Esta es una película deliberada y coherentemente naïf. Por ahí van sus méritos, y sus defectos. El autor la ofrece con cariño a un público de espíritu adolescente, o mejor aún preadolescente, que pueda amarla sin reparos.

 

Este director había empezado haciendo un telefilme en Formosa, una historia de estilo realista sobre un asunto fantástico. Ahora hizo un relato fantástico sobre un asunto realista. En ambas obras, hay gente que trata de irse. La ilusión argentina de mandarse a mudar, está aquí presente en dos ladroncitos de 15 o 16 años, uno que se cree importante y su amigo que lo admira. A su alrededor hay muchas cosas desagradables, como la envidia, el abuso, la desintegración familiar, y hasta un policía psicópata que los persigue. Pero ellos viven su mundo.

 

Sería malicioso y equivocado comparar Fuga de cerebros con Pizza, birra, faso. Las dos películas se hicieron justo para la misma época, y tienen algunos puntos de coincidencia, pero el enfoque y el estilo son totalmente diversos. Esto es básico: Fuga… no busca la naturalidad, ni siquiera la verosimilitud, sino la estilización y la emoción íntima, tierna. El autor no se concentra en lo que hacen sus personajes, niños delincuentes, sino en lo que ellos sueñan, y entonces representa esos sueños. Por supuesto, la realidad los despierta, pero el director, que los ama, los vuelve a la ilusión.

 

Hay momentos de veras hermosos en este relato, como el deslumbramiento por una chica vista desde el colectivo (y el instante de comunicación que se alcanza), o como el atardecer en un barrio humilde, cuando una parejita va descubriendo, pudorosamente, el amor. Los ambientes de extramuros, la luz que fascina y que irrita al entrar continuamente en los dormitorios de los monoblocks junto a las autopistas, y que pone a sus habitantes en un estado especial, todo eso, así como algunas fantasías, hablan de la sensibilidad del autor.

 

El hallazgo y la elaboración son constantes, y los resultados muchas veces son buenos. Pero otras, el director exagera la elaboración visual, o la ingenuidad argumental, y el filme entonces termina siendo irregular. No es una obra enteramente lograda. Pero conviene prestarle atención. Soñador él también, ingenioso y desarmado, Musa se la dedica a Leonardo Favio.

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