En noviembre del año pasado, por segunda vez consecutiva, fui huésped por unos pocos días del monasterio Madre de Cristo, de las hermanas trapenses de Hinojo (Provincia de Buenos Aires).
Hinojo se encuentra entre Azul y Olavarría, y el monasterio está aproximadamente a unos dos kilómetros de la población, en un hermoso paisaje de campos cultivados y suaves lomadas.
Ser huésped del monasterio permite entrar en un especial ritmo de oración, y al mismo tiempo de paz y serenidad.
La principal ocupación de las hermanas es el canto del oficio divino, de modo que siete veces por día entran en la capilla y cantan salmos, antiguos himnos y leen pasajes de la Escritura.
Esta renovada ceremonia tiene sencillez y solemnidad a la vez. El ritmo pausado, las palabras claramente pronunciadas, los movimientos serenos, crean un clima de profundo recogimiento religioso. Alrededor de treinta mujeres, muchas de ellas muy jóvenes, alaban al Señor, le piden su misericordia, le ofrecen su amor, le ruegan por toda la humanidad. En esta oración adquiere total sentido la vocación contemplativa de la Iglesia y su efecto benéfico sobre el pueblo de Dios.
Esos momentos de oración pueden ser libremente compartidos por los huéspedes desde una capilla lateral. El monasterio brinda unos días de retiro, pero uno se encuentra en total libertad con respecto a qué hacer, por dónde moverse y hasta con quién hablar. Se nos pide silencio, pero se conversa en la mesa, y la hermana hospedera (cargo que se ejerce de modo rotativo) habla con los huéspedes, se ofrece para escuchar a quien lo necesite, y el capellán, un sacerdote trapense, está dispuesto para dar orientación y confesar.
Las hermanas pasan la mayor parte de su vida diaria en silencio. Son monjas de clausura de una de las órdenes más austeras de la Iglesia y tratar con ellas constituye una verdadera sorpresa. Conocí a cuatro hermanas y me asombró su libertad, su sencillez, su capacidad de oír, y también sus diferencias. Eran personalidades muy distintas que mostraban la vitalidad de la vida religiosa, que permite esa diversidad que Dios ha dado a la Creación y que el Espíritu plenifica en la Redención.
Las monjas, que sintetizan su vida en las palabras de san Benito Ora et labora, se mantienen con su trabajo: producen bombones, estampas y almanaques, cultivan la quinta y comercializan o consumen lo que consiguen con su esfuerzo.
Como ejemplo de la actitud profundamente cristiana que descubrí en la orden, me llamó la atención un episodio que de algún modo compartí. En la casa de huéspedes estaban la anciana madre y la hermana de una religiosa venidas de Perú para visitarla. Esa visita le permitía a la hermana compartir momentos con sus familiares, pero toda la comunidad suspendió su silencio la víspera de su regreso a Perú para despedirlas en un clima de alegría. Pude ver luego a la madre algo triste por la despedida pero confortada por el amor cristiano y por lo tanto profundamente humano de toda la comunidad.
En este clima de oración, de serenidad, de testimonios de vida y de contacto con la naturaleza, el Señor se hace presente desde la fe, en una fuerte invitación a la renovación.
Una llega con conflictos, cargada de todos los miedos en que vivimos, confundida, acelerada. Y esta visita de menos de tres días nos introduce en otra dimensión.
En 1996 había visitado el monasterio en una circunstancia especialmente difícil: en menos de un año habían muerto cuatro personas queridas. En los momentos de oración descubrí con fuerza, no desde lo intelectual, sino desde una comprensión de sabiduría espiritual, que esas personas queridas no eran mías, me las había dado el Señor, y con emoción se las pude ofrecer. Esta oración fue liberadora y la viví como una gracia muy especial.
Al año siguiente regresé y volví a experimentar profundas vivencias de encuentro con el Señor desde la fe.
Estos encuentros no pasan simplemente por lo emocional, ni por alcanzar un pensamiento más claro o un razonamiento más elaborado. Son ante todo experiencias de vida espiritual en que las estructuras mundanas de inseguridad, de miedo, de confusión, dan paso a la vida de Cristo. El Señor cura y enseña ante nuestra libre respuesta, y por añadidura ese efecto sanador nos mejora física y espiritualmente.
Esa visita dejó en mí un soplo del Espíritu, que no me llevó a idealizar la vida monástica, tomándola como único modelo de vida cristiana, sino a tratar de hacer presente al Señor en mi propia vida diaria.
7 Readers Commented
Join discussionMuy valiosa su experiencia y el hecho de compartirla. Quisera saber algùn nùmero para conectar con el monasterio. Desde ya muchas gracias. Y Dios la Bendiga
quisiera saber como contactar con el monasterio para poder ir. gracias
Deseo saber si para visitar el Monasterio hay un dia y horario en especial también el horario de misa de los domingos.!gracias!
También yo tuve la gracia enorme, a fines del año 2000, de vivir durante cuatro días en el Monasterio trapense de la Madre de Cristo, en Hinojo. Fue una de las experiencias espirituales más importantes de mi vida laical. Esos días de oración en silencio y de celebraciones litúrgicas tan bellas, cantadas con tanto amor y cuidado, el contacto con la naturaleza a través del hermoso paisaje, y el compartir experiencias con un grupo de amigas y con la monja hospedera, sin lugar a dudas me permitieron experimentar una dimensión muchas veces olvidada de nuestra vida espiritual.
En la vorágine de las ciudades donde vivimos, las comunidades eclesiales tampoco pueden escapar del activismo desenfrenado, siendo así que ni siquiera en esos ámbitos podemos darle lugar al silencio ni experimentar un verdadero encuentro con Dios que sea realmente vital.
Esta experiencia y otras similares, me permitieron reflexionar en la urgente necesidad de recuperar la dimensión contemplativa de la vida cristiana. Obviamente que eso no significa recomendar la vida monacal para todos, pero sí «evangelizar» nuestras prácticas espirituales y ante todo, dar más espacio al «silencio» en nuestra vida espiritual cotidiana.
Crear espacios de quietud, practicar antiguas formas de oración contemplativa, es fundamental para ayudar a los laicos a integrar en sus vidas una dimensión olvidada durante siglos. Ello implica también educar nuestros sentidos, sobre todo el «auditivo», evitando los ataques sonoros que día a día perjudican tanto no sólo nuestra calidad de vida física, sino espiritual. Es un trabajo de ascesis que debemos realizar para vivir más sanos desde todo punto de vista.
La «meditación cristiana» como disciplina diaria, puede ayudarnos mucho en este camino de renovación espiritual, y nos posibilitará hacer el silencio necesario para que la voz de Dios resuene el el fondo de nuestro corazón, más allá de la mente y de nuestros oídos. Podría ser una de las mejores formas de recuperar la dimesión contemplativa de la vida cristiana que nos está faltando.
Saludos cordiales,
Graciela Moranchel
Profesora y Licenciada en Teología Dogmática
Queridas amigas, el teléfono de las hermanas es 02284-491083, el e-mail es hnastrapenses@coopenet.com.ar. Deberían llamar o escribir a la hermana hospedera y pedir un turno para retiro en la bella hospedería que poseen. La misa dominical es a las 10 hs de la mañana.
Dios las bendiga con la gracia de visitar esa fuente de paz y armonía que dicho monasterio.
hola dos veces al año allí voy es el lugar añorado y encuentro con Dios…donde hna Lucia hospedera nos atiende maravillosamente y muy buena consejera, ir allí es vivir intensamente en oración acompañando a las hermanas en los oficios ….unidas en oración
Visiité el monasterio con un grupo de personas solo participé de la misa y escuché con mucha admiracion a la hermana dando todos los detalles,algo cambió en mí no sé si esas amorosas palabras,la claridad su sencillez que sentí que tengo que volver a ese lugar,no tengo claro que me pasó pero estoy segura que iré