La vida del doctor Prywes nos pone frente a una vocación médica que no sólo resistió las más duras pruebas que el racismo y la guerra desencadenaron en este siglo, sino que, superando el infortunio y sin perder la capacidad creativa, llegó finalmente a organizar una escuela médica innovadora en sus métodos formativos y su inserción en la comunidad.
Nacido en Varsovia -«la capital judía del mundo», dice Elie Wiesel en el prefacio de esta atrapante biografía- en los años de la primera guerra mundial, su temprana vocación médica habría de sufrir de entrada la hostilidad de su universidad hacia el joven judío cuyo padre había luchado en defensa de la patria polaca.
La segunda guerra lo atrapó entre la invasión germana y la dominación soviética; padeció la persecución de la primera y el rigor inhumano del Gulag en la segunda, donde debió ocultar su condición de médico y realizar trabajos forzados. Finalizada la contienda feroz, y después de no pocas peripecias, consigue llegar a su ansiado Isra el, que vivía los momentos difíciles de su instalación como Estado independiente.
Allí, desde el decanato de la escuela de medicina en la Universidad de Jerusalem, despliega una intensa actividad. Después de haber visitado los grandes centros médicos de EE.UU., como miembro de la OMS, comprendió la necesidad de una temprana vinculación de los estudiantes de medicina con la realidad de los problemas de la salud de la gente en su medio social y comunitario, y la consecuente inserción de los centros médicos docentes en los hospitales generales.
Llegó su gran oportunidad al ser designado organizador y decano de la naciente escuela de medicina de Beer–Sheva, en el Negueb. La circunstancia, no casual, de ser simultáneamente nombrado Director de los Servicios de Salud de esa provincia, le permitió vincular los hospitales públicos a la docencia universitaria, posibilitando que los alumnos rotaran por los consultorios periféricos y que los médicos de esos establecimientos quedaran asociados a la docencia universitaria. Esta idea, que otros habían expresado, fue firmemente implementada en toda una región, trascendiendo los límites de un hospital «piloto». También es cierto que el transformador proyecto fue realizable en un medio que era un desierto en materia de rutinas profesionales. El experimento Beer-Sheva, en la universidad que lleva el nombre de Ben Gurión, fue auspiciado por la OMS, mientras Prywes proponía: «hay que sacar a los médicos de los hospitales santificados y llevarlos a los consultorios donde se atiende a más del 80% de los pacientes».
Hombre probado hasta el límite, su vida es un testimonio del espíritu de servicio del médico y de su vocación docente, que este libro relata con realismo.