Entre las muchas perspectivas desde las cuales podemos leer la encíclica Caritas in veritate, quisiera señalar dos que a mi entender son claves para nuestros tiempos. En primer lugar, de los conceptos vertidos en el documento se desprende una crítica profunda a la forma capitalista que ha asumido la economía de mercado en los últimos dos siglos. El homo oeconomicus que supone la visión antropológica de Benedicto XVI dista de ser el egoísta eficiente concentrado en optimizar los recursos a su disposición. Muchos de los teóricos del capitalismo moderno han recurrido con frecuencia a la imagen de Robinson Crusoe para construir un modelo de actor económico, pero soslayando un aspecto importante, más aun, fundamental: nadie vive en una isla desierta. Por el contrario, las motivaciones intrínsecas también de las decisiones económicas no las encontramos sólo en los beneficios o en su conveniencia material, sino en razones que responden a la dimensión relacional del ser humano. Las empresas, los negocios, los contratos, las iniciativas económicas no nacen sólo por la búsqueda del lucro, sino también, por ejemplo, por una verdadera vocación empresarial, por el deseo de crear empleo, por la decisión generosa de movilizar capitales, por razones que junto a los beneficios que derivan de esa iniciativa se unen al valor de la solidaridad, la gratuidad, el altruismo, el deseo de hacer el bien. No es casual que en 1750 el iniciador de la primera cátedra europea de “economía civil”, como se la definió entonces, el napolitano Antonio Genovesi, tuviera el cometido de perseguir la felicidad de los pueblos.
El modelo de acumulación que se ha ido instalando ha transformado progresivamente la economía en una zona liberada de pautas éticas, un lugar aséptico, en el cual no tenían acceso valores que, en realidad, son propios de la condición humana. Caritas in veritate los rescata, habla desde el comienzo del “principio de gratuidad”, relanza la solidaridad, evoca la fraternidad, supone una racionalidad económica que se construye sobre la reciprocidad. Es una ventana que se abre en el asfixiado mundo de la economía que parecía condenado a deambular de una crisis a otra.
El segundo aspecto a considerar, es precisamente el de las perspectivas futuras de la economía en un mundo globalizado y postindustrial.
La encíclica, luego de rescatar el rol del Estado dentro de las dinámicas económicas, amplía la interacción entre la esfera pública y la esfera privada de la economía al aporte de todo ese ámbito de experiencias económicas conocido como economía social, solidaria, o economía civil. Es decir, todo ese conjunto de empresas e iniciativas económicas que no tienen como única motivación la ganancia, sino que persiguen también finalidades solidarias (desde el cooperativismo, al tercer sector en general, al microcrédito, la banca ética, el comercio justo y solidario, la economía de comunión, etc.). El documento rescata el rol subsidiario de este mundo, y sin contraponerlo a la economía privada ni al Estado, lo coloca en una dinámica constructiva en la cual cada una de estas esferas realiza precisamente lo que la otra no puede hacer. La economía privada seguirá siendo el eje principal de la acción económica, presionada a la eficiencia por la globalización; el Estado cumplirá su rol de árbitro entre los intereses públicos y los intereses privados; la economía social o civil podrá, en modo subsidiario y complementario, y en el necesario marco legal e impositivo, hacerse cargo de aquello que los otros dos ámbitos no puedan hacer. Entre otras cosas, dar trabajo, y por lo tanto dignidad, a quienes por distintas razones quedan fuera del mercado de trabajo y viven del subsidio estatal.
Por lo general, se suele minimizar esta función de la economía social o civil, y sin embargo se trata de un conjunto de actividades cuyo PBI a escala mundial equivale al del Reino Unido. Es decir, hasta podría ingresar en el selecto grupo del G8; y esto teniendo en cuenta que a menudo estas actividades no se desarrollan dentro del necesario marco legal.
Caritas in veritate es, por lo tanto, un desafío y una propuesta. Un desafío para los centros de estudio, en particular las universidades católicas, para ahondar en las categorías de pensamiento que se desprenden de este documento. Por otro lado, Benedicto XVI no habla de supuestos: apoya su discurso en una realidad tangible y sugiere al pensamiento económico buscar nuevos paradigmas donde la persona recupere el centro.