Las escalas de tiempo son cada día más difíciles de controlar. El corto, mediano y largo plazo en los proyectos personales e institucionales, los planes quinquenales de los gobiernos, la rigurosa sucesión de generaciones en las fases de una cultura y demás sistemas de escalonar el tiempo y de programar el futuro se hacen añicos con mayor frecuencia en el momento actual que en el pasado. No se trata, simplemente, de una aceleración de la historia y de un acortamiento secular (para muchos el siglo XX fue muy corto, comenzó en 1914 y terminó en 1989). Hay algo más que merece ser destacado. Se trata de un aumento incesante de la complejidad de los sistemas vitales y sociales.
Por una parte, el ser humano vive más tiempo; por otra, vive más comunicado con los demás. El transporte y las telecomunicaciones convergen hacia la anulación de la distancia en el planeta. A los efectos prácticos ya la distancia es cero en la world wide web. Pero este ‘milagro’ tecnológico no se traduce en un cambio inmediato del comportamiento humano. El retardo es más claro en aquellas conductas que requieren un largo período de asimilación, como sucede en los procesos de aprendizaje. En particular, las instituciones educativas tienen una demora significativa en la incorporación de las nuevas tecnologías de comunicación.
Por el momento, no parece visualizarse un cambio radical en la educación y vivimos una aparente calma, haciendo más de lo mismo… Pero por poco tiempo. Este cambio, que será explosivo, producirá una globalización del conocimiento, una distribución del saber, como jamás se ha visto. Vivimos ahora confundidos ante la superposición catastrófica de muchas eras educativas, que van desde el más deplorable analfabetismo en algunos territorios de nuestra América hasta la cúspide de la instrucción on line, como es el caso de Singapur, pasando por las reacciones corporativas en Europa y por los programas fundamentalistas de algunos Estados musulmanes. Estamos ciertamente muy lejos de haber logrado un consenso en educación, tal como ha sucedido en tantos otros dominios de las actividades humanas.
Este retardo es preocupante en todos los niveles, internacional, regional y nacional. No hay educador que pueda modificar el curso inexorable de las transformaciones de carácter tecnológico que voltearán los muros de las aulas tradicionales. Algo semejante ha sucedido en otros ámbitos, como los de la política y el comercio, contra las evaluaciones de muchos expertos.
Imagino la creación de equipos variados y distribuidos por el país y por el mundo, de investigadores de múltiples disciplinas dedicados a pensar en el largo plazo. Partimos de la hipótesis de que los problemas educativos de hoy, muchos de ellos acuciantes, no serán los del futuro. Serán otros, totalmente inéditos para la humanidad. Y no estamos preparados ni siquiera para imaginarlos. Se trata de un desafío científico y no de una propuesta de ciencia ficción. Necesitamos aunar fuerzas entre quienes compartimos una misma concepción teórica o, por lo menos, esta percepción práctica de que se está gestando otro tipo de educación.