Algo está cambiando. Una geografía social está emergiendo con conciencia de que entre todos podemos modificar nuestros mundos cercanos.
Algo está cambiando. Como si quisiéramos salir de un letargo, de una parálisis, de la incredulidad y del no te metás.
Algo está cambiando. No interviene la política, al menos la partidaria. No intervienen las grandes instituciones, excepto las creíbles socialmente.
Algo está cambiando. Es la gente que se estrecha codo con codo, mano con mano. Es la gente quien desató una cadena solidaria que se muestra en expresiones concretas. Sin burocracias, ni mezquindades.
Algo está cambiando. Y es esperanzador.
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En las oficinas de una cancha de paddle de Vicente López, detrás de un pequeño escritorio, sobre el que dos teléfonos suenan con frecuencia, nos encontramos con Juan Alejandro Carr, un protagonista solidario y promotor de las muchas expresiones que manifiestan un cambio en el tejido social de nuestro país. La conversación se anuncia acogedora e informal. El clima generado es familiar, muy apasionado y dinámico.
Juan tiene 36 años, está casado con María, y son los padres de cuatro hijos. Es veterinario, aunque actualmente trabaja como profesor de biología. Tiene una historia de sensibilidad con el que sufre y necesita. Palpó el dolor y el sufrimiento de muchos y el suyo propio. Se reconoce parte de una generación que siente sin eufemismos que ninguna sangre se puede derramar en vano.
Hace tres años con su esposa y tres amigos tuvo una idea, tan simple como original. Decidió conectar al que necesita con el que puede y está dispuesto a dar. Utilizó el teléfono como único medio. Y la pasión por la vida como el mejor motor.
Así nació la Red Solidaria. Hoy son doscientos los voluntarios. Sesenta mil los llamados telefónicos contabilizados desde sus inicios. Han ayudado a personas en situaciones muy diversas: catorce mil enfermos de cáncer sin recursos obtuvieron medicación; ciento cuarenta escuelas rurales recibieron aportes que necesitaban.
La Fundación Internacional AshoKa, lo nombró innovador social. El año pasado recibió el premio al Voluntario Social, otorgado por la Secretaría de Desarrollo Social. Fue galardonado con el premio al Hombre del año por una revista de Buenos Aires. No es famoso. Empieza a ser conocido por lo que hace. En verdad, es un eslabón que inicia una cadena cada día más sólida.
Sueña con globalizar la solidaridad, con que toda persona sea solidaria… Y que el siglo XXI, en el que sus hijos serán adultos, la solidaridad sea la mediación que permita vivir más dignamente a todos, en cualquier lugar del mundo.
Tiene una mirada azul transparente, apenas permanece quieto por instantes. Tiene esperanza y la transmite porque cree en el ser humano. Para Juan la solidaridad es una fiesta que recién empieza.
Nos inspira una imagen utilizada por Michel Serres, para hablar de redes en las culturas: Es la imagen del tejedor, imagen de ligar, de anudar, de construir puentes, caminos, pozos o postas, entre espacios radicalmente distintos.
– ¿Cómo se gestó la idea de la Red Solidaria?
– Somos hijos de varias generaciones de muchísimo dolor y mucho conflicto, social y políticamente hablando. No creemos que ninguna sangre se puede derramar en vano. Toda aquella pasión e ideales -algunos contradictorios- para algo tenían que servir.
Hija de esa pasión y ese dolor es esta resurrección: la que vivimos hoy como Red Solidaria.
Al principio recibíamos treinta llamados por día y el noventa por ciento eran necesidades: un enfermo de sida sin recursos, la maestra rural a cuya escuela se le hizo un agujero en el techo, o no tenía útiles escolares; un enfermo grave que necesitaba un trasplante. Ahora estamos en ciento diez llamados por día y casi el sesenta por ciento son ofrecimientos: personas que se suman a la red como voluntarios o a una campaña o simplemente para ofrecer algo.
Sabíamos que la solidaridad en la gente estaba intacta. En todo caso, lo que había sucedido es que le habían pegado durísimos golpes a la credibilidad. La gente se sintió estafada muchas veces en su credibilidad.
Si la solidaridad estaba intacta, como creíamos, había que generar un esquema en el que se volviera a eslabonar la credibilidad. Es decir, una cadena tejida en la credibilidad.
Entonces lo que inventamos fue un sistema que hace de nexo, pero que no toca nada: conecta y sólo conecta. El par de zapatillas lo llevan a quien lo necesita o lo va a buscar el necesitado; lo mismo ocurre con la silla de ruedas y con el dinero. Nada pasa por acá, por la Red. Así, este canal se fue haciendo creíble.
– En tu opinión la red solidaria es el germen de algo mayor: la revolución solidaria. ¿Ello qué significa?
– En esta tarea vemos por un lado la tragedia, lo gris, lo difícil, lo duro, y por otro lado una conmovedora respuesta. Pedimos un dador de sangre y aparecen diez, una silla de ruedas y aparecen veinte. Vemos, al menos en la red, una explosión solidaria conmovedora que llamamos revolución solidaria y no tiene otra definición que la del prójimo, el semejante, el otro, el necesitado. Esa es la revolución.
La particularidad que tiene es que construye. No tiene mucho tiempo para la crítica o el debate, es súper operativa.
La revolución solidaria es lo que está pasando, y estamos convencidos de que no es difícil realizarla. Nuestro criterio es que si una sola vida se puede mejorar o salvar, ésa es la revolución solidaria. A pesar del número de casos que manejamos, el éxito siempre es una vida.
Como uno no puede solucionar todos los problemas del mundo, tenemos que empezar por algún lado.
Nuestro sueño es pensar que a la globalización económica en la que estamos inmersos le podemos agregar la globalización de la solidaridad. Entonces, mucho cambiaría.
– ¿Están pensando en globalizar la Red Solidaria?
– Estamos imaginando estrategias en una dimensión internacional. Vamos haciendo los primeros pasos a través de embajadas; estamos muy empeñados en ello. También nos gusta hablar del homo solidarius, es decir una nueva especie, con mayor conciencia de una cultura solidaria.
Aspiramos a que la explosión solidaria que estamos viviendo podamos ordenarla en una revolución solidaria. A la revolución solidaria la queremos exportar para hacer la globalización de la solidaridad. Esperamos que toda esa movida de cultura solidaria genere un nuevo sujeto.
– La experiencia, a medir por los resultados, es exitosa. ¿Cuáles son las precauciones que toman para mantener su transparencia y credibilidad?
– Nos va bien. Pero no perdimos la cabeza. Esa es la clave: el próximo llamado, la próxima tragedia, es tan importante como todas. Porque cada caso requiere atención igual.
Creemos que lo que puede matar a la Red es la politización, que pueda ser usada partidariamente, y la farandulización, mostrarnos con famosos o aceptar su apoyo sólo por interés de imagen o difusión. Ambas situaciones afectarían la credibilidad. Ello no significa mantener la Red en estado puro; significa no perder la cabeza, y no cambiar los fines que nos motivaron originariamente.
– Parecería que la experiencia fundada no tiene dogmatismos; en cambio, sí mucha pasión… ¿Es así?
– Las cinco personas que fundamos la Red tenemos un pasado solidario. Uno se dedicaba a ayudar a linyeras durante el invierno para que no pasaran demasiado frío; otro visitaba institutos de enfermos de lepra; otro iba a misionar a Formosa… Luego la vida se nos hizo normal y digna, sin embargo en quien tuvo la experiencia de acercarse a otra persona necesitada, algo le cambia internamente y ya no puede ver o escuchar noticias, leer el diario, sin sentirse mal ante tantas tragedias. Sobre todo cuando muchas hubieran podido evitarse. Lo que necesitás interiormente es dar respuestas, y la vida cotidiana de un ciudadano no te alcanza. En teoría a través de los impuestos damos respuestas, pero no es lo mismo.
Los que tenemos salud, una familia, comida todos los días, nos va normal, sin graves problemas y tenemos sensibilidad, no podemos sino seguir siendo solidarios. El dolor compartido se transforma en vida.
– ¿Cuál es la organización y estructura de la Red y en qué consiste actualmente el trabajo?
– El esquema práctico es hacer que con poco tiempo puedas hacer algo y que resulte efectivo. La red no tiene bienes, ni organización jurídica. Es una asociación de hecho, el único gasto es el uso del teléfono. Ninguno de sus integrantes dejó su trabajo, ni cobra retribución alguna por el servicio en la Red.
Los voluntarios se van sumando sobre la base de que con muy poco tiempo -tres horas semanales- se logra mucha eficacia en salvar y ayudar vidas.
Para las inundaciones organizamos un Comité de Emergencia en el que se sumaron varias empresas e instituciones: ochenta y tres camiones partieron desde San Cayetano con donaciones obtenidas; el destino fueron los damnificados.
– ¿Toda persona puede ser solidaria?
– Todos lo somos cuando somos capaces de reconocer que quien tenemos al lado y necesita algo, es un ser humano como nosotros. Pero hay testimonios ejemplares.
Claudia Acuña, madre de tres hijos y treinta y un años, tiene sida. Cuando la conocimos ponía cartelitos en una cartelera del Hospital de San Isidro invitando a otros enfermos a juntarse para ayudarse mutuamente. El más chico de sus hijos también tiene sida. Su marido murió a causa de la misma enfermedad. Ella juntaba medicamentos -que son muy caros- y los repartía entre quienes los necesitaban; muchas veces no alcanzaron para ella, y no le importó.
Zulema Barea es argentina, tiene dos hijos. Es voluntaria honoraria de la Red. Esperaba un hígado para serle trasplantado. Cuando llegó, ofreció que se lo dieran al chiquito que seguía en la lista de pacientes… No fue compatible, y sólo entonces lo recibió ella. ¿No es conmovedor? Así es para nosotros: una fiesta de la solidaridad.
– La tarea que promueve la Red Solidaria, ¿reemplaza de alguna manera a instituciones estatales y privadas poco eficaces?
– No nos planteamos la ineficacia de los sistemas estatales o privados, potenciamos una experiencia que permita sumar y construir… No somos ingenuos; la clave de esto todavía es la operatividad. No discriminamos a nadie, ni por ideología, religión, clase social… Todos pueden ser parte de la revolución solidaria. No tenemos tiempo para el debate o la crítica. Cuanto más se discute menos posibilidades se tiene de poder ayudar o salvar una vida.
Juan nos muestra una carpeta con varios recortes periodísticos que dan cuenta de la incidencia en los medios de comunicación de la Red Solidaria.
– ¿Los medios de comunicación ocupan un lugar importante en la idea de la Red?
– Creemos en los medios de comunicación como excelentes vehículos para conectar y dar a conocer. Nuestra estrategia es hacer ruido cuando es necesario y lograr con cierta frecuencia una presencia de historias y testimonios solidarios, para que la sociedad pueda ver reflejada en ellas las diversas acciones solidarias, tanto de quienes necesitan o de quienes aportan algo. La respuesta hasta el momento es muy buena. Preparamos informes de prensa que publican prácticamente todos los diarios nacionales y algunas revistas.
– ¿La fe incide en la experiencia de solidaridad?
– La Red no tiene un componente religioso, por lo menos confesional u oficial eclesiástico. Colaboramos con todas las organizaciones de la Iglesia católica que tienen fines similares a los nuestros. En nosotros hay de alguna manera una experiencia desde la fe. Entre los fundadores, cuatro somos católicos y uno luterano. Actualmente el veinte por ciento de los voluntarios son judíos… Ellos sufrieron mucho y son sensibles al dolor.
– ¿Qué esperás todavía de esta revolución solidaria?
– Necesitamos de treinta y tres millones de argentinos y seis mil millones de personas en el mundo. Necesitamos de todos; al tejer una red, más vidas se salvan. Nos mueve el prójimo necesitado.
Juan Carr sigue dando clases de biología, recibe por dos años un aporte por la beca como innovador social que le concedió AshoKa, cuyo significado es ausencia de tristeza, lo que le permite dedicarse mejor a sus proyectos solidarios.
La Madre Teresa de Calcuta, un mes y medio antes de morir, envió a los miembros de la Red una carta de aliento y valoración. Siente que es el mejor premio que recibieron.
Red Solidaria funciona en Roca 507, Vicente López, Provincia de Buenos Aires. Tel.: 4796-5828