La ciencia crea tecnología y el desarrollo tecnológico ha contribuido al avance de la ciencia, esto último, en especial, con respecto a la creación de instrumental de mayor precisión, el cual ha permitido la contrastación más exacta de las teorías, y en algunos casos ha provocado el surgimiento de nuevos modelos teóricos.

 

Hoy hay que pensar a la ciencia y la tecnología en el contexto de la globalización, del cual la tecnología es uno de sus soportes. Además, en tanto son actividades constituidas históricamente, están atravesadas por demandas económicas, políticas, sociales y éticas.

 

J. Habermas en Ciencia y técnica como ideología trabaja la tesis de H. Marcuse, para quien “el concepto de razón técnica es él mismo ideológico”, en tanto la técnica es ella, desde sí, un proyecto de dominio sobre la naturaleza y sobre los individuos. Este proceso se inicia con el hombre mismo, ya que desde su origen necesitó del saber y de su instrumentalización para poder disponer del medio y hacer posible la vida. Apel señala que, en esa carrera instrumentalista, la razón científico-técnológica ha ido dando saltos cualitativos cada vez más importantes. Desde la conservación del fuego hasta la energía nuclear, el ámbito de la acción humana se ha ido ampliando, como así también sus riesgos. ¿Desmesura original, para la cual podemos remitirnos a Prometeo? ¿Ingenuidad del hombre que quiso dominar tardíamente lo que se define como poder de dominio, de control? La misma ingenuidad que pone el acento en el uso y no en lo que es. ¿Narcisismo que se goza de la propia imagen desplegada, pero que cuando la quiere atrapar es tragado por ella? Se trata de la línea que separa la medicina nuclear de la bomba atómica. Esta ambigüedad de la racionalidad científico-tecnológica es la misma ambigüedad del poder que representa, esto es, aquello que los intereses vigentes en la sociedad quieren hacer con la naturaleza y con los hombres. Hoy no se trata de una reedición de la lucha de clases, sino más bien del avance de un principio civilizatorio universal, de la mano de la ciencia y la tecnología, que penetra en las sociedades y las configura a partir de nuevos parámetros. Este dominio ya no es explotador-opresor sino racional, porque apela al patrón de la productividad, con cuyo aumento los individuos lograrán una vida cada vez más confortable.

 

Este atravesamiento ideológico de la ciencia y la tecnología, la tecnocracia, puede manifestarse ahora, en la medida en que ellas crean su propia utopía: la “Tecnópolis”. Y, como bien señala Lyotard, se revelan cada vez más como decisivas en la competición mundial de los países por el poder. Ciencia y tecnología se han convertido en los ingredientes indispensables del crecimiento productivo de los Estados, y también de los individuos. Por eso se habla hoy de una transformación de la naturaleza del saber y de las sociedades. Una vez que la racionalidad científico-tecnológica penetra en las instituciones, éstas ya no son las mismas. Cae el viejo sistema de ideas en que se sustentaban, y una nueva estructura categorial aparece como respuesta al viraje que se produce en los modos de pensar, de sentir y de actuar. Empiezan a circular términos como conversión -podríamos decir siguiendo a Kuhn- a un nuevo paradigma, o reconversión de los Estados, las instituciones y los individuos, de modo tal de poder permanecer en el sistema; para lo cual más que argumentos lógicos, que los hay, intervienen argumentos persuasivos. Casi como un proceso de selección natural: algunos podrán convertirse y otros, en cambio, deberán retirarse del juego. Esto crea en muchos un optimismo desbordante, porque visualizan un mundo más dinámico y creativo, y por cierto más confortable, ya que son los que pueden gozar de los beneficios de “Tecnópolis”. En muchos otros predomina un pesimismo expectante, porque no pueden verse a sí mismos representados en este nuevo orden racional; son los que permanecen bajo el cono de sombras que proyecta “Tecnópolis”.

 

¿Cómo se configuran hoy ideología y utopía? Porque ni se han muerto ni agonizan, pero sí, probablemente, estemos asistiendo a su mutación. ¿Quién es su soporte creador si, como indica Lyotard, el sujeto revolucionario ha muerto? Tal vez ni ideología ni utopía tengan que ver ya ni con sujetos ni con el tipo de revoluciones que hemos conocido. Sino que, más bien, estaríamos asistiendo a una racionalidad que se despliega desde sí misma, en el marco de los intereses económicos, políticos y sociales generados por la globalización, cuya interacción va creando significados que los individuos asimilan para poder vivir.

 

Desde este contexto, y atentos a la figura que va adquiriendo este fin de siglo, o este comienzo del nuevo milenio, es que nos preguntamos, ¿serán la ciencia y la tecnología, ambas determinadas por el patrón de productividad, la nueva ideología para Tecnópolis, la nueva utopía?

1 Readers Commented

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  1. juan on 9 junio, 2011

    tengo un proyecto que les gustará

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