿Qué es esto, señor?” Bollo, mi niña”, me contestan. Y Lucho me dice: “¿Qué te pasa? Estás tan porteña que te has olvidado de los bollos”. Lucho, peruano, era mi guitarrista, un hombre con un gran sentido del humor. Lo que pasa es que nadie sabe que estos bollos se hacen según la región, cada uno lo adornaba en la casa, por ejemplo, con azúcar impalpable o durazno. En ese tiempo no había pastelería. Los famosos pasteles de novia se hacían después de la carne asada, estaban cubiertos con merengue y adentro llevaban pasas de uva, pelones, y arriba le ponían azúcar, quedaban todos blancos.
–Me conmueve mucho su versión de Gracias a la vida, de la inmoral Violeta Parra. ¿Usted le da gracias a la vida?
–Le doy gracias a la vida…en realidad todos le deberíamos dar gracias a la vida. Contra la muerte, la vida. La vida, todos los días, cuando nos levantamos, cuando no nos duele nada, deberíamos agradecer. La canción no es de amor hacia un hombre, sino de amor hacia uno mismo. Cuando llevaban a enterrar a Olof Palme, el primer ministro asesinado en Suecia, un hombre que luchó por la libertad y por la solidaridad en el mundo, la gente cantaba Gracias a la vida. Me preguntaban los chilenos si yo cantaba esa canción solamente en Chile, y les dije que la canto en todo el mundo. ¿Cómo no va a agradecer a la vida una persona que estuvo marginada como lo estuve yo? Una persona que se ha tenido que ir con dos maletas y un bombo a ver qué era lo que pasaba con ella en Europa, y que lo único que tenía era dinero para sobrevivir, pero sin el canto, hubiera sido un drama mi vida. Dentro de la gente del exilio, yo he sido una de las artistas que más ha trabajado en todo el mundo junto con los Inti Illimani, seres extraordinarios, los mejores artistas dentro de lo folclórico en América latina. Una vez les escribí: “Estoy orgullosa de haber nacido en una parte del mundo donde ustedes pisan”. Yo no escribo nunca una cosa así para los artistas, pero he comprobado que no son orgullosos, son estudiosos y sencillos. La humildad es muy dificil de conservar en este ambiente donde se juegan tantas cosas de cara ante el televisor y la fotografía. El tomar un vino con los amigos, hacer bromas, sólo lo vi con León Gieco, con Víctor Heredia, con los Inti Illimaini. Son la gente con la que puedo conversar de lo que sea, y todo queda entre nosotros. No me gustan las reuniones de farándula donde todos son buenos y después nadie se habla por teléfono, no se sigue la vida. Porque la vida no es sacarse fotos ni hablarse frente a una cámara como si fueran grandes amigos y después no tienen nada que ver con los otros. La vida de los artistas como León o Víctor es seguir tratándonos de hablar, también Julia Zenko y Teresa Parodi.