He tenido oportunidad de participar en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. De lo mucho visto y oído, quiero compartir algunos conceptos acerca del libro y de la lectura. Tal vez no sean inoportunos a pocos días de la apertura de la edición número veinticuatro de la Feria Internacional del Autor al Lector, que tantas expectativas provoca y que, para muchos, durante un momento del año, se convierte en el centro de atención de la cultura en Buenos Aires.

 

Para el señor Sealtiel Alatriste, editor y alto directivo, “quien tiene el hábito de la lectura, ordena su pasado y se sirve de su memoria para comprender el presente, al tiempo que es capaz de imaginar soluciones para problemas que desconoce”. Y aclara: imaginar, no fantasear. Imagina quien descifra realidades, fantasea quien niega el imperio de esas realidades. Tales reflexiones partían de una premisa de José Sarukán, ex rector de la UNAM: la lectura es el ejercicio natural del cerebro. Por la lectura fortalecemos, como si de un músculo se tratara, dos actividades centrales del hombre: la imaginación y la memoria. Y si gracias a la primera desciframos el futuro o lo comprendemos y adecuamos para encontrar las claves de lo desconocido, por la memoria asimilamos el pasado, actualizamos nuestra historia y le damos sentido al presente. Lo cual no significa que leer sea memorizar o imaginar, sino que agrega dos elementos importantes: memorizar con claridad e imaginar con precisión diferentes situaciones. Tal vez convenga apelar a una declaración de José Lezama Lima: si una cultura no logra crear imaginación, resultará históricamente indescifrable. Y la clásica expresión de Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar: o inventamos o erramos.

 

En un espacio parecido reflexionó Carlos Fuentes, el conocido escritor mexicano: “La esencia de la cultura consiste en decirnos que somos en el presente sólo porque portamos cuanto hemos sido en el pasado y cuanto deseamos ser en el porvenir”.

 

Para el argentino Guillermo Schavelzon, la verdadera revolución fue cuando la gente aprendió a leer en voz baja. Cuando la lectura dejó de ser un acto colectivo donde uno leía y todos los demás escuchaban y se convirtió en un acto individual. En una perspectiva optimista, señaló de qué manera Marshall McLuhan se equivocó y nos hizo mucho daño, allá, en los años Sesenta, al anunciar el fin del libro para cuando terminara el siglo, arrasado por los medios electrónicos de comunicación. Se equivocó, pero durante tres décadas seguimos discutiendo si el libro desaparecería o no. El fin de siglo lo encuentra vivito y coleando… y con nuevas posibilidades. (Schavelzon aporta datos: en EE.UU., el país que desarrolló la televisión y la computación, donde más se avanzó en Internet y el que tiene mayor número de usuarios, los últimos tres años la venta de libros subió el 23.5%).

 

Pero los tiempos nuevos importan nuevos desafíos. Para Emilia Ferreiro (argentina residente en México, creadora de la lectoescritura), los verbos “leer” y “escribir” no tienen una definición unívoca. Remiten a construcciones sociales. La relación de las personas con lo escrito no está dada de una vez por todas ni ha sido siempre igual: se fue construyendo con la historia. Leer en el siglo XII y en el XXI no ha tenido ni tendrá la misma significación. La pregunta (el debate) sería: ¿cómo ayudar a construir esos nuevos lectores del siglo XXI, y concebir nuevos productores de textos?

 

He aquí las mayores coincidencias: redefinir el futuro, ampliar la base de lectores, desarrollar el mercado (la oferta crea el mercado), intensificar el acceso a la biblioteca pública, institución preciosa que nos permite acercarnos a la riqueza verbal de la humanidad, dentro de un espacio civilizado y bajo un techo protector. Fuentes agregó: “Un escritor, un libro y una biblioteca nombran al mundo y le dan voz al ser humano”.

 

Ferreiro planteó los reales desafíos de la creciente desigualdad. Algunos ni siquiera llegaron a los periódicos, los libros y las bibliotecas, mientras otros corren detrás de hipertextos, correo electrónico y páginas virtuales de libros inexistentes. ¿Seremos capaces de darnos una política de acceso al libro que incida sobre esta creciente desigualdad o nos dejaremos llevar por la vorágine de competitividad y la rentabilidad, aunque la idea misma de democracia participativa perezca en el intento?

 

Había una vez un niño… que estaba con un adulto… y el adulto tenía un libro… y el adulto leía. Y el niño, fascinado, escuchaba cómo la lengua oral se hace lengua escrita. La fascinación del lugar preciso donde lo conocido se hace desconocido. El punto exacto para asumir el desafío de conocer y crecer.

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