No siempre la sangre joven es razón suficiente para exaltar una película. Los jóvenes también pueden hacer obras insatisfactorias. Pero, en fin, en este caso más vale alegrarse. Significa que están en la búsqueda, que están probando sus propias fuerzas, sus manos, porque en cualquier disciplina uno debe probar varias veces hasta encontrar su estilo decisivo, tal vez definitivo, y afianzarse. Estas son dos operas primas que, además, quieren experimentar en el lenguaje. El riesgo es doble, entonces, pero ellos pueden enfrentarlo.

 

Un crisantemo estalla en Cincoesquinas, visualmente llamativo, podría definirse como un posmo subtropical. Según parece, a la generación del autor los referentes históricos y míticos del modernismo sudamericano les resultan totalmente vacíos, sólo un repertorio para ser utilizado en la construcción de imágenes, dentro de un discurso que se ha transformado en un discursear que ni siquiera cree demasiado en lo que dice, sin más finalidad que esa construcción en sí misma. En verdad, esto parece ir en la misma línea que el clip de Pucho Mentasti Matador, para la canción homónima, ideológica y narrativamente incoherente, pero pegadiza, de Los Cadillacs. Por otra parte, aunque con similar orientación, se percibe un aprovechamiento superficial del tropicalismo brasilero y su justo antecesor Glauber Rocha, un artista neurótico que terminó siendo muy divagante, pero, al menos en sus obras de los ´60, un hombre con un mensaje bastante preciso, que aportaba claramente a la discusión social de ese momento en su país.

 

El pecado de Picado… es menor, porque sus ambiciones son menores, y también, por suerte, su duración, aunque igual con 80 minutos se hace un poco larga. En este caso, simplemente se trata de una historieta que parte de lo muy real (un chico desocupado con su novia embarazada, en cualquier lugar suburbano de estos días) para terminar en juego, y, coherentemente, todo se va contando con juegos de asociaciones visuales y uso de símbolos gráficos comunes. Todo, además, está “limpiado” por una fotografía en blanco y negro bien precisa, y unos diálogos llevados al mínimo necesario lo cual es realmente de agradecer. La idea es buena, el estilo es el indicado, pero pronto esos juegos resultan algo reiterativos.

 

Ambas películas han tenido buena prensa en festivales especializados, y ninguna de ellas es descartable. Al contrario. Simplemente, son menos de lo que sus publicistas proclaman. Eso sí, hay que prestarle atención a Esteban Sapir, director de Picado fino, y fotógrafo de Un crisantemo…, así como también fotógrafo de La vida según Muriel, El faro, y otras obras de igual exigencia.

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