Mignogna venía de un gran éxito, Sol de otoño, y pudo haber seguido en esa línea, ya que últimamente el éxito es tan esquivo para nuestro cine. Pero este autor, en cambio, prefirió arriesgarse, y ha hecho una obra totalmente, mejor dicho casi totalmente, distinta, con otro estilo, otra respiración, otros recursos.

 

Él ha querido probarse en un tipo de narración más difícil, que avanza por anécdotas a lo largo de varios años, alternando momentos melancólicos, risueños y dramáticos, para contar la vida de dos chicas huérfanas, sus desgracias y alegrías. Una, que merece ser feliz aunque pocas veces lo sea, está como escrita por Tolstoi, algo que se aprecia ya bastante avanzada la trama. Y tiene la obligatoria fortaleza de los débiles. La otra, que parece más fuerte sólo porque está mejor protegida, merece lo mismo, pero lo busca de diferente manera. Ambas crecen, conservando entre ellas algunos gestos de una infancia íntima y eterna.

 

El retrato que el autor hace de ellas tiene pinceladas sutiles, algunas muy sutiles, pero también ciertas obviedades, convenciones innecesarias o caídas en lo artificioso, cosas que incomodan. Eso sí, casi siempre hay un sentido último en cada tramo, y recién cuando la historia se cierra, ese sentido queda manifiesto. Y entonces advertimos que hemos seguido la vida de dos personajes, como quien a lo largo de los años va conociendo a algunas personas, sin conocerlas realmente, hasta que ya es tarde. Queda entonces la sensación de haber visto unas criaturas que tenían algo para decirnos, y una obra irregular, es cierto, y acaso demasiado embellecida visualmente, pero que va creciendo en el recuerdo, en vez de irse olvidando como otras películas.

No hay comentarios.

¿ QUIERE DEJAR UN COMENTARIO ?