El Pontificio Consejo para los Laicos, dicasterio vaticano creado por Pablo VI hace 30 años, celebró en Roma su XVII Asamblea Plenaria entre los días 27 y 31 de octubre pasado.

 

El Consejo, presidido desde 1996 por el arzobispo norteamericano James Francis Stafford, está integrado por 31 miembros y otros tantos consultores, provenientes de todas partes del mundo y de diversos medios y actividades. Entre ellos hay obispos, sacerdotes, laicas y laicos, designados a título personal por el Santo Padre en 1996 para cubrir el quinquenio que expira en el año 2000.

 

El tema central del encuentro fue «Ser cristianos en el umbral del Tercer Milenio». Al finalizar el encuentro se dio a conocer un informe en inglés de los trabajos realizados. En esta nota se vuelcan algunas impresiones que pueden ser de interés general para nuestros lectores.

 

Cuatro conferencistas: el Dr. Dino Boffo, el P. Guy Cordonnier, el P. Jesús Castellano Cervera o.c.d. y el P. Arturo Elberti s.j., iluminaron el encuentro con relaciones sobre distintos puntos de la agenda. Por su parte, monseñor Stanislaw Rylko, secretario del Consejo, se refirió a las actividades desplegadas por el organismo durante los dos últimos años. Entre éstas se cuenta la reciente Jornada Mundial de la Juventud en París, cuya preparación estuvo a cargo del Consejo. Entre las ausencias que debimos lamentar se contó la de monseñor Lucio Gera, quien no pudo participar de las reuniones.

 

El momento más importante y emocionante del encuentro se produjo cuando Juan Pablo II recibió en audiencia a los miembros y consultores del Consejo el día 30 de octubre. En la oportunidad, al ratificar la vigencia de la exhortación apostólica Christifideles laici, el Papa se refirió al «desafío mayor de la descristianización». Dijo que «el mundo espera un testimonio más claro de hombres y mujeres libres, que muestren en su manera de vivir que Jesucristo trae gratuitamente una respuesta que colma todos sus deseos de verdad, de felicidad y de realización humana». Asimismo, aludió a la importancia del bautismo: «desgraciadamente vemos aumentar el número de los no bautizados, aun en regiones tradicionalmente cristianas durante siglos». También hizo referencia a la catequesis, a la juventud, y al papel de la mujer en la Iglesia y la sociedad. Al finalizar su alocución, el Santo Padre saludó a cada uno de los asistentes, oportunidad en la que pude testimoniarle el profundo amor que el laicado argentino le profesa.

 

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Acaba de finalizar el encuentro. Sin haber tenido tiempo para repasar en detalle los apuntes tomados durante las deliberaciones, hay tres primeras impresiones personales y preliminares que querría compartir.

 

La primera se refiere a la actitud generalizada de apertura y respeto para con las expresiones plurales de la cultura contemporánea, en cuya historia Dios está actuando.

 

La segunda guarda relación con un espontáneo énfasis entre los participantes, en el sentido de acercar la atención y las preocupaciones a situaciones y procesos en curso en esta cultura. En otras palabras, se buscaba en todo momento hacer una lectura cristiana de los hechos, a partir de la doctrina, pero sin repetir permanentemente sus glosas, como es frecuente en algunos medios eclesiásticos. El lenguaje y el diálogo se acercaron «a la situación, a las necesidades y a las aspiraciones» de la gente, como dijo Mons. Stafford en su alocución inicial.

 

En tercer lugar, constatar la actitud de religiosa confianza en la acción del Espíritu en la Iglesia. Esta actitud se reflejó particularmente en las reflexiones sobre el sentido y alcance de «ser cristianos» en estos tiempos de globalización, pluralismo y transición. Allí surgió la renovada conciencia sobre el papel del bautismo y la identidad, misión y vocación que este sacramento confiere.

 

Como suele ocurrir en estos encuentros, la riqueza que se genera deriva tanto de las tareas formales (plenarios, ponencias, grupos de trabajo) como de las múltiples conversaciones informales a que da lugar la convivencia. Tuve oportunidad de conocer a dos obispos cuya espiritualidad, sentido de los tiempos y fineza de espíritu me impresionaron: Mons. Bosco Penha, obispo auxiliar de Bombay y Mons. Michel Dubost, ordinario militar francés.

 

En otra oportunidad, los diez americanos presentes cenamos juntos para conversar animadamente sobre el inminente Sínodo de América. Allí estaban Germán Doigt (Perú), Eduardo Ramírez Cato (México), Nazario Vivero (nacido en Cuba, de nacionalidad belga y residente en Venezuela), los norteamericanos Mary Ann Glendon y Paul Henderson; el obispo Marcelo Pinto Carvalheira de Paraiba (Brasil); la colombiana María Irma S. de Pachón, Mons. Stafford y el subsecretario del Consejo, Guzmán Carrriquiry (Uruguay). Todavía deberemos ver el desarrollo del Sínodo y sus resultados. Con todo, hay un efecto que ya ha empezado a verificarse: la iniciativa profética de Juan Pablo II al convocar este Sínodo continental nos obliga a ser conscientes de una realidad evangélica y eclesial que trasciende el mero dato geográfico: en la perspectiva del tercer milenio nos reconocemos y somos americanos de una manera que hasta ahora nada nos evocaba.

 

La figura y el destacado desempeño del anterior presidente del dicasterio, el cardenal Eduardo F. Pironio, quien condujera las tareas del Consejo durante doce años, fueron afectuosamente recordados por el Santo Padre en la audiencia citada. Era ésta la primera asamblea de los nuevos integrantes del organismo, incluyendo su actual presidente. Tuve ocasión de visitar a Mons. Pironio durante estos días. Me dio, como siempre, el testimonio de su fe esperanzada y de su serena y profunda visión de los tiempos que vivimos. Sigue muy de cerca la vida de la Iglesia en la Argentina, tanto como la de la Iglesia universal.

 

Entre las tareas más importantes que el Consejo deberá encarar en lo inmediato se encuentra la preparación de un Congreso Mundial de Apostolado Laico que habrá de ser convocado en fecha todavía a determinar, en el contexto del próximo Jubileo. Se retomará así una tradición comenzada con anterioridad al Concilio Ecuménico Vaticano II. No es de excluir que congresos regionales precedan esta importante iniciativa.

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