Soy una de muchas y muchos cubanos que no tuvieron una formación religiosa, pues la época, el momento histórico y el lugar en que nos tocó nacer y vivir, estaba lleno de prejuicios sociales y políticos, que limitaban el comportamiento religioso de las personas: aunque en el fondo se dijera “creo en Dios”, por fuera se decía “soy ateo”. Recuerdo de pequeña la espera en la escuela para recibir la pañoleta de pionera [de la Revolución], pues iba a la iglesia y no se sabía si la familia autorizaría a que los niños nos iniciáramos como pioneros.

 

Vivo en un país como cualquier país tercermundista y subdesarrollado. Amo a mi tierra. Admiro todo lo bueno que se ha obtenido, a pesar del bloqueo, en la educación, la salud, en los valores humanos creados a lo largo de todo un proceso en que miles y miles de cubanos luchamos por construir una Cuba mejor para nuestros hijos, y hoy nos sentimos limitados y en cierto modo desconcertados. Si bien en una etapa no existían desigualdades sociales, hoy tenemos que reconocer que existen. No hay niños pidiendo limosnas, pero ellos quieren -no por ser consumistas sino por necesidades- tener mejor calzado, abrigo, ropa, alimentación, que otra parte de la población obtiene por sus ingresos en divisas. Mis hijos no conocen esa linda parte con la que todos los niños sueñan y hacen sus fantasías al tener días de Reyes Magos, de Navidad.

 

Creo que la visita del Sumo Pontífice es uno de los regalos más hermosos que ha tenido esta tierra en estos días difíciles para todos los cubanos: jóvenes, niños, ancianos, todas las razas, creyentes y no creyentes. Todos los cubanos ven en esta figura a una de las más grandes de este siglo.

 

Hoy mi hijo va a la iglesia, no quiero que esconda ni su sentir, ni su fe, que tenga la valentía y la libertad de acción que sus padres no enfrentaron.

 

Cuba es una isla pequeña, pero grande en calor humano. Eso sentí el 25 de enero en la Plaza de la Revolución, a pesar de ser un día invernal, donde me vi pidiendo disculpas por mis pecados, por haber ocultado ante los ojos del mundo mi creencia escondida hacia el Dios todopoderoso. Vi a un pueblo pidiendo un mundo de paz y esperanzas, donde se fue a cada una de las misas no por ser convocado sino por deseo propio. Vimos en Juan Pablo II esa mano del amigo que está cerca del cielo, pidiendo por Cuba y diciendo “Cristo confío en ti”. Y, como dijo el Santo Padre, es hora de que Cuba se abra al mundo, pero que el mundo también se abra a Cuba.

 

 

 


Testimonio recogido por el Dr. Jorge Gentile.

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