El Mundial no ha entrado en las batallas ideológicas a las que son tan proclives los franceses. No han hecho del campeonato más conmovedor del mundo ni un cambio cualitativo de la historia ni el opio del pueblo. Ni demasiado honor, pues, ni tamaña indignidad. Sencillamente se está probando que de todos los encuentros colectivos, el Mundial se convierte cada cuatro años en el amplio, en el más universal. Un juego; ni siquiera el dinero que corre a raudales para explotarlo alcanza a explicar la amplitud del fenómeno. Un juego bello para tomarlo en serio, pero no a lo trágico. Y sin embargo necesitado hoy de protecciones especiales.

 

En 1938, cuando Francia fue sede de la copa del mundo del fútbol, la seguridad no era tema prioritario; era un asunto policial normal que se resolvió movilizando más policías cerca de los campos de juego sin otras instrucciones que las habituales. Sesenta años después, la gestión de la seguridad es prioritaria, cuando menos en el mismo nivel que la organización deportiva.

 

Aquí van algunas informaciones que nos parecen interesantes, reunidas a propósito de las instrucciones especiales que están recibiendo las fuerzas de seguridad francesas –a las que deben añadirse otras de países europeos especialmente preocupados como Inglaterra– que dan una idea del asunto. Unos 200 policías de países que participan en el Mundial asisten formalmente a la policía local.

 

“¡Respeto de la convivencia y extrema vigilancia!” es la consigna breve pero elocuente que el ministro del Interior dio a los prefectos de las ciudades sede de partidos del Mundial en reunión específica. Seguridad en los estadios, pero sobre todo fuera de ellos. Aplicación de experiencias comparadas, sobre todo belga y británica, y de una legislación innovadora en la materia. Desde 1995 una ley atribuye a los organizadores de manifestaciones deportivas la responsabilidad inmediata de la seguridad dentro de los estadios, y a los policías y gendarmes del Estado la seguridad exterior. Esa distribución de competencias fue probada en la final de la Copa de Francia este año y exhibió cierta plasticidad para elaborar una estrategia graduada.

 

Un incidente en una tribuna es vigilado y contenido por “stadiers” –1850 profesionales y 5000 voluntarios para el conjunto de los campos de juego franceses– que procuran “calmar” a los protagonistas. La policía interviene si el incidente perdura y los hechos se agravan. Actúan primero policías de civil y en casos extremos policías y gendarmes de uniforme. Hay cámaras de video que vigilan. Las entradas son nominales: cada asiento corresponde en principio a una persona identificable. La justicia podrá actuar después del partido y un “procurador” está presente para diligenciar las acciones que se imponen.

 

Se sabe que 25.000 policías, gendarmes, militares y bomberos serán movilizados para los partidos y las zonas críticas. Pero lo que más inquieta es el “hooliganismo” (expresión difundida más allá de Inglaterra que, como se sabe, se aplica a las barras bravas en circulación) fuera de los estadios. Una vez que los partidos terminan no hay territorio preciso para la policía: las ciudades-sede se convierten en blancos de multitudes que se dispersan y de grupos que estallan o pueden estallar en violencias. Sobre todo en los lugares más frecuentados. En París, los Champs-Élysées y el Barrio Latino son por eso los que tienen mayor vigilancia.

 

Los riesgos son difusos. Se multiplican las manifestaciones anexas a la Copa y por lo tanto los dolores de cabeza para los prefectos. En los barrios marginales se instalaron pantallas gigantes –por los poderes públicos o asociaciones vecinales– que pueden reunir al aire libre entre 2000 y 20.000 personas. Policías y gendarmes han sido aplicados a la vigilancia de esos lugares “sin exceso de visibilidad”; es decir, sin provocaciones inútiles.

 

En 1938 la policía fue movilizada para la circulación. Un edicto municipal prohibía tirar proyectiles y si algún riesgo se temía era en las fronteras más bien que en los estadios. Por supuesto que la violencia habitaba el mundo. Referida al fútbol, se tenía presente el “ardiente” final del primer Mundial entre Argentina y Uruguay, “vecinos y rivales con pasiones inflamadas”, como en estos días recuerda Jean-Luc Ferré en La Croix, y la explotación fascista de las pruebas de 1934. En todo caso eran paréntesis entre las explosiones de las grandes guerras, donde las pasiones absolutas llevarían a millones de seres a la muerte. Ahora se trata de acotar lo que es parte de una problemática contemporánea: el gobierno de las ciudades. Preocupación cotidiana para todas las ciudades importantes del mundo. Pero potenciada en las ciudades francesas que estarán en vilo por un juego “pasión de multitudes”, fiesta para la estética deportiva y negocio redondo para los modernos piratas de la economía informal. ¿Informal?

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