Argentina 1936-1946. Aunque muy joven en aquel tiempo, fui testigo y activo partícipe en los debates internos de los católicos, tanto de los intelectuales como entre los integrantes de la amplia grey. Todavía entonces adolescentes leíamos de todo, desde las novelas de Salgari, Alejandro Dumas, Dostoiewsky y Victor Hugo, hasta los estudios de Maritain, Ortega, García Morente y otros. La polémica estaba generalizada frente al escenario ideológico y político ineludible que a todo el mundo apasionaba. La mayor parte de la juventud católica tenía ciertamente posición tomada: era fuerte o moderadamente nacionalista; la guerra civil española (36-39) era un punto de referencia, y durante la etapa previa a la segunda guerra mundial muchos miraban para otro lado frente al fascismo italiano y al “todavía incierto” nazismo alemán. En esos grupos –me atrevo a decir mayoritarios– había explícita resistencia a abandonar la oposición al liberalismo que los aliados defendían, más por amor a la libertad y enfrentamiento al totalitarismo rampante, que por la filosofía que la palabra “liberal” encerraba y que, de suyo, contribuía a confundir. De Gaulle y Petain fueron esenciales en las controversias; Maritain era para nosotros el paradigma de la libertad y del antitotalitarismo, el belga León Degrelle y Charles Maurras, formaban en el otro extremo.

 

Se dirá: ¿a qué viene todo esto? Mantiene actualidad para dar un testimonio de la historia y no verse condenado a repetir el error. Entre nosotros hubo ilustres sacerdotes que se comprometieron con la libertad y siguieron fieles a la tradición evangélica; no olvidaron las encíclicas Non abbiamo bisogno, contra el fascismo, ni Mit brenender sorge, contra el nazismo. Ambas advertían sobre los riesgos del nacionalismo que en muchas partes y entre nosotros soslayaban las inequívocas advertencias de la Iglesia. Monseñor De Andrea, Franceschi, Elizalde, Ennis, ilustres jesuitas llegados del centro del conflicto, como el experto en derecho internacional Yves de la Briere y aquel apasionado belga Pierre Charles, mucho hicieron para transmitir los trágicos hechos del creciente nazismo.

 

En ese momento la figura de Pío XII era para nosotros la guía de nuestra convicción democrática y antitotalitaria. Expresar hoy reservas sobre su indudable condena del nazismo y su angustia por los crímenes del Führer es tergiversar la verdad. En mayo de 1942, 43 intelectuales residentes en Canadá y EE.UU. expusieron en un manifiesto su convicción sobre “la amenaza más grave que haya existido jamás contra una civilización de hombres libres”. Citan en ese documento cuatro declaraciones de Pío XII contra el totalitarismo y por la libertad de los pueblos. Sus firmantes no escatimaron los más duros conceptos sobre los “extravíos del marxismo y del nacionalsocialismo”.

 

En 1947 vi en Roma a Maritain; me recibió en la Embajada de Francia ante la Santa Sede, que tenía a su cargo. Su amistad y solidaridad con el papa Pacelli era total, su mujer Raissa, judía, acompañó siempre la acción de Pío XII. En la Navidad de 1944 –no había terminado la guerra– publicó el Pontífice su documento sobre las “condiciones para una sana democracia”, que sigue marcando las líneas más sólidas sobre el tema en armonía con la doctrina social de la Iglesia.

 

Ante los comentarios que se formulan hoy sobre el reciente documento de la Iglesia frente al antisemitismo, creo que será bueno recordar que entre los católicos hubo –y hay– diferentes criterios, sensibilidades, formación cultural distinta, ambigüedad, prejuicios, resentimientos e intereses y que también esta gama de variado perfil existe entre los judíos, budistas, musulmanes, etc. Los hoy llamados fundamentalismos siempre existieron y aún perduran. Los que estén libres de pecado, nos dice Jesús, pueden tirar la primera piedra. Y san Agustín sugiere que haya unidad en lo necesario, libertad en lo dudoso y amor en todo; no está muy lejos de lo que la gran sabiduría del Antiguo Testamento prescribe a sus fieles.

 

Si el paso dado por la Iglesia no es para algunos suficiente, por lo menos deben reconocer el acierto del rumbo que el documento marca con firmeza y que sería muy positivo que todos nos uniéramos en esta causa común de universal beneficio.

No hay comentarios.

¿ QUIERE DEJAR UN COMENTARIO ?