De los setenta años de vida de CRITERIO, el antes y el después del Vaticano II se dividen por mitades casi exactas. El Concilio fue un acontecimiento providencial -la preparación próxima del Gran Jubileo de la Redención (TMA, 18)- que se reflejó ampliamente en las páginas de la revista, a través de ellas en la vida y la espiritualidad de sus lectores y, de esa manera, contribuyó a su recepción por la Iglesia en la Argentina, proceso que aún continúa.

 

La publicación de los textos conciliares, las crónicas del entonces P. Mejía desde Roma, los artículos de teólogos católicos y protestantes, noticias sobre las confesiones no católicas y sobre organismos como el Consejo Mundial de Iglesias, mostraron a la Iglesia Católica emprendiendo un «camino», el de la búsqueda de la unidad plena, a partir de una toma de conciencia de sí misma y de una metodología -el diálogo- como programa propuesto por Pablo VI. Expresado en gestos y palabras, el ecumenismo entraba a formar parte de la vida de la Iglesia, se hacía parte de su ser, encontrando que la exigencia de la unidad debía ser asumida en común con los otros cristianos, a partir de la unidad bautismal ya existente. Nunca más los católicos podríamos pensar nuestra Iglesia aislada de las otras Iglesias y comunidades eclesiales. Pablo VI lo decía con su característica sensibilidad, al despedir a los observadores no católicos: » Vuestra partida produce en nosotros una soledad que antes del Concilio no conocíamos y que hoy nos entristece».

 

En la Argentina, la Iglesia asumió también el compromiso ecuménico. Durante mucho tiempo, empero, el espacio fue reducido: el ecumenismo era interés y empeño de pocos, visto con suspicacia por aquello del peligro de que «avancen las sectas», había dificultad para establecer estructuras de diálogo eficaces, y una realidad: buena parte del espectro evangélico no estaba en las «Iglesias históricas» sino en los «nuevos movimientos», cuya prédica podía adquirir tonos de proselitismo o por lo menos de crítica acerba hacia lo católico. Por otra parte, la Argentina era católica, su existencia misma se identificaba con esa pertenencia, y desde esa identidad se estaba tentado de considerar lo no católico como un fenómeno de minorías.

 

Hay mucho que caminar aún. Sepamos que no podemos hacer el recorrido solos, aunque seamos los más. Sepamos que las confesiones cristianas que participan de la vida religiosa argentina nos obligan a cuestionarnos y nos interpelan. Juntos podemos descubrir y ahondar la koinônia, pero sólo si estamos dispuestos a «anonadarnos», que a menudo significa dar el primer paso, pese a no ser comprendidos, y a tener paciencia. Todo ello no nos hará menos católicos, no difuminará nuestra identidad, el diálogo no nos volverá inermes porque no se contrapone con una afirmación clara, gozosa y convencida de nuestra fe católica, porque el amor «se regocija en la verdad».

 

Conversión, comunión, anonadamiento, son palabras que no se comprenden sino a la luz de la oración, porque «la plenitud de la unidad visible es un don» que debemos pedir al Padre. En la Argentina fue tenido en cuenta desde el principio: las semanas de oración por la unidad se han celebrado año a año, y han sido origen y motivación de otras iniciativas ecuménicas, entre las que señalo dos: la Comisión Ecuménica de Iglesias Cristianas en la Argentina (CEICA) y los encuentros que suelen tener como epicentros a los monasterios trapenses en la diócesis de Azul.

 

La unidad de los cristianos es tarea desde la que podemos contribuir desde América. Nuestras naciones no han conocido los enfrentamientos del pasado en Europa, las hogueras recíprocas, el cujus regio eius religio. Han sido, en cambio, crisol de pueblos en que las identidades confesionales no fueron ni son motivo de discordia ciudadana. La libertad religiosa encontró espacio privilegiado en las constituciones que abrían acogedores los brazos a los que huían de la intolerancia. Hoy en día, se diseñan espacios comunes para el servicio, ámbitos para el testimonio común, se vive en muchas comunidades la alegría de orar juntos. Falta mucho por hacer, pero lo bueno es que crece la conciencia de que se trata de una tarea en común, desde el anonadamiento, la kénosis, que nos hace sabernos hermanos de Cristo y sus testigos.

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