(De Peter Weiss. Complejo Teatral de Buenos Aires). A once años de la última versión ofrecida en Buenos Aires y a cuarenta cinco de su estreno en Berlín, vuelve este clásico del teatro del siglo XX al escenario de la Sala Martín Coronado de la mano de Villanueva Cosse, director y responsable también de su adaptación junto con Nicolás Costa. Persecución y muerte de Jean- Paul Marat representados por el grupo teatral de la Casa de Salud de Charenton bajo la dirección del Señor de Sade aprovecha algunos datos históricos –como la reclusión del Marqués de Sade y las dramatizaciones que llevaba a cabo en el hospicio– para oponer ficcionalmente a dos figuras que, habiendo compartido circunstancias históricas de excepción como la Revolución Francesa y una mirada, en cierta medida coincidente, adoptaron frente a ellas actitudes casi diametralmente opuestas. El autor mismo declaró que lo que le interesó de esta confrontación fue “el conflicto entre “el individualismo llevado al máximo y la idea de la agitación política y social”, representados respectivamente por Sade y Marat, además de revisar la parcial imagen que se había forjado de la vida y el pensamiento político de este último. Pero la obra va más allá, porque el recurso del teatro dentro del teatro permite que el presente de la acción, la jornada terapéutica de actuación en el Hospicio de Charenton en la Francia de 1808 sometida al Imperio de Napoleón, se cargue de significaciones nuevas y ponga en perspectiva los hechos representados. Así, las demandas del pueblo parisino insatisfecho por los logros de la Revolución se confunden con las de los locos que reclaman mejores tratos o impugnan su reclusión, mientras que el encomiástico discurso final del Director muestra la degradación de los ideales libertarios y el sinsentido de la sangre vertida y de las disputas ideológicas que motivaron el asesinato de Marat.
Weiss logró amalgamar un género en desuso, el diálogo filosófico, con los aportes de las distintas tendencias teatrales vigentes o en retirada –el teatro épico de Brecht, el teatro del absurdo de Beckett y Ionesco, el esperpento de Valle-Inclán– para concretar una síntesis superadora que, por su heterogeneidad, demanda un complejo montaje. La adaptación emprendida, como es frecuente con este texto, fue en parte una reescritura que procuró facilitar la comprensión del público y desechar las rigideces de la traducción. El grupo de locos adquiere en esta versión mayor protagonismo y en la escena final reemplaza la violencia desatada entre aquellos y sus enfermeros por una aparente sumisión. La puesta en escena de Villanueva Cosse no descuida aspecto alguno. La escenografía de Tito Egurza reproduce con monumentalidad la sala de baños del Hospicio, con dos tribunas en las que se integra a la ficción a una parte del público como la familia del Director que asiste a la representación. Locos, enfermeros y monjas funcionan con admirable sincronización como personaje colectivo en sus continuos desplazamientos y canciones, a los que se agregan el relator –un sobresaliente Luis Longhi– y tres cantantes, de excepcional desempeño. Se destacan también Lorenzo Quinteros –un disciplicente y desencantado Marqués de Sade–, Agustín Rittano –el vehemente Marat–, Santiago Ríos –el agitador extremista– e Iván Moschner como el Director del Hospicio.