He leído en el Nº 2.211 de la revista CRITERIO (19 de febrero de 1998), la apasionada carta de P. Luis Lona titulada “Una racionalización inaudita”, en la que se refiere a mi artículo sobre la figura de Cristo en la poesía de Jorge Luis Borges.

 

Dos aflicciones expresa Lona en su carta. De una de ellas lo hace responsable a Borges y a mí de la otra. La primera surge de una interpretación que él hace de tres versos del poema “Cristo en la cruz”. La segunda, de una conjetura acerca del hecho de que yo no haya analizado esos tres versos, que ahora copio:

 

“Sabe que no es un dios y que es un hombre

que muere con el día. No le importa.

Le importa el duro hierro de los clavos”.

 

Según Lona, mi análisis no debería haber pasado por alto esta parte. Dice que he omitido (omisión que él asegura que es “inexplicable”) “… toda referencia a los tres versos. Como si no existieran, o no tuvieran ninguna relevancia”.

 

En realidad, mi observación del poema “Cristo en la cruz” no ha omitido tres versos sino veintisiete. Y esto por la sencilla razón de que mi artículo no pretende una exégesis acabada de este poema en particular (como parece creer Lona en el primer párrafo de su carta) sino que intenta presentar algunos rasgos (ese sí, creo que relevantes y principales) de la figura de Cristo en la obra borgeana. De las alrededor de treinta citas de Borges que incluye mi nota, unas veinte se refieren a Cristo, y sólo unas cinco al poema “Cristo en la cruz” 1.

 

Lona comenta, en el final de su carta, que la “omisión inexplicable” de los tres versos en cuestión permite que mi análisis se sostenga, cosa que no ocurriría si yo los hubiera citado. Luego dice que yo he hecho esto “con completa buena fe” 2. Inmediatamente prefiere otra explicación, o explicación suplementaria: tomándose de la locución de Balthasar “racionalización inaudita”, dice que yo incurro en ese peligro y necesidad de la razón que se desborda.

 

Yo llegaría incluso a aceptar que mi buena fe sea incompleta (aunque no sé muy bien qué pudiera significar esto); pero lo de “racionalización inaudita” me ha llenado de desconcierto. Me he tomado el tedioso trabajo de releer lentamente mi artículo, como si estuviera escrito por otro; le veo varios defectos y deficiencias, pero, a pesar de haberme esforzado, no logro ver por ningún lado una “racionalización inaudita”. Veo, más bien, un procedimiento muy sencillo, consistente en presentar citas de Borges, a las que se han acercado citas del cardenal von Balthasar que tratan temas e interrogaciones semejantes a las de Borges, pero que encierran además la posibilidad de una respuesta o de una mejor comprensión del significado profundo de esas interrogaciones borgeanas 3. Casi la mitad del artículo está compuesto por citas (exactamente la mitad si incluimos el poema publicado “Cristo en la cruz”). Hasta el título está tomado de una cita de Borges, que creo que es la que expresa mejor lo misterioso e inasible de la figura de Cristo, irreductible a conceptos. Por lo demás, he podido ver en mi artículo que mi inteligencia tiene la costumbre de proceder más bien por imágenes que por silogismos. Así que, a la luz de todo esto, lo de “racionalización inaudita”…

 

Dejo ahora de lado estas consideraciones sobre mi procedimiento para observar la exégesis que Lona presenta. Ya he copiado arriba los tres versos. De ellos dice, sin que se vea ningún análisis previo del que surja la conclusión, que Borges hace renegar a Cristo “de su divinidad… de su Evangelio y de su promesa de la Resurrección”. No le basta este exceso de reniegos; dice también: “se trata de una grave injuria personal, deliberada.” (Usa tres veces la palabra “injuria”). ¡Es demasiado! ¿Cómo se puede suplir así una conciencia? Y aunque el texto dijera (cosa que no ocurre) todas las cosas que Lona dice que dice, ¿con qué derecho atribuir al autor, adivinándola, una intención maliciosa deliberada, una intención de dañar?

 

El poema “Cristo en la cruz” está lejísimo de querer significar estas cosas. Me gustaría poder hacer un análisis detenido, pero es imposible aquí. Se puede decir, de todos modos, que a pesar de las mil interpretaciones posibles que toda buena poesía admite, hay dos o tres cosas claras en la estructura y dirección del poema. Está redactado en presente; presente que quiere atrapar y expresar un solo momento: la muerte de Cristo y el dolor de su instante previo. Esta intención se hace patente también en la repetición del título en el primer verso: “Cristo en la cruz…” Ese es el tema. Por eso también es necesario que el poema se centre en la visibilidad humana de Cristo, que se va desdibujando hasta que “anda una mosca por la carne quieta” 4. Todas las cosas bellas y terribles que Cristo, ya obnubilado, logra entrever o no puede ver, llegan, en el momento final del poema, que coincide con el de la muerte de Jesús, a un brusco salto hasta el presente real, en el que surge la pregunta por el sentido, utilidad o servicio de aquel sufrimiento ante el sufrimiento actual. Es decir que el planteo implica tanto al sufrimiento cuanto a la interrogación acerca de su sentido, y al significado que el vínculo de un sufriente con otro pudiera tener. (“Otro”, aquí, es Cristo). El camino es el del  drama 5. Camino que es definido como una búsqueda del rostro de Cristo (“… No lo veo / y seguiré buscándolo hasta el día / último de mis pasos por la tierra.”), búsqueda que Lona llama “proyecto contradictorio” porque entiende que Borges estaba injuriando ese rostro, y corría el peligro de llegar, al encontrarlo, a una “injuria final” 6. Efectivamente es un proyecto, pero formulado en versos demasiado bellos como para que se entienda que pueden convivir con una injuria o consentirla deliberadamente. Versos dolorosos además, sobre todo por la imagen con que se inician: “No lo veo…”; confidencia que de algún modo anticipa la pregunta final, dolorosa también, y a la que Lona ha llamado “pregunta nega-dora”. Bastará que el lector recorra distraídamente ambos versos para verificar que la pregunta no incluye una sola negación. Lo peligroso es negar la pregunta o la realidad del dolor. La pregunta de Borges puede ser dubitativa, perpleja, cansada y hasta escéptica. Sería bueno contestarla, no negarla o excomulgarla. Yo, por mi parte, debo decir que, a pesar de haber leído muchas veces y durante varios años el poema “Cristo en la cruz”, esos dos versos finales siguen, misteriosamente, conmoviéndome 7.

 

En un momento dado Lona dice que ve motivos para rezar por Borges, con el objeto de que haya llegado, por fin, a ver a Cristo. Estoy de acuerdo. No creo que exista hombre en este mundo que no ofrezca motivos para que se rece por él, durante esta vida y después de su muerte. Aquí me permitiré, pues, una confidencia que conocen sólo unos pocos amigos: todos los catorce de junio, aniversario de la muerte de Jorge Luis Borges, celebro la misa ofreciéndola por él. Pero también dando gracias porque él nos fue dado, por cómo nos ha enriquecido a todos con su poesía. Lo hago solo, en privado (no creo que a Borges le hubiera gustado de otro modo). Pasados los años, sé que Jesús usará las riquezas de esas misas para lo que le plazca, ya que tengo la esperanza convencida de que los ojos ciegos de Borges hace rato que han alcanzado a ver los ojos que son fuente de toda luz y visión.

 

Para terminar, quiero decir que creo que esta breve polémica, quizás un poco apresurada por parte de Lona y un poco severa de mi parte, es posible que enriquezca a algunos lectores. Por eso será bueno dejar afirmado aquí, como conclusión, que lo más importante es la pasión o amor compartido que nos une, que es superior a las discrepancias que hemos expuesto y que otros pudieran también expresar o tener. El único amor compartido que puede separar a dos hombres es el amor por la misma mujer; pero el amor por una misma música, o por un mismo lugar querido, o por una misma poesía, une profundamente y puede ser el fundamento de una amistad verdadera. Así me parece. Lo mejor será, entonces, que Lona, los lectores y yo, volvamos con placer y gratitud sobre la obra de Jorge Luis Borges, una de las literaturas más singulares de este siglo, y que es nuestra y nos pertenece 8.

 

 

 


1. Por razones de espacio no fueron apuntadas las fuentes de estas citas. Pero yo las he acercado a la Redacción de CRITERIO por si algún lector está interesado en recorrerlas personalmente de un modo más minucioso.

Hubo, además, otra intención: aprovechar ese espacio para publicar entero el poema “Cristo en la cruz”, ante el cual, efectivamente, me detengo más que ante otros. (Lo cual, dicho sea de paso, atenúa un poco la “omisión inexplicable” de los tres versos señalados por Lona. Han quedado, al lado de mi artículo, puestos ante el lector).

 

2. Creo que hay maneras más corteses de disentir. En la forma en la que Lona me presenta resulto, en el peor de los casos, un taimado con buena fe y, en el mejor de los casos, alguien con una capacidad especulativa notablemente débil o defectuosa, que no ve lo que tiene ante los ojos y las dificultades que de allí pueden surgir para una hermenéutica correcta.

 

3. El lector podrá advertir fácilmente que las citas de Balthasar no aparecen sólo como un mero correctivo a las citas de Borges, sino que desde su perspectiva teológica, familiarizada con la forma estética, permite que se vea cómo surgen en Borges algunas imágenes que son mucho más que una simple interrogación; son aportes.

 

4. Si Borges hubiera anotado “anda una mosca por la divinidad del Verbo”, no hubiera funcionado en este contexto. ¿Serviría de algo decir que, en el primero de los tres versos de Lona, Borges no dice “sabe que no es Dios” sino “sabe que no es un dios”? Inmediatamente agrega algo claro e importante en el verso que sigue: “No es un romano. No es un griego. Gime”. Es decir, despeja la idea pagana, estoica, de la impasibilidad o indiferencia ante el dolor. Esta idea (con la que Borges estaba familiarizado y a la que se refiere en algunas partes de su obra) lamentablemente encontró vasto espacio en varias épocas y ámbitos del cristianismo; además, se vio después reforzada por el culto que los bárbaros hicieron del ideal de la proeza y el coraje. Esto generó la idea accidental del “hombre de bien”, heroico, buscador de la virtud más que de Cristo, lejano del ideal del evangelio: el hombre religioso, el hombre bueno (cf. “El occidente, el evangelio y el hombre de bien”. Philippe D´Iribarne. Etudes, juillet, 1981, p. 87-97).

 

Lona lanza, en el segundo párrafo de su carta, un desafío (esta es la palabra que usa) a ver si alguien es capaz de presentarle un “pasaje comparable”. Hay varios, incluso más “escandalosos”. Yo prefiero ofrecerle un par de pasajes antitéticos, ya que puede ser de mayor provecho para los lectores. En “Lucas XXIII” (Obra Poética. Emecé, p. 151-152), también durante el momento de la cruz, el Buen Ladrón oye “que el que estaba muriéndose a su lado / era Dios… (aquí sí, con mayúscula)… y la voz inconcebible / que un día juzgará a todos los seres / le prometió desde la cruz terrible / el Paraíso…” (El primer verso del poema da a entender que el Buen Ladrón puede ser todos los hombres, cada hombre). Puede verse también “Mateo XXV, 30” (ibid, p.188-189), poema en el que Borges imagina una locución interior en la que “una voz infinita” da comienzo al Juicio Universal. Hay otros pasajes semejantes en la obra de Borges. Pero (una vez más) ¿importa, sirve de algo esta verificación? Sí, pero no como prueba y contra prueba. La coherencia de una poesía, incluso de una obra literaria entera, no depende de una sistematización filosófica o teológica; y sus enunciados no son catequísticos o ideológicos. La poesía celebra aspectos de la realidad, a los que transfigura abriéndolos a la totalidad de la realidad; así revela y comunica su sentido más hondamente verdadero a través de la belleza. Y no comunica a la mera razón, sino a la compleja síntesis humana de cordialidad e inteligencia a la que llamamos sensibilidad. Y no comunica otra verdad, sino la misma verdad pero de otro modo. La belleza es la posesión de la verdad sin esfuerzo.

 

5. Este punto es de especial interés e importancia. Borges, que manejó una estética que, a partir de cosas muy concretas, oscilaba entre la lírica y la metafísica, prefiere, cuando se ocupa de la pasión de Jesús (o cuando alude a ella) la singular forma expresiva aportada por las representaciones teatrales y la acción dramática. Puede verse esto, por ejemplo, en el desarrollo final de “La Secta de los Treinta” y en toda la evolución de “El milagro secreto” (Obras Completas, vol. II, p. 38-40, y vol. I, p. 508-513, respectivamente). (Entiéndase bien: no es que Borges haya dejado obras de teatro; lo que hace es usar el lenguaje teatral e indicar que se está ante una acción dramática).

 

Quizás donde aparece mejor y con más claridad esta intuición borgeana es en “El Evangelio según Marcos” (Obras Completas, vol. I, p. 1068-1072).

 

En realidad, la cruz de Cristo recogió (en el momento histórico oportuno) y superó con su acción dramática, que devino respuesta, los grandes interrogantes de la tragedia griega: ¿cuál es el destino de una vida signada por el dolor y cifrada por la muerte? ¿Cómo habérselas con los dioses, que confieren honores y reparten desdichas, que intervienen en el drama pero que también se alejan? ¿Cuál es el papel a representar por los dioses y cuál por los hombres? ¿Y cuál es el vínculo con estos dioses, que distribuyen papeles que no siempre parecen adecuados a las personas? ¿Hay un destino fatal o queda espacio para la libertad? ¿Y qué hay de esta libertad ante la de los dioses? ¿Qué se representa? ¿Hay, ante Dios, en este mundo, un partenaire posible?

 

Las respuestas filosóficas que nacen junto a la tragedia, pero sobre todo después, al manifestar ésta sus límites internos, presentarán también un límite, e incluso más profundo en lo que hace a la interrogación dramática (religiosa) por la existencia: “La verdadera dificultad consiste en que los dioses, cuanto más ´puro´ y filosófico sea el concepto de la divinidad, menos tienen que ver con el dolor que se les achaca”. El diálogo trágico corre el riesgo de ser reemplazado por el monólogo racional, y “en lugar del corazón osado interviene el saber que se atiene a sí mismo”. La teología académica, que advierte el problema, al tratar de superarlo deviene “generalmente épica”, y narra y explica las glorias de una gesta (divino-humana) que no parece superar, las más de las veces, el puro pasado.

 

Sólo en Cristo coinciden persona y papel, vocación, envío y misión. Y así como en la acción teatral (que con sus representaciones pretende, no de modo teórico sino vital, quebrando la rutina, dar a conocer lo que somos, lo que hacemos, y el papel que debiéramos desempeñar en la confusión de la realidad) el buen desempeño del actor revela la voluntad del autor y el plan del director, del mismo modo, es en la cruz de Cristo, a la luz de toda la Sagrada Escritura, que puede revelarse que hay tres ocupados en lo mismo. Y si bien el punto de mira que hace perceptible el sentido del drama es la resurrección, no en vano el Resucitado conserva las llagas en su cuerpo glorioso, ya que el “Director” entre el Padre y el Hijo (único partenaire posible ante el Dios Único) dirá hasta dónde el Autor hará participar a todos en el drama junto al (y con el) Hijo. Porque si bien “la vida es sueño” (“Ya no habrá muerte ni luto, ni llanto ni dolor, pues lo de antes ha pasado” Ap. 21,4) nadie puede despertarse de un sueño que no ha soñado. Mientras dura hay un papel real (y una pregunta: ¿quién soy?) en el drama del “teatro del mundo”. El ámbito del drama de cada uno y de todos, en todos los tiempos y geografías, es el Misterio Pascual de Cristo. De más está decir que Borges no desarrolló estas cosas. Sin embargo (y volviendo a “El Evangelio según Marcos”) la intuición de que en este punto que hemos comentado no basta la mera narración del sentido, ni a través de la celebración lírica ni del relato épico, es profundamente certera. Hay no sólo una declamación a pronunciar sino un drama que representar: lo que decimos debe parecerse a nosotros. Todo el relato de Borges, en este sentido, hace evolucionar al protagonista desde una precomprensión de la realidad hacia una afinidad con ella, a la representación que hace entender, actuando. (En toda la obra de Borges, saber quién se es, o haber dado con el propio destino, es un centro de muchos de los personajes, tanto en su prosa como en su poesía).

 

(Las citas contenidas en esta nota están tomadas de Gloria. Una estética teológica, vol.4, y de Teodramática, vol.1 Hans Urs von Balthasar. Ediciones Encuentro).

 

6. Aquí se impone la búsqueda de un equilibrio que será siempre muy difícil, y cuyo instrumento insuperable es el diálogo, cuyo manejo responsable recae, en este punto, principalmente sobre el cristiano.

 

Hay, por un lado, sensibilidades religiosas muy delicadas y vulnerables, que pueden quedar sometidas a escándalo con mucha facilidad. Ante esto es menester un gran respeto. Pero hay también, por otro lado, sensibilidades no religiosas (por lo menos explícitamente) que se interesan por los contenidos e imágenes de la fe, y las usan libremente en sus búsquedas e interrogaciones. Ante esto también es menester un gran respeto.

 

Lo que la fe cristiana cree es que el hombre es imagen de Dios y apto para expresar el rostro de Cristo. Esto, en un gran arte, no puede no manifestarse. Es función del cristiano, puesto en diálogo, advertir ese rostro y saber de su valor evangélico aunque el interlocutor no lo sepa o no lo entienda así. Y esto no por una cuestión proselitista o porque se entienda que el otro debe mudarse de territorio o convertirse para estar en la verdad. Al contrario, lo que se descubre es que el otro, de otro modo, puede estar en mi mismo territorio y comulgar con mi verdad, aunque la interpretación de esa misma verdad sitúe a los interlocutores en ámbitos o universos mentales diferentes, que producen sus formulaciones de manera distinta.

 

A partir de aquí surgen dos consideraciones metodológicas que no pueden omitirse. El diálogo con una obra de arte no es necesariamente un diálogo con las opiniones del hombre que la produjo, en este sentido: las creencias o posiciones ideológicas del autor, previas a la obra, y las interpretaciones posteriores que éste pudiera hacer, no forman parte de la obra de arte ni constituyen un hecho estético. Lo que no está en la forma no está. Esto es fácil de advertir en música o pintura, no siempre en literatura, pero hay que advertirlo. Que una poesía y una opinión periodística producidas por el mismo hombre estén hechas ambas de palabras, no debe distraer del hecho fundamental: una obra de arte puede (y suele) contradecir y hasta negar las creencias de un autor y sus interpretaciones sobre esa obra de arte. Y esto porque si el artista es verdaderamente grande, es en su obra donde produce (más o menos conciente o inconcientemente) la apertura y revelación de su centro más profundo, libre e independiente, verdadero. Es allí donde hay que asomar la mirada interpretativa.

 

El otro cuidado que hay que tener es el siguiente: no imponer a las formulaciones verbales del otro el contenido material que ellas tienen para mí. El diálogo quedaría así anulado, o sería sustitutivo: el intérprete estaría dialogando consigo y no con la obra. En el caso (por ejemplo) de un interpretación teológica del hecho estético (es decir, del diálogo de una ciencia con un arte) la teología no puede no incorporar sistemáticamente, aunque con ductilidad, un análisis estético comprensivo de ese lenguaje particular, distinto del teológico.

 

Borges no era un católico devoto (¿quién no lo sabe?). Tampoco intentó, por lo menos deliberada o explícitamente, una poesía religiosa. Pero, a la vez, jamás manifestó una ruptura o disconformidad con el mundo cristiano: “yo no estoy seguro de ser cristiano y estoy seguro de no ser budista” (Obras Completas, vol. II, p.243).

 

Buscar en “Cristo en la cruz” (o en el resto de su obra) precisiones o imprecisiones dogmáticas o teológicas, afines o adversas a la fe cristiana, es desatinado, como no sea a través de lo que la palabra poética, irreductible, puede ofrecer a través de su belleza. Es desde este punto de vista que no me parece descabellado interpretar, en el poema “Cristo en la cruz”, que lo que se manifiesta en el extremo del dolor de Jesús, es el ocultamiento de su divinidad, no su negación. Y esto no tiene nada de injurioso o contrario a la fe.

 

Insisto con von Balthasar, ofreciendo una cita que no presenté en mi artículo “El más extraño de los hombres”: “La última palabra (de Dios en Cristo) ya no es revelación o adoctrinamiento, sino participación, comunión. Y esto quiere decir, más allá de la palabra y la acción, sufrimiento. Es un situarse en el lugar en que impera la cerrazón total, en el lugar en que reina el abandono de Dios. En este abandono, la Palabra de Dios en Jesucristo quiere morir con nosotros y experimentar hasta el fondo la lejanía de Dios… Es el Hijo, que se define por tener la máxima intimidad con el Padre, y que, sin embargo, muere en completo abandono… Las experiencias de un mismo sujeto son contradictorias en su modalidad, pero no afectan a su identidad. Antes de su crucifixión,  Jesús sabe que no será abandonado por el Padre; no obstante, en la cruz experimenta hasta tal punto este abandono por la redención del mundo, que ya no siente ni vislumbra en absoluto aquel estar acompañado por el Padre … ciertas cualidades que le son asignadas en su situación primitiva (por ejemplo, la contemplación bienaventurada del Padre), resulta superfluo atribuírselas en su situación posterior (y contra la evidencia misma del texto). El ser abandonado es algo que afecta a la totalidad de su relación con el Padre”.“Aquí rechazamos expresamente la teoría escolástica según la cual, en la cruz, sólo experimentaron sufrimientos las facultades inferiores de Jesús, ya que él gozaba perpetuamente de la visio beatifica” (La verdad es sinfónica. Hans Urs von Balthasar. Ediciones Encuentro, p. 33-35.127). Es decir, uno de la Trinidad sufre. (Sobre la revelación de la belleza de la forma de Dios, de su Gloria -que es su amor- en el horror de la figura de Cristo en el Gólgota, ya he dicho algo en el número de Navidad de CRITERIO).

 

En cuanto al hombre Borges, ya saliendo de sus textos, quiero recordar algo, sobre todo en homenaje a los más sensibles. (Aunque quiero dejar aclarado que es un episodio irrelevante para la interpretación de los textos. Su importancia es de índole biográfica). Borges, que murió al poco tiempo de publicar Los Conjurados, que es su último libro y que es el que incluye como primer poema “Cristo en la cruz”, fue asistido por un sacerdote católico el día anterior a su muerte. El mismo sacerdote presidió la celebración ecuménica de las exequias antes del entierro. Dice, en una carta del 9 de agosto de 1986: “Borges estaba ya muy débil, y no nos fue posible mantener una conversación. En forma manifiesta él comprendía lo que yo le decía. Lo sentí asociarse a la oración y al sacramento de la reconciliación” (Pierre Jaquet. Parroquia Saint Marc.Ginebra. Suiza). Si la memoria no me traiciona, CRITERIO publicó esta carta hace algunos años.

 

7. Sobre el sentido, validez y necesidad de esta pregunta, ya hice algunas consideraciones más detenidas en el artículo del número de Navidad de CRITERIO.

 

8. Es por este motivo que no volveré a polemizar. Creo más constructivo que cada uno se explaye acerca de sus propios sentimientos, convicciones e interpretaciones, dialogando directamente con los textos y exponiendo a los otros su parecer sin entrar en confrontaciones directas. En este caso me he visto, obviamente, obligado. Sé que la polémica es un género literario, y que existe. Pero pone siempre en el riesgo de proceder in infinitum.

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