El clima de la inminente celebración de los 2000 años del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, le presta a esta Reforma Económica de la Iglesia un marco ideal. Y estimula a hacer de ella una señal tangible de la renovación de la Iglesia en la Argentina al celebrar este misterio.
Esta afirmación no es una simple ocurrencia piadosa. La Palabra de Dios nos muestra que la primera reflexión teológica sobre la comunión de bienes en la Iglesia, hecha por el apóstol San Pablo, está relacionada profundamente con el misterio de la Encarnación. En efecto, cuando éste exhorta a los corintios a contribuir generosamente a la colecta que él organiza a favor de los pobres de Jerusalén, lo hace desde una evidente alusión a la Encarnación de Cristo: Ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza (2 Co 8,9).
El hilo conductor de estas líneas serán los doce puntos del Planteo General de la Reforma Económica de la Iglesia en la Argentina aprobado por el Episcopado.
Planteo General
Éste se halla contenido en las siguientes ideas fundamentales:
1. Inspirarse en los criterios propuestos por la Palabra de Dios sobre: a) el espíritu de pobreza evangélica; b) dar con generosidad; c) hacer el bien delante de Dios y de los hombres.
– Para emprender y guiar un proceso de Reforma Económica de la Iglesia es necesario partir de la Palabra de Dios y nutrirse de ella. De lo contrario, la empresa puede correr el riesgo de ceder fácilmente a criterios mundanos. Y entonces sería peor el remedio que la enfermedad. A la vez, me atrevo a decir que nuestras Iglesias están expuestas a pecar de infidelidad a la Palabra de Dios si no emprendiesen un proceso de Reforma Económica, que esa Palabra está pidiendo con gritos proféticos.
– El Planteo General, sin pretensión de ser exhaustivo, en su primer punto enuncia tres principios bíblicos relacionados con la posesión y administración de los bienes materiales.
El primero es la pobreza evangélica. Ésta es una característica necesaria a todo discípulo de Cristo, pues sin ella nadie puede salvarse. Consiste en un espíritu y en una práctica.
El espíritu de pobreza ha de ser común a todos los cristianos. Podemos definirlo como la libertad espiritual en la posesión de los bienes materiales. Ésta participa de la libertad con que Dios posee el universo. Él, su Creador, es su único propietario absoluto, pero lo posee sin avaricia ni idolatría. Por ello nos lo confía generosamente para que lo disfrutemos y lo administremos a favor de los demás.
La práctica de la pobreza, en cambio, es propia de cada persona conforme a su estado de vida. No hay una fórmula única. Varía según la condición del cristiano en la Iglesia y en la sociedad. Distinto será el ejercicio de la pobreza por parte del hombre casado, del obrero, del profesional, del empresario, del seminarista, del religioso, del sacerdote, del obispo, etc. Pero todos los cristianos estamos obligados a ejercitarla. Seríamos hipócritas si dijésemos que tenemos espíritu de pobreza, pero no adoptásemos un modo concreto de practicarla. Una manera excelente y necesaria de ejercitarla es poner los propios bienes, espirituales y materiales, al servicio de la obra evangelizadora de la Iglesia.
– Conviene constatar la distancia que media entre la afirmación anterior sobre la necesidad de la pobreza evangélica y la vivencia que de ella tenemos los cristianos en la Argentina.
El Pueblo de Dios no tiene conciencia de la obligación que, en virtud del bautismo, le cabe a cada cristiano de vivir y ejercitar el espíritu evangélico de pobreza. Ni se interroga sobre la relación que pudiere haber entre la corrupción ambiental en el terreno económico y la falta de colaboración de los cristianos a la obra evangelizadora.
Los obispos y presbíteros, por nuestra parte, denunciamos con frecuencia las injusticias sociales. Lo cual nos crea una difusa sensación de vivir en la justicia y conforme a la pobreza de Cristo. Pero no solemos hacer autocrítica, ni advertimos que nuestras denuncias, a pesar de utilizar a veces datos concretos, son hechas de manera abstracta, pues casi siempre imputamos la injusticia a los otros -al gobierno, a los empresarios-, y no la relacionamos casi nunca con la falta de catequesis por parte nuestra sobre la virtud cardinal de la justicia y la pobreza evangélica.
Por su parte, los Seminarios y los Noviciados, donde se forman los principales líderes el Pueblo de Dios, a la vez que inculcan teóricamente la necesidad de la pobreza evangélica, muchas veces no enseñan a internalizarla mediante prácticas concretas, e incluso contribuyen a adoptar prácticas contrarias, de lo cual no siempre se es consciente.
– Según la Palabra de Dios, una característica fundamental de la pobreza evangélica es la libertad. Y ésta, en un doble sentido: a) poseer con desprendimiento; b) dar libremente. Esto último, no porque uno sea libre de dar o no dar nunca. Sino que, aun obligado por la fe a compartir los bienes materiales, uno se mantiene libre en la manera de hacerlo.
Es esta libertad la que se debe educar, mediante la Catequesis y la Predicación, para que sea posible una Reforma Económica de la Iglesia que logre el sostenimiento permanente de la obra evangelizadora y la comunión de bienes (Ver el caso de Ananías y Safira: Hch 5,1-11).
– El segundo principio bíblico enunciado en el Planteo General es dar con generosidad. El apóstol San Pablo nos habla de la gracia de nuestro Señor Jesucristo (cháris) (2 Co 8,9); y Jesús, de dar graciosamente (doreán) (Mt 10,8). Ambos hablan de libertad y abundancia en el compartir. De allí la generosidad y gratuidad en el dar, que se marchitaría tanto con la obligación compulsiva, como con la tacañería.
Adviértase que en el Nuevo Testamento no existe la compulsión del diezmo. Pero nos avisa muy seriamente que, sin desprendimiento y generosidad, es muy difícil salvarse (Mt. 19, 23-26).
Jesús insistió mucho en la necesidad de desprenderse de los bienes terrenales a favor de los pobres para acumular con ellos un tesoro en los cielos (Mt. 6, 19-21; Lc 12,21).
– El tercer principio bíblico enunciado es la necesidad de respetar las normas de una sana administración según el sentir y experiencia de los hombres honestos. Como dijo San Pablo: Nuestra intención es evitar toda crítica con respecto a la abundante colecta que tenemos a nuestro cuidado, procurando hacer lo que está bien no solamente delante de Dios, sino también delante de los hombres (2 Co 8,21). Por ello mandó elegir a algunos hermanos que fuesen testigos del transporte y entrega de la Colecta a los pobres de Jerusalén (2 Co 8,19; 1 Co 16, 3-4).
No hay contradicción alguna entre la sencillez en el dar, enseñada por Jesús en el Sermón del Monte -que tu mano izquierda ignore lo que hace tu derecha (Mt 6,3)-, y una administración llevada con competencia y transparencia, según ordena San Pablo. Incluso, el Evangelio critica el mal manejo que Judas hizo de la administración de los Doce (Jn 12,6).
– Se suele dar por sentado que la administración en la Iglesia es honesta. Y sin duda que la mayor parte de las veces lo es. Y que hasta se hacen milagros con centavitos. Pero no es menos cierto que todavía se estila una administración arcaica, que deja mucho que desear. Que los neopresbíteros salen del Seminario con una formación casi nula en este campo. Que las Comisiones parroquiales y diocesanas copian y superan a veces la informalidad del clero en el modo de administrar sus dineros. Que no siempre se rinde informe a la Comunidad parroquial y diocesana de los ingresos y egresos. Que las Curias tampoco informan siempre de su administración. Que muchas veces no existe un breve reglamento para los Consejos parroquiales de asuntos económicos. Que se introducen corruptelas, como el tener los dineros de la Capilla a nombre de privados, sin ningún resguardo ni control bancario. Que se usan los vehículos de la Parroquia para usufructo de alguna familia muy colaboradora del Cura. etc. Que todo ello fomenta el desinterés de los fieles para aportar económicamente al sostenimiento de la obra evangelizadora, y alimenta una imagen de no transparencia, cada vez menos tolerada.
2. Atender a todos los fines para los cuales la Iglesia tiene derecho a poseer y administrar bienes materiales; y ello según lo expresa el c. 1214; a saber: a) la organización del culto divino; b) la honesta sustentación del clero, demás ministros y empleados; c) el ejercicio de las obras del apostolado y de la caridad, sobre todo respecto de los necesitados.
– La Reforma Económica debe contemplar todos los fines para los cuales la Iglesia debe obtener y administrar bienes económicos.
Si se quiere de veras emprender una Reforma económica de la Iglesia en la Argentina, sería contraproducente que ésta se centrase en procurar materiales sólo para algunos de los fines particulares, por importantes que fueren, y se descuidasen los más generales. Por ejemplo, que sólo se pensase en cómo sostener el Seminario, o la Curia, o cómo mejorar el sueldo de los sacerdotes, o subvenir a la marcha de determinados apostolados (p.e. para la Junta de Laicos, Pastoral Juvenil, Medios de Comunicación), o cómo aliviar la cuota que cada Diócesis debe aportar a la CEA para el funcionamiento de la Secretaría General y de las Comisiones Episcopales, etc.
De hecho, en los enfoques de Reforma económica intentados en los últimos lustros, los Obispos nos hemos preocupado sobre todo del sostenimiento de los Seminarios, Curias, aportes a la CEA y a la Santa Sede. El magro resultado está a la vista. Al no enfocar la cuestión en su globalidad, tampoco se lograron soluciones específicas satisfactorias.
Llegó el momento en que el Pueblo de Dios debe ser catequizado sobre toda esta materia. Para esto es preciso visualizar todas las necesidades pastorales que requieren solvencia económica. Y esto, en todos los niveles (parroquial, diocesano, nacional, etc.). Al Pueblo lo fatiga que un día se le pida para tal fin concreto, y mañana para tal otro, sin ningún Plan global.
En este sentido, la Santa Sede está dando el ejemplo. Ya no teme hablar de las finanzas del Vaticano hasta por los diarios. Y cada año presenta a la opinión pública su Presupuesto y Balance. En el resto de la Iglesia, en especial en América Latina, todavía no se ha cobrado idea cabal de este paso dado por la Santa Sede. Pero es preciso advertir que se ha anticipado al adoptar una conducta que, en los próximos años, tenderá a ser normal en las Iglesias locales. Pues cada vez más los fieles aportarán menos si desconocen para qué se les pide su aporte y cómo se lo administra.
3. Llevar a la práctica las normas de la Iglesia universal sobre la materia, dispuestas en el Código de Derecho Canónico, y para ello adoptar criterios e iniciativas comunes en toda la nación, cuando a los Obispos les pareciere conveniente o necesario.
– En el ámbito de la Iglesia universal, ésta tiene normas sapientísimas sobre la adquisición y administración de los bienes materiales. Están en el Código de Derecho Canónico, reformado según el espíritu y orientaciones del Concilio. Se encuentran, sobre todo, en el libro V, De los Bienes Temporales de la Iglesia (ver cc. 1254-1310). Pero también a lo largo de todo el texto. Por ejemplo: cc. 121-123; 231; 264; 281-282; 319; 325-326; 392; 492-494; 510,4; 531-532; 537; 540; 551; 616,1; 617-640; 668; 702; 718; 741; 848; 945-948; 1181.
No cabe duda de que una inteligente catequesis al Pueblo de Dios sobre tales normas canónicas, acompañada de una prudente puesta en práctica, contribuirá en buena medida a la ansiada Reforma.
– Sobre alguna de dichas normas, la Conferencia episcopal ha dictado normas complementarias, exigidas por el mismo Código; por ejemplo: a los cc. 1265,2; 1277; 1292,1; 1297.
Pero ¿cuál es el conocimiento que el Pueblo de Dios (fieles y pastores) tiene de dichas normas canónicas y de la complementación dispuesta por el Episcopado? ¿cómo se las publica? ¿cómo se catequiza al respecto? Nada es más dañino en la Iglesia que una ley desconocida, o no catequizada, y, por tanto, no asumida desde el corazón por la comunidad cristiana. A manera de ejemplo, sería interesante hacer una encuesta en toda la Argentina para averiguar qué conocimiento se tiene de la norma de la CEA, reconocida por el Papa, relativa al c. 1265,2, sobre colectas y otras formas de recaudación.
– ¿Deberá la CEA dictar otras normas comunes en materia económica? No hay óbice para hacerlo, si así los Obispos lo dispusieren. Incluso, podría ser muy saludable en algunas cuestiones, que habrá que determinar.
Personalmente pienso en la conveniencia de criterios comunes para el estipendio mensual del clero, como acontece en las Iglesias de España, Francia, Alemania e Italia. En la Argentina, en cambio, no existen criterios nacionales en este asunto. Algunas Diócesis los tienen. ¿Cuántas? ¿Cuáles? Desconozco que haya criterios regionales. Y me consta que no pocas veces tampoco existen criterios diocesanos. Muchas veces el Clero se arregla económicamente como puede.
– Decir esto quizá escandalice a algunos. Pero las consecuencias de la ausencia de criterios en esta materia son más perniciosas que un leve escándalo. Me parece que será imposible lograr una economía eclesiástica ordenada y transparente sin establecer criterios y recursos para otorgar un estipendio mensual al clero. Aunque no se quiera, la falta de normas al respecto, hiere el espíritu y la letra del Concilio. Y me temo que, aunque sea en forma débil e inconsciente, se impulse hacia una cierta restauración del Beneficio eclesiástico, suprimido por el Concilio. Éste, en el decreto sobre la Vida y Ministerio de los Presbíteros, en el capítulo dedicado a la digna sustentación del clero, dice: El sistema conocido bajo el nombre de Sistema Beneficial debe ser abandonado, o al menos radicalmente reformado (Presbyterorum ordinis 20). Y el Código da normas al respecto (ver cc. 1272 y 1274).
Alguien dirá que esta opinión es excesiva, pues no se condice la situación económica de la Iglesia en la Argentina con la restauración del Beneficio eclesiástico, que aquí no existió. Le respondo que procure ir al caracú del problema que origina la falta de criterios claros en materia de retribución del clero, y entenderá la gravedad de lo que quiero significar.
4. Estudiar la cuestión en su complejidad, analizando todos los aspectos implicados (teológicos, históricos, canónicos, catequísticos, pastorales, jurídicos, económicos, financieros).
– Al punto 2º, referido a la totalidad de los fines de la administración de los bienes eclesiásticos, corresponde ahora este punto 4º, sobre la totalidad de los aspectos de la cuestión a estudiar. Grave error sería pensar que la economía de la Iglesia es primeramente un problema económico. Es, ante todo, un problema de fe. Por tanto, religioso, que necesita ser iluminado por la Palabra de Dios y por las demás ciencias, eclesiásticas y humanas.
– Uno de los aspectos que, durante 1996 y parte del ’97, acaparó casi exclusivamente la atención de la prensa ha sido el aporte estatal al sostenimiento del culto católico, en el cual se concreta lo mandado por el artículo 2 de la Constitución nacional. Se trata de una modesta suma global de poco más de siete millones de pesos, a distribuir en este año 1997 entre las 68 jurisdicciones diocesanas. Con dicha suma se atienden los siguientes rubros: a) becas para la pensión de los seminaristas; b) un subsidio mensual para los Obispos; c) igualmente, para algunos Párrocos llamados de frontera.
Sin duda que este aspecto del problema deberá ser estudiado. Pero no se puede reducir a él toda la cuestión de la Reforma Económica. Pues aún bien solucionada la relación económica de la Iglesia con el Estado, el problema de su Sostenimiento subsistiría, como se constata en las Iglesias de España, Francia, Alemania e Italia, y por ello se sigue buscando una solución al problema desde dentro de la misma Iglesia.
5. Instalar la cuestión en la conciencia del Pueblo de Dios, mediante una catequesis adecuada, con ensayos, conferencias, jornadas de estudio, cartas pastorales, suscitando para ello la participación de personas competentes, en especial de los laicos.
– La discusión de la Reforma Económica de la Iglesia, desde cuando se la comenzó a abordar en 1983 y hasta 1996, había quedado prácticamente restringida al ámbito del Episcopado, con la colaboración de algunos laicos competentes. No se había hecho de ella un problema a reflexionar y resolver conjuntamente con el Pueblo de Dios. De allí, también, el planteo restringido del problema hecho hasta ahora: cómo sostener las Curias y Seminarios; cómo aportar fondos a la Conferencia Episcopal, para el funcionamiento de su Secretaría General y Comisiones episcopales; sin renunciar o no al aporte estatal; y en caso positivo, con qué gradualidad hacerlo. Ahora, al enfrentar el tema del sostenimiento de la Iglesia como un problema global -cómo sostener toda la Obra Evangelizadora-, que debe ser estudiado y resuelto por todo el Pueblo de Dios, cobra una importancia y proyección hasta ahora no imaginada.
Si se persiste en el camino marcado (sostener toda la obra evangelizadora por todo el Pueblo de Dios), es previsible que se alcance una auténtica Reforma. De lo contrario, sólo se lograrán parches; y, a poco de comenzar, todo volverá a quedar como antes, y peor aún a causa de la desilusión.
6. No circunscribir el planteo a buscar primero una solución financiera inmediata a cuestiones puntuales, aunque sean importantes; éstas, sin duda deberán ser abordadas oportunamente.
– No son pocas las situaciones económicas que nos urgen a los Obispos a buscar una solución puntual. En especial, en los rubros arriba mencionados: Seminario, Curia, CEA, amén de tener que considerar situaciones de verdadera penuria de algunas Parroquias.
Para solucionar dichas obligaciones y situaciones, muchos Obispados, fuera de la suma mensual de $1.348 que el Estado pasa a cada Obispo, no tienen otros ingresos, salvo los aportes mensuales que, en algunas Diócesis, hacen las Parroquias (en Resistencia es el 5% de todas las colectas). De aquí, entonces, la tentación de solucionar lo puntual y postergar la solución global. Con las consecuencias negativas que esto genera. Una solución para un caso específico obliga a reiterar el estudio de la cuestión cada vez que se presenta. Lo cual acarrea gran desgaste a los Obispos y colaboradores.
Por lo mismo, en el Consejo Episcopal de Asuntos Económicos nos dijimos: no despreciemos los problemas económicos puntuales, que tanto nos angustian a los Obispos, pero no nos dejemos aturdir por ellos. Procuremos enfrentar su solución dentro del marco más amplio y definitivo, que es el Sostenimiento de la Obra Evangelizadora de la Iglesia y la Comunión de bienes.
7. Evitar caer en la simplificación de que sería posible la solución mediante la invención de alguna fórmula mágica, o la aplicación voluntarista de determinadas fórmulas experimentadas con éxito en las Iglesias de otros países, sin despreciar por ello su experiencia.
– Es fácil caer en la tentación de simplificar el problema de la Reforma Económica de la Iglesia. Hubo quienes me preguntaron: Y
, ¿por cuál sistema se inclinan? ¿No les parece a Uds. que es mejor el sistema italiano, del ocho por mil? Otros me dicen: el sistema de la tarjeta de crédito da un resultado bárbaro. ¿Lo piensan adoptar? Finalmente otro, hace pocos días casi me urgió a un pronunciamiento: Entre el sistema entrerriano del uno por ciento y el santafesino del dos por ciento: ¿cuál piensan elegir? Porque algo concreto Uds. deberán proponernos.
Con el respeto que merece cada una de esas opiniones, me permito señalar que adolecen de cierta ingenuidad. No niego que un día debamos adoptar normas económicas comunes para toda la República, y entre ellas, tal vez, la de aportar un porcentaje fijo sobre los ingresos por parte de todos los miembros del Pueblo de Dios. Pero pienso que el camino a seguir es más largo. Hay que comenzar, casi desde cero, a edificar una conciencia nueva. Quizá en una Diócesis marche bien desde el comienzo imponer un porcentaje. Convendrá que ello lo decida cada una de ellas. Para esto el Consejo Episcopal de Asuntos Económicos podrá dar incluso una opinión. Pero, salvo mejor juicio, no me parece que, desde el comienzo de este proceso de Reforma, se deba fijar en toda la República un porcentaje sobre los ingresos a aportar. Al menos no se debe hacer antes de que el Episcopado publique una carta pastoral sobre la Reforma Económica.
8. Destrabar el planteo -muy difundido por la prensa- de la cuestión reducida a la eventual renuncia del aporte estatal. Este planteo más que alimentar la corresponsabilidad del pueblo de Dios en la financiación de la Obra evangelizadora, la frena.
– Destrabar no significa ahora olvidar este punto del aporte estatal, como si no tuviese importancia. El hecho de que esté conectado con el artículo 2 de la Constitución Nacional, indica que tiene raíces históricas y jurídicas profundas. Y, por lo mismo, implicancias prácticas que afectan este proceso de Reforma económica. Habrá que estudiar todo atentamente, en relación con nuestro pasado, a la nueva situación creada por el Concilio y el ecumenismo de la Iglesia católica, a la situación económica de cada Diócesis, etc.
Lo que no se puede hacer es confundir este punto con el problema entero. O pensar que la renuncia lisa y llana del aporte estatal sería el gesto profético que traería mágicamente la solución a todos los problemas económicos de la Iglesia.
Tampoco se debe centrar la Reforma en obtener del Estado un aporte más significativo que los siete millones anuales que se distribuyen a través de la Secretaría de Culto, de la Cancillería. Importa, sin embargo, que, en un diálogo con las autoridades nacionales, se dilucide la cuestión de una partida para el Culto Católico que figura en el Presupuesto nacional y que es manejada desde la Secretaría General de la Presidencia. Convendría que el manejo de todas las partidas para el Culto Católico del Presupuesto nacional fuese unificado a través de la Secretaría de Culto, de acuerdo con criterios a establecer con el Episcopado.
9. Asumir como idea madre de la solución la formación de una conciencia nueva en el Pueblo de Dios -fieles y pastores- en cuanto a la comunión de bienes y a la manera de recaudarlos y administrarlos.
– Supuesto el aspecto religioso que ha de tener la Reforma Económica, tal como se sugirió en el punto 1º, aquí se señala la profundidad de las convicciones en las que se ha de basar. La catequesis ha de tender a formar cristianos con una visión nueva con respecto al uso de los bienes materiales y a la disponibilidad de éstos para la obra evangelizadora de la Iglesia. Esta conciencia, por lo demás, no debe ser sólo teórica, sino también práctica. Necesita, por lo mismo, de un estilo administrativo acorde con el espíritu de comunión, y esto tanto para la recaudación, cuanto para la administración.
10. Para ello, emprender en el ámbito diocesano la formación de numerosos agentes pastorales, de acuerdo con el Proyecto Compartir, invitando a sumarse a él a todas las Diócesis, procurando la participación de todas las Parroquias, instituciones católicas de enseñanza, asociaciones y movimientos de fieles, etc.
– Una conciencia nueva en el campo de la Reforma Económica necesita primero de mentes y corazones nuevos, reformados. Y esto en un doble sentido. Primero, sujetos capaces de asumir criterios y comportamientos nuevos, de acuerdo con la doctrina evangélica sobre la pobreza y la comunión de bienes. Segundo, capacitados en el arte de la administración.
Se pecaría de angelismo si se pensase que, para una Reforma Económica, bastaría que anduviese una sola rueda. Por ejemplo, sólo la rueda de la honestidad, o sólo la de la capacidad profesional. Aquí el teólogo ha de entrar en diálogo con el economista, el catequista con el contador, y viceversa.
Para crear una conciencia nueva en la Iglesia de la Argentina se ha de procurar formar numerosos agentes pastorales que internalicen ambas dimensiones. ¿Por qué no aspirar a que las dos mil quinientas parroquias de la Argentina cuenten con agentes pastorales formados con una mentalidad y capacidad nuevas en el campo de administración de los bienes materiales?
– El Planteo General hace hincapié en comenzar el trabajo de Reforma Económica por las diócesis. Y esto porque opinamos que, desde la experiencia diocesana, se podrá ir comprendiendo mejor la realidad del problema económico del país. Las soluciones que se adopten serán más adecuadas a la realidad. Igualmente, se podrá ver con mayor realismo la necesidad de implementar iniciativas comunes en otros niveles, en especial el nacional.
Además, es más fácil de poner en marcha la Reforma en una Iglesia, que en el conjunto de Iglesias de la Argentina. Lo mismo que será más fácil corregir un rumbo equivocado en una que en todas.
Por lo mismo, nos pareció inconveniente elaborar un megaproyecto de Reforma Económica, donde estuviesen contemplados todos los problemas económicos de la Iglesia de todos los niveles, con todas las soluciones teóricamente pertinentes, para ponerlo luego en ejecución, descendiendo desde el nivel nacional de la CEA a todas las diócesis, hasta la más remota parroquia.
– Además de las razones apuntadas arriba a favor de iniciar la Reforma por las diócesis, hay otras muchas razones, teóricas y prácticas, que aconsejan no adoptar un estilo vertical descendente. Teóricas, porque no conviene afianzar la falsa imagen de Iglesia que muchas veces se tiene, como si ésta fuese una entidad de orden nacional, con dependencias en las Provincias. De hecho y de derecho, cada Diócesis es la concreción de la Iglesia católica o universal en un determinado lugar, que goza del ministerio de un Obispo, sucesor de los Apóstoles, el cual vive en comunión con todos los demás Obispos, en particular con el Obispo de Roma, pero que dentro de la comunión es autónomo en su gobierno pastoral.
Entre las razones prácticas para no asumir la vía vertical descendente, está el evitar el peligro de dictar normas que nazcan muertas. Igualmente, el aprovechar al máximo la experiencia que se vaya recabando.
11. Idear caminos que, entre tanto, brinden a la CEA recursos más amplios, que oxigenen su funcionamiento y alivien el aporte de las Diócesis.
– El costo del funcionamiento de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA) linda con la miseria. Y ello porque a muchas Diócesis, con los magros recursos de que disponen, les cuesta asumir la cuota del prorrateo de los gastos que su sostenimiento demanda.
En la Asamblea Plenaria, cuando se discute el Presupuesto anual de la CEA, los Obispos gastamos horas en deliberaciones, de las que quedamos siempre insatisfechos, pues no encontramos la manera adecuada de enfrentar los gastos de su funcionamiento.
Los miembros del Consejo Episcopal opinamos que, en el largo plazo, la solución consistirá en el aporte que las Diócesis podrán hacer con más facilidad y generosidad, al mejorar ellas sus finanzas. Pero no es menos cierto que, en el corto plazo, el Consejo deberá idear algunos caminos de solución transitoria. Si alguno de los lectores tuviese alguna idea, no deje de aportarla.
12. Brindar al Pueblo de Dios un mensaje del Episcopado sobre todo este asunto, de manera de orientarlo debidamente, manejar la ansiedad despertada y sumar voluntades en la búsqueda de la solución.
– En los últimos treinta años ha habido dos documentos importantes del Episcopado argentino que se refieren indirectamente al tema de la Reforma Económica. Uno es el capítulo sobre la Pobreza de la Declaración de San Miguel (1969), y la Carta colectiva en ocasión de los 25 años de Cáritas Argentina (1981). Ambos documentos señalan elementos muy importantes que hacen al alma de una Reforma Económica. Pero no ha habido ninguno dedicado expresamente a catequizar sobre el Sostenimiento de la Obra Evangelizadora. De allí, la importancia del encargo que ahora hiciera la Asamblea Plenaria de preparar un proyecto de Carta Pastoral sobre el tema. Ésta es tanto más necesaria cuanto que la sensibilización sobre este asunto ha corrido hasta ahora casi en forma exclusiva por cuenta de la prensa. De allí la ansiedad en la que caen los cristianos, y los planteos parciales o distorsionados de la cuestión.
Dios escribe derecho con renglones torcidos. Quiera Él promover una auténtica Reforma Económica, conforme al Evangelio y a las reglas de una sabia administración, con un Consejo presidido por un Obispo que no sabe cómo resolver los minúsculos problemas que le acarrea el sueldo de los pocos empleados de su pequeña Curia.
Versión de la conferencia de Mons. Carmelo Giaquinta, presidente del Consejo Episcopal de Asuntos Económicos, al inaugurar el Curso de Administración de los Bienes Eclesiásticos, organizado por la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad Católica Argentina, el 29/9/97.