Hablo desde mis raíces monásticas y latinoamericanas y como portavoz de numerosos monasterios, tanto de monjes cuanto de monjas, esparcidos por las tres Américas y el Caribe.

 

Mi intervención se refiere a las primeras palabras del tema mismo del presente Sínodo: Encuentro con Jesucristo Vivo. Encuentro que el Instrumentum laboris (IL) califica como: encuentro interpersonal, especificando además que: El anuncio del misterio de Jesucristo está orientado a favorecer el encuentro personal con Él.

 

Aunque con palabras diferentes, el IL nos está diciendo lo mismo que las Conclusiones de Santo Domingo. En ellas se invita a todos a crecer en la oración como expresión de fe ardorosa y comprometida, de amor fiel que contempla a Dios en su vida íntima trinitaria y en su acción salvífica en la historia, y de esperanza inquebrantable.

 

Por lo demás, esta oración contemplativa, a imitación del ejemplo de Jesucristo, ha de estar siempre integrada con la misión apostólica en la comunidad cristiana y en el mundo. Sin contemplación, la acción profética no se entiende ni es verdadera y auténtica y hasta la misma liturgia, que es acceso a Dios a través de signos, se convierte en acción carente de profundidad. Aún más. La contemplación es algo tan propio del espíritu humano que, cuando la Iglesia no ofrece su rica doctrina y larga experiencia, muchos -también cristianos- buscan en prácticas ajenas al cristianismo respuestas a sus ansias de vida interior.

 

Por eso, dicen los obispos latinoamericanos: Debemos procurar que todos los miembros del pueblo de Dios asuman la dimensión contemplativa de su consagración bautismal y aprendan a orar imitando el ejemplo de Jesucristo. Por lo mismo, la Nueva Evangelización exige: educar a los cristianos para ver a Dios en su propia persona, en la naturaleza, en la historia entera, en el trabajo, en la cultura, en todo lo secular, descubriendo la armonía que, en el plan de Dios, debe haber entre el orden de la creación y el de la redención. Y, aún más, se ha de procurar que en todos los planes de pastoral sea una prioridad la dimensión contemplativa y la santidad, a fin de que la Iglesia pueda ser presencia de Dios en el hombre contemporáneo, que tiene tanta sed de Él. A tal fin, los Pastores procurarán los medios adecuados que favorezcan en los laicos una auténtica experiencia de Dios.

 

¿Nos preguntamos dónde han quedado todos estos deseos, anuncios, declaraciones y proclamas? Hoy somos más conscientes que ayer de que si la Iglesia no es contemplativa tampoco será evangelizadora. Sabemos por experiencia que no puede dársele crédito a un enviado que no ha tenido un encuentro personal con aquel que lo envía. Tampoco puede haber una civilización del amor sin una fe enamorada que anticipe lo que se espera. Si nuestros seminaristas de hoy no son formados en la oración personal y litúrgica, no tendremos mañana sacerdotes orantes y contemplativos. Y, si la Iglesia no abreva a esos millones de sedientos de Dios, ¿quiénes lo harán?

 

Ha sonado la hora de los compromisos pastorales y de poner manos a la obra. A fin de favorecer el encuentro personal con Cristo Vivo, propongo las siguientes líneas de acción:

 

1. Que se pongan en obra todos los medios necesarios a fin de que la celebración eucarística sea para todos y cada uno el lugar privilegiado del encuentro vivificante, personal y social, con Cristo Vivo. Esto significa, ante todo, que el presidente de la celebración esté hondamente convencido de que tiene en sus manos un sacrosanctum mysterium, y que esta celebración sea manifestación elocuente de una liturgia inculturada.

2. Que se instruya, con una pedagogía adecuada, a todos los fieles en la tradicional lectio divina a fin de que en la lectura Dios nos hable y en la oración nosotros le respondamos, en la contemplación lo gustemos, y en la acción lo sigamos e imitemos.

3. Que se fomenten las auténticas expresiones de piedad católicas (procesiones, peregrinaciones, sacramentales, devociones, sobre todo marianas…) que permitan acceder a esa devoción que no es otra cosa que una voluntad pronta y ferviente para entregarse a todo lo que pertenece al servicio de Dios.

4. Que se inicie a los jóvenes, junto con la recepción del sacramento de la confirmación, a ese discernimiento de espíritus que, según la más antigua tradición, consiste en sentir lo que agita el corazón, distinguir su orientación hacia el bien o hacia el mal, y optar por el comportamiento discreto que dichas mociones reclaman. De este modo comulgarán con el Espíritu de Dios mediante la acogida de la voluntad divina.

5. Que se hagan conocer ciertas formas, a la vez tradicionales y actuales, de oración contemplativa cristiana, como por ejemplo la “oración centrante” –centering prayer-. Forma basada en la antigua tradición oriental del “hesicasmo” y occidental de la “nube del no saber”. Estas formas de oración permitirán a muchos cristianos encontrar en su propia tradición espiritual lo que buscan en otras y aprender por experiencia que la contemplación es manifestación de la gracia recibida en el bautismo.

6. Que se creen y acompañen en las parroquias grupos de oración espontánea y compartida en los que se alabe al Señor e interceda por los hermanos. En estos grupos se celebra la salvación con espíritu generoso, alegre, gratuito y festivo y, por ello mismo, se estrechan los lazos de la fraternidad cristiana en un mismo Espíritu.

7. Que se ayude y oriente a nuestros indígenas americanos a sentirse en armonía, con Dios, creador de todo lo que existe, en ese lugar sagrado que para ellos es la tierra, dado que ella forma parte substancial de su experiencia religiosa.

8. Que nuestros Pastores sean discípulos y maestros en el arte de contemplar los signos de los tiempos a fin de discernir en ellos los signos de Dios y cooperar con su obra. Arte que se aprende de rodillas ante el gran escenario del mundo y en el codo a codo con las multitudes. No basta iluminar la realidad, Hay que detectar sus causas ocultas y sacar conclusiones para la acción social y pastoral.

 

Los monjes y monjas de América expresamos nuestro deseo de contribuir desde nuestro propio carisma a la Nueva Evangelización. Nos comprometemos a generar en nuestros monasterios: espacios de silencio, de oración y de contemplación para el encuentro con Dios en Cristo; espacios ricos de tiempo para la gratuidad, la celebración y la fiesta para Dios; espacios de corazón dilatado para acoger a todos los buscadores y sedientos del Dios Vivo.

 

Y queremos hacer esto en comunión con tantísimos otros cristianos y cristianas, que en número creciente y de forma menos manifiesta, ahondan su consagración bautismal y deseos de contemplación en movimientos apostólicos y en formas nuevas de vida y espiritualidad contemplativa.

 

Que el encuentro contemplativo con Cristo Vivo sea fuente y raíz de conversión, comunión y solidaridad; y que éstas, a su vez, sean criterios de autenticidad de dicho encuentro personal con Jesucristo.

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