La ausencia de figuras ejemplares (de lo cual los ídolos mediáticos son precisamente la antítesis) parece generar hoy un renovado interés por los grandes testimonios éticos de la historia.

 

Así parecen haberlo entendido los editores, que han rescatado de su fondo editorial esta obra señera dedicada al gran maestro ateniense a quien Erasmo calificara alguna vez como un santo pagano.

 

Los historiadores siguen discutiendo si el Sócrates de Platón es un maravilloso arquetipo dramático o si refleja los hechos del Sócrates histórico, tal como fue visto por Jenofonte y otros testigos.

 

También discuten si los sofistas tuvieron la frivolidad que Platón en general les atribuye o bien si representan una corriente escéptica que cumplió un rol necesario para profundizar la democracia ateniense.

 

De hecho, el núcleo de la tragedia está en que Sócrates, que en cierta medida representaba los valores tradicionales, acaba siendo víctima de los conservadores, que lo sacrifican porque presienten que su dialéctica acabará por minar el viejo orden.

 

Para los cristianos, la tragedia de Sócrates evoca irresistiblemente la imagen bíblica del justo sufriente. No olvidemos que el discurso dualista de Platón llegó a dominar la teología, por lo menos hasta santo Tomás.

 

Cuando compuso su libro, Guardini no pretendió aportar una investigación más sobre el Sócrates histórico. Repasando los Diálogos con verdadero amor, nos hace revivir el eterno conflicto entre la conciencia ética y el orden establecido, entre el bien común y el compromiso personal. De este modo, la figura de Sócrates se asimila a ese otro gran paradigma literario griego, la Antígona  de Sófocles.

 

Vale la pena reservar una mención especial para la cuidada traducción realizada por una gran figura argentina de los estudios helénicos, el recientemente desaparecido Conrado Eggers Lan, cuya erudición lo llevaba por momentos a discutir con el autor, dándole vida a las notas puestas al pie del texto.

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