Para que las necrológicas fueran tan triviales, habría que escribirlas con anticipación, sostiene Pereira.

 

Se diría que Ernst Jünger, muerto cuando rondaba los 103 años, dio tiempo para hacerlo. Aunque la mayoría de las notas con que se lo ha recordado oscilan entre la antipatía y el efectismo, subrayando su longevidad o su labor de naturalista y sin dejar de recordar su cercanía con el nazismo.

 

Jünger fue un escritor de derecha, más reaccionario que conservador, diríamos. Pero su compleja figura merece por lo menos un juicio justo. No fue antisemita, no fue nazi y resistió a Hitler, aunque por motivos que quizás no compartiríamos.

 

Sus relaciones con el nazismo forman parte de una leyenda construida por Lukacs, un incondicional de Stalin que tampoco estaba en condiciones de arrojar la primera piedra 1.

 

Si es cierto que el siglo XX fue ese breve período que va de 1914 a 1989, la vida de Jünger, nacido en la belle époque y muerto en la posmodernidad, atravesó tres siglos: vio nacer los antibióticos, la bomba atómica y las computadoras; presenció el ascenso y caída del comunismo y del fascismo, la guerra fría y la globalización…

 

Muchos lo consideran uno de los mayores estilistas alemanes de este siglo. Su pasión de naturalista y su desencantada sabiduría pagana recuerdan a Goethe, pero su figura desconcierta. Ha sido calificado de iluminado y charlatán, nihilista y conservador, esteta y militante. Su estilo es “oscuridad pulida y frialdad en el arrebato”; su lenguaje es “de serpientes”, lleno de “astucia nórdica y perfidia de cándido aspecto” 2. 

 

A los ochenta años, caracterizó al protagonista de su novela Eumeswil como un “anarca”. A diferencia de los anarquistas gregarios, el anarca es un individualista escéptico, capaz de convivir con el poder sin dejar de despreciarlo. Él mismo tenía mucho de “anarca”, y por algo sentía afinidad con Borges.

 

El aprendiz de brujo

 

Ernst Jünger nació en Heidelberg en 1895, en el seno de una familia burguesa. Fue el mayor de siete hermanos, entre ellos el filósofo Friedrich Georg Jünger (1898-1977).

 

Mal alumno, soñador y perezoso, a los quince años Ernst se une al movimiento Wandervogel, los hippies de comienzos de siglo. Adolescente aún, escapa a Argelia para entrar en la Legión Extranjera, y al estallar la guerra, se enrola como voluntario. Herido siete veces, es ordenado caballero y  condecorado con la Cruz al Mérito, la máxima distinción alemana.

 

La Gran Guerra, que produjo toda una literatura pacifista, enardeció a este joven de apenas veinte años, inspirándole textos tan revulsivos como Tormentas de acero (1919), El combate como experiencia interior (1922) o Sangre y fuego (1929).

 

Eran libros de tono “heroico”, cercanos al futurismo, que Jünger definía como “realismo mágico”. Estaban  plagados de desbordes verbales sobre “la voluntad de matar” y el placer de la destrucción, a veces ilustrados con fotos de desastres.

 

Corrían los inquietantes días de la República de Weimar, cuando “vivíamos en el huevo del Leviatán”, como escribió luego Jünger. Ahora se había casado y estudiaba  filosofía, botánica, ictiología y entomología.

 

En esos años se vinculó con Ernst Niekisch y los hermanos Georg y Otto Strasser, ideólogos del llamado “nacional-bolcheviquismo”: una extraña mezcla de nacionalismo aristocrático, comunismo y fascismo, tan anti-occidental y anti-burgués como admirador del Estado prusiano y de la planificación soviética. Jünger fue asiduo colaborador de la revista Widerstand, que dirigía Niekisch.

 

Los nacional-bolcheviques se dispersaron después de la Noche de los Cuchillos Largos, cuando los cuadros “socialistas” de la SA fueron masacrados por la SS. Algunos se hicieron nazis, otros pasaron a la resistencia, y hubo quienes fueron a los campos de concentración. Niekisch desapareció tras publicar un libro titulado Hitler, fatalidad de Alemania, cuya portada mostraba al ejército alemán hundiéndose en el lodo.

 

En esta trama ideológica, Jünger escribió dos obras “totalitarias”. Se trata de La movilización total (1931) y El trabajador, dominación y forma (1932), que exaltan un nuevo tipo humano, el “organizador”, quien usará la técnica para arrasar todas las tradiciones y valores.

 

Sin embargo, pese a haber celebrado la llegada de Hitler al poder como “un día de fiesta”, Jünger no quiso afiliarse al partido nazi, pese a las gestiones de Goebbels. Su orgullo de oficial condecorado no toleraba la vulgaridad del cabo convertido en demagogo. Luego, contaría así su experiencia:

 

“…Los oficiales de viejo estilo se hallaban en una situación similar a la que se produce en un banquete iniciado según todas las reglas de la más exquisita cortesía, pero al que asisten algunos invitados de dudoso origen.

 

Al llegar los postres, estos últimos van dejando entrar poco a poco a la sala a un grupo de amigos. Todavía se intenta pasar por alto las incorrecciones, tomarlas en broma, o bien censurarlas, aunque en el fondo, todos saben bien que al final sólo podrá imponerse la violencia. Pero, ay, todavía se duda si deberá llegarse a ese extremo o si lo consiente el derecho del propietario de la casa. Todavía se quiere tratar con cuidado la vajilla de plata, se discute si está bien fumar antes de los postres… y entonces hace su aparición un mozo llevando la cabeza de un decapitado” 3.

 

Jünger se negó a ocupar una banca en el Reichstag, y en noviembre de 1933 rechazó la presidencia de la Academia Prusiana de Letras, de la cual los nazis acababan de expulsar a Thomas Mann.

 

Pocos días más tarde su casa fue saqueada por la SS, a modo de intimidación. Se mudó al campo e hizo largos viajes al exterior, permaneciendo al margen de la vida pública. Luego, diría que esa había sido su “emigración interna”.

 

Los acantilados de mármol (1939)

Al comenzar la segunda guerra, Jünger hizo estallar una bomba literaria: Sobre los acantilados de mármol (1939), una parábola sobre el ascenso de Hitler 4. 

 

La novela transcurría en La Marina, un país mediterráneo donde conviven paganos y cristianos. La Marina limita con Mauretania, patria de un pueblo desalmado que encarnan el espíritu totalitario, dominado por “una fría inteligencia que sólo ve los fragmentos y nunca las raíces de las cosas”.

 

De Mauretania vendrá el Gran Guardabosque (Der Oberförster), con su chusma de salteadores y asesinos. Su dogo preferido se llama “Chiffon Rouge”, cuando todos llaman “trapo Rojo” a la bandera de las SS.

 

Las costumbres de La Marina comienzan a corromperse cuando vuelven la brujería y la superstición. Crecen las facciones y el descontento alentados por el Guardabosque, que se prepara para aparecer como campeón del orden.

 

Su violencia es cada vez más desembozada. En los claros del bosque se levantan postes totémicos y signos rúnicos (¿águilas y esvásticas?), mientras que honestos ciudadanos son apresados “al amparo de la noche y la niebla”. (Nacht und Nebel fue el nombre del Holocausto).

 

El narrador y su hermano son nobles que acaban de regresar de una cruel guerra y piensan dedicarse a las letras y la herboristería.

 

En un claro del bosque, descubren una cabaña cubierta de calaveras donde un enano siniestro está desollando cuerpos humanos. En su diario privado, Jünger llamaba “desolladeros” a los campos de exterminio.

 

Alarmados por tanta crueldad, buscan aliados entre los notables, pero el jefe militar se pasa a las filas del enemigo y el líder mauretano es otro nihilista. El mejor inspirado es el Príncipe Sunmyra, “un noble espíritu, conocedor de la naturaleza de la justicia y el orden, pero débil como un niño que se aventura en un bosque infestado de lobos”. Este personaje parece prefigurar al conde Stauffenberg, amigo de Jünger, quien perecería en el atentado contra Hitler de 1944.

 

Los aliados son derrotados y el príncipe perece. Los hermanos huyen, tras lograr rescatar su cabeza del “desolladero”.

 

Para 1940, el libro ya había vendido 35.000 ejemplares (luego llegaría a superar holgadamente los cien mil) y se había convertido en símbolo de la disidencia cuando su reedición fue prohibida.

 

Fue entonces cuando un jerarca le advirtió a Hitler que Jünger había ido demasiado lejos, pero el Führer no se atrevió a sancionar a un héroe nacional. El escritor ya se hallaba lejos, junto a las tropas que invadían Francia.

 

***

 

En su Diario de guerra y ocupación 5 Jünger ya no se siente actor sino un espectador impotente: la primera vez que ve pasar a tres niñas con la infamante estrella amarilla de los judíos, se avergüenza de llevar el uniforme alemán.

 

En París, se relaciona con los oficiales que están conspirando contra Hitler y frecuenta a figuras de la cultura francesa. Picasso le dice: “Si fuera por nosotros dos, la guerra terminaría ahora mismo, y esta noche la gente podría encender la luz.”

 

Sus obras están prohibidas en Alemania. Escribe en secreto un Llamado a la paz (1943), pero pierde a su hijo en Carrara, cuando acababa de salvarlo de una condena por rebelión.

 

El 20 de julio de 1944 estalla la bomba que Stauffenberg coloca bajo de la mesa donde tendría que haberse sentado Hitler. El “Plan Walkyria” fracasa. Hitler retoma el control de la situación y ahoga en un baño de sangre la vieja casta militar prusiana. Stülpnagel y Hofacker, los amigos de Jünger, son ahorcados. Una vez más, salva su vida, pero es dado de baja por “indignidad”.

 

***

 

Tras la guerra, sobrevienen tiempos de incertidumbre y miseria. Por haberse negado a comparecer ante los tribunales de “desnazificación” —alegando que jamás había sido nazi— se le prohíbe publicar en su país, aunque en Londres aparece una traducción de Sobre los acantilados de mármol. Esta vez lo defiende Bertolt Brecht, el influyente dramaturgo marxista. En 1948, es amnistiado, y vuelve a escribir.

 

En los Cincuenta, frecuenta la amistad de Martín Heidegger y Mircea Eliade. Viaja mucho, y en 1963 se edita la primera versión de sus Obras Completas.

 

En 1960 muere su esposa, en 1976 su amigo Heidegger y en 1977 su hermano. Se vuelve a casar y en 1981 obtiene el Premio Goethe.

 

A una edad considerada senil, su asombrosa creatividad no había menguado. Entre los ochenta y cinco y los noventa años publicó dos novelas, un libro de aforismos y dos nuevos volúmenes de Diarios. A los cien años, continuaba escribiendo.

 

El poder y la técnica están en el centro de sus mejores novelas fantásticas. En ellas, se apropia del lenguaje de la ciencia ficción, aunque no de su progresismo, pues imagina un futuro donde la historia se repite.

 

Heliópolis (1948)

Esta novela parecería “de anticipación”, de no estar inspirada en el pasado. Más precisamente, en el mundo helenístico, cuando el árabe Jámbulo escribió una utopía “comunista” titulada Heliópolis, que también inspiró a Campanella.

 

El mundo que imagina Jünger no es una utopía. Hay una fuente única de energía, “fonóforos” (teléfonos celulares), viajes espaciales, armas atómicas y rayos mortíferos, pero el poder está feudalizado.

 

Tras la “guerra civil universal” del siglo XX, se ha instaurado un Estado Mundial, basado en la tecnología electrónica (¿la globalización?). Pero tras el retiro del Regente, el mundo está dividido en “estados de diadocos”, como los reinos helenísticos.

 

Existe una disputa entre el Prefecto, cuya Oficina Central simboliza el poder tecnológico, y el Procónsul, que representa la política.

 

Messer Grande, el jefe de policía del Prefecto, se parece a Goering, y su organización recuerda a la SS. Su lema es “noche, niebla y armas silenciosas”. Agita “el trapo rojo” y en su Instituto de Toxicología se industrializa la piel de los prisioneros, como en los campos nazis.

 

Luego del genocidio del siglo XX, el Regente ha tomado bajo su protección a los judíos, pero el racismo ha renacido, tomando por víctimas a los parsis, los zoroastrianos de Bombay.

 

Lucius de Geer, el protagonista, sirve al Procónsul como espía y diplomático. Llega a Heliópolis en medio de un pogrom provocado por la policía e interviene para salvar a Budur, una joven parsi.

 

A raíz de un atentado, las milicias emprenden una dura represalia, durante la cual Budur y Antonio, su padre, son apresados. Se corta le energía y se despliegan las tropas, pero el incidente es superado.

 

Lucius se entera de que Antonio ha ido a parar al siniestro Instituto y encabeza una operación de comandos, pero no logra rescatarlo con vida. Es dado de baja, pero le ofrecen entrar al servicio del Regente, y abandona la Tierra a bordo de una nave espacial.

 

Sobre esta trama se bordan varias historias secundarias, entre las cuales vale la pena rescatar la clase de Teología Moral en la Escuela de Guerra.

 

El profesor propone a los oficiales un juego llamado “el camino de Masirah”.

 

Se trata de un camino de cornisa tan angosto que impide girar a los caballos y sólo permite a los hombres avanzar en fila india. Las caravanas acostumbran lanzar gritos de advertencia para pedir paso a los que vienen en sentido contrario.

 

Por el sur avanza la caravana del árabe Abdal-Salam, que trae oro y hombres armados para defenderlo. Por el norte, viene Trifón, el mercader judío, con una carga de sal y otros tantos hombres. Las columnas se encuentran a mitad de camino ¿Qué cabe hacer?

 

Los oficiales sobreentienden que habrá lucha y se enfrascan en consideraciones tácticas, pero el profesor se inclina por la solución que propone un cadete. Puesto que los hombres pueden girar pero no así los caballos, el árabe le compra a Trifón su carga y sus animales. El judío hace vendar los ojos a los caballos y los despeña. Sus hombres regresan a pie al punto de partida, se salda la deuda, y todos cruzan el desfiladero en paz.

 

El jeque contaba con la superioridad táctica, pero “también se sintió responsable por la vida de sus enemigos”. Se trata de “un claro signo de superioridad, que entre los hombres se fundamenta en un principio más elevado”, comenta Jünger.

 

Las abejas de cristal (1957)

Escrita en 1957, cuando los robots eran aún un mito de la ciencia ficción, esta novela 6 profundiza ideas del círculo heideggeriano, que pueden encontrarse en la obra del Friedrich Georg Jünger 7.

 

El libro abunda en reflexiones y recuerdos que salpican una trama vagamente “policial”, cuyo tema es el robot concebido como proyecto fáustico.

 

El poder tecnológico lo encarna Giacomo Zapparoni, un millonario sudamericano, hijo de un inmigrante “que cruzó los Andes con sólo un bastón en las manos”. Zapparoni (un nombre que podría haber usado Hoffmann) ha montado un imperio industrial fabricando juguetes y robots para el espectáculo. Los medios lo presentan como un abuelo bondadoso, pero también como un businessman astuto y omnipotente.

 

Zapparoni vive en una casa sin lujos ni artefactos modernos, decorada con buen gusto y objetos de arte. Pronto descubrimos que es un mago de la ciencia, empeñado en usurpar el poder espiritual mediante la magia más arcaica. Su casa está edificada sobre las ruinas de un antiguo convento cisterciense, y su biblioteca está llena de libros ocultistas. Da la impresión de ser “un iniciado, uno de los altos grados”.

 

Ante esta figura enigmática comparece el Capitán Richard, un antihéroe de “novela negra”. Es un antiguo oficial de caballería que ha sido transferido a los blindados y finalmente pasado a retiro. Disuelto el regimiento, ha caído cada vez más bajo y tiene que ofrecerse para trabajar como guardaespaldas al servicio de Zapparoni.

 

Tras una breve charla, el magnate lo invita a conocer el jardín, recomendándole que tenga cuidado con las abejas. El oficial se pasea entre los setos y pronto descubre que las “abejas” son en realidad robots miniaturizados que se desplazan con precisión y eficiencia entre las flores, vigiladas por un moscardón artificial que presumiblemente televisa sus reacciones.

 

La situación se le antoja obscena a Richard: allí donde la técnica hubiese podido producir miel por medios puramente sintéticos, ha optado por imitar la naturaleza, en un intento fáustico por superarla. Pero “cualquier mosca del día, cualquier valva de mejillón es más duradera que la gran Babilonia. En ellas habla el Creador en forma directa”, señala el narrador. La Tierra, que ha soportado a los más sanguinarios conquistadores, está amenazada “desde que existen santos como Zapparoni. La quietud de los bosques, las profundidades abisales del mar, la atmósfera exterior, están en peligro”.

 

Las abejas no son la mayor “obscenidad” del jardín. Richard descubre que los canteros están sembrados de orejas humanas cortadas de cuajo, lo cual parece sugerir un nuevo “desolladero”. En realidad, las orejas son artificiales, pero ante este espectáculo el oficial pierde el control y destruye el dispositivo que lo está observando.

 

Presume que ha fracasado, pero Zapparoni lo perdona y lo toma a su servicio, con lo cual se acaban sus penurias. Richard acaba de pasar por una iniciación. Ha aprendido que “en el ámbito más profundo de la técnica, allí donde ésta se convierte en hechizo, lo económico cautiva menos que el aspecto lúdico (…) Nuestra técnica desembocará algún día en la hechicería pura. Llegado este momento (…) la mecánica se habrá refinado de tal forma que ya no exija nuestra torpe manipulación. Bastarán unas luces, unas palabras, más aun, un mero pensamiento. Un sistema de impulsos inundará el mundo”.

 

Richard aún piensa que “la perfección humana y la perfección técnica son incompatibles. Si queremos la una debemos sacrificar a la otra; en esta decisión comienza la bifurcación. Quien llegue a descubrirla trabajará más limpiamente, de una manera o de otra”.

 

Y sin embargo, se vende a Zapparoni y se pone al servicio de la “perfección técnica”. La irónica relación de su testimonio, presentado como un típico caso de adaptación al mundo de los autómatas, subraya el vínculo entre la claudicación ética y el proyecto fáustico.

 

Eumeswil (1977)

Publicado veintiocho años después de Heliópolis, este libro 8 reanuda su discurso. Pero si Heliópolis aún conservaba cierta estructura lineal, Eumeswil es tan inclasificable como el libro en el cual se inspira, el Tristram Shandy de Sterne, y tan tediosa como una novela objetivista.

 

Se presenta como el diario secreto del anarca Martín Venator. Más que acción, tiene impresiones, reflexiones, discursos y excursos.

 

Todo esto es deliberado. En su mundo ya no hay historia sino mera cronología y el ritmo moroso refleja la vivencia de los personajes.

 

Transcurre luego de la caída del Estado Mundial, que se había estructurado sobre la base de la electrónica. Gobierna el Cóndor, un tirano de “características sudamericanas” quien se ha impuesto sobre los Tribunos, el último  gobierno republicano.

 

Cuando un diario opositor insinúa que “el cóndor se nutre de carroña”, un cortesano responde que el ave baja a veces a las playas del Pacífico para devorar los restos de las ballenas. La carroña que come,  es la del Leviatán.

 

El Cóndor se ceba del Estado Mundial, que se ha disuelto junto con la técnica que le diera origen. De él sólo quedan los “reinos de diadocos de los grandes Khanes y las ciudades-estado de los epígonos”. Fuera de ellos, sólo hay desiertos, estepas y bosques. La ciudad toma su nombre precisamente del diadoco Eumenes.

 

Su visión de la historia es presentada a la manera de El eterno Adán de Julio Verne. Un viajero descubre las ruinas de una antigua civilización devorada por el desierto, tan sólo para descubrir en ellas el manuscrito de una elegía por la destrucción de otra ciudad todavía más arcaica.

 

Eumeswil no es una sociedad industrial, pero tampoco es pastoril. La ciencia se ha recluido en las “catacumbas”, recintos subterráneos donde una raza fáustica lleva la investigación hasta límites inconcebibles. Algunos de sus productos llegan hasta la superficie, pero son meras curiosidades.

 

El Cóndor gobierna desde su fortaleza, de la cual sólo sale para cazar. Martín Venator (o Manuel, como lo llama el tirano) forma parte de la servidumbre, y le ha costado ser admitido, pues su familia es liberal.

 

Martín es de origen ambiguo, pues se salvó del aborto. Ama por igual a la cortesana Latifah y la estudiante Ingrid y lleva una doble vida: historiador de día y camarero de noche. Venator significa “cazador” y esa lucha por el poder que investiga como historiador, puede presenciarla en el bar privado del tirano.

 

Dispone de una costosa máquina historiográfica, el luminar. Es un artefacto “metatécnico”, mezcla de ordenador y máquina del tiempo, que permite acceder a la información histórica o ver en una pantalla los propios acontecimientos.

 

Rigurosamente individualista, Manuel reverencia a dos maestros: el historiador Vigo (¿Giambattista Vico?) y Bruno, su profesor de filosofía (¿Heidegger?).

 

El Cóndor es un tirano, pero no un déspota, y en cierto modo tolera el disenso. Su policía conoce a todos aquellos que están conspirando y los deja hacer, mientras no se vuelvan peligrosos. Sólo en este caso, los deporta a “las islas”, donde se permiten ensayar todas las utopías políticas.

 

Manuel no es un disidente: sirve al tirano pero no se somete a él. Es “anarca”, por oposición al “monarca”, y siente curiosidad por los anarquistas del pasado. Con la ayuda del Luminar, observa a los discípulos de Hegel: se burla de Nietzsche, pero lo atrae Max Stirner.

Para extremar su independencia, se construye un refugio en el bosque, donde se encierra a escribir, a la manera de Henry David Thoreau.

 

Hacia el final, se vislumbra que las cosas están a punto de sufrir un cambio esencial, que marcará el fin de la oposición entre técnica y naturaleza. Se esboza un “retorno a los bosques” y el “regreso de los dioses”, a la manera de Heidegger.

 

El Cóndor emprende una larga cacería que lo llevará más allá de los desiertos, y Manuel se pierde con él. Nos enteramos de que los Tribunos han vuelto al poder, pero todo parece seguir igual.

 

***

 

Como hemos visto, una misma corriente pesimista atraviesa todas estas obras. Sus protagonistas siempre terminan retirándose de un mundo irredimible, sin superar el falso dilema “anarquía o tiranía”.

 

Tras la ebriedad de violencia y los devaneos revolucionarios de la juventud, Jünger parece haber quedado súbitamente horrorizado ante la destrucción que él mismo, como aprendiz de brujo, había ayudado a convocar. Desde 1939 a 1977 la ominosa presencia de los “desolladeros”, del engaño, del cinismo y de la degradación humana parecen obsesionar sus ficciones.

 

Su respuesta es siempre el retiro, el exilio interior. El guerrero enardecido de otrora quiere ser el sabio de la “apatía” estoica. Busca esa “consolación de la filosofía” a que aspiraba Boecio, impotente para detener el ocaso de la Antigüedad.

Los hermanos de La Marina huyen de la destrucción y se refugian en un lugar utópico. Lucius se marcha de la Tierra para comenzar todo de nuevo. Richard sucumbe a la tentación, y Martín Venator se encierra con su conciencia renunciando a cambiar al mundo, ni siquiera con su testimonio.

 

Al igual que su amigo Martín Heidegger, Jünger parece haber sucumbido a la “tentación del desapego” y la búsqueda de una “serenidad” que esté más allá de la historia. Es la utopía de un hombre cansado.

 

 

  


1. Georg Lukács. El asalto a la razón. La trayectoria del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler (1953) Trad. de  Wenceslao Roces, México, F.C.E., pág. 682.

2. Günther Blöcker. Líneas y perfiles de la literatura moderna. Trad. de Thilo Ullmann. Madrid, Guadarrama 1969, págs. 268-269

3. Ernst Jünger. Heliópolis. Traducción de la edición alemana de 1965 por Marciano Villanueva. Barcelona, Ed. Seix-Barral (Biblioteca Formentor) 1981, pág. 61. Ya en 1955, la editorial Criterio de Buenos Aires había anunciado su publicación.

4. Ernst Jünger. On the Marble Cliffs. Trad.  de Stuart Hood. Londres, Penguin Books, 1970. Introducción de George Steiner.

5. Ernst Jünger, Diario de guerra y ocupación (Strahlungen). Trad. de  Ana M. de la Fuente. Barcelona, Ed. Plaza y Janés 1972. Sobre este texto, el cineasta argentino Edgardo Cozarinsky ha hecho un film memorable: La guerre d’un seul homme (Marion’s Films-Institut National de l’audiovisuel/ Z.D.F., Mainz 1981)

6. Ernst Jünger, Abejas de cristal. Trad. de L.M. Madrid, Alianza Editorial 1985.

7. Cfr. Friedrich Georg Jünger. Perfección y fracaso de la técnica (1939). Trad. de H.A. Murena y D.J. Vogelmann. Buenos Aires, Ed. Sur 1968.

8. Ernst Jünger, Eumeswil. Trad.de Marciano  Villanueva. Barcelona, Editorial Seix-Barral (Biblioteca Formentor) 1980, pág.  228.

1 Readers Commented

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  1. fabio boso on 1 febrero, 2014

    Excelente, Cappana, como es habitual…

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