Los últimos papas se han preocupado por dar a la Curia Romana una más amplia universalidad en cuanto a las áreas atendidas y a los miembros llamados a constituirla. Agregando nuevas instituciones a las existentes desde antiguo, se han cubierto campos de acción requeridos por la problemática actual; incorporando a personas provenientes de los pueblos donde el catolicismo se ha desarrollado, aprovecha los talentos y rasgos culturales aptos para poder llegar mejor a todo el mundo.

 

Hasta hace pocos meses la Argentina estaba presente en la Curia por medio de tres prelados de primera línea. Después del envío como nuncio apostólico a Venezuela del entonces asesor de la Secretaría de Estado, monseñor Leonardo Sandri y el fallecimiento del querido cardenal Eduardo Pironio, quien había presidido la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y el Consejo para los Laicos, tan sólo monseñor Jorge Mejía, arzobispo titular de Apollonia y secretario de la Congregación para los Obispos, ocupaba en el Vaticano un lugar importante.

 

También las primeras figuras están en Roma sujetas a la ley de jubilación, que impone la renuncia al cumplir 75 años de edad, que ya el concilio Vaticano II había propuesto para los obispos y para los párrocos. Monseñor Mejía ha llegado recientemente a ese límite, de modo que podía preverse su retiro tan pronto el Papa encontrara a quien designar como sucesor.

 

Pero la Santa Sede ha acumulado sabiduría y mirada amplia a lo largo de los siglos de su rica e intensa historia. La ley de los 75 años es, en principio, justa y prudente; pedida por los padres conciliares, protege contra el inmovilismo y la rutina, y permite agilizar la proyección y realización de líneas pastorales que respondan a los tiempos. Sin embargo, no se trata de dejar de lado a personas que, a pesar de su edad, reúnen notable lucidez, versación y experiencia. Y así, monseñor Mejía, como archivista y bibliotecario de la santa Iglesia romana, cargo que no está sujeto al retiro por edad y lleva consigo el rango cardenalicio, continuará ocupando un puesto relevante, colaborando con el Santo Padre en su misión al servicio de la Iglesia universal.

 

La Curia Romana no es una estructura tan monolítica y centralizada, como algunos describen con ligereza o prejuicio, sino un conjunto de dicasterios (en lenguaje civil diríamos: “ministerios”) e instituciones que trabajan para ayudar al Papa en el ejercicio de su misión. Su acción, eminentemente pastoral, tiende a fortalecer la unidad de la fe y la comunión del Pueblo de Dios, y, al mismo tiempo, a promover la misión propia de la Iglesia en el mundo. Siempre actúa en nombre del Papa, no para suplirlo o ser una pantalla respecto de los obispos e Iglesias particulares, sino para acercarlo y permitirle ejercer mejor ese servicio.

 

Este conjunto de congregaciones, tribunales, consejos y otras instituciones, se fue formando como respuesta a las crecientes necesidades que requieren la presencia del ministerio de Pedro y llegó a su composición actual a través de las disposiciones de los papas Sixto V en 1588, san Pío X en 1908, Pablo VI en 1967 después del Vaticano II, y Juan Pablo en 1988 tras la aprobación del nuevo Código de Derecho Canónico para la Iglesia latina.

 

Antes de fijar su residencia en Roma, monseñor Mejía se desempeñó durante 25 fecundos años como profesor de Sagrada Escritura, colaborador asiduo en el CELAM en lo que se refiere a relaciones ecuménicas y preparación de los sacerdotes que venían a América, y, cosa no poco importante, en la dirección de la revista CRITERIO, continuador de monseñor Franceschi y consagrado especialmente a la difusión del espíritu y del mensaje del concilio Vaticano II. ¡Quién no recuerda sus sabrosos comentarios, verdaderas catequesis sobre la vida de la Iglesia, que nos mantuvieron un vivo contacto con ese acontecimiento central del siglo que termina!

 

Hace poco más de veinte años, monseñor Mejía se incorpora definitivamente al trabajo de la Curia Romana. Al principio, en el campo de las relaciones con los judíos, en el organismo anexo al entonces Secretariado para la Unidad de los Cristianos. En 1986 Juan Pablo II lo nombra vicepresidente del Consejo Justicia y Paz, ocasión en la cual recibe la ordenación episcopal. En 1994 el mismo Papa lo designa como secretario de la Congregación para los Obispos, hasta que recientemente lo promueve al cargo de archivista y bibliotecario de la santa Iglesia romana, como culminación de más de veinte años de un fiel y brillante servicio.

 

El Archivo y la Biblioteca, dos instituciones independientes, cada una de las cuales está presidida por un prefecto, están unidas en la persona del archivista y bibliotecario. No pertenecen estrictamente a la Curia Romana, pero así se pueden considerar en sentido amplio, ya que son “instituciones adheridas a la Santa Sede”. La constitución Pastor bonus las caracteriza del siguiente modo:

 

“Entre estos Institutos se destaca el Archivo Secreto Vaticano, en el que se conservan los documentos del gobierno de la Iglesia, para que en primer lugar estén al servicio de la Santa Sede y de la Curia en el desempeño de sus funciones, y también de los estudiosos que investigan la historia de la Iglesia y de las regiones desde antiguo relacionadas con ella” (art.187).

 

“La Biblioteca Apostólica Vaticana es un insigne instrumento de la Iglesia para fomentar, conservar y difundir la cultura, y ofrece a los estudiosos los tesoros de las artes y las ciencias” (art. 188).

 

El panorama inmenso que estas disposiciones describen y despliegan muestra claramente la importancia de la misión de estos institutos, cuya responsabilidad cabe desde estos días a monseñor Jorge Mejía. La Iglesia, y de un modo especial la Santa Sede, ha sido creadora, defensora y transmisora de las expresiones más altas de la cultura universal, sin presentarse por ello como un museo. Enraizada en la tradición apostólica, ha aprendido a mantener una comunicación viva entre el mundo del pasado y las realidades actuales. La Iglesia, que es siempre la misma, pero necesita renovarse continuamente para poder servir, está arraigada en una larga y rica tradición a partir de la cual, bajo el impulso del Espíritu, se renueva constantemente a sí misma, y enriquece esta tradición en la que se sostiene con nuevos y auténticos aportes.

 

Este es el campo en el que desde ahora se desempeñará monseñor Mejía, con la inteligencia, la capacidad y el entusiasmo que le conocemos. Hombre de Dios, de la Iglesia y del mundo, su nuevo nombramiento es sin duda fuente de alegría para la Argentina, para él mismo y para nosotros, que a través de su persona nos sentimos más estrecha y cordialmente unidos a la Sede de Pedro.

 

El que esto firma, agradece el ejemplo y la amistad de monseñor Mejía, presentes desde la feliz y lejana infancia en San Isidro.

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  1. Deseo saber cómo ponerme en contacto con el Archivo vaticano, para solicitar información.. Soy catedrática de Lengua castellana y Literatura, eswxcritora e investigadora. Gracias.

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