raquelEn El secreto y las voces (2002) de Carlos Gamerro – novela que podría abordarse, en una primera lectura, como un policial–, se traman las versiones de distintos personajes para explicar un crimen cometido muchos años antes. A través de ellas se configura también una pintura de distintas imágenes maternas.

raquel-1Las múltiples voces de los habitantes de Malihuel, el pueblo ficcional donde transcurren los hechos, van desgranando la historia de un crimen cometido en el lugar veinte años antes y del secreto que esconde. Entre todas se reproduce la conspiración de locuacidad con la que el pueblo acumula versiones sobre su secreto mejor guardado. En este relato coral se destaca la del narrador protagonista, Fefe, que regresa a Malihuel con el propósito manifiesto de indagar sobre el crimen de Darío Ezcurra, para utilizarlo como material para escribir un libro o filmar una película.

La víctima, Ezcura, se presenta como “El playboy del pueblo… el Isidoro Cañones de Malihuel”. Sucesivas declaraciones irán acumulando otras características que lo convierten en un personaje tan inconveniente que su eliminación puede resultar provechosa para muchos. Aunque no se logre cerrar una versión definitiva del personaje ni del motivo del crimen, la verdad evidente es que es el único desaparecido de Malihuel.

Fragmentada también en distintas versiones, la novela propone una serie de imágenes maternas. Del mismo modo que el texto, fruto de distintos relatos, no ofrece una versión totalizadora, las diferentes figuras maternas son fragmentos que no logran integrar, finalmente, una definitiva.

 

Imagen 1: Parida por su hijo

Al día siguiente de la desaparición de Darío, se anuncia el regreso de Rosario de Delia, su madre. Apenas caracterizada con una mención circunstancial al comienzo de la novela, va adquiriendo progresiva importancia. Proviene de las familias más destacadas del pueblo; si bien al marido “no dejó de quererlo”, el verdadero objeto de su adoración es el hijo: “Así le tenía que salir después, malcriado y tarambana y aunque tuviera mil novias siempre prendido de las polleras de la mamá…

Posteriores datos sobre ella evidencian escasa relación con el modelo materno tradicional: la anécdota de un accidente sufrido por Darío en la infancia lo ilustra. Delia se dirige a la clínica “y en lugar de llevarlo en brazos lo arrastraba de la mano, llorando y chorreando sangre, por no mancharse el vestido que acababa de traer de Buenos Aires. El nene aterrorizado trataba de abrazarse a sus polleras y ella no me toques, Darío, eh, no se te ocurra tocarme”.

El recorrido desde que empieza a inquietarse por la ausencia de Darío es también el del cambio personal que la lleva a ejercer de otro modo su rol de madre. Al no tener noticias, Delia comienza a salir de sí misma: “Le pasó algo estoy segura me lo dice el corazón desde esta tarde siento una puntada acá que no me deja respirar…”. Su búsqueda la lleva a recorrer el pueblo casa por casa y a enfrentarse con los distintos poderes hasta enterarse de que Darío está muerto; entonces en que abandona la comodidad de su casa para instalarse en la plaza.

Como otras madres de desaparecidos, en Delia la inscripción en el espacio público subraya un vínculo nuevo y diferente con el hijo: por su muerte se humaniza, haciendo carne la consigna “nuestros hijos nos parieron”. Sin medir los riesgos, la nueva Delia de Ezcurra reclama por su hijo con su presencia; finalmente paga por no aceptar el pacto de silencio y se convierte también en desaparecida.

 

Imagen 2: De tal palo…

La tía Porota toma la palabra y, casi sin respiro, cuenta la historia de Delia de Ezcurra. Su relato torrencial no es una manifestación aséptica: si bien en lo evidente lamenta –como todo el pueblo– lo sucedido con Darío y su madre, deja en claro su opinión acerca de lo que puede esperarse de una madre permisiva. En cambio, destaca sus propios logros: “yo por suerte con la Beba y el Leandrito de ninguno me puedo quejar, uno mejor que el otro me salieron”.1

Esta ecuación sostiene su teoría, reiterada a lo largo de todo su relato: de una buena madre, que cumple su rol, salen buenos hijos. Su actitud es el parámetro que permite evaluar la conducta de los otros; en la evaluación se escucha la censura hacia todos los que no comparten su sistema de valores. Sostiene su argumentación por oposición de sus métodos a los de Delia: “Lo de Darío fue duro, quién va a negarlo, a mí si me tocaban al Leandrito o a la Beba no quiero ni pensarlo mirá, peor que diez Delias me ponía yo, pero claro, yo los eduqué para que fueran gente bien y nunca se metieron en problemas”.

Porota cierra su largo relato otorgando a los hijos un papel normalizador: si Darío hubiera vivido le hubiera indicado a Delia que hay cosas que no se hacen porque “todo el pueblo está comentando”.

 

Imagen 3: Seducida y silenciada

La primera mención a Poli aparece casi al principio de la novela. Guido presenta a su amigo Fefe: “Es el nieto de Echezarreta…El hijo de la Poli”. Único momento de la novela en que es referida por una voz diferente de la de su hijo, Nora/ Poli no está en el relato de los habitantes, ausencia que no parece extraña si se tiene en cuenta que se fue muy joven del pueblo y nunca más volvió: es simplemente la hija de Julián Echezarreta, el intendente.

Es Fefe el que, después de un largo recorrido –el de develar su identidad, no el crimen– puede tomar la palabra para revelar el motivo real de esta ausencia y convertir a Poli en objeto de narración: era la tonta del pueblo a la que Darío había embarazado. Por eso, “Cuando [también] lo notaron mis abuelos la subieron de una oreja al auto y no pararon hasta Buenos Aires […] A mamá le tenían prohibido volver al pueblo, por miedo a que se fuera de boca…”.

El esquema responde al modelo clásico de ocultamiento de la figura de la madre soltera en una sociedad cerrada por distintos prejuicios. El resultado es que Poli no puede convertirse en madre, según sigue narrando Fefe: “No puedo decir que fue feo, criarme con ella, pero fue raro. Más que madre, fue una hermana. Una hermana boba. Le gustaba leer Mafalda, pero no entendía la mayoría de los chistes”.

Como Ángela Vicario en Crónica de una muerte anunciada, la novela de García Márquez con la que El secreto y las voces expone una clara relación intertextual, Poli escribe durante años cartas a su amado. Fefe elige una al azar: plagada de errores, en un evidente registro oral, confirma que Poli ha quedado fijada en un tiempo de su vida, la infancia. Esta otra desaparecida de la historia puede, sin embargo, asignarle un sobrenombre a su hijo, que se compone con la primera sílaba de su nombre y la del apellido del falso padre, utilizado para cubrir las apariencias: “Fe de Felipe, que mamá después decía que era por el Felipe de Mafalda, aunque yo nací antes, y Fe de Félix, […] por mi padrino don Alberto Félix, que me dio su apellido”.

 

Imagen 4: Paciente y comprensiva

A pesar del reducido espacio textual que se le asigna a Celia, la madre de los amigos de la infancia de Fefe, su figura resulta clave para confirmarle que ha alcanzado la verdad.

Su voz casi no se escucha, a lo largo del texto, entre la abigarrada profusión de las de los habitantes de Malihuel; toda ella se manifiesta a través de gestos. En la comida con que recibe la familia a Fefe se marcan dos. El primero es la alegría por el regreso: “Está muy contenta de verme, eso es evidente. No había notado, de chico, que me tuviera tanto cariño”. El segundo, en cambio, presagia el secreto que guarda y que se sabrá casi al final: “Celia sonríe, con la boca apenas; los ojos en cambio parecen expresar perplejidad o dolor”.

También un gesto anticipa la confirmación de la identidad de Fefe. Él ha pasado varios días con fiebre altísima; al despertarse, está a su lado: “volví a abrir los ojos […] con las caricias de Celia sobre mi pelo apelmazado y la mirada inexplicablemente compasiva de sus grandes ojos pardos sobre la triste sonrisa arrugada”.

Son pocas las palabras con las que Celia certifica el descubrimiento de Fefe. Su voz se escucha solamente para decirle que ella sabía la verdad desde siempre y confirmar su cariño por Poli: “Yo la quería mucho a tu mamá, y ella me contaba…todo, creo. Desde que llegaste, que me estaba preguntando cuánto ibas a aguantar sin poderlo decir. Ya no aguantás más, ¿no, Fefe?”.

En la producción de Carlos Gamerro (1962) confluyen la narrativa, la producción de guiones, la crítica y la traducción. Su obra –como la de Saer, Puig, Onetti– va diseñando un corpus por el que circulan personajes repetidos; tal es el caso de Fefe, que ya había sido protagonista de la novela Las islas (1997), en la que se aborda la guerra de Malvinas.

Sobre las figuras de madres que se presentan en el artículo, mayoritariamente silenciosas, cree que “para decir la verdad bastan pocas palabras, a veces ninguna. Para ocultar la verdad, o esquivarla, nunca alcanzan.”

Específicamente sobre el personaje de Poli, que evoca modelos anteriores, similares a los que presentan Puig o el viejo cine argentino, aclara: “Lo de Poli, más que elección, fue descubrimiento. Felipe Félix es el protagonista de Las Islas; allí se dice que es hijo de madre soltera, madre que no aparece, pero el lector infiere que es algo boba. No sabía por qué, al escribir El secreto… fueron apareciendo esas historias secretas. ¡De hecho, hasta la mitad de la redacción de la novela ni siquiera me había dado cuenta de que Fe-fe era Felipe Félix!”

En la actualidad, acaba de terminar Un yuppie en la columna del Che Guevara, “novela que es la continuación de La aventura de los bustos de Eva y en la cual reaparecen historias y personajes de El secreto y las voces.

 

 

1.       El reflexivo antepuesto al verbo, característico de las formas lingüísticas maternales en la Argentina, subraya que este logro es resultado de su intervención materna, y no mero producto de la suerte o el destino.

 

 

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