Durante dos generaciones, la teología cristiana ha venido realizando un replanteo fundamental de la relación del cristianismo con el judaísmo y con el pueblo judío. Una labor emprendida por biblistas, historiadores, teólogos, educadores además de obispos y otros líderes de las comuniones cristianas, quienes han examinado temas técnicos de la exégesis bíblica, cuestiones profundas de la teología dogmática y, no menos importante, la influencia que ejercen las palabras y las imágenes e ideas en las actitudes de los creyentes.

 

Si se piensa en el decreto Nostra aetate del Concilio Vaticano II y otras manifestaciones católicas de los últimos veinte años, las diversas declaraciones del Consejo Mundial de las Iglesias y las denominaciones protestantes, y más recientemente el histórico encuentro de cristianos ortodoxos y judíos que tuvo lugar en Atenas en 1993, es claro que la profundidad y la seriedad del compromiso cristiano con los judíos no tienen parangón en la historia cristiana. Algo nuevo y extraordinario ha ocurrido en nuestras vidas. Pensemos por ejemplo en la histórica visita del Papa Juan Pablo II a la sinagoga de Roma en 1986, donde llamó a los judíos “nuestros hermanos predilectos,” y las palabras que dirigiera a los judíos durante su visita a Alemania en 1980 acerca de que “Dios de ningún modo revoca” la alianza con su pueblo.

 

Sin embargo, no debemos olvidar que esta nueva acción del Espíritu nació del sufrimiento y de la lucha del pueblo judío. El replanteo por parte de la Iglesia de su relación con los judíos surge a raíz del Holocausto; los primeros libros y artículos que fueron la base de lo que siguió datan de fines de la década del 40. Ciertamente hubo voces precursoras, pensadores cristianos que habían comenzado a escribir acerca de la relación entre el cristianismo y el pueblo judío en la década previa a la guerra, entre los cuales se destacan John Oesterreicher, Erik Peterson, Jacques Maritain y Henri de Lubac. Pero la gran efusión de la reflexión cristiana no comenzó sino después del exterminio de seis millones de judíos.

 

El otro factor que despertó el pensamiento cristiano fue el establecimiento del Estado de Israel. Por primera vez desde la antigüedad, los judíos pudieron vivir y restablecer sus instituciones bajo un gobierno propio en la Tierra de Israel. Los judíos, por decirlo así, volvieron a la historia y los cristianos comenzaron a mirar al pueblo judío, también a la Biblia y a la teología cristiana, con nuevos ojos. Jacques Maritain, sin ir más lejos, consideró providencial que el Concilio Vaticano II  (1962-1965)  hubiera sido convocado tan próximo al regreso de los judíos a la Tierra de Israel (1948): “Ambos marcan, cada uno a su manera, una reorientación de la historia.”

 

* * *

 

Hoy no es posible comprender el cristianismo sin referencia al judaísmo. Durante demasiado tiempo se asumió que el único “judaísmo” que contaba para el cristianismo era la religión del Israel antiguo: el Antiguo Testamento (AT) y las creencias e instituciones judías tal como existían antes del nacimiento del cristianismo. Pero en el siglo XX, los cristianos ya no podemos ignorar la existencia de los judíos. Contrariamente a las expectativas de los cristianos en la antigüedad, el estilo de vida judío no desapareció, y hoy, a dos mil años de la venida de Cristo, hay comunidades judías que observan las antiguas leyes de Moisés respecto del Sabbath, la circuncisión, la dieta, la Pascua, etc., en forma muy similar a la observada antes del surgimiento del cristianismo. Reconocer este hecho histórico y espiritual nos aleja de las generaciones de cristianos que nos precedieron.

 

La destrucción de la ciudad de Jerusalén en el año 70 d.C., el fin del culto del templo y la desaparición del sacerdocio, la conquista de la Tierra de Israel por los romanos, todo lo cual se consideraba inmutable, llevó a los cristianos a pensar que el estilo de vida judío había sido reemplazado por el cristianismo y que los judíos dejarían de existir como pueblo. La mayor parte de los escritos del Nuevo Testamento (NT) proviene del período inmediatamente posterior a la destrucción del Templo. Y las primeras interpretaciones del NT fueron escritas durante los tres primeros siglos de nuestra era, en momentos en que el pueblo judío enfrentaba desafíos en apariencia insuperables. Debieron reconstituir su vida comunitaria y religiosa sin las instituciones que les habían servido durante siglos: el templo, los sacerdotes y las leyes rituales que dependían del templo y de los sacerdotes. Un extraño podía llegar a pensar que el estilo de vida judío se encaminaba hacia su extinción.

 

La interpretación que hizo la Iglesia de los primeros tiempos de los textos del NT, especialmente de los Evangelios, aún hoy sigue influyendo sobre las actitudes y comportamientos cristianos. No hay duda de que las palabras y las expresiones que se encuentran en la Biblia, tal como fueron interpretadas en el pasado cristiano, han contribuido a generar actitudes y comportamientos hostiles y malevolentes hacia los judíos. Es por ello que una de las tareas continuas de los estudiosos cristianos es comprender e interpretar lo que los padres de la Iglesia decían acerca de los judíos y de la relación del cristianismo con el judaísmo.

 

Antijudaísmo

 

En algunos círculos, la difundida crítica a los judíos de la Iglesia de los primeros tiempos (y de la historia cristiana) sirve para probar que el cristianismo es inherentemente anti-judío. La antipatía hacia el judaísmo está incorporada a la estructura misma del pensamiento cristiano y no hay manera de que el cristianismo pueda relacionarse positivamente con el judaísmo sin despojarse de ciertas actitudes y creencias heredadas del primer período de la historia cristiana. A veces, se aplica el término “antisemitismo” para aludir a este fenómeno, pero se prefiere el uso de “anti-judaísmo”. El anti-judaísmo acentúa los factores religiosos y teológicos de antipatía hacia los judíos; el antisemitismo, los aspectos raciales. En el pensamiento de la Iglesia de los primeros tiempos, los factores raciales no desempeñaban papel alguno en la comprensión cristiana del judaísmo.

 

No obstante quienes están familiarizados con la literatura académica sobre el tema consideran que el término anti-judaísmo es desacertado. Al procurar decir algo verdadero, precisamente, que el pensamiento cristiano se formó en diálogo y debate con el  judaísmo, el anti-judaísmo acentúa únicamente un aspecto de la relación del cristianismo con los judíos. Denominar al cristianismo anti-judío significa convertirlo en aquello contra lo cual luchó valerosamente.

 

Una de las primeras disputas teológicas en la Iglesia de los primeros tiempos se centró en la enseñanza de Marción, quien afirmaba que el Evangelio cristiano no tenía relación alguna con la revelación de Dios al pueblo judío en el AT. Cristo -sostenía- no fue anunciado por la Ley ni los Profetas. El Dios del AT era un Dios tribal vengativo, en tanto el Dios del NT es un Dios universal de amor y compasión. Marción derrumbaba la dialéctica construida en la relación del cristianismo y el judaísmo, transformando al judaísmo en algo extraño. Si Marción hubiera triunfado, la Biblia cristiana incluiría solamente los libros del NT (y aun ellos estarían cortados por las tijeras de Marción). Todos los elementos judíos hubieran sido eliminados de la enseñanza cristiana.

 

Una de las razones por las cuales las manifestaciones del cristianismo de los primeros tiempos respecto de los judíos parecen duras es que intentaban responder al desafío de Marción y a la vez demostrar que no bastaba una lectura estrictamente judía del Antiguo Testamento.

 

Quien primero consideró estas cuestiones con detenimiento fue Ireneo, obispo de Lyon en la Galia romana, a fines del siglo II. Su obra más famosa fue Contra las herejías, escrita para ayudar a los creyentes a responder a las objeciones de los marcionitas y los gnósticos (que también rechazaban al AT y al Dios de Abraham, Isaac y Jacob). Según las enseñanzas de Marción, el Dios de Abraham es un Dios diferente del Dios de Jesucristo, y por lo tanto Abraham no participaría de la salvación ofrecida por Cristo. Con el fin de responder a este argumento, Ireneo se lanza a una exégesis detallada de una serie de textos de los Evangelios, todos los cuales de alguna forma examinan si Jesús transgredió la Ley de Moisés. Uno de los textos es Lucas 13, 15-16, la historia del jefe de la sinagoga que se indignó porque Jesús había curado en día sábado: “El Señor le respondió: ‘¡Hipócritas! Cualquiera de ustedes, aunque sea sábado, ¿no desatáis del pesebre a su buey o a su asno para llevarlo a beber? Y esta hija de Abraham, a la que Satanás tuvo aprisionada durante dieciocho años, ¿no podía ser librada de sus cadenas el día de sábado?’”

 

Para Ireneo la cuestión principal es si Jesús, al curar en día sábado, actuaba en contra de la Ley. La Ley -afirma- prohibía trabajar en día sábado y realizar cualquier actividad comercial, pero también alentaba a la gente a atender  “las cuestiones del alma”, incluyendo las acciones en beneficio de sus vecinos. De ahí que pueda hacerse el bien a los demás en día sábado mediante la curación. De esta forma, Jesús “cumplió” la Ley “realizando la labor del sumo sacerdote, rogando a Dios por los demás, limpiando a los leprosos, curando a los enfermos”. La exégesis de Ireneo busca establecer la continuidad entre la acción de Cristo y lo que hacían los antiguos israelitas sin referencia a los preceptos concretos de la Ley, esto es, a la legislación incluida en el Pentateuco. Para ello apela a acciones misericordiosas paralelas a la realizada por Cristo.

 

Ireneo cita además a Mateo 12,6: “Ahora bien, yo les digo que aquí hay alguien más grande que el templo.” Ireneo considera importante el uso del término “más grande”, porque pone énfasis en lo que dos cosas tienen en común. Las palabras más  y menos  no se aplican a cosas disímiles, opuestas o contradictorias, sino a aquellas que tienen propiedades en común pero difieren en cantidad y tamaño. En la discusión actual esto significa que lo dado en Cristo es similar a lo dado por Moisés: su fuente es “el único y mismo Dios,” pero Cristo es “más grande que el templo, más grande que Salomón, más grande que Jonás” porque el don que Cristo confiere es “su propia presencia y la resurrección de entre los muertos.”

 

Para Ireneo la confesión cristiana: “Dios es uno” no es simplemente una afirmación teológica de la existencia de un solo Dios; significa que lo revelado al antiguo Israel y escrito en el AT, y lo revelado en Cristo y escrito en el NT, son obra del Dios único. La unicidad de Dios constituye una unidad que radica en la revelación del mismo Dios en el curso de la historia, en la obra creadora de Dios, en el llamado de Israel, y en el envío de Cristo. En respuesta a Marción y a los gnósticos, Ireneo arguye que lo revelado en Cristo completó y perfeccionó lo revelado a Israel.

 

Para los judíos de su tiempo, Jesús se presentaba como un transgresor de la Ley, pero Ireneo sostiene que lo que pareció una transgresión (por ej. la curación en día sábado), fue de hecho una forma más profunda de obediencia, una obediencia al mandamiento citado en Deuteronomio 6,5: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza”.

 

Cada vez que surge la cuestión de la Ley en los Evangelios, los primeros escritores cristianos subordinan la Ley a algo más, ya sea “la bondad y la misericordia”, “la curación”, “la redención”, o “el amor”. El cristianismo rechaza la ley judía como forma de regir la vida cristiana. Tal como siglos más tarde dijo Gregorio el Grande: el Evangelio nos enseña sine lege legaliter vivere, “a vivir de acuerdo con la Ley sin la Ley”.

 

Una de las razones por las cuales los cristianos parecen anti-judíos es que discrepan con los judíos en cuanto a la Ley. Los cristianos pensaban que era posible la compasión o el amor y la justicia sin la Ley. No es que los judíos no dieran lugar a la compasión o a la justicia o al amor, o que los cristianos no desarrollaran un sistema que rigiera la vida y el comportamiento cristianos, sino que cada uno, al tener un punto de partida diferente, subordinaba lo uno a lo otro. Tan pronto como los cristianos prescindían de la autoridad de la Ley, los judíos, que continuaban viviendo bajo la Ley, inevitablemente eran objeto de críticas. Al insistir en la obediencia a la “letra” de la Ley, los judíos -según los cristianos- no discernían el significado más profundo de la Ley.

 

Otro tema por el cual se considera “anti-judía” a la Iglesia de los primeros tiempos es su interpretación de la muerte de Jesucristo. La proximidad de la predicción de Jesús de la destrucción de Jerusalén con el relato de su pasión y muerte en los Evangelios llevó a los pensadores cristianos a ver una conexión entre la muerte de Jesús y la destrucción del templo judío en el año 70 d.C. Con la ayuda de antiguos historiadores, Orígenes de Alejandría, comentarista bíblico del siglo III, trabajó la cronología de la profecía de Daniel de forma tal que la muerte de Cristo y la destrucción del templo ocurren dentro de los mismos setenta años. Así, el pasaje en Mateo 24,15 acerca de la abominación de la desolación fue tomado para referirse a la muerte de Cristo.

 

A pesar de que Orígenes es escrupuloso en la resolución de los detalles históricos (sobre la base del libro de Daniel) que vinculan la muerte de Jesús y la destrucción del templo, idéntica importancia tiene el hecho de que estaba escribiendo doscientos años después de los hechos. Cuando la gente volvía la mirada a la destrucción del templo, la brecha entre ésta y la muerte de Jesús parecía disminuir. Desde la perspectiva de dos siglos, ambos hechos, separados por unos treinta y cinco a cuarenta años, parecían ligados entre sí; el primero “causa” del segundo.

 

Lo notable para el pensamiento cristiano era que las desgracias que padecieron los judíos durante el primer siglo no se revirtieran en el siglo II ni en los años que siguieron. Luego de la fracasada revuelta de Bar Kochba, los romanos destruyeron la ciudad judía y, en el lugar donde ésta se erigía, construyeron un pueblo romano. Para los observadores no judíos, la ciudad judía pertenecía al pasado. La proximidad histórica de la muerte de Jesús y la destrucción de la Jerusalén judía contribuyó a forjar una nueva interpretación cristiana. Orígenes afirma:

 

«Desafío a cualquiera a probar la falsedad de mi afirmación acerca de que la nación judía fue destruida a menos de una generación de distancia debido a los sufrimientos que infligió a Jesús. Estimo que transcurrieron cuarenta y dos años desde el momento en que crucificaron a Jesús hasta la destrucción de Jerusalén. De hecho, la historia nunca ha registrado que los judíos fueran expulsados durante tanto tiempo de su ritual y adoración sagrados al ser conquistados por un pueblo más poderoso… Uno de los hechos que demuestran que Jesús era una persona divina y sagrada es simplemente que por causa suya han caído sobre los judíos calamidades tan grandes y terribles por ya largo tiempo. Nos atrevemos a afirmar que no se volverán a recuperar. [Orígenes tenía en mente la profecía de Jesús: “no dejarán en ti piedra sobre piedra”]. Puesto que han cometido el crimen más impío de todos los crímenes al conspirar contra el Salvador de la humanidad en la ciudad donde ofrecían a Dios los rituales habituales que simbolizaban misterios profundos. Por eso, la ciudad donde Jesús sufrió semejantes vejaciones debía ser completamente destruida. La nación judía debía ser destituida, y la invitación de Dios a la santidad transferida a otros, quiero decir a los cristianos, a quienes les fue enseñada la adoración simple y pura a Dios. Y recibieron nuevas leyes que se ajustaban al orden establecido en todas partes. Las leyes antiguas estaban destinadas a una nación única regida por hombres de la misma nacionalidad y costumbres, de modo tal que nos sería imposible observarlas hoy».

 

Hay veces en que agradezco que fuera Orígenes (nunca canonizado) quien escribiera estas palabras, en lugar de San Agustín. Pero lo que Orígenes sostiene no es su opinión personal. Estas opiniones estaban enraizadas en el pensamiento cristiano y pueden encontrarse en otros escritores más ortodoxos. Su interpretación de la muerte de Jesús sólo es posible en virtud de hechos ocurridos desde que la Biblia fue escrita, y a lo sucedido a los judíos durante los siglos I y II. Debido a que el templo fue destruido (lo que imposibilitó la adoración judía) y la ciudad arrasada (lo cual privó a los judíos de su capital), no sólo parecía que la forma de vida judía había llegado a su fin sino que el pueblo judío dejaría de existir.

 

Era habitual en el mundo antiguo y en la Biblia relacionar la suerte y la desgracia con el favor o la venganza divinos. En el AT, las calamidades de que fue víctima el pueblo judío no son sucesos azarosos. Una y otra vez las Escrituras atribuyen las desgracias de los israelitas a su desobediencia, su pecado, su incredulidad. No hay en sí nada pernicioso o malévolo en lo que Orígenes afirma aquí, pero él no era un profeta bíblico a quien le había sido dada una visión del plan divino. Sus palabras se deducen del texto sobre la base de hechos posteriores, una interpretación impuesta a los Evangelios, sin sustento en las Escrituras. Nostra aetate del Vaticano II declara: “Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Cristo, sin embargo, lo que en su Pasión se hizo, no puede ser imputado ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy. Y, si bien la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, no se ha de señalar a los judíos como réprobos de Dios y malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras” (el énfasis es mío). Orígenes, inusitadamente, ha abandonado su biblismo habitual.

 

Si bien los pensadores cristianos criticaban la forma de vida judía, intuían que en lo más profundo los cristianos y los judíos estaban llamados a la unidad. Juan 4,21 ilustra claramente la interpretación de Orígenes: “… llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén, adoraréis al Padre.” Debido a su contraste entre la adoración en un lugar en especial y la adoración “en espíritu y en verdad,” este pasaje solía citarse para contraponer el cristianismo al judaísmo. Los judíos veneran a Dios en un lugar especial con sacrificios; los cristianos ofrecen a Dios un sacrificio espiritual no sujeto a un lugar. No obstante, Orígenes arguye que la distinción que Jesús hace se refiere a los gentiles por un lado, y a los judíos y cristianos por el otro. Los gentiles veneran objetos materiales, piezas de madera o piedra; los judíos y cristianos veneran a un Dios espiritual trascendente. Aun cuando los judíos alababan a Dios con sacrificios materiales, sabían que estaban ofreciendo sus sacrificios al “Creador del universo”. Tanto judíos como cristianos son capaces de reconocer la forma más elevada de adoración en espíritu y en verdad. Los herejes no pueden estar en lo cierto -afirma Orígenes- al negar “al Dios de Abraham, Isaac y Jacob, padres de los judíos”, cuando el Salvador dice claramente que “la salvación proviene de los judíos.”

 

Los judíos eran únicos entre los pueblos antiguos, afirma Orígenes, porque eran la única sociedad que “exhibía una sombra de la vida celestial en la tierra”. Los judíos “no veneraban a otro Dios que el único Dios supremo”, y los idólatras eran expulsados de la sociedad judía. Para apoyar su opinión, Orígenes cita las leyes del Deuteronomio (4,16-18 y 11,19) contra la idolatría, y alaba la observación del Sabbath y la celebración de las fiestas judías porque brindan esparcimiento “para escuchar la lectura de las leyes divinas”. Desde la niñez se enseñaba a los judíos a trascender las cosas “sensibles” y pensar en Dios “no como existente en el mundo sensible, sino para buscarlo más allá de las cosas materiales”. Si alguien comparara a la nación judía con cualquier otra nación, “no admiraría a ninguna más que a ella, puesto que en la medida de lo humanamente posible ha removido todo aquello que no beneficia a la humanidad, y ha aceptado solamente aquello que es bueno”.

 

Por supuesto, Orígenes afirma además que llegó un momento en que la forma de vida judía, confinada a un pueblo y a un sitio determinados, debió dejar lugar a una forma de vida que se adecuara a otros pueblos y otras tierras. Pero aun cuando establece un contraste entre judíos y cristianos, sostiene categóricamente que los judíos no pertenecen a la misma categoría que los idólatras, los gentiles. Para defender la adoración al Dios único, principal objetivo de la apologética de los primeros cristianos, los pensadores cristianos consideran a los judíos aliados. La importancia de este punto no es poca, porque sugiere que, aún después de la venida de Cristo, en la cuestión central de la adoración espiritual al Dios único, judíos y cristianos son uno.

 

La interpretación

 

Hace unos años, viajé a Jerusalén y tuve el privilegio de visitar una sinagoga con mi amigo el rabino Pinchas Peli, ya fallecido. Más tarde Peli vino a la Universidad de Notre Dame a dar clases durante un semestre, y me dijo que quería visitar mi iglesia. Un domingo por la mañana, él y su esposa Penina compartieron nuestra celebración.

 

Era el quinto domingo de Pascua y la primera lectura correspondía al capítulo 13 de los Hechos. Esa mañana leía una joven talentosa, actriz, lectora excelente. El texto relataba la visita de Pablo y Bernabé a la sinagoga de Antioquía en Pisidia en Asia Menor, y leyó el pasaje con energía y entusiasmo. El texto afirmaba que en Sabbath casi toda la ciudad se reunía a escuchar la palabra de Dios. “Al ver esa multitud, los judíos se llenaron de envidia y con injurias contradecían las palabras de Pablo”. Cuando llegó a las últimas oraciones del pasaje, elevó su voz para resaltar el dramático fin. “Entonces Pablo y Bernabé, con gran firmeza, dijeron: ‘A ustedes debíamos anunciar en primer lugar la Palabra de Dios, pero ya que la rechazan y no se consideran dignos de la vida eterna, nos dirigimos ahora a los gentiles’”. A lo que agregó: “Es Palabra de Dios”, y la comunidad respondió: “Demos gracias a Dios”.

 

Fue como si Pinchas y Penina hubieran recibido un mazazo en la cabeza. Penina lloraba y Pinchas estaba visiblemente agitado. Pero conservaron sus lugares y soportaron el resto de la ceremonia.

 

Había invitado a los Peli a nuestro hogar para almorzar y por supuesto el tema principal de conversación fue la lectura de los Hechos. Penina estaba furiosa y decía: “Cómo pueden seguir leyendo semejante pasaje después del Holocausto”. Pinchas, con una aguda introspección espiritual y sensibilidad religiosa, dijo algo bastante diferente. “Es un dicho duro, pero es parte de la Biblia y, después de todo, no se puede aplicar la tijera a las páginas de las Escrituras. La única manera de manejar semejante texto es a través de la interpretación”.

 

La interpretación siempre ha girado en torno de la relación entre lo que se dice en una parte de la Biblia y lo que se encuentra en otras partes de ella, relacionándolo a su vez con la fe de la comunidad que vive de la Biblia, la Iglesia. La Biblia no es fundamentalmente un libro del pasado, sino, según Paul van Buren, un “libro transportado”. Lo que cualquier pasaje o libro determinado significó en su escenario original no es el objeto de la interpretación. La labor histórica es sólo un aspecto de la tarea exegética, y no el más importante. Es introductoria, propedéutica, y es preciso completarla mediante la relación del texto con el resto de la Biblia, con la fe y la vida de la Iglesia, y con lo sucedido desde que la Biblia fue escrita.

 

Si consideramos la interpretación bajo esta luz, como una tarea perenne de la comunidad cristiana, estaremos en mejor situación para dar significado a los pasajes de las Escrituras que se refieren a los judíos. La exégesis bíblica es un arte de descubrimiento, de hallar aquello que el texto revela, y los mejores exégetas siempre han sido aquellos que pudieron demostrar que lo que se acaba de descubrir siempre estuvo allí. Lo que se encuentra dependerá en gran medida de lo que se busca. Por más paradójico que parezca, esto afirma una verdad profunda, conocida por todos los buenos expositores. El intérprete sabe de antemano lo que busca. Lo que hemos descubierto en las Escrituras respecto de los judíos difiere de lo descubierto por las primeras generaciones, que tenía más matices de los que suelen reconocerse y, aun con sus limitaciones, ayuda a nuestra generación a discernir la relación única entre cristianos y judíos.

 

Los primeros pensadores cristianos sabían que lo que separaba a los judíos de otros era que veneraban a Dios observando la Ley de Moisés. Cuando todo les es quitado, los cristianos, no obstante críticos de los judíos, los comprendieron en términos que los propios judíos podían reconocer. Solamente los cristianos son capaces de ello, pues captan, de una manera que otros no pueden hacerlo, lo que distingue al judaísmo. Tal como escribiera el teólogo judío contemporáneo David Novak: “Es la Tora lo que hace que el judaísmo se destaque entre todo lo demás en el contexto humano”. Para el cristianismo, sin embargo, la Ley no es la clave de la Biblia, sino Cristo, y es por ello que los pensadores cristianos criticaban el lugar central que ocupa la Ley en la vida judía. Este es el gran debate entre cristianos y judíos, una discrepancia dentro de la tradición bíblica que difiere claramente de los debates con los griegos y los romanos, o más tarde con el islam, o, más distante, con el budismo.

 

Pero, aun cuando afirman que hay algo mejor que la Ley, los cristianos reconocen que la Ley fue un don de Dios (Romanos 9,1), y que el camino nuevo revelado en Cristo estuvo irrevocablemente ligado a lo que ya había sido revelado. Lo que San Juan llamó “adoración en espíritu y en verdad” no fue simplemente una nueva adoración espiritual (como proclamara Marción), sino, según la frase de Orígenes, una “adoración espiritual de la Ley.” Los cristianos no prescinden de los libros de la Ley; más bien los preservan y les dan una nueva interpretación.

 

* * *

 

El cristianismo no puede ser indiferente al pueblo de Dios que sigue observando la Ley, aun cuando su existencia constituye para aquel un constante desafío espiritual. Puesto que si no existe alabanza según la Ley, si no existe comunidad judía que observe la Ley como acto de obediencia en alianza con el Dios único, ¿qué significa decir que existe la “adoración espiritual de la Ley?” En el sentido más profundo, de eso se trata el rechazo de Marción, como también las palabras de Pablo en Romanos 11 citadas en Nostra aetate: “Que si algunas ramas fueron desgajadas, mientras tú -olivo silvestre- fuiste injertado entre ellas, hecho partícipe con ellas de la raíz y de la savia del olivo, no te engrías contra las ramas. Y si te engríes, sábete que no eres tú quien sostiene la raíz, sino la raíz quien te sostiene”.

 

En el Vaticano II hubiera sido fácil pasar el “sostiene” en presente que usa Pablo al pasado “sostuvo.” Hay entonces una significación teológica en el hecho de que cuando Nostra aetate parafrasea las palabras de Pablo mantenga el presente. La Iglesia recibió la revelación del AT del pueblo judío, “ni puede olvidar que se nutre de la raíz de ese olivo bueno en el que se han injertado las ramas del olivo silvestre que son los gentiles”. A dos mil años de distancia, algunos podrían haber esperado leer: “se nutrió” del pueblo judío. Pero lo que el decreto dice es “se nutre de la raíz de ese olivo bueno”. Tal es el misterio que guarda el corazón de la comprensión cristiana de los judíos.

 

 

 


Texto de First Things, mayo 1997.

Traducción: Silvina Floria.

1 Readers Commented

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  1. Rodolfo on 26 abril, 2011

    interesante

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