El uso del preservativo no es ni será “la solución” contra el flagelo del Sida, como sostiene el papa Benedicto XVI. Pero también es cierto que el uso racional y correcto del preservativo ayuda enormemente a evitar muchos casos de contagio de HIV. Un debate que permanece abierto. A mediados de marzo pasado, el papa Benedicto XVI visitó África. A bordo del avión que lo conducía a Camerún hizo algunas declaraciones que encendieron una fuerte polémica: “El uso del preservativo no solucionará el problema del Sida (…), por el contrario, su uso agrava más aún el problema”. Luego agregó: “La única vía eficaz para luchar contra la epidemia es una renovación espiritual y humana de la sexualidad”, unida a un “comportamiento humano moral y correcto, destinada a ‘sufrir con los sufrientes’”.
No hay dudas de que el uso del preservativo no es ni será “la solución” contra el flagelo del Sida y sobre el particular estamos totalmente de acuerdo con Su Santidad. Pero es tan cierto –y puede afirmarse categóricamente a partir de estudios científicos seriamente realizados– como que el uso racional y correcto del preservativo ayuda enormemente a evitar muchos, muchísimos casos de contagio con el HIV (virus de la inmunodeficiencia humana, causante del Sida).
Hacia 290 aC Aristarco de Samos, en Grecia, a partir de mediciones relativamente simples de la distancia entre la Tierra y el Sol y de la diferencia de tamaño entre ambos, propuso la teoría heliocéntrica, que sostenía que la Tierra y los demás planetas giran alrededor del Sol, en contraposición con la teoría geocéntrica de Ptolomeo e Hiparco, difundida y aceptada en su época, según la cual el Sol, los planetas y las estrellas giraban alrededor de la Tierra. Podemos decir que entonces el movimiento de los astros era materia opinable.
Mil años después, ya en el siglo XVI, la teoría fue retomada y reformulada por Nicolás Copérnico; y hacia 1610, Galileo Galilei, después de haber construido un telescopio, pudo defender públicamente la teoría heliocéntrica copernicana respaldado por sus observaciones. El resto de la historia es por todos conocida y la absurda confrontación entre ciencia y religión, tantas veces planteada a lo largo de la historia, abrió una de sus heridas más cruentas, que todavía hoy no ha borrado por completo su amargo sabor.
Lo cierto es que aquello que era materia opinable, desde el momento en que pudo demostrarse científicamente cuál de las teorías se ajustaba a la realidad, dejó de serlo. Y hoy podremos discutir y polemizar acerca de si hay o no vida en otros planetas; y eventualmente, si esos seres se parecerán o no a los humanos, pero a nadie con mínima formación, criterio y sentido de la realidad se le ocurriría traer a la palestra nuevamente la discusión entre el heliocentrismo y el geocentrismo. Sencillamente porque un hecho demostrado científicamente de manera fehaciente no es más “opinable” en sí mismo. Se podrá argumentar a favor o en contra de cómo utilizar o aprovechar cierto fenómeno, pero ya no si se trata de algo real o inexistente, pues su existencia u ocurrencia fue científicamente probada.
Está demostrado desde hace un par de lustros, mediante estudios seriamente controlados y evaluados (Effectiveness of condoms in preventing HIV transmission, de Steven D. Pinkerton y Paul R. Abramson), que el uso del preservativo tiene una efectividad que alcanza el 95 a 96% en cuanto a impedir la transmisión del HIV a través de una relación sexual. Esto es algo confirmado y fehacientemente demostrado con trabajos científicos: dejó entonces de ser una cuestión opinable.
Por supuesto, el tema no es sencillo de abordar. Si bien el porcentaje de efectividad es por cierto muy alto, no es total. Además, esos valores fueron medidos y se alcanzaron verdaderamente pero no en cualquier caso ni circunstancia. Tienen que cumplirse varias premisas: el preservativo debe utilizarse correctamente y en el total de las relaciones sexuales que mantenga el mismo individuo; la protección sólo se restringe exclusiva y específicamente a aquellas relaciones que se ajusten a esos requisitos.
No reconocer el efecto del uso del preservativo en la lucha contra el Sida, sería como negar que el cinturón de seguridad evita muchas muertes en accidentes automovilísticos. Sin embargo, resultaría necio decir que el uso del cinturón de seguridad evita “todas las muertes” en los accidentes y por lo tanto es “la solución” para contrarrestar la imprudencia, el exceso de velocidad, el beber alcohol antes de conducir, etcétera.
En la actualidad también está demostrado fehacientemente –mediante estudios científicos controlados y evaluados, como los de Kirby, 1997; y Schuster et al., 1998– que la enseñanza y la difusión del uso de preservativos en jóvenes y en adultos correctamente encaradas no favorecen en absoluto la promiscuidad ni acortan la edad de la primera relación sexual. Del mismo modo que promover el uso del cinturón de seguridad no incentiva a conducir a altas velocidades ni despierta la tentación de pasar semáforos en rojo o cruzar barreras bajas transgrediendo las más elementales normas y leyes de tránsito.
En cuanto a que “la única vía eficaz para luchar contra la epidemia es una renovación espiritual y humana de la sexualidad”, unida a un “comportamiento humano moral y correcto, destinada a “sufrir con los sufrientes”, sólo tendría como extraordinaria objeción la inserción de la palabra “única”. A decir verdad, aparece en las traducciones al español pero la versión original en francés alterna frases entrecomilladas con otras de la redacción de diferentes publicaciones; el vocablo “única” no estaba incluido.
Es innegable que hace falta una profunda renovación espiritual y humana de la sexualidad en todo nivel, comenzando por niños, preadolescentes y adolescentes. Es una tarea ardua, larga, nada sencilla. Una tarea que nos compete a muchos: padres y madres de familia, educadores, docentes, catequistas. Esta renovación espiritual es asignatura pendiente y debemos abocarnos a ella. No es sólo una decisión, ni una acción específica. Es una sumatoria de acciones encadenadas y entrelazadas cuya consecución y puesta en marcha demandan, entre otras cosas, tiempo.
En fenómenos biológicos como las epidemias el tiempo debe ser aprovechado al máximo; por eso, a la hora de luchar contra flagelos como el Sida, hay cuestiones que no deben postergarse. Y en esos casos es imperioso sumar. Sumar en acciones y procedimientos, en formación y capacitación, en prevención y, cuando ya no queda otra posibilidad, en tratamiento.
¿Por qué entrar a jugar con la letra “o” si podemos unir con una “y”? Traducido al tema que nos ocupa: ¿no sería mejor que además (“y”) de poner todas nuestras energías en la formación personal y espiritual, en trazar y delinear con el ejemplo el comportamiento humano moral y correcto, enlazáramos todo eso con la difusión de claras normas básicas de prevención, por ejemplo, el uso del preservativo en las relaciones de riesgo?
La necesidad y la importancia de una renovación espiritual y humana de la sexualidad es una tarea que demanda tiempo, mucho tiempo. Hay datos aterradores que aseguran que en África se producen diariamente unos 6 mil casos de contagio con el virus humano de la inmunodeficiencia adquirida (SIDA). Por eso, no se trata de una cosa “o” de la otra: encarar seriamente la formación y educación en el amor de los niños y jóvenes, alentando la castidad, la fidelidad, la importancia de mantener parejas estables, de no consumir drogas, del peligro de compartir jeringas, “o” de enseñar cómo disminuir la probabilidad de contagio de una enfermedad mediante normas básicas como el uso correcto de preservativos, la utilización de material descartable y la importancia de no compartir agujas ni jeringas. Es preciso y hasta imperioso insistir en estas normas “y” (no, “en lugar de”), profundizar de todas las maneras posibles (catequesis familiar, en los colegios, en publicaciones y programas en los medios de comunicación, incluyendo Internet) la difusión y la formación tendientes a lograr una verdadera renovación espiritual y humana de la sexualidad. Es imprescindible sumar herramientas, no alternativamente, sino a la vez. Frenar la difusión del HIV en la proporción que sea (en cifras que superan el 90%) es evitar el contagio de muchos hermanos.
Con todo el respeto y el amor de un hijo, debo decir que quien hoy es el Papa, al igual que quienes lo precedieron, es un ser humano y en lo que al magisterio ordinario se refiere puede, como ya lo ha demostrado la historia no pocas veces, equivocarse, tener enfoques desacertados e inclusive cambiarlos cuando circunstancias nuevas así lo requieren. El magisterio ordinario, que es serio, importante y vinculante, no es infalible.
Hoy puede afirmarse con total seguridad: mediante el uso racional del preservativo se evita el contagio del Sida en muchísimos casos. No todos, por supuesto, pero sí muchos. Sea cual fuere el número real, no importa en términos absolutos ni exactos porque permite salvaguardar gran número de vidas, elevándolas “a un nivel de humanidad del que nosotros, hombres de Iglesia, deberíamos ser expertos anunciadores y maestros”, como escribió monseñor Rino Fisichella (ver Criterio de abril). Más aún, como componente adicional se evitan numerosos embarazos no deseados que terminarían irremediablemente en abortos provocados: otro dramático eslabón, también ligado a la moral sexual, camino que nos falta transitar en gran parte a través de la educación para el amor.
Cuando se trata de salvaguardar vidas humanas, siempre que sumemos factores, el producto final será positivo.
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Join discussionProbablemente el comentario que envié el 27/9/09 referido al articulo “Obama en Notre Dame: ¿es posible dialogar sobre el aborto?” no fue publicado por corresponder a material de archivo. Por si acaso, esperando no ser inoportuno por reiterativo, lo reenvío para el artìculo de Enrique F. Capdevielle, con un primer párrafo complementario.
Dios dijo a la primera pareja humana “Fructificad y multiplicaos, llenad la tierra, Génesis 1: 28”
Dios dice que los hijos son herencia de Él:
«La herencia de Yahvé son los hijos, recompensa el fruto de las entrañas; como flechas en la mano del héroe, así los hijos de la juventud. Dichoso el hombre que ha llenado de ellas su aljaba [casa]…” Salmo 127:3-5.
Dios desea que los seres humanos se unan en matrimonio y tengan hijos, pero si bien la razón principal detrás del acto sexual es la reproducción no dice que sea la única.
Si evitar engendrar hijos fuera claramente en contra al deseo de Dios, ¿cómo se entendería entonces la aprobación del método de «Planificación Familiar Natural» (PFN)?”.
Lo que no es admisible es el homicidio, por tanto entiendo que todo mètodo de planificación familiar debe excluir aquellos que causan que el óvulo fecundado sea abortado.
Es posible y necesario dialogar sobre el aborto.
Comenzando por diferenciar las convicciones religiosas sobre la anticoncepción, con respecto al problema moral y jurídico que constituye el aborto provocado.
Desde esta proposición, pienso que sería conveniente motivar la reflexión de quienes creen que cuestionar la consumación de abortos es un tema exclusivamente religioso.
Es injusto que se les niegue el derecho a la vida y a la paternidad a los pobres, a los menos instruidos, a los integrantes de determinadas minorías y comunidades, etc; esta falta de equidad involucra a ateos, agnósticos y creyentes aunque acepten el aborto en algunas circunstancias.
Si para todos esta fuera “la única vida” terrenal – o sólo de espacio y tiempo – ¿cómo vamos a
justificar que se impida la ya gestada, sea en nueve, cuatro, dos meses o durante un instante? ¿Quién asegura que vida ya gestada es solamente la que sale del canal de parto? ¿Quién asegura que eliminar a un feto humano vivo en desarrollo, que supuestamente “no sufre si todavía no alcanzó cierta madurez neurológica”, no es un problema ético?
Acaso ¿cometer homicidio en alguien anestesiado no es un crimen?
Para facilitar la llegada del concepto: podría suponerse que matar según nuestro arbitrio a cualquiera, tenga pésima u óptima salud, sea feliz o infeliz, deja de ser punible si la víctima no “sufre” durante el homicidio.
No abortar cada única vida podría ser una convicción para la mayoría de hombres y mujeres, disponiéndolos a proteger a las criaturas concebidas y a sus padres, con un amparo real que impida la tragedia del aborto.
Leemos en forumlibertas.com
“El presidente del Foro Español de la Familia- Benigno Blanco- en la rueda de prensa por la presentación en Barcelona de la manifestación, a favor de la vida y contra el aborto, el próximo 17 de octubre, dijo: ‘No admitimos la adhesión de ninguna confesión religiosa y de ningún partido político’, dejando al margen liderazgos, ideologías o confesiones sobre lo que será una fiesta por la vida.”.
Esperaba que algún otro lector, también con formación profesional- en medicina o bioquímica- de la que carezco, se refiriera a ciertas afirmaciones científicas reproducidas- desde distintas fuentes- en “El amor a la vida y al hermano…”.
Trascurridas unas semanas, creo que es importante señalar que varias de las afirmaciones avaladas por algunas organizaciones sin fines comerciales y parte de la industria farmacéutica, pueden no concordar con la verdad de los hechos.
Anteriormente realicé un comentario estimando la moralidad intrínseca de algunos métodos de prevención de enfermedades de transmisión sexual.
Pero ante la ausencia de otros comentarios, debo agregar que veo a Su Santidad Benedicto XVI más cerca de la ciencia que a actuales Galileo Galilei tales como los autores del “improbable” estudio “Effectiveness of condoms in preventing HIV transmisión”.
El 24 de febrero de 1997 el Tribunal de la ciudad de Göttingen (Alemania), en una acusación de homicidios con sangre contaminada, al parecer por primera vez en un proceso judicial, ha corroborado la imposibilidad de demostración de la existencia del HIV (VIRUS VIH).
El Tribunal no logró encontrar a ningún científico en el mundo dispuesto a demostrar su existencia. Ni siquiera sus “descubridores” Montagnier y Gallo.
Los tests no demostrarían una infección específica y hasta la misma definición del SIDA como consecuencia de la infección con un virus es cuestionada por varios científicos. El HIV (VIH) y su relación con el SIDA aparecen como teóricos. Una idea.
Por supuesto que siguen existiendo las gravísimas enfermedades de transmisión sexual y la necesidad de prevenirlas.
Muchos médicos aseguran que el sida se cura si a tiempo el paciente abandona los malos hábitos (alcoholismo, drogadicción, promiscuidad sexual, etc.) que lo llevaron al deterioro de su sistema inmunológico. En verdad ésta fue la propuesta terapéutica de muchos médicos en los ’80, luego abandonada por la mayoría, ante los exagerados o inexistentes descubrimientos de virólogos y laboratorios. Las enfermedades que en conjunto agrupa el síndrome, pueden ser tratadas aun individualmente. El contagio por sangre y sus derivados también existe. Pero, concretamente, parece que hay un abismo entre lo que grandes laboratorios informan y la realidad sobre las causas del SIDA y su terapèutica. Algunos medicamentos (p.ej.AZT) cuyo empleo se desaconseja en varios países, se siguen utilizando- por ejemplo- en África, donde de alguien indigente o desnutrido que muere por malaria o tuberculosis, se dice que lo mató el SIDA. Desgraciadamente esto contribuye a potenciar el control demográfico en el que están ocupados tantos “capitales benefactores”.
En todo el mundo detrás de esto subsisten negocios por decenas de miles de millones de dólares cada año.