Del 19 al 27 de octubre y bajo el lema “Raíces comunes, diversidades y desafíos para la integración”, se desarrolló la etapa en Argentina de la Universidad UCIP 1997, que este año recorrió, además de nuestro país, Bolivia y Brasil.

 

La UCIP es una entidad internacional que nuclea a católicos periodistas y profesionales vinculados con los medios de comunicación, cuya Red de Jóvenes realiza año a año una suerte de universidad itinerante en alguna región del mundo.

 

Durante cuatro a cinco semanas, jóvenes periodistas de los cinco continentes comparten un “programa de exposición”: la idea es sumergirse en la realidad de la región que visitan, antes que conocerla sólo por medios académicos.

 

La organización de la etapa argentina estuvo a cargo del Club Gente de Prensa, que preside José Ignacio López, y la Red de Jóvenes Comunicadores, con el apoyo de la Comisión para los Medios de Comunicación de la Conferencia Episcopal Argentina, encabezada por el obispo de San Isidro, Mons. Jorge Casaretto.

 

El programa de la visita representó un serio desafío para los organizadores locales. ¿Cómo ofrecer una imagen de nuestro país para jóvenes periodistas de todo el mundo en apenas siete días? El primer paso fue reconocer que la tarea era imposible. ¿Existe acaso, aún para los propios argentinos, “una” Argentina? El siguiente paso fue tratar de esbozar, “en vivo y en directo”, algunas de las muchas Argentinas que conviven en forma cada vez más traumática.

 

Una visita a la obra pastoral en la villa de la Cava -a metros de lujosas mansiones-, el contacto con las Abuelas de Plaza de Mayo y las secuelas de la dictadura militar y la vida en los extremos del país (Santa Cruz y Jujuy) fueron algunas instancias de esta intensa y agotadora recorrida. En el Centro Cultural San Martín se llevó a cabo una jornada de exposiciones (María Sáenz Quesada y José M. Pasquini Durán, entre otros).

 

“Aunque no lo crean, en una hora ha cambiado toda mi vida”, confesó Roger Nilles, un joven que llegó desde la bucólica Luxemburgo, luego de convivir durante unas horas con una familia de La Cava.

 

La “puesta en común” de las experiencias vividas en la villa, realizada en la parroquia Nuestra Señora de La Cava bajo la atenta y afectuosa mirada del padre Aníbal Filipini, confirmó la bondad del “programa de exposición”. Difícilmente algún texto o las frías estadísticas sobre desigualdades sociales hubieran explicado mejor una de nuestras realidades como país.

 

La despedida, a cargo de los más chiquitos entre los 2.500 alumnos que cada día -en forma gratuita, con comedor incluido- asisten al colegio parroquia La Cava, fue uno de los momentos más emotivos de la etapa en Buenos Aires, y las lágrimas corrieron abundantemente entre participantes y organizadores.

 

En Calafate, conocieron la escuela “Joven Labrador” de los salesianos y realizaron un “mini-trekking” por el glaciar Perito Moreno.

 

En Jujuy funcionó a pleno la naturaleza del “programa de exposición” de las universidades UCIP, ya que además de las charlas, exposiciones y visitas, los participantes quedaron atrapados en violentas protestas en la plaza central, en el último día de campaña para los comicios del 26 de octubre.

 

Mons. Marcelo Palenttini, obispo de San Salvador -que hasta amenizó la visita con su guitarra- y Mons. Pedro Olmedo, titular de la prelatura de Humahuaca, ratificaron su imagen de pastores afectuosos con su presencia constante junto a los jóvenes periodistas.

 

Finalmente, el lunes 27 los participantes partieron rumbo a La Paz, Bolivia, cansados pero con algunas “improntas” de nuestro país.

 

Además de la profunda convicción de que somos parte de una gran familia humana que permitió la experiencia, diseñar la etapa argentina de la Universidad UCIP latinoamericana fue también un desafío para demostrar que las organizaciones católicas, especialmente en el “mundo de la comunicación”, pueden -y deben- aprender a manejarse sin la ayuda económica de entidades del llamado primer mundo.

 

Una de las notas distintas de la etapa argentina de la Universidad UCIP latinoamericana fue que los organizadores locales consiguieron fondos de patrocinadores argentinos, lo que les permitió manejarse con entera libertad para diseñar el programa de actividades.

 

No fue necesario apelar al “complejo de culpa histórico” de alemanes o norteamericanos para pedir dinero a organizaciones de asistencia, práctica demasiado extendida en algunos sectores argentinos y latinoamericanos. De ese modo, no funcionó el “imperialismo humanitario”, aquel que ofrece dinero pero, naturalmente, limita la autonomía de los proyectos para supervisar en qué se utiliza su aporte.

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